lxv. of monsters and men
lxv. de monstruos y hombres
REGRESA EL-QUE-NO-DEBE-SER-NOMBRADO
El viernes por la noche, Cornelius Fudge, ministro de Magia, corroboró que El-que-no-debe-ser-nombrado ha vuelto a este país y está otra vez en activo, según dijo en una breve declaración.
«Lamento mucho tener que confirmar que el mago que se hace llamar lord..., bueno, ya saben ustedes a quién me refiero, está vivo y anda de nuevo entre nosotros —anunció Fudge, que parecía muy cansado y nervioso en el momento de dirigirse a los periodistas—. También lamentamos informar de la sublevación en masa de los dementores de Azkaban, que han renunciado a seguir trabajando para el Ministerio. Creemos que ahora obedecen órdenes de lord..., de ése. Instamos a la población mágica a permanecer alerta. El Ministerio ya ha empezado a publicar guías de defensa personal y del hogar elemental, que serán distribuidas gratuitamente por todas las viviendas de magos durante el próximo mes.»
La comunidad mágica ha recibido con consternación y alarma la declaración del ministro, pues precisamente el miércoles pasado el Ministerio garantizaba que no había «ni pizca de verdad en los persistentes rumores de que Quien-ustedes-saben esté operando de nuevo entre nosotros».
Los detalles de los sucesos que han provocado el cambio de opinión del Ministerio todavía son confusos, aunque se cree que El-que-no-debe-ser-nombrado y una banda de selectos seguidores (conocidos como «mortífagos») consiguieron entrar en el Ministerio de Magia el jueves por la noche.
De momento, este periódico no ha podido entrevistar a Albus Dumbledore, recientemente rehabilitado en el cargo de director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, miembro restituido de la Confederación Internacional de Magos y, de nuevo, Jefe de Magos del Wizengamot. Durante el año pasado, Dumbledore había insistido en que Quien-ustedes-saben no estaba muerto, como todos creían y esperaban, sino que estaba reclutando seguidores para intentar tomar el poder una vez más. Mientras tanto, «El niño que sobrevivió»...
—Eh, Harry, aquí estás; ya sabía yo que hablarían de ti —comentó Hermione mirando a su amigo por encima del borde de la hoja de periódico.
Estaban en la enfermería. Harry y Catherine se habían sentado a los pies de la cama de Ron y ambos escuchaban a Hermione, que leía la primera plana de El Profeta Dominical. Ginny, a quien la señora Pomfrey había curado el tobillo en un periquete, estaba acurrucada en un extremo de la cama de Hermione; Victoria, cuya nariz también había recuperado su tamaño y forma normales, estaba sentada en una silla entre las dos camas; Luna, que había ido a visitar a sus amigos, tenía la última edición de El Quisquilloso en las manos y leía la revista del revés sin escuchar, aparentemente, ni una sola palabra de lo que decía Hermione; Colette, que tenía la mano enyesada, estaba durmiendo y Angelica y Margaery estaban a un lado de la cama de Electra.
—Sí, pero ahora vuelven a llamarlo «El niño que sobrevivió» —observó Catherine—. Ya no es un iluso fanfarrón, ¿eh?
—Sí, ahora hablan muy bien de ti, Harry —confirmó Hermione mientras leía rápidamente el artículo—. «La solitaria voz de la verdad... considerado desequilibrado, aunque nunca titubeó al relatar su versión... obligado a soportar el ridículo y las calumnias...» Hummm —dijo frunciendo el entrecejo—, veo que no mencionan el hecho de que eran ellos mismos, los de El Profeta, los que te ridiculizaban y te calumniaban... «El último intento de Quien-ustedes-saben de hacerse con el poder, páginas dos a cuatro; El discurso y las declaraciones de S.M., la reina Victoria, página cinco a seis; Por qué nadie hizo caso a Albus Dumbledore, páginas siete a nueve; Entrevista en exclusiva con Harry Potter, página diez...» ¡Vaya! —exclamó Hermione, y dobló el periódico y lo dejó a un lado—. Sin duda les ha dado para escribir mucho. Pero esa entrevista con Harry no es una exclusiva, es la que salió en El Quisquilloso hace meses...
—Mi padre se la vendió —dijo Luna con vaguedad mientras pasaba una página de El Quisquilloso—. Y le pagaron muy bien, así que este verano organizaremos una expedición a Suecia para ver si podemos cazar un snorkack de cuernos arrugados.
Victoria le arrancó a Hermione el periódico y lo abrió en la página cinco, leyendo lo que ella había dicho horas antes.
—Qué bien, ¿no? —Catherine miró con disimulo a Harry y apartó rápidamente la vista sonriendo—. Bueno —dijo Hermione incorporándose un poco y haciendo una mueca de dolor—, ¿cómo va todo por el colegio?
—Flitwick ha limpiado el pantano de Fred y George —contó Ginny—. Tardó unos tres segundos. Pero ha dejado un trocito debajo de la ventana y lo ha acordonado.
—¿Por qué? —preguntó Hermione, sorprendida.
—Dice que fue una gran exhibición de magia —comentó Ginny encogiéndose de hombros.
—Yo creo que lo ha dejado como un monumento a Fred y George —intervino Ron con la boca llena de chocolate—. Mis hermanos me han enviado todo esto —le dijo a Harry, y señaló la montaña de ranas que tenía a su lado—. Les debe de ir muy bien con la tienda de artículos de broma, ¿no?
Hermione lo miró con gesto de desaprobación y Electra preguntó:
—¿Y ya se han acabado los problemas desde que ha vuelto Dumbledore?
—Sí —contestó Neville—, todo ha vuelto a la normalidad.
—Supongo que Filch estará contento, ¿no? —dijo Ron, y apoyó contra su jarra de agua un cromo de rana de chocolate en el que aparecía Dumbledore.
—¡Qué va! —exclamó Catherine—. Se siente muy desgraciado. —Bajó la voz y añadió en un susurro—: No para de decir que la profesora Umbridge era lo mejor que jamás le había pasado a Hogwarts...
Los ocho giraron la cabeza. La profesora Umbridge estaba acostada en otra cama un poco más allá, contemplando el techo. Dumbledore había entrado solo en el bosque para rescatarla de los centauros, pero nadie sabía cómo había logrado salir de la espesura sin un solo arañazo y con Dolores Umbridge apoyada en él; y, por supuesto, la profesora Umbridge no era quien desvelaría aquel misterio. Desde su regreso al castillo, no había pronunciado ni una sola palabra, que ellos supieran. Nadie sabía a ciencia cierta qué le pasaba. Llevaba el pelo, por lo general muy bien peinado, completamente revuelto, y aún tenía enredados en él trocitos de ramas y hojas, pero por lo demás parecía ilesa.
—La señora Pomfrey dice que sólo sufre una conmoción —susurró Hermione.
—Yo diría que está enfurruñada —opinó Ginny.
—Sí, porque da señales de vida cuando haces esto —dijo Margaery, e hizo un débil ruidito de cascos de caballo con la lengua. Inmediatamente, la profesora Umbridge se incorporó de un brinco y miró, asustada, a su alrededor.
—¿Ocurre algo, profesora? —le preguntó la señora Pomfrey asomando la cabeza por detrás de la puerta de su despacho.
—No, no... —contestó Dolores Umbridge, y volvió a apoyarse en las almohadas—. No, debía de estar soñando...
—Vieja asquerosa... —murmuró Electra.
Electra hizo una leve mueca de dolor y se llevó una mano a las costillas. La maldición que le había echado Dolohov, pese a ser menos efectiva de lo que lo habría sido si hubiera podido pronunciar el conjuro en voz alta, había causado «un daño considerable», según las palabras textuales de la señora Pomfrey. Electra, que tenía que tomar diez tipos de pociones diferentes cada día, había mejorado mucho, pero ya estaba harta de la enfermería.
—Oye, Mary... —susurró cuando Angelica se alejó a ver a Colette—. Quiero que sepas que no te considero indecente o polémica o escandalosa...
—Lo s...
—No, déjame terminar —la cortó Electra—. Fui una tonta al pensar que podía reemplazarte o simplemente estar con alguien más que no fueras tu. Digo, Theo y Tori son increíbles pero no se te acercan. Has sido la mejor persona que he conocido y la mejor amiga que podría haber pedido —Electra pausó para respirar—. Y, si no me quieres perdonar, yo lo enti...
Margaery la frenó, abrazándola.
—Está bien, Le... Entiendo
Margaery, de alguna forma, se sentía completa de nuevo. Electra y ella habían sido mejores amigas por cinco años y, de todos ellos, el peor había sido este, el único que no había pasado con ella.
Ahora que tenía a Electra de nuevo, solo le faltaba una de sus amigas.
Margaery lo había meditado cuando había llegado a la enfermería. Había sido una estupidez darle esa información a su hermana, sobre todo porque Alyssane había demostrado ser sumamente cruel con ella. Su manipulación había llegado al punto de escribirle una carta a la profesora Umbridge para que se oponga a lo que Margaery siempre había querido: ser senadora. Mientras más lo pensaba, más creía que ese podría ser el peor error de su vida. Se sentía sumamente culpable, sobretodo porque aquella información había contribuido a que Alessia no pudiera escapar de aquel tormento, pero se tranquilizaba con que la ilegitimidad de los hijos de Alessia se iba a saber de una forma u otra y que esto había contribuido a la mayor derrota del usurpador en contra de su hermana (aunque Margaery creía que era la voz de Morgana que se lo decía).
Angelica no lo sabía, y Margaery no planeaba decírselo, tampoco Electra, aunque Margaery pensaba en confesarselo más adelante porque sabía que su amiga la entendería, y confiaba plenamente en que Andrew no le diría nada a nadie.
Pero había algo que la inquietaba. Había comprendido que aquellas esferas azules eran profecías y que ese sector parecía estar repleto de las profecías Pendragon por lo que era lógico que el nombre de alguno de sus familiares (incluidos su madre y tíos) estuvieran ahí. Lo que no podía entender era porque su nombre estaba ahí. Y lo que tampoco podía entender era porque ella tenía dos profecías a su nombre y que una de ellas estuviera compartida con Alessia, Rhaella y, al menos, dos personas más. Había un signo de interrogación, lo que calmaba un poco a Margaery, porque quizás hubiera una posibilidad de que los nombres solo fueran una teoría y que no fueran las reales protagonistas de la profecía.
La profesora Umbridge se marchó de Hogwarts el día antes de que terminara el curso. Por lo visto, salió con todo sigilo de la enfermería a la hora de comer con la esperanza de que nadie la viera partir, pero, desafortunadamente para ella, se encontró a Peeves por el camino; el fantasma aprovechó su última oportunidad de poner en práctica las instrucciones de Fred, y la persiguió riendo cuando salió del castillo, golpeándola con un bastón y con un calcetín lleno de tizas. Muchos estudiantes salieron al vestíbulo para verla correr por el camino, y los jefes de las casas no pusieron mucho empeño en contenerlos. De hecho, la profesora McGonagall se sentó en su butaca en la sala de profesores tras unas pocas y débiles protestas, y la oyeron lamentarse de no poder correr ella misma detrás de la profesora Umbridge para abuchearla porque Peeves le había cogido el bastón.
—Nunca me habría imaginado que me daría tanta felicidad ver a un trapo rosa correr de un poltergeist —comentó Electra, cuando entraban al Gran Comedor.
Ese día a Margaery le llegó una carta que la hizo sonreír por primera vez en mucho tiempo.
Querida Margaery;
Me temo que ahora vas a tener que leerme más a menudo.
He descubierto una forma de escribir cartas que solo pueda leer el destinatario. Las probé con Margaret, la hermana pequeña de Angelica, y funcionan a la perfección. No me preguntes como lo hice porque no lo sé pero, al menos, podremos comunicarnos libremente sin que nuestras cartas sean interceptadas. Verás, si tu único trabajo es darle herederos a un hombre que no te quiere ni ver tienes mucho tiempo libre. Deseo que nunca te pase.
Espero que hayas escuchado sobre mis dos niños. Sé que estás en la escuela (¡Lo que daría por poder estar ahí!) y también sé que no te gusta leer el periódico (es totalmente comprensible; son abrumadores), así que entiendo si no has tenido la oportunidad. Se llaman Luke y Leia. Luke Edward Alexander y Leia Margaery Alessia. Aunque en realidad mi hermano los ha nombrado al público como Luke Alexander y Leia Yvette.
Debo admitir que estaba nerviosa y aterrorizada pero ahora, dado que lo que más me asustaba era el parto, estoy lo más feliz que puedo estar en estos días. Mis dos niños son como si alguien hubiera prendido una luz que iluminara todo mi camino. Lo que me preocupa ahora es como la gente puede tomar los segundos nombres (no he sido muy discreta como puedes ver). Aunque, si nadie se entera, supongo que no serán un gran problema.
De hecho, te escribo esta carta para pedirte un favor. Somos una casa (aunque dado los errores de mi familia cercana no lo parezca) y antes de eso (y espero que aún) éramos amigas. Si tengo que contar con alguien que puede ayudarme en esto eres tu. Le diría a Angelica, pero me temo que no sería capaz de ayudarme como tu podrías. Quería pedirte que seas la madrina de mis hijos. Sé que es un gran riesgo para ti aceptarlo, soy consciente de aquello y no te lo pediría si no fuera estrictamente necesario. Pero tengo la sensación de que algo malo me va a ocurrir y tu eres la única a la que le confiaría mis hijos.
Ayúdame, Margaery, eres mi última esperanza
Alessia
—¿Y qué piensas hacer? —le preguntó Andrew, dejando la carta a un lado.
Margaery había reunido a los tres Knight, considerando que debían de saberlo. Aunque, en realidad, Margaery solo planeaba decírselo a Edward y Andrew y era Colette la que había insistido en escuchar también.
—Pues ayudarla, claro —respondió Margaery, como si fuera una obviedad.
Colette y Andrew la miraron, no muy convencidos. Estaba claro que ninguno de los dos tenía una opinión parecida a la de su amiga, que parecía reacia a cambiar su parecer. Alessia le había re-confirmado que Edward era el padre, lo que hacía que Andrew y Colette fueran los tíos de aquellos dos niños cosa que exasperaba más a Margaery ante la visión que éstos tenían de no apoyar a Alessia.
—Yo creo que... —comenzó Colette y Margaery pudo leer en su mente un disimulado "esperar" seguido de "no sería una locura".
—¿Qué quieres que haga, Colette? —espetó Margaery, con una pizca de enojo—. No los puedo dejar morir.
—Nadie dice que los dejes morir pero Alessia puede estar... sobre pensando —sugirió Colette
—Yo diría más bien exagerando —murmuró Andrew.
—¿Perdón? —habló Edward, mirando a su hermano con el ceño fruncido.
—Solo decía que...
—A ver, Alessia y yo somos primas —los cortó Margaery—. Esos niños son mis primos segundos y... bueno, ya saben su parentesco con ustedes...
—No me lo recuerdes —masculló Andrew.
A esa reprimenda le siguió lo que siempre pasaba cuando hablaban de aquel tema: Edward rodaba los ojos con molestia, a Colette se le cortaba la respiración, Margaery se quedaba viendo al trío incomoda y el silencio rondaba por un par de minutos hasta que uno decidía hablar de nuevo.
—No podría perdonármelo si no lo hiciera —concluyó la azabache—. Y además, los sacaría a ustedes de un buen apuro.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Colette, confundida.
—Que, si la madre muere —Margaery notó como a ella y a Edward les subía un escalofrío por la espalda— y el padre no, quien queda a cargo de los niños...
—Sería yo —terminó Edward, con la mirada perdida.
—Sí... Y bueno, como este caso es...
—Ilegal. Ilegítimo. Ilícito —murmuró Andrew—. Indigno. Infame. Indebido
—Iba a decir delicado... —Margaery miró al chico con reproche y éste se limitó a mirarla de vuelta sin una pizca de culpa—. El caso es que tu no podrías, Edward. A no ser, claro, que los usurpadores se rindan y mi hermana deje vivos a esos niños y que puedan reconocer que esos niños no son de Alexander, sino... bueno, ya saben —Margaery se frenó ante la mirada de Andrew.
—No va a pasar —volvió a murmurar el chico. Margaery lo pisó levemente—. Ay...
—¿Puedes llegar al punto, Marg? —dijo Colette, que empezaba a exasperarse de las interrupciones de su hermano
—El punto es que yo sería su única tutora legal y eso les ayuda porque no tendrían que hacerse cargo de ellos siendo sus familiares vivos más cercanos —terminó Margaery—. El mayor problema que veo es... si la reina nos atrapa siendo cómplices... no hay mucha posibilidad de que alguno salga vivo.
—Genial —suspiró Colette.
—Ah, no —negó Andrew—. Otra razón por la que no deberías aceptar. Fue Edward el que la cagó pero nosotros también caemos con él. No me parece justo.
—¡Andrew! —exclamó Colette, escandalizada.
—Andrew... no tiene nada que ver contigo —dijo Margaery—. Quizás Alyssane nunca sepa nada de Edward y Alessia y me mate a mi por...
—¡Margaery!
—No me van a hacer cambiar de opinión —sentenció Margaery—. Yo voy a criar a esos niñ...
—Te estás poniendo en riesgo por el idiota de mi hermano y por tu prima no reconocida, Margaery —la cortó Andrew—. No tienes la responsabilidad...
—¡Sí la tengo! —contestó ella—. ¡Sí la tengo porque ella me pidió ayuda y yo se la voy a dar!
—¿Podemos dejar de hablar de Alessia como si estuviera muerta? —preguntó Edward, de pronto—. Gracias. Y gracias, Margaery, pero concuerdo con Andrew. No deberías hacerlo porque yo...
—Con todo respeto, pero no lo hago por ti —lo interrumpió Margaery—. No lo hago por ninguno de ustedes. Lo hago por mi prima. Lo hago por Alessia.
Al día siguiente, el viaje de vuelta a casa en el expreso de Hogwarts estuvo lleno de incidentes de todo tipo. En primer lugar, Malfoy, Crabbe y Goyle, que llevaban toda aquella semana esperando la oportunidad de atacar sin que los viera ningún profesor, intentaron tenderle una emboscada a Harry en el pasillo cuando regresaba del lavabo. El ataque habría podido tener éxito de no ser porque, sin darse cuenta, decidieron realizarlo justo delante de un compartimento repleto de miembros del ED, que vieron lo que estaba pasando a través del cristal y se levantaron a la vez para correr en ayuda de Harry. Cuando Margaery, Ernie Macmillan, Hannah Abbott, Susan Bones, Electra y Angelica terminaron de hacer una amplia variedad de embrujos y maleficios que Harry les había enseñado, Malfoy, Crabbe y Goyle quedaron convertidos en tres gigantescas babosas apretujadas en el uniforme de Hogwarts, y Harry y Ernie los subieron a la rejilla portaequipajes y los dejaron allí colgados.
—Os aseguro que estoy impaciente por ver la cara de la madre de Malfoy cuando su hijo se baje del tren —comentó Ernie con cierta satisfacción mientras observaba a Malfoy, que se retorcía en la rejilla.
—En cambio, la madre de Goyle se llevará una gran alegría —terció Catherine, que había ido a investigar el origen del alboroto—. Ahora está mucho más guapo... Oye, Harry, el carrito de la comida acaba de parar en nuestro compartimento. Si quieres algo...
Pero el mayor incidente no ocurrió cuando estaban en el tren, sino fuera. Allí estaban el señor y la señora Weasley, ataviados con sus mejores galas muggles, y Fred y George, que lucían sendas chaquetas nuevas de una tela verde con escamas muy llamativa. Y la que más relucía de todos; su madre, que ese día tenía la expresión muy seria y tenía pinta de no gustarle estar rodeada de gente. Tenía el cabello trenzado hacia arriba de forma que se le formaba una rosa en el centro de la cabeza y el resto de su cabello platinado caía por su espalda, cubierta por una capa de viaje con peluche en los hombros. Pero lo que más le sorprendió a Margaery fue no ver a ninguna de sus dos tías; ni a su tocaya, ni a su tía Daenerys.
—¡Ron, Ginny! —gritó la señora Weasley mientras corría a abrazar a sus hijos.
Aemma no los fue a abrazar corriendo pero sí esperó a Harry y Margaery con los brazos abiertos y cuando hubieron llegado con ella, los tres se fundieron en un abrazo y Aemma les besó la cabeza.
Por encima del hombro de su madre, Margaery vio que Ron miraba con los ojos como platos la ropa nueva de los gemelos y que Catherine se abrazaba con un chico pelirrojo que quizás fuera otro Weasley.
—¿Qué es eso? —preguntó Ron señalando las llamativas chaquetas de sus hermanos
—Piel de dragón de la mejor calidad, hermanito —respondió Fred, y tiró un poco de su cremallera—. El negocio funciona de maravilla, y nos pareció que nos merecíamos un premio.
—Son falsas —susurró Aemma a los mellizos, que sonrieron.
—Ma, ¿dónde están la tía Margaery y Daenerys? —preguntó Harry, escudriñando la multitud.
—No lo sé —respondió su madre, con el ceño fruncido—. Y mejor que se queden lejos.
Margaery miró a Harry y éste se limitó a encogerse de hombros. ¿Se habría peleado su madre con sus tan adoradas hermanas? A Margaery le costaba creérselo.
—Ah, mamá —dijo Harry.
—¿Sí, cielo?
—Quería presentarte a alguien —dijo Harry, nervioso—. O sea, presentar a alguien no porque ya la conoces pero quería presentártela formalmente. Aunque no sé si formalmente es la palabra correcta porque... —Harry se frenó al ver las miradas confundidas de su madre y su hermana. Con un suspiro, llamó a Catherine y le agarró la mano—. En realidad, era para decirles que Cath y yo... Estamos saliendo. Ya está, ya lo dije.
Margaery y el chico pelirrojo soltaron ruidos de sorpresa, aunque se podrían haber confundido con carcajadas.
—Bueno, felicidades —sonrió Aemma—. Ya se estaban demorando.
—¿Cómo?
—No disimulas mucho, Harry —dijo su madre, sin borrar su sonrisa—. Y Catherine, querida, si quieres venir a casa durante las vacaciones solo tienes que decirnos y con gusto te recibimos.
—Ah, sí... Claro, muchas gracias, señora Potter, digo Su Alteza —contestó Catherine—. Ah, por cierto, este es Henry, mi hermano menor. Le decimos Harry, pero se pueden confundir así que...
—Un placer —el chico les estrechó la mano y Margaery hizo una corta inclinación—. Cathy, hay que irnos o nos van a dejar ciegos.
—Ah, sí —asintió la chica—. Un placer verla de nuevo, Alteza.
Catherine se despidió de todos, especialmente de Harry, y se marchó con su mellizo.
—Siempre lo mismo... El mapa, la escoba, los lentes, la capa y ahora la chica rubia —murmuró su madre, negando con la cabeza y sonriendo—. Y bien, ¿dónde están los chicos Knight?
—Ah, eh... Creo que buscando a Liz —respondió Margaery pero no le hizo falta buscar dado que los cinco Knight aparecían por la barrera en ese instante
—Se tendrán que venir con nosotros, chicos —dijo Aemma, cuando los Knight llegaron a su lado.
—¿Y nuestro padre? —preguntó Edward.
—Está ocupado y no pudo venir, Edward.
—Que raro... —masculló Colette.
—Alicent —la regañó Andrew.
—¿Qué? —se defendió ella—. ¿Y dónde está Pauli? —preguntó Colette, al cabo de un rato.
—Con mi hermana —respondió Aemma, mientras andaban hacia la soleada calle.
—Pero, mamá —la cortó Margaery—. Dijiste que no sabías donde estaban las tías Daenerys o Margaery.
—Yo no mencioné a Daenerys o Margaery en ningún momento —replicó Aemma.
—¿Entonces vamos a Camelot? —preguntó Harry, luego de que su madre hubiera hecho llamar al Autobús Noctámbulo.
—Tampoco dije nada sobre Camelot.
—¿Y a dónde vamos?
—A casa.
AUTHOR'S NOTE:
AL FIIIIIIIIIIINNNNNN
la vrd es q la orden del fénix es de los libros de hp q menos me gusta para hacer los ff asq sí la pasé bien feo escribiendo este acto (y según lo que tengo planeado es el más largo)
pero bueno, aun así estoy shookeada que ya hayamos llegado al fin del TERCER acto y también quería agradecerles que ya hayamos llegado a 100 estrellitas, gracias infinitassss
aun estoy en duda si publicar un extra o si dejarlo para el final del libro, pero lo más probable es que vuelva a actualizar para subir el apartado del acto 4. hasta entoncesssss
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