lxvi. the kid who returned from the dead

lxvi. la niña que regresó de entre los muertos

LOS OSCUROS SECRETOS DE LA FAMILIA PENDRAGON

Siempre se ha hablado de la Familia Real de Camelot como la familia más legendaria y sagrada del Mundo Mágico pero ¿qué tan cierta es esta afirmación?

La reaparición de la Princesa Aemma Potter, quien, se creía, había sacrificado su vida en un acto de valentía en 1981, arroja nuevas luces sobre los enigmas que han envuelto a la familia Pendragon durante décadas. Su regreso plantea interrogantes fundamentales sobre las circunstancias que rodearon su supuesta muerte y su resurrección.

Acompañando este asombroso retorno, el Príncipe Aemmond Pendragon emerge como un Mortífago, alineado con las fuerzas oscuras de El-que-no-debe-ser-nombrado que amenazan con sumir al mundo en la oscuridad. Su traición y alianza con el mal causan estragos en la reputación de una familia que alguna vez fue respetada y admirada en toda la comunidad mágica.

Además, la verdad sobre la muerte de la princesa Ayse Pendragon, hasta ahora oculta por su propia familia, ha salido a la luz. La princesa Ayse ha sido escondida desde agosto de 1981, fecha de su supuesta muerte, debido a preocupaciones sobre su salud mental. Este acto de engaño y manipulación ha generado indignación y cuestionamientos sobre la integridad moral de la familia Pendragon, y sobre la verdad detrás de sus acciones.

En medio de estas revelaciones perturbadoras, nosotros nos preguntamos: ¿Qué otros secretos ocultos aguardan ser descubiertos bajo la superficie de la aparente perfección de la familia Pendragon? Solo confrontando la verdad de frente podemos esperar sanar las heridas causadas por el engaño y reconstruir la confianza perdida...

Margaery arrugó el periódico y lo arrojó al cesto de basura que había al otro lado de su habitación.

Volver a Camelot había sido un tormento. Aunque Camelot siempre había sido un tormento.

Había tenido que dejar a su madre y a su hermano en la Mansión Potter junto con su tía Ayse. Sí, la misma que había muerto hace casi quince años quemada en una de las catedrales de Lyonesse. Margaery nunca la había conocido, o si lo había hecho era muy pequeña para recordarla, por lo que las comidas eran bastante incómodas. 

Ayse y Aemma estaban peleadas con sus hermanas, Daenerys y Margaery, dado que las dos le habían escondido a Aemma y a Aemmond que Ayse estaba viva. Al parecer, su tía Ayse había quedado con pequeños traumas sobre la explosión y la habían tomado por loca, el abuelo de Margaery la había escondido y había contado la verdad solo a Daenerys y Margaery, escondiendola de Aemmond que, al enterarse casi once años después, se volvió loco hasta el punto de fingir su muerte y unirse a un moribundo lord Voldemort.

"No me sorprende que nos dejen de llamar la casa del dragón y nos digan la casa de los que vuelven de la muerte"", había dicho Harry. 

Y Margaery había confirmado eso el primer día en el Senado al que había asistido dos semanas después de terminar las clases en Hogwarts.

Cuando atravesó las puertas de roble macizo, fue recibida por un vestíbulo de mármol pulido, adornado con relieves. No se dignaba ni de un segundo de silencio, mientras los senadores, vestidos con trajes elegantes y corbatas de seda, eran seguidos por sus embajadores a las diferentes oficinas. El suelo, de un pulido mármol oscuro, reflejaba la luz de las antorchas, creando destellos que se extendían por todo el espacio. El techo abovedado estaba decorado con elaborados relieves que contaban la historia del reino, desde sus humildes comienzos hasta sus gloriosos logros.

A lo largo de las paredes, se podían ver escudos de armas y emblemas que representaban a las distintas regiones del reino, cada uno tallado con precisión y detalle. En el centro del vestíbulo, una fuente de agua cristalina emanaba un suave murmullo, rodeada por una serie de bancos de piedra donde los visitantes podían descansar. De vez en cuando, una bruja o un mago salía por la fuente con un débil ruido. El tintineante silbido del agua al caer se unía al ruido que hacía la gente al aparecerse (algo así como ¡crac! y ¡paf!) y al de los pasos de cientos de brujas y de magos, la mayoría de los cuales ofrecían el apesadumbrado aspecto de los madrugadores, que se dirigían hacia unas puertas doradas que había al fondo del vestíbulo que indicaban el camino hacia las cámaras de debate.

A la izquierda, sentado a una mesa, bajo un letrero que rezaba «Seguridad», había un mago muy mal afeitado y vestido con un saco de color azul eléctrico, que levantó la cabeza al ver que se acercaba y dejó de leer The Society Papers.

—Acérquese —le ordenó el mago a la chica con voz de aburrimiento.

Margaery obedeció y el hombre levantó una varilla larga y dorada, delgada y flexible como la antena de un coche, y se la pasó a Margaery por delante y por detrás, recorriéndole todo el cuerpo y por las dos maletas que traía en la mano.

—La varita —le gruñó a continuación el mago de seguridad, tras dejar el instrumento dorado y tender una mano con la palma hacia arriba.

Margaery se la entregó. El mago la dejó caer sobre un extraño instrumento de latón que parecía una balanza con un único platillo. El aparato empezó a vibrar, y de una ranura que tenía en la base salió un estrecho trozo de pergamino. El mago lo arrancó y leyó lo que había escrito en él:

—Veintiocho centímetros, núcleo central de concha marina, cinco años en uso. ¿Correcto?

—Sí —afirmó Margaery, nerviosa.

—Yo me quedo esto —dijo el mago clavando el trozo de pergamino en un pequeño pinchapapeles de latón—. Usted se queda la varita —añadió, y le devolvió la varita a Margaery.

—Gracias.

—Un momento... —empezó a decir con lentitud el mago—. ¿Usted es la princesa Margaery?

—Por ahora es solo Margaery —respondió ella, incómoda.

El mago miró a todos lados y se inclinó hacia ella, sobre la mesa.

—Dígame, Princesa, ¿cómo se siente morir? —preguntó el hombre en un susurro.

—Ehh, ¿perdón?

—¿No sabe como la llaman aquí, Princesa? —cuestionó el hombre y, bajando el tono de voz aún más, contestó:—. La niña que regresó de entre los muertos.

—Ah, ¿en serio? —dijo Margaery, tontamente.

—Sí... así que dígame, Princesa, ¿cómo se siente? —volvió a inquirir el mago, acercándose más a la chica.

—Hola, Nicholas —dijo una voz de mujer detrás de ellos.

Margaery se giró para ver a Maeve Severn, morena, castaña y ataviada con un saco negro y un pantalón diplomático del mismo color.

—Señorita Severn —saludó el mago de seguridad.

—Bueno, si nos disculpas, me tengo que llevar a la señorita Potter a mi oficina —informó la señorita Severn con firmeza, y agarrando a Margaery por el hombro la apartó de la mesa y se mezclaron con la multitud de magos y de brujas que cruzaban las puertas doradas

Empujada por la gente, Margaery siguió a Maeve Severn por las puertas que conducían a un vestíbulo más pequeño donde había, por lo menos, veinte ascensores detrás de unas rejas de oro labrado. Margaery y Maeve se unieron a un grupito que estaba reunido frente a uno de ellos.

—Espero que tu tía Daenerys te haya dicho que vas a ser mi secretaria —dijo Maeve, cuando entraron en el ascensor con los demás

—Ah, no —respondió Margaery, no sabiendo hasta qué punto tenía que revelar la información que su madre le había prohibido hablar con sus tías—. No he visto a tía Daenerys desde Navidad.

Margaery se encontró de pronto apretujada contra la pared del fondo. Varias brujas y magos la observaban con curiosidad; ella se quedó contemplando el suelo para evitar las miradas de la gente y se alisó el vestido. La reja se cerró con un estruendo y el ascensor empezó a subir poco a poco, con un golpeteo de cadenas, mientras se escuchaba una gélida voz femenina.

—Primera planta, Departamento de Relaciones Muggles, que incluye el Cuartel General del Gabinete Muggle Bretón, el Buzón Muggle para Magos y la Oficina de Diplomacia Muggle.

Se abrieron las puertas del ascensor. Margaery alcanzó a ver un desordenado pasillo en el que había varios carteles torcidos de noticias muggles colgados en las paredes. Las puertas se cerraron de nuevo y el ascensor dio una sacudida, pero siguió subiendo mientras la voz de mujer anunciaba:

—Segunda planta, Departamento de Negociación de Interespecies, que incluye la División de Protección de Bestias, Seres y Espíritus, la Oficina de Coordinación de los Duendes y Elfos y la Agencia Consultiva de Plagas.

Las puertas del ascensor volvieron a abrirse y salieron cuatro o cinco ocupantes; al mismo tiempo, varios aviones de papel entraron volando. Margaery se quedó mirándolos mientras revoloteaban tranquilamente por encima de su cabeza; eran de color rojo claro y llevaban estampado el sello de «Senado de Camelot» en dorado.

—Sólo son memorándum interdepartamentales —le explicó Maeve en voz baja—. Una idea de los británicos.

Siguieron subiendo con el mismo traqueteo metálico, mientras los memorándum revoloteaban alrededor de la lámpara que colgaba del techo del ascensor.

—Tercera planta, Departamento de Relaciones Internacionales, que incluye el Organismo Internacional de Protección Mágica, la Oficina Internacional de Ley Mágica y la Confederación Internacional de Magos, Sede Bretona.

Cuando se abrieron otra vez las puertas, dos memorándum salieron disparados junto con unos cuantos ocupantes más del ascensor, pero entraron otros documentos que se pusieron a volar alrededor de la lámpara, cuya luz empezó a parpadear y a brillar sobre sus cabezas.

—Cuarta planta, Departamento de Derechos Mágicos y Justicia Social, que incluye las Oficinas de Justicia Mágica, el Registro Civil, y la Asociación de Defensa Cultural Bretona.

Siguieron bajando y a Margaery se le formó un nudo en el estómago cuando el ascensor dio otra sacudida.

—Quinta planta, Departamento de Espionaje y Escondida en el Mundo de la Magia, que incluye el Servicio Extranjero de Inteligencia Secreto, la Agencia Central de Inteligencia y el Directorio de Información.

En esa planta salieron todos, excepto Maeve, Margaery y una bruja que iba leyendo un trozo de pergamino larguísimo que llegaba hasta el suelo. El resto de los memorándum siguieron volando alrededor de la lámpara mientras el ascensor subía otra vez; por fin, se abrieron las puertas y la voz anunció:

—Sexta planta, Departamento de Gobierno, que incluye la Cámara del Senado, el Cuartel General de la Escuela Alta y Baja y los Servicios Administrativos de la Corona.

En ese piso se bajó la bruja que leía el pergamino y se subieron dos personas que Margaery conocía muy bien: su tía Daenerys y Colette Knight.

—Hola, Maeve —saludó Daenerys—. Hola, Mary, ¿primer día?

—Sí —contestó Margaery, temiendo ir en contra de las normas de su madre.

—Colette igual —dijo la mujer y señaló a Colette, que le sonrió a su amiga—. ¿Cómo estás? ¿Y tu mamá?

—Bien —respondió Margaery, incomoda—. Está con tía Ay... —comprendiendo que había metido la pata, Margaery se calló—. Con Harry en casa.

Sabía que no podía decir exactamente donde estaba su familia por si alguien la escuchaba pero Margaery sospechaba que tía Daenerys ya sabía donde estaban sus hermanas y su sobrino. En la Mansión Potter, en Bourton-on-the-Water.

—Me alegro —se limitó a responder Daenerys y nadie dijo nada más hasta que habló la voz del ascensor.

—Séptima planta, Residencia de las Delegaciones Provinciales que incluye la Biblioteca del Senado, la Sala de Estar y la Cafetería.

—Es aquí, Margaery —indicó Maeve, y salieron del ascensor a un pasillo con puertas a ambos lados—. Mi despacho está al otro lado de esta planta. 

—Vaya —murmuró Margaery al ver que las ventanas reflejaban un día lluvioso todo lo contrario al cálido día que hacía afuera.

—Esas ventanas están encantadas. El Servicio de Mantenimiento Mágico decide el tiempo que tenemos cada día. La última vez que los de ese servicio andaban detrás de un aumento de sueldo, tuvimos dos meses seguidos de huracanes y me parece que vamos por el mismo camino... —explicó la mujer—. Por aquí, Margaery. ¿Puedo decirte Marg? Nunca me han gustado esos nombres Pendragon tan largos y complejos, sin ofender...

—Sí, claro —dijo Margaery—. Tampoco me gustan mu... ¡Atiza!

Acababan de llegar a un rellano inmenso, Margaery apostaba que era hasta más grande que el edificio entero. Los sillones, almohadones y sillas estaban dispersados por el suelo y albergaban a una cantidad de estudiantes que hablaban, escribían y descansaban que Margaery no los habría podido contar. Habían un par de escaleras para llegar hasta ahí y, cruzando la enorme sala de estar, había que subir un par de escaleras más para entrar en una biblioteca cuyos estantes eran tan altos que desaparecían en lo que parecía ser neblina o nubes. A Margaery le dio la impresión de que los libros soltaban un radiactivo resplandor azul y que, en vez de agua, las nubes tiraban hojas de libros.

Cuando intentó bajar aquellos peldaños y dirigirse, hipnotizada, a las estanterías, Maeve la agarró del antebrazo.

—Déjame mostrarte las habitaciones primero —dijo ella, guiandola por un pasillo.

El pasillo estaba decorado con esmero, había diecinueve puertas a cada lado de las dos paredes. Cada una señalaba a qué provincia pertenecía, no solo porque tenían carteles que indicaban el nombre de las provincias, pero porque mostraban paisajes de cada provincia. Las pinturas enfocaban lo más característico de cada región y sus carteles brillaban tan intensamente como la ciudad que estaba siendo retratada. 

La entrada de Sandquoy presentaba una playa dorada extendiéndose hacia el horizonte, donde las olas acariciaban suavemente la costa, dejando espuma blanca a su paso. En contraste, la puerta de Roscoff mostraba un puerto bullicioso, lleno de coloridos barcos pesqueros que se mecían con la marea, mientras que los pescadores trabajaban con diligencia en sus cubiertas. La puerta de Beddgelert estaba envuelta en un aura de misterio, con un bosque oscuro y espeso que rodeaba un antiguo castillo en ruinas, sus torres parecían tocar el cielo en la distancia. Por otro lado, la entrada de Ealdor irradiaba calidez y hospitalidad, con campos verdes interminables salpicados de granjas y aldeas acogedoras, donde la vida transcurría pacíficamente y la pintura de Quimper la transportaba a un mercado animado, donde los aromas de especias y pan recién horneado se mezclaban con el sonido de la música y el bullicio de la gente, creando un ambiente vibrante y lleno de vida. 

En cambio, la entrada que representaba a Lyonesse destacaba por su dramatismo. En lugar de la típica tranquilidad que caracterizaba a las otras puertas, ésta mostraba el Castillo de Lyonesse, el alguna vez hogar de Margaery, envuelto en un torbellino de caos y destrucción. El viento huracanado azotaba las torres y hacía que las banderas ondearan salvajemente, mientras las ventanas temblaban y las tejas del techo volaban por los aires. Las puertas dobles, que normalmente se abrían majestuosamente, ahora parecían estar luchando contra la furia de la tormenta, como si intentaran resistir el embate de un enemigo invisible. El cielo oscuro se reflejaba en el mar embravecido que rodeaba el palacio, añadiendo un aire de desesperación y desolación a la escena que hizo que a Margaery se le pusieran los pelos de punta.

—¿Por qué...?

—Por la usurpación —respondió Maeve—. Como Lyonesse no coopera los Sabios han decidido que sea mejor que estén incapacitados en el Senado —abrió la puerta que decía "Tintagel", en donde se podía apreciar un paisaje boscoso que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, con densos árboles que se mecían suavemente con la brisa—. Ven, pasa. Ésta es nuestra habitación.

Al entrar, lo primero que Margaery vio fueron las ventanas, amplias y enmarcadas con cortinas de lino blanco, que permitían la entrada de la luz natural y ofrecían una vista panorámica del mar Celta que se extendía hasta el horizonte. El suelo de piedra estaba cubierto por una alfombra tejida a mano con patrones inspirados en las olas del océano y los bosques frondosos.

En una esquina de la habitación, había una chimenea de piedra donde ardía un fuego cálido y acogedor. Los tonos azules y verdes predominaban en la decoración, reflejando los colores del mar y la naturaleza circundante. En el centro de la habitación, una mesa de madera maciza estaba dispuesta con documentos y mapas que mostraban los recursos naturales y las rutas comerciales de Tintagel, que Margaery se lamentó tener que aprender.

—¿Senadora Severn? ¿Es usted? —habló una voz conocida desde el segundo piso de la habitación.

Había una pequeña escalera de madera oscura que llevaba al segundo piso donde, por lo que Margaery consiguió ver, había un pequeño descanso y otras dos puertas.

—¡Sí, Yvonne! ¿Puedes bajar?

La chica, que era la misma que había ido con Andrew al baile de Navidad, bajó las escaleras de dos en dos y se frenó antes de llegar al final.

—¡Cáspita! ¡Sabía que los otros dos no tenían que irse! —exclamó Yvonne, sonriente—. ¿Cómo estás, preciosa? Espero que me recuerdes porque sino sería un gran bochorno.

—Claro, sí. Sí me acuerdo —contestó Margaery.

—Yvonne es embajadora, Marg. Ella va a ser quien te va a guiar en los próximos meses —explicó Maeve.

Margaery sonrió. Yvonne la tomó por la muñeca y la guió escaleras arriba.

—Esa puerta da a la habitación de los chicos —señaló una de las puertas—. Nuestros compañeros son Senadores Menores, Liam y Niall O'Connor. Son hermanos, ambos apuestos pero insufribles. Yo soy la única embajadora tal como tu eres la única delegada. Ven, sígueme —abrió la puerta contraria y le guió a una amplia habitación, que tenía dos camas en el alféizar de cada una de las ventanas—. Esta es nuestra habitación. Modifícala como quieras, no juzgo —rió Yvonne—. En fin, ¿qué más? Quizás algo sobre política... Sí, creo que te gustará escuchar más eso que otra cosa... Veamos, en Tintagel estamos cagados. Pero no te deprimas porque Ealdor está igual.

—Pero, ¿por qué? —preguntó Margaery, recriminándose por no haber leído más sobre Tintagel.

—Porque las demás provincias están seguras de que, como Ealdor y Tintagel son las más viejas, somos representantes de "el ancla que mantiene a Camelot en el pasado" —explicó, haciendo su voz más grave, lo que causó la risa de Margaery—. Por lo que, ambas provincias hemos llegado a un acuerdo legendario, que estoy segura que se llamará "Acuerdo de lo Imposible" o "Acuerdo de lo Antiquísimo", y somos los únicos aliados en el senado de los unos a los otros —Margaery colocó sus valijas en la cama desocupada—. ¡Andrew es delegado de Ealdor!

—Ah, sí. Me lo dijo el año pasado —asintió Margaery.

—Es un tonto pero es muy hábil en el senado. Creo que tu eres la encargada de hablar con él con todo esto del acuerdo de hermandad así que no hagas nada que lo haga enojar —comentó Yvonne—. Pero dudo que se enoje contigo, si está perdidísimo por ti.

A Margaery se le encendieron las mejillas y trató de mirar a otro lado.

—¿Perdidísimo por mi? Y-yo creo que no —tartamudeó.

—Que sí, hazme caso —insistió la chica—. Aunque no te entiendo, teniendo a Colette al lado... No digas que yo dije eso.

—No digo nada —prometió Margaery, riendo.

—Pues, bueno, bienvenida al Senado de Camelot. —Yvonne le dio unas palmadas en la espalda—. En la cafetería suele haber píldoras para el dolor de cabeza. Creeme, —añadió al ver la expresión de Margaery—, me vas a agradecer.

Margaery pensó, sentada en su cama que daba a un reluciente mar azul, que podría soportar un par de dolores de cabeza si podía ver aquella vista al llegar de hacer lo que más amaba.

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