lxxii. the princess in chains
lxxii. la princesa encadenada
Margaery tenía ganas de matar a alguien. O de matarse a si misma, pero dado los antecedentes sabía que esa última no iba a funcionar.
Se sentía mal. Traicionada. Sentía como si fuera a vomitar todo lo que su estómago podría haber ingerido y que sus lágrimas la iban a dejar sin ningún líquido en su sistema. Había hablado con Edward y Angelica, tan rápido que ni siquiera sabía lo que había dicho y se había marchado casi corriendo hasta la habitación de Andrew.
No había otra persona que supiera que ella había muerto de nuevo. Era él. Tenía que ser él. Y se lo iba a decir. Tenía que enfrentarlo. Hacerle saber lo traicionada que se sentía. Pero cuando lo vio, cuando sus ojos azules se conectaron, su cabeza se nubló casi completamente y sus rodillas fallaron. Andrew la agarró, como si fuera una porcelana, y Margaery tuvo que mentir sobre la razón de sus lágrimas.
Él era la razón.
"No seas tonta", dijo una voz en su mente, su propia voz "seguro que no quiso hacerlo, solo fue un error". "Sí", se reiteró, "no me haría eso. Él se preocupa por mi".
Sus lágrimas no habían parado por el resto de la semana. Los ojos le dolían y también la cabeza y comenzaba a notar que las pequeñas gotas de líquido borraban algunos de los documentos y su firma comenzaba a distorsionarse.
El 31 de julio, esperanzada con poder volver con su verdadera familia, se dió cuenta de que Alyssane no iba a dejar que saliera de Camelot y, en vez de estar con su mellizo, su fiesta terminó siendo un momento en la cena donde le cantaron el feliz cumpleaños. Estaba bastante segura de que la carta que le había enviado a Harry era completamente ilegible por las lágrimas que tenía encima.
En ese momento su mente vagaba en como extrañaba la vida que había llevado en esas pocas semanas en el senado (y como su hermana le había arrebatado lo que ella siempre había querido), alguna petición española para el comercio y en cómo estaría Harry, su madre y tía Ayse, cuando alguien tocó la puerta. El "adelante" de Margaery fue casi inaudible pero, para su desesperación, sonrió cuando vio a Andrew.
La sonrisa del chico se borró cuando la vio.
—Estabas llorando —dijo y Margaery supuso que lo quería decir como una pregunta pero salió como una afirmación.
—No —respondió Margaery.
—¿Por qué? —preguntó Andrew.
"Díselo", le gritó esa vocecita imprudente en su mente. Y Margaery lo hizo.
—¿Por qué se lo dijiste a Alyssane? —inquirió, mirándolo.
—¿Decirle qué? —preguntó Andrew, arrodillándose a su lado.
—Ya sabes que —espetó Margaery, sin mirarlo.
—No le dije na...
—No me mientas —siseó.
A Margaery no le gustaba enojarse, mayormente porque sabía lo que provocaba. Odiaba las llamas del dragón que ardían dentro de ella, como un recordatorio de que, por más que quisiera, nunca podría alejarse de aquel legado putrefacto que la perseguía. A menudo se trataba de un arrebato repentino. Su ira llegaría, destruiría todo a su paso y desaparecería tan rápido como llegó, dejando sólo ruinas detrás. Ruinas, no solo de ella, pero de el resto de personas. No era muy difícil hacerla enojar y la que cargaba con el peso de su enojo era ella. Aún así, era Margaery quien tenía una ira del tamaño de un lago pero un corazón para igualarlo.
—No te miento —dijo el chico—. Es la verdad. Yo no le dije nada.
—Ah, ¿no? —susurró. Margaery era una persona ruidosa, siempre solía exponer lo que pensaba en voz alta por lo que, cuando hablaba en voz baja, significaba dos cosas: o sentía miedo o estaba terriblemente enojada—. Entonces, ¿por qué lo sabe? Tu eras el único que lo sabía. Ahora supongo que debe saberlo la mitad de Camelot.
—Te juro que no le dije nada —repitió Andrew.
—¿Y cómo se enteró? —preguntó Margaery, aún sin mirarlo.
Temía que, al hacerlo, dejara la conversación ahí y perdonara la falta a su confianza.
—¿Segura que no se lo dijiste a nadie más? —inquirió Andrew, recibiendo una mala mirada de Margaery, que claramente significaba "no me tomes por tonta"—. Bien... quizás alguien nos escuchó.
—Estábamos en tu habitación —repuso Margaery.
—Las paredes son de papel, ¿verdad? —dijo Andrew, retóricamente.
Margaery respiró profundamente, tratando de calmarse, cosa que no funcionó.
—Sí, así como tu capacidad para guardar un secreto —dijo Margaery, mordazmente.
La ira de Andrew era más calculada. Pero no menos peligrosa. Él sabía cómo, cuando, donde y porque reaccionar, mientras que Margaery solo reaccionaba. No le importaba enojarse con quien sea si ella creía que tenía la razón. Andrew respiró y Margaery supo que le estaba costando contenerse.
—Yo no dije nada —volvió a repetir—. Te lo juro por tu vida.
—¿Y ahora me quieres muerta? —espetó Margaery.
La cara de Andrew se ensombreció y la miró muy fijamente, sin pestañar.
—No se te ocurra decir eso de nuevo —susurró en el mismo tono—. Sé que puedes estar alterada, pero creeme que solo quiero tu bien.
—¿¡En serio!? —exclamó Margaery—. ¿¡Contándole a todo el mundo las cosas que te confié!?
—Yo no dije nada —Andrew la agarró por las manos, tratando de calmarla, y funcionó porque Margaery suspiró y pareció desinflarse como si fuera un globo—. Te juro. Sabes que no podría haberle dicho. Me importas muchísimo.
Era cierto. ¿En qué estaba pensando? Él no le había dado ninguna razón para desconfiar. Nunca nada, ni antes ni después, la había hecho sospechar de Andrew. Cuando Andrew la abrazó, Margaery tuvo que respirar temblorosamente para no llorar. Él solo le besó la coronilla, cosa que Margaery tomó como que estaba herido por su culpa pero que la perdonaba parcialmente.
—Me importas como tú misma, Mary, una persona. Mi amiga. Mi... —¿Cuál era el término correcto? ¿Amor? ¿Novia?—. Eres la chica más increíble que he conocido en mi vida. De verdad. Extraordinaria en todos los sentidos. Y yo... —A Margaery se le anegaron los ojos de lágrimas, pero parpadeó para contenerlas—. No quiero perderte. Me niego a perderte. Por favor, no llores.
—Ya paro. Es que... Me siento muy sola —murmuró Margaery, tratando de ignorar el nudo en su garganta.
—No lo estás. —Andrew entrelazó los dedos con los de ella—. Me tienes a mi, ¿si? Nunca lo olvides.
Margaery apoyó la frente en el vidrio del tren para guardar algo del frío que podía mantener.
Nunca le había gustado mucho viajar en tren y mucho menos por sectores largos, mayormente porque comenzaba a sentirse enjaulada. Sorprendentemente, esta vez no sentía mucho más de lo que venía sintiendo hace varias semanas: vacío. La nada pura.
Escuchaba la risa de Paulette Knight, la pequeña que comenzaba a asistir a Hogwarts a partir de ese año, y de su hermano, Andrew, jugando algo que Margaery distinguió como naipes explosivos. Lejos de sentir ternura ante la interacción, cada explosión la hacía sentir una irritación capaz de insultarlos a ambos.
Tenía a Edward adelante. El chico tenía el cabello negro hecho un desastre, los ojos rojos que resaltaban con las profundas ojeras que tenía. Tenía que cerrar los ojos de vez en cuando para evitar que las lágrimas se escaparan, pero Margaery había visto algunas colándose a través de sus párpados cerrados. Si bien él no iba a Hogwarts había querido ir a despedir a su hermana menor.
"Admirable", había pensado Margaery pues ella quería borrar la existencia de su hermana de la faz de la tierra.
Cómo la detestaba. La odiaba. La aborrecía. Cada célula de su cuerpo deseaba que Alyssane Pendragon dejara de existir. Que se fuera. Que volviera su Alyssane, no este monstruo que ocupaba su lugar.
"Qué difíciles las relaciones entre hermanos", había pensado Margaery. Se puso a recapitular: desde los inicios de su dinastía los hermanos habían sido maldecidos por los dioses. Morgana y Arthur Pendragon habían batallado contra el otro hasta morir, Alyssane y Arthur II se odiaban tanto que crearon una guerra destructora, Arya y Aemon se enfrentaron en guerra para tener el control de Camelot, los hijos de Alexander IV comenzaron la Guerra de los Cinco Reyes, los hermanos de Arthur IX, el abuelo de Margaery, lo presionaron tanto que ellos fueron una de las causas de su abdicación, su madre, Aemma, y su tío, Aemmond, habían pasado todo tipo de adversidades en su niñez y adolescencia para que, luego, terminaran peleando en contra del otro, y ahora Margaery y Alyssane.
Su hermana se había convertido en una verdadera abominación. Cuando mencionó que aquel plan de ella había funcionado nunca se imaginó que estaría tan lejos de no atacar la capital. Nunca se imaginó que mandaría a matar a su ahijado. A su Luke.
La noticia le había caído como un balde de agua helada, sobre todo porque su hermana lo había soltado sin consideración alguna durante el fin de la cena de despedida. Margaery se había sentido tan mal que, un rato después, había vomitado todo lo que había ingerido y no había vuelto a probar bocado desde entonces.
No había dormido nada porque, aunque lo intentara, su mente la traicionaba y se despertaba tras unas pocas horas de sueños, poblados de pesadillas. Estaba en Lyonesse, contemplando a Yvette Britannia que miraba hacia la puerta.
Ajena al peligro que corría, la reina apareció mientras la penumbra se adueñaba del castillo, acompañada por dos hijos.
—Gritad y moriréis todos.
—¿Quién eres? —exigió Alessia.
—Un cobrador de deudas —respondió el hombre—. Hijo por hijo. Solo queremos a uno, para igualar las cosas. Al resto no os tocaremos un pelo de vuestras cabecitas. ¿A cuál preferís perder, alteza?
Cuando comprendió aquellas palabras, Alessia les rogó que la mataran a ella en su lugar.
—Una esposa no es un hijo —contestó—. Escoged, o los matamos a todos —añadió.
De rodillas, llorando, Alessia dijo el nombre de Leia. A lo mejor pensaba que no tenía edad para comprender, o quizá lo eligió porque el mayor, Luke, era el primogénito y heredero de Alexander, el siguiente en la línea sucesoria.
Margaery le gritaba con todas sus fuerzas que saliera corriendo, pero Alessia no la oía.
—¿La has oído, pequeñín? —susurró el hombre a la niña—. Tu mamá quiere tu muerte.
A continuación el corpulento espadachín arrancó la cabeza del príncipe Luke de un solo tajo. La reina se puso a gritar. Y Margaery, envuelta en lágrimas y sudor, se despertaba, temblando.
"¿Qué tan culpable era ella en todo eso?", se preguntó. Todo lo que había hecho había sido influenciado por aquella idea suya de avisarle a Alyssane que Alessia tendría un hijo y planeaba escapar. Se había sentido culpable por lo que había hecho todo lo posible para sacarlos de Lyonesse, eso había llevado a su hermana a nombrarla princesa de Lyndor, para tenerla vigilada, y eso la había llevado a donde estaban. Todo era su culpa.
Se obligó a dejar de pensar sobre ello, pero descubrió que no había sido la única porque escuchó un llanto ahogado de Angelica y vio a Edward cerrar los ojos para evitar que ninguna lágrima más escapara. Tanto Angelica como Edward se levantaron y salieron del compartimento, Colette los había seguido, Elizabeth había salido al baño y Paulette estaba jugando ajedrez mágico. Margaery respiró temblorosamente y se sobresaltó cuando sintió un par de manos heladas en su cintura.
—Hola —susurró Andrew, besándole el cuello.
—Hola —respondió Margaery en un tono aún más bajo pero algo fría. Para no quedar brusca, la chica añadió—: ¿Emocionado?
Ninguno de los dos había vuelto a hablar mucho desde su pequeña discusión y, aunque ella se había largado a llorar al final, ninguno se había pedido perdón. Conociéndose, Margaery no lo haría, y, conociéndolo a él, tampoco.
—¿Por qué lo estaría? —murmuró Andrew.
Margaery se encogió de hombros.
—Es tu último año —respondió—. El último en el que vamos a estar juntos en el colegio.
Andrew rió.
—Tenemos tiempo afuera —dijo él. Margaery pudo ver que Andrew la miraba, pero ella siguió mirando hacia afuera.
"No me cae bien", había dicho Arthur cuando Margaery le había contado sobre su discusión con Andrew. La chica se había reído, le resultaba casi imposible imaginarse a Andrew cayéndole mal a alguien. Era encantador, era imposible que disgustara a alguien. Siempre tan correcto, tan oportuno. Era la definición de perfección.
—Mucho tiempo porque no te voy a dejar ir tan fácil —continuó, haciendola sonreir.
Era la primera vez que sonreía en varios días, notó Margaery.
—¿En serio? ¿Por cuanto más te voy a tener que soportar? —bromeó Margaery.
—Mucho, mucho tiempo —dijo Andrew.
Justo cuando el chico la iba a besar, se escuchó un estruendo y la voz de Paulette:
—¡Gané! —exclamó a la reina del tablero, que se quejaba a gritos reducidos de volumen—. ¡Toma eso, tremenda hija de puta! —Margaery, lejos de escandalizarse, soltó una risa pero no ante el insulto de la menor sino ante la cara de exasperación de Andrew—. Upsi...
—No es lindo que digas esas palabras —la regañó Andrew—. No te rías, Val.
—Sí, perdón —Margaery cesó su risa pero no lo logró muy bien porque su risa se había contagiado a Andrew también.
Tanto que el semblante serio del chico mostraba una pequeña sonrisa, que escondía bajando la cabeza.
—No es mi culpa que esa cosa —señaló a la reina del tablero—, haya hecho trampa.
—¡Pequeña insolente! ¡Demonio del mal! —la reina en el ajedrez gritaba con un sonido reducido que hizo a Margaery reír aún más.
De pronto, la reina se calló y solo se escuchaba la risa contenida de Andrew mientras regañaba a su hermana menor. Encima de la reina había una pequeña mano y cuando Margaery la siguió vió el cuerpo de un niño.
—Lo siento, tenía que callarla o iba a volverme loco —mencionó éste. Margaery fue consciente de que se había puesto pálida y que sus ojos no dejaban el lugar en el que estaba el niño castaño—. Uy perdón, olvidé presentarme. Soy Modred.
Margaery agradeció estar sentada porque de otra manera hubiera caído al suelo. Agarró lo primero que tenía a mano, la chaqueta de Andrew, tan fuerte que sintió la punta de los dedos dolerle.
—¡Modred! —exclamó Mary, que apareció de pronto—. ¿Cuántas veces te tengo que decir que no te aparezcas así de la nada?
—Es que...
—Hola, Margaery —saludó Mary—. Él es Modred, mi sobrino.
—¡Hola! —saludó el pequeño—. Tranquila no hables. Pueden creer que estás loca.
—Voy a buscar a Angelica y Colette —avisó Margaery con un subtono bastante evidente de angustia.
Margaery casi corrió al baño y corroboró que nadie la estaba siguiendo. Aunque también confirmó que se estaba volviendo loca.
—¡Ah, Margaery! Hablando de la reina de Camelot —comentó Angelica con sorna.
Cuando Margaery abrió los ojos vió a Colette y Angelica.
—Hola —susurró Margaery, agitada.
—¿Qué estabas buscando haciéndote enemiga de Alessia? —soltó de pronto Angelica.
—¿Qué? —preguntó Margaery consternada.
Angelica le pasó un trozo maltratado de papel.
Un nuevo tywysog se crea en la tierra que no duerme. Derecho tiene, pero del reclamante no viene. Confesado por la creadora el delito está y ha partir planea echar.
M.A.P
Mierda, mierda, mierda, pensó Margaery. Intentó sacar los mejores dotes actorales de sus adentros pero su mente estaba nublada por la ira. Alyssane se lo había mandado. Margaery se clavó las uñas en la palma de la mano.
—¿Qué... es esto? —inquirió.
—Explícanos tú.
—Angie yo creo que... —comenzó Colette.
—No, Colette, deja que Margaery explique.
—No tengo idea que es esto —declaró Margaery—. Nunca podría decirle a Alyssane.
—¿Por qué? —inquirió Angelica—. Es tu hermana, ¿verdad?
—Pero la detesto —respondió Margaery automáticamente—. No podría hacerle eso a Alessia.
—No te creo. Ni una gota —escupió Angelica—. ¿Cómo la odiarías cuando tienes lo que cualquiera quisiera? El trono casi a tus pies.
—¡Pero no es lo que yo quiero! —exclamó Margaery exasperada.
—Y para obtenerlo tienes que sacar a los que están en el medio —continuó Angelica.
—Estás loca —dijo Margaery, en un murmullo negando con la cabeza. Miró a Colette, que aparentemente tenía el mismo pensamiento pero nunca le daría la espalda a su propia sangre, como era lógico.
En ese momento, Margaery vió la figura de una mujer de blanco. Era platinada como el resto de Pendragons, pálida y esbelta. A su lado había una castaña, igual de pálida y un poco más robusta. Ambas la miraban fijamente, sin pestañar y Margaery adquirió el tono de piel de ambas.
—¿Si? Porque yo creo que tu eres la que está loca —comentó Angelica y se le acercó dos pasos—. Recuerda, Margaery, que si alguien tiene la culpa de esto eres tu.
Y con eso se marchó.
Colette la miró, como si se disculpara, y también se le acercó.
—Yo no creo que hayas sido tu...
—Porque no hice nada.
—Pero Angelica es mi pri...
—Sangre de tu sangre —dijo Margaery—. Algunas estamos destinadas a no sentir lo mismo.
Luego de eso, vió como Colette se iba y la dejaba sola. Se apoyó en la mesada del baño y se miró al espejo, viendo a través de el a las dos mujeres de recién.
—No tienes mucha suerte de tu lado —dijo la platinada.
Margaery bufó.
—Alyssane —la regañó la otra—. Te pareces a mi hija.
—¿Su hija también vivió un infierno como yo? —preguntó Margaery, de mala gana.
—Si consideras que cuando tu esposo, y tu tío al mismo tiempo, usurpe el trono de tu madre te mantenga prisionera para luego escapar y perder tus dos hijos en la guerra y ver a tu madre ser devorada por un dragón y luego tener que sobrevivir a tu única hija y a tu hermano menor... entonces sí —respondió la mujer.
¿Había muerto? La historia que aquella castaña le había proporcionado era igual a la de la princesa Saera, hija de la reina Arya. Y aquella a quien tenía detrás era similar a la misma reina. La peliplateada podría ser tantas de sus antepasadas que Margaery no se molestó en buscar.
—Pareces encadenada también —murmuró la más rubia—. La princesa en cadenas...
—Es hora de romperlas, ¿no crees?
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