lxix. fate of the kingdoms
lxix. destino de los reinos
A Margaery le costaba reconocerse en el espejo.
No podía decir que aquel cambio le desagradaba porque sería mentir. Sentía que estaba más pálida que de costumbre y que sus ojos eran más brillantes aún así, lo único que había cambiado era aquel color rubio aunque Margaery había comenzado a descuidar su cabello y por eso habían comenzado a formarse pequeños rulos.
—A mi me gustan —dijo Andrew. Margaery lo había básicamente obligado a cepillarle el cabello.
—A mi no —se quejó la chica.
—Son adorables —repuso Andrew.
—Ese es el punto —dijo Margaery—. Además, son difíciles de peinar.
—No me lo digas.
Margaery se dió la vuelta, mirándolo con el ceño fruncido.
—Era un broma —se excusó Andrew, dándola vuelta rápidamente—. Además si quieres cambiar tu cabello porque crees que te vuelve adorable entonces tienes que cambiar otras cosas. No... te des... vuelta. Te voy a enredar.
—Yo no soy adorable —replicó Margaery, mirándolo por el espejo.
Él le dirigió una mirada divertida.
—Lo eres. Más cuando éstas enojada —respondió el chico.
—No.
—Sí.
—No.
—Sí.
—Ayuda, creo que alguien me va a matar.
—No es momento, Arthur.
—No ahora, Morgana.
Silencio.
—¿Qué cosa?
Los dos se dieron la vuelta, sincronizados, para ver como Morgana y Arthur estaban enzarzados en una especie de lucha grecorromana. Andrew escondió a Margaery detrás de él y le tiró el cepillo a Arthur que dejó ir a su media-hermana para protegerse la cabeza con las manos, aunque el cepillo le atravesó estas y la cabeza.
—Es inútil —negó Morgana.
—Ah, cierto que puedo hacer eso —murmuró Arthur—. Bueno, en fin, soy Arthur I, rey de Camelot; de las Cuatro Tierras, Soberano de la Isla Sagrada, Protector del Reino, Guardián del Grial, Líder de la Mesa Redonda, Portador de La Espada, El monarca ideal tanto en la guerra como en la paz, el Justo, Portador del Escudo de la Virtud, El Guerrero del Destino, El Guerrero del Resplandor.
—Te faltó "Padre de la Dinastía Pendragon y Redentor de los Caídos" —recordó Margaery.
—Pero mis amigos me dicen Arthur —terminó, dándole una mala mirada a Margaery.
—¿Tienes amigos? —preguntó Morgana, maliciosamente.
—Eso dolió.
—¿Qué...? —murmuró Andrew, mirando a Morgana, a Margaery y a Arthur atónito.
—Es mi hermano el adoptado —explicó Morgana.
—Ah, ¿perdón? Yo recuerdo que tu eras la adoptada —se defendió Arthur.
Un momento de silencio donde los hermanos Pendragon se miraron.
—Mary es la adoptada —dijeron ambos al unísono.
—Yo no soy adoptada. Fuí hecha por los dioses —dijo otra voz—. Ah, ¡hola Andy! Haz crecido mucho, tu madre te manda saludos. Y... ¿desde cuando eres rubia, Margaery?
—¡Hola, Mary!
Si no hubiese sido porque Andrew la agarraba del brazo, Margaery se hubiera caído al suelo. La chica que estaba frente a ellos no debía tener más de unos quince años, el pelo rubio le caía en ondas a los costados de la cara y los ojos azules le brillaban con alegría.
—Arthur, ¿qué le hiciste a la pobre? —recriminó la tal Mary.
—¡Eso mismo digo yo! —vociferó Morgana.
—¡Yo no hice nada! —Arthur levantó las manos en señal de inocencia.
De pronto, Margaery recordó la decepción, que se había transformado en disgusto, que había sentido de Morgana. Le había ocultado que su madre había estado viva todo el tiempo y no que había revivido porque lord Voldemort había vuelto. Sí, había ayudado a que Margaery volviera de la muerte pero eso estaba al último de su mente.
—Te recuerdo que yo la encontré primero —decía Morgana—. Por lo tanto es mía.
—Si ella decide que no, entonces no lo eres —reiteró Arthur—. Ella es mi elegida. La profeticé hace muchos años, que tu hayas tergiversado eso y que ahora todo el mundo crea que su hermana es la Y Mab Darogan es otro tema.
Margaery cerró los ojos fuertemente cuando escuchó un pitido tan fuerte que parecía reventarle los tímpanos. No escuchó nada más que eso, pero sintió como si una explosión la tirara unos lugares hacia atrás y luego de eso parecía haberse quedado ciega porque una luz blanca le traspasó los párpados cerrados.
Cuando había muerto, o cuando había estado a punto de cruzar el velo, había aparecido en... A Margaery le costaba recordarlo. Había sido un bosque... Un bosque que se le comenzaba a ser familiar... Que había visto antes, ¿o era después? Quizás no lo había visto nunca o quizás lo había imaginado.
—Creo que, y te aseguro que nunca me equivoco —dijo la voz de un hombre, que por más cercana que estuviera parecía remota, como si estuviera ahogada—, que fuiste advertida sobre no crear problemas.
Margaery estaba demasiado aturdida como para contestar. El pitido en sus oídos había desaparecido pero Margaery tenía la sensación de que todavía tenía algo martillándole la cabeza y podía jurar sentir algo como coros, gente cantando en algún idioma que no lograba comprender.
Abiertamente andan diciendo,... por medio de Arthur, la recuperarán...
Intentó buscar la mano de Andrew pero solo encontró un vacío frío.
—Ustedes los Pendragon siempre han sido iguales —continuó aquella voz—. Le dije a Arthur que continuar su legado sería algo malo, le dije sobre la destrucción que traerían los dragones. Le advertí a Morgana sobre cada uno de sus aprendices, le advertí sobre Morgause. Supe sobre como Alyssane sentaría un precedente nocivo, supe sobre Arthur III y como sus niños serían el sendero a la destrucción, supe que era lo que iba a provocar el mero hecho de que Arthur IX desheredara a su díada. Les he advertido a todos y cada uno de ustedes sobre todo en sus vidas y adivina qué, tenía razón en cada una de ellas.
Margaery temía haber muerto de nuevo pero la consoló darse que, al abrir los ojos, estaba en la misma habitación solo que no había nadie más. Cuando logró abrir los ojos deseó no haberlo hecho. La habitación estaba en tonos grisáceos y azules y toda aquella iluminación cálida parecía haberse esfumado, algunos escalofríos le recorrieron la espalda cuando sintió unos ojos azules posarse en ella. Los mismos ojos azules que había visto cuando fue a Broceliande con Andrew. Ante el pensamiento del chico, su corazón hizo algo parecido a estrujarse y tanteó, algo desesperada, su mano una vez más.
Que al final lo tendrán todo...
—Merlín... —murmuró Margaery.
—Eres más sabia de lo que creí —dijo el hombre, aunque Margaery notó un ápice de sarcasmo—. Ven aquí. Arrodillate.
El cuerpo de Margaery funcionó como si estuviese tirado por cuerdas. En cuestión de segundos estaba arrodillada frente al mago más poderoso de todos los tiempos. Algo parecido a aquella furia incontrolable que había sentido durante su quinto año, y que aún no se había extinguido completamente, brotó dentro de Margaery.
—¿Cómo se atreve? —dijo, sacando valor de no sabía donde—. Yo soy una princesa bretona, descendiente del Rex quondam, Rexque futurus y no me arrodillo ante nadie más que mi reina.
El mago la miró, pero Margaery no pudo descubrir si era con sorpresa o malhumor.
—Silencio —siseó—. Te estás preguntando por qué he decidido aparecer ahora, ¿no? —preguntó, sonriendo con suficiencia. Margaery no asintió, pero tampoco habló—. Una advertencia, niña. Debes ser muy cuidadosa. No sabes en lo que te has metido y te aseguro que nadie, ni siquiera la preciada Portadora puede servir a dos maestros.
—Yo solo sirvo a mi reina —repitió Margaery, aunque no sabía de dónde salía aquel argumento.
—Deja el juego, niña —dijo Merlín—. Ambos sabemos que, últimamente, tu hermana es la última persona en la que residen tus lealtades —Margaery desvió la mirada del anciano cuando la chimenea se encendió—. El amor hace a la gente estupida —comentó Merlín de pronto—. Te abraza, te protege y cuando menos te lo esperas te vuelve débil y, aun así, por más opuestos que parezcan, el odio hace lo mismo. Son las cosas que más amamos las que nos destruyen y las que odiamos las que nos ciegan —dijo, con su mirada pegada a la joven, que parecía hipnotizada por el fuego—. Tu hermana está cegada por odio y tu te estás destruyendo por amor. Abre tus ojos porque, cuando menos lo parezca, van a estar luchando en contra de ellos mismos y solo tu serás digna de aquella silla de espadas.
—Yo no la quiero. Mi hermana es la legítima reina —dijo Margaery, levantando su rodilla para enderezarse—. Y es incómoda.
Recordaba una vez que su tío, en probablemente su único acto de amor hacia ella, la había hecho sentarse en el Trono de Arthur. No debía de tener más de cinco años, los pies no llegaban ni a la mitad del asiento y sus manos se aferraban tan fuertemente a una de las espadas, por el vértigo que la altura del trono le provocaba, que pensó que la iban a cortar pero no fue así. "Curioso", había dicho Maegor y luego le había mostrado las cicatrices en sus manos. "Es raro que no corte". Margaery había respondido con "pensé que le cortaba a todas las mujeres. A la reina Arya la cortó". Y Maegor había dicho unas palabras que se le había quedado guardadas en su mente "Disparates. Es una silla hecha de espadas de acero. Arya la había querido toda su vida y sacrificó a sus dos hijos por ello. Probablemente agarró la maldita cosa con demasiada fuerza."
—Creeme que te arrepentirás de no ser tú quien tiene la Corona de la Unión en tu cabeza —dijo Merlín—. Los que son dignos siempre terminan perdidos.
Margaery no supo en qué momento aquella imagen había desaparecido y volvía a estar en la habitación cálida y colorida que había dejado segundos atrás. Tenía la mano de Andrew alrededor de la suya, Morgana y Arthur seguían discutiendo y Mary miraba a los dos, negando con la cabeza. Ninguno parecía darse cuenta de que se había ido y su novio solo la miró cuando ella se movió unos centímetros y le apretó la mano.
—¿Qué pasó? —preguntó—. Estás pálida...
Margaery iba a responderle cuando su pregunta se le repitió en la cabeza como campanas. ¿Cómo sabía él que algo en lo absoluto había pasado? Se suponía que Andrew solo podía ver a Morgana... Le soltó la mano de pronto, dado que había comenzado a sentir el mismo vacío que había sentido momentos antes.
—¿Cómo sabes que algo pasó? —le preguntó Margaery, con desconfianza. Una parte de su cerebro le decía que estaba exagerando y que el chico solo quería saber si estaba bien, pero otra le decía que él sabía algo que ella no.
Andrew se puso pálido, pero antes de que pudiera responder alguien tocó la puerta. Las voces de Morgana y Arthur se silenciaron y Mary le tomó las manos a ambos, haciéndolos desaparecer
—Adelante —dijo Margaery, separándose aun más de Andrew a quien pudo escuchar farfullar algo.
Una de los asistentes de la Senadora Severn entró a la habitación.
—Alteza, la Reina desea verla —dijo y a Margaery no se le pasó por alto el titulo que usó con ella.
—¿Para? —preguntó Margaery, con una ceja alzada.
—No sabría decirle, Princesa —respondió el hombre.
—Bien —murmuró Margaery y se dió vuelta hacia Andrew, dándole la espalda a aquel hombre—. Adiós.
—Adiós —dijo él. Margaery se dispuso a irse, sin más gestos, pero Andrew la agarró con el antebrazo—. Mary... Ten cuidado.
—Es mi hermana —respondió Margaery, en un tono quizás demasiado frío. ¿Qué la hacía actuar así con él? No tenía idea, pero no le gustaba nada—. No me va a hacer nada.
—No me preocupo por la reina, amor —Andrew la miró, como si la tratara de advertir.
—Y yo procuraré de no hacer nada muy... yo —dijo Margaery. Antes de irse le depositó un beso en la mejilla y se retiró.
Caminó en silencio con aquel guardia hasta una de las oficinas principales, más concretamente a la Presidencia, la oficina del Presidente del Senado. Margaery nunca había visitado ninguna de las oficinas centrales, pero estaba segura de que su entrada estaba prohibida a todo estudiante.
—Su Majestad la espera dentro, Alteza —señaló el guardia y Margaery asintió, empujando la puerta para entrar.
Dentro de la gran sala redonda, adornada con grandes y cómodos sillones rojos sangre y estanterías grandes y repletas de libros, estaba solo su hermana, mirando por la ventana el gentío de estudiantes que salían de sus clases y se dirigían al patio.
—¡Ah, Margaery! —exclamó Alyssane, dándose la vuelta—. ¿Cómo estás?
Margaery se reverenció ante su hermana y pudo sentir su mirada en su cuerpo, más específicamente en su ropa. Margaery se dió cuenta del color de su remera: azul oscuro. El mismo color que los usurpadores estaban utilizando para diferenciarse de las tropas de la legítima reina. Una mezcla bárbara entre el verde de los Valois-Orleans, el azul de los Britannia y el rojo de los Pendragon. "Estúpida", pensó Margaery.
—Hermana —decidió responder Margaery con una pequeña sonrisa—, ¿querías verme?
—Sí, —sonrió Alyssane— quería hablar contigo de algo.
A Margaery se le encogió el estómago. Había tantas cosas que le había ocultado a su hermana que ella podía haber descubierto y Margaery no sabía si podía crear una mentira lo suficientemente rápido como para protegerse. Desde la paternidad de los hijos de Alessia, hasta que ella misma había aceptado ser la madrina de Leia y Luke.
—Ah... ¿si? —preguntó Margaery un poco nerviosa, tanteando una de las sillas—. ¿Sobre que?
—No hace falta sentarse, no nos vamos a quedar aquí —dijo su hermana, confundiendola—. Todavía no has aprobado el examen de Aparición,¿verdad? —preguntó.
—No. Creía que para presentarse a ese examen había que tener diecisiete años.
—Así es. Bueno, tendrás que ir conmigo. Ven aquí —Margaery, aun confundida, se agarró al antebrazo que le ofrecía—. Muy bien. Allá vamos.
Notó que el brazo de la platinada se alejaba de ella y se aferró con más fuerza. De pronto todo se volvió negro, y empezó a percibir una fuerte presión procedente de todas direcciones; no podía respirar, como si unas bandas de hierro le ciñeran el pecho; sus globos oculares empujaban hacia el interior del cráneo; los tímpanos se le hundían más y más en la cabeza, y entonces...
Aspiró a bocanadas el aire nocturno y abrió los llorosos ojos. Detestaba aparecerse. Tardó varios segundos en darse cuenta de que la oficina del presidente había desaparecido. Las dos Potter estaban de pie en lo que parecía ser una cripta, oscura como si fuera un bosque de noche y solo iluminada por algunas velas alrededor de una gran cabeza de dragón.
Estaban en la Cripta de Belthor en Tintagel.
—Te debes estar preguntando porque te traje aquí, ¿verdad? —dijo su hermana, agarrando una de las velas y prendiendo otra.
—Sí... —admitió Margaery—. Es raro.
—Han matado a mi dragona, Draemyra —soltó Alyssane de pronto.
Margaery sabía cuánto aprecio tenía su hermana por aquellas bestias, uno que no compartía. Alyssane consideraba a sus cuatro dragones sus hijos y, por más raro que parezca, Margaery creía que sus dragones la consideraban su madre.
—Lo siento mucho —murmuró Margaery.
—Aunque sea una perdida... lamentable —dijo aquella palabra como si no fuera suficiente para hacerle justicia a sus sentimientos—, me ha hecho ver algo que no pensé que podría.
Margaery ladeó la cabeza con curiosidad y se acercó a su hermana, arrollidándose a su lado, en frente de aquella enorme estructura ósea.
—Hay algo que necesito decirte. Puede que te resulte difícil entenderlo, pero debes escucharlo —comenzó Alyssane cuando sintió a la menor a su lado—. Las historias dicen que Arthur miró a través de los Bosques de la Corona y en Camelot vio una tierra perdida y lista para la retoma. Pero la ambición por sí sola no es lo único que impulsó a Arthur a regresar a Camelot. Fue un sueño. —Margaery la volvió a mirar, mientras su hermana miraba a la cabeza del dragón de Arthur I—. Así como Mary Pendragon previó el fin de los Cinco Reinos, Arthur previó el fin del mundo de los hombres. Esto comienza con un terrible invierno que llega desde el lejano norte. Arthur vio oscuridad absoluta cabalgando sobre esos vientos. Cuando llegue este Gran Invierno, Margaery, todo Camelot deberá oponerse a él. Y para que el mundo de los hombres sobreviva, un Pendragón debe sentarse en el Trono de Arthur. Un rey o una reina lo suficientemente fuerte como para unir al reino contra el frío y la oscuridad. Arthur llamó a su sueño "La Caída del Dragón". —Alyssane miró a Margaery por primera vez en la charla—. Este secreto ha pasado de monarca a heredero desde la época de Arthur. Debes prometer llevarlo y protegerlo. Prométeme esto, Margaery, prométemelo.
Margaery recordó aquellas esferas redondas y azules, que parecían tener un huracán dentro, en la Sala de Profecías. Hace solo unos meses había visto una de ellas que tenía la escritura "Arthur Pendragon. La Caída del Dragón". A Margaery se le hizo un nudo en el estómago.
—Me temo que no... que no entiendo —murmuró Margaery, no sabiendo bien como había hecho para dejar su voz salir. Este secreto ha pasado de rey a heredero desde la época de Arthur. ¿Estaría su hermana insinuando lo que Margaery creía que estaba insinuando?—. Yo no... Yo no soy la heredera...
—Yo creo que sí —dijo Alyssane—. Cuando Draemyra murió, el día de ayer, preví esta conversación por lo tanto supe que tendría que hablar contigo. Eres parte de algo grande Margaery, lo puedo sentir.
Creeme que te arrepentirás de no ser tú quien tiene la Corona de la Unión en tu cabeza
—Pero... ¿por qué yo? —preguntó Margaery con un hilo de voz—. Tienes a Harry, a Arya... A miles más. Y tu aun eres joven, puedes procrear herederos...
—No me pidas que desentrañe lo que Arthur tiene planeado para todos nosotros —dijo Alyssane. Algo dentro de Margaery parecía haberse despertado cuando su hermana mencionó a Arthur y miró por encima de la platinada para encontrar al rey bretón con el ceño fruncido y cambiando su mirada entre a una daga que estaba incrustada en brasas ardientes y la cabeza de su dragón. Margaery miró aquel objeto ardiente y su hermana pareció darse cuenta—. Esa daga perteneció a Arthur I. Antes, fue de Uther. Y antes de eso... es difícil saberlo. —Alyssane sacó la daga de las brasas—. Antes de la muerte de Arthur, la última de las piromantes de Morgana, escondió su profecía en el acero.
Le extendió a su hermana la daga ardiente y Margaery la agarró por el mango. En el filo tenía algo escrito en algún idioma, probablemente Drílico, pero Margaery lo podía entender a la perfección.
—De mi sangre viene el Hijo Profetizado y suya será la Caída del Dragón
—El Portador del Ciclo Artúrico, ¿has escuchado alguna vez de él? —preguntó Alyssane.
—No —mintió Margaery en un susurro.
—Por medio de Arthur, la recuperarán. Volverán a llamarla Camelot. Y él a un lado de su Portador, vivirá. —recitó Alyssane.
—Me temo que no soy ningún portador —dijo Margaery en voz muy baja
—Margaery, tu traducción no es del todo precisa —Alyssane tomó la daga de las manos de su hermana—. Ese sustantivo no tiene género en Drílico por lo que la traducción adecuada sería "A un lado de su portador o portadora vivirá".
—¿Y crees que la profecía se refiere a mi? —cuestionó Margaery. Miró hacia donde tendría que estar Arthur pero el rubio había desaparecido.
—Las profecías son cosas peligrosas —dijo Alyssane—. Pero yo creo que tienes un papel que desempeñar y no puedes hacerlo como una simple lady.
Margaery negó la cabeza.
—Yo no soy una princesa. Nunca lo he sido —contestó de inmediato—. Menos ser tu heredera.
—Puedes ser mi heredera temporal —dijo Alyssane—. Serías mi heredera a los ojos de todo Camelot y de los usurpadores. Tu eres mi hermana, Mary.
—Harry también es tu hermano —argumentó Margaery.
—Harry no está hecho para usar la corona, pero creo que tu sí —declaró Alyssane—. En el momento en que conciba un heredero, luego de la guerra, el título pasará a él pero mientras...
Dejó la frase al aire, pero a Margaery no le hacían falta más palabras. Lo pensó, muy detalladamente, y luego de unos minutos asintió, sin saber bien a que estaba aceptando.
—Bien, entonces... —sonrió Alyssane—. Yo, Alyssane I de la Casa Pendragon, reina de Camelot, de las Cuatro Tierras, Soberana de la Isla Sagrada, Protectora del Reino, Guardiana del Grial, Líder de la Mesa Redonda, La Inquemable, Madre de Dragones, Rompedora de Cadenas y Mhysa de los Kermeses te nombro a ti, Margaery Potter, Princesa de Viana, Señora de Amsberg y duquesa de Brabante.
AUTHOR'S NOTE:
MARGAERY AND THE DEVIL(S)
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