lxiv. through the veil
lxiv. a través del velo
—Ése es Longbottom, ¿verdad? —preguntó Lucius Malfoy con desdén—. Bueno, tu abuela ya está acostumbrada a perder a miembros de la familia a favor de nuestra causa... Tu muerte no la sorprenderá demasiado.
Estaban acorralados; Ron había sido asfixiado por unos tentáculos, Colette, Hermione y Angelica habían sido aturdidas, Victoria cuidaba de Electra, y a Margaery y a Neville los habían agarrado.
—¿Longbottom? —repitió la que Margaery reconoció como Bellatrix Lestrange, y una sonrisa verdaderamente repugnante se dibujó en su descarnado rostro—. Vaya, yo tuve el placer de conocer a tus padres, chico.
—¡Ya lo sé! —rugió Neville, y forcejeó con tanto ímpetu para intentar soltarse de su captor que el mortífago gritó:
—¡Que alguien lo aturda!
—No, no, no —repitió Bellatrix, que estaba extasiada; miró arrebatada a Harry y luego a Neville—. No, vamos a ver cuánto tarda Longbottom en derrumbarse como sus padres... A menos que Potter quiera entregarnos la profecía.
—¡NO SE LA DES! —bramó Neville, que estaba fuera de sí, dando patadas y retorciéndose mientras Bellatrix se le acercaba con la varita en alto—. ¡NO SE LA DES POR NADA DEL MUNDO, HARRY!
Bellatrix levantó la varita y exclamó:
—¡Crucio!
—¡NO!
Neville soltó un aullido y encogió las piernas hacia el pecho, de modo que el mortífago que lo sujetaba tuvo que mantenerlo en el aire unos instantes. Luego el hombre soltó a Neville, que cayó al suelo mientras se retorcía y chillaba de dolor.
—¡Eso no ha sido más que un aperitivo! —exclamó Bellatrix al tiempo que levantaba de nuevo la varita. Neville dejó de chillar y se quedó tumbado a sus pies, sollozando. La mortífaga se dio la vuelta y miró a Harry—. Y ahora, Potter, danos la profecía o tendrás que contemplar la lenta muerte de tu amiguito. Y quizás de tu hermanita...
Esta vez Harry estiró el brazo y les tendió la profecía, que se había calentado con el calor de sus manos. Lucius Malfoy se adelantó para cogerla.
Pero entonces, de repente, en la parte más elevada de la sala se abrieron dos puertas y seis personas entraron corriendo en la sala: Aemma, Sirius, Lupin, Moody, Tonks y Kingsley.
Malfoy se volvió y levantó la varita, pero Tonks ya le había lanzado un hechizo aturdidor. Margaery no esperó a ver si había dado en el blanco, sino que saltó del agarre de su captor y se apartó con rapidez. Los mortífagos estaban completamente distraídos con la aparición de los miembros de la Orden, que los acribillaban a hechizos desde arriba mientras descendían por las gradas hacia el foso. Entre cuerpos que corrían y destellos luminosos, Margaery vio que Neville se arrastraba por el suelo, así que esquivó otro haz de luz roja y se tiró a tierra para llegar hasta donde estaba su amigo.
—¿Estás bien? —le gritó mientras un hechizo pasaba rozándoles la cabeza.
—Sí —contestó Neville, e intentó incorporarse.
—¿Y Ron?
—Creo que está bien. Cuando lo he dejado seguía peleando con el cerebro.
En ese momento, un hechizo dio contra el suelo entre ellos dos y Harry, produjo una explosión y dejó un cráter justo donde Neville tenía la mano hasta unos segundos antes. Los tres se alejaron de allí arrastrándose; pero entonces un grueso brazo salió de la nada, agarró a Harry por el cuello y tiró de él hacia arriba. Harry apenas tocaba el suelo con las puntas de los pies.
—¡Dámela! —le gruñó una voz, muy conocida, al oído—. ¡Dame la profecía!
Margaery vio que Sirius se batía con un mortífago a unos tres metros de distancia; Aemma peleaba contra dos a la vez; Tonks, que todavía no había llegado al pie de las gradas, le lanzaba hechizos a Bellatrix. Por lo visto, nadie se había dado cuenta de que Harry se estaba muriendo. Entonces dirigió la varita mágica hacia atrás, hacia el costado de su agresor, pero no le quedaba aliento para pronunciar un conjuro y el hombre buscaba con la mano que tenía libre la mano de Harry que sujetaba la profecía.
—¡AH! —oyó de pronto.
Neville también había surgido de la nada e, incapaz de pronunciar un hechizo, le había clavado con todas sus fuerzas la varita de Electra al mortífago en una de las rendijas de la máscara. El hombre soltó a Harry de inmediato y profirió un aullido de dolor.
—¡EXPELLIARMUS!
El mortífago se desplomó hacia atrás, agarró la varita en el aire pero la máscara le resbaló por la cara, dejando a los mellizos estupefactos.
—¿Tío Aemmond? —murmuró Harry, con la respiración entrecortada.
Pero era imposible porque su tío Aemmond estaba muerto. Y nunca podría unirse al mago que había matado a su propia hermana melliza... Aun así, tenía en los ojos una expresión demencial, que le recordaba a Margaery mucho a su madre o a Arya cuando estaban enojadas, sus irises estaban morados intensos y tenía todas las características de ser Aemmond Pendragon en persona.
—Me encantaría quedarme a charlar, sobrinos, pero no tengo todo el día —dijo el hombre y los apuntó con la varita—. ¡Accio prof...!
Pero alguien le había pegado en la cara. Margaery descubrió quién era cuando una brillante cabellera platinada se meció enfrente de ella. Aemmond se balanceó hacia atrás y, con una mano cubriéndose en la ahora ensangrentada nariz, miró a su melliza, la princesa Aemma.
—¡Aemma!
—¡Cobarde!
Y Margaery podría haberle jurado a los cuatro dioses que nunca había visto a su madre tan enojada y que el duelo que presenció seguido fue el mejor que había visto en su vida; pues los dos Pendragon estaban peleando tan encarnizadamente que sus varitas no eran más que una mancha borrosa.
Entonces Margaery tocó con el pie algo redondo y duro y resbaló. Al principio creyó que se le había caído la profecía a Harry, pero entonces vio que el ojo mágico de Moody rodaba por el suelo.
Su propietario estaba tumbado sobre un costado sangrando por la cabeza, y su agresor arremetía en ese momento contra Margaery, Harry y Neville: era Dolohov, a quien el júbilo crispaba el alargado y pálido rostro.
—¡Tarantallegra! —gritó apuntando con la varita a Neville, cuyas piernas empezaron de pronto a bailar una especie de frenético claqué que le hizo perder el equilibrio y caer de nuevo al suelo—. Bueno, Potter...
Entonces realizó con la varita el mismo movimiento cortante que había utilizado con Electra, pero Margaery gritó:
—¡Protego!
Notó que algo que parecía un cuchillo desafilado le golpeaba la cara; el impacto la empujó hacia un lado, tiró a Harry y fueron a caer sobre las convulsas piernas de Neville, aunque el encantamiento escudo había detenido en gran medida el hechizo.
Dolohov volvió a levantar la varita.
—¡Accio profe...! —exclamó, pero entonces Sirius surgió de improviso, empujando a Dolohov con el hombro y desplazándolo varios metros.
La esfera había vuelto a resbalar hasta las yemas de los dedos de Harry, pero él había conseguido sostenerla. En esos momentos, Sirius y Dolohov peleaban; sus varitas brillaban como espadas, y por sus extremos salían despedidas chispas.
Dolohov llevó la varita hacia atrás para repetir aquel movimiento cortante que había empleado contra Harry, Margaery y Electra, pero entonces Harry se levantó de un brinco y gritó:
—¡Petrificus totalus!
Una vez más, las piernas y los brazos de Dolohov se juntaron y el mortífago cayó hacia atrás desplomándose en el suelo con un fuerte estruendo.
—¡Bien hecho! —gritó Sirius, y le hizo agachar la cabeza al ver que un par de hechizos aturdidores volaban hacia ellos—. Ahora quiero que salgas de...
Volvieron a agacharse, pues un haz de luz verde había pasado rozando a Sirius. Harry vio que Tonks se precipitaba desde la mitad de las gradas, y su cuerpo inerte golpeó los bancos de piedra mientras Bellatrix, triunfante, volvía al ataque.
—¡Harry, sujeta bien la profecía, coge a Neville y corran! —gritó Sirius, y fue al encuentro de Bellatrix. Harry no vio lo que pasó a continuación, pero ante su vista apareció Kingsley que, aunque se tambaleaba, estaba peleando con Rookwood, quien ya no llevaba la máscara y tenía el marcado rostro al descubierto. Otro haz de luz verde pasó rozándole la cabeza a Harry, que se lanzó hacia Neville...
—¿Puedes tenerte en pie? —le chilló al oído mientras las piernas de su amigo se sacudían y se retorcían incontroladamente—. Ponos un brazo alrededor de los hombros. Mios y de Mary...
Neville obedeció, y los mellizos tiraron de él. Las piernas de Longbottom seguían moviéndose en todas direcciones y no lo sostenían; entonces un hombre se abalanzó sobre ellos y ambos cayeron hacia atrás. Neville se quedó boca arriba agitando las piernas como un escarabajo que se ha dado la vuelta, y Harry, con el brazo izquierdo levantado intentando impedir que se rompiera la pequeña bola de cristal.
—¡La profecía! ¡Dame la profecía, Potter! —gruñó la voz de Lucius Malfoy.
—¡No! ¡Suélteme! ¡Mary! ¡Cógela, Mary!
Harry echó a rodar la esfera y Margaery giró sobre la espalda, la atrapó y se la sujetó con fuerza contra el pecho. Malfoy apuntó con la varita a Margaery, pero Harry lo apuntó a él con la suya por encima del hombro y gritó:
—¡Impedimenta!
Malfoy se separó inmediatamente de Harry y éste se levantó, se dio la vuelta y vio que Malfoy chocaba contra la tarima sobre la que Sirius y Bellatrix se batían en duelo. Malfoy volvió a apuntar con la varita a Margaery, Harry y Neville, pero antes de que pudiera tomar aliento para atacar, Lupin, de un salto, se había colocado entre Lucius y los tres chicos.
—¡Harry, Mary, recojan a los otros y sal de aquí!
Harry y Margaery agarraron a Neville de la túnica y lo subieron al primer banco de piedra de las gradas; las piernas de su compañero se sacudían, daban patadas y no lo sostenían en pie; Harry tiró de nuevo de él con todas sus fuerzas y subieron otro escalón...
Entonces un hechizo golpeó el banco de piedra donde Margaery tenía apoyados los pies; el banco se vino abajo y ella cayó al escalón inferior, la profecía llegó a Neville que también cayó al suelo, sin dejar de agitar las piernas, y se metió la profecía en el bolsillo.
—¡Vamos! —gritó Harry, desesperado, tirando de la túnica de Neville—. Intenta empujar con las piernas...
Dio otro fuerte tirón y la túnica de Neville se descosió por la costura izquierda. La pequeña esfera de cristal soplado se le salió del bolsillo. La profecía saltó por los aires unos tres metros y chocó contra el escalón inferior. Margaery, Harry y Neville se quedaron mirando el lugar donde se había roto, horrorizados por lo que acababa de pasar, y vieron que una figura de un blanco nacarado con ojos inmensos se elevaba flotando. Margaery observó que la figura movía la boca, pero con la cantidad de golpes, gritos y aullidos que se producían a su alrededor, no pudo oír ni una sola palabra de lo que decía. Finalmente, la figura dejó de hablar y se disolvió en el aire.
—¡Lo siento, Harry! —gritó Neville, muy angustiado, y siguió agitando las piernas—. Lo siento, Harry, no quería...
—¡No importa! —gritó él—. Intenta mantenerte en pie, hemos de salir de...
—¡Dumbledore! —exclamó entonces Neville, sudoroso, mirando embelesado por encima del hombro de Harry.
—¿Qué?
—¡DUMBLEDORE!
Margaery se volvió y dirigió la vista hacia donde miraba su amigo. Justo encima de ellos, enmarcado por el umbral de la Estancia de los Cerebros, estaba Albus Dumbledore, con la varita en alto, pálido y encolerizado.
Dumbledore bajó a toda prisa los escalones pasando junto a Margaery, Neville y Harry, que ya no pensaban en salir de allí. Dumbledore había llegado al pie de las gradas cuando los mortífagos que estaban más cerca se percataron de su presencia y avisaron a gritos a los demás. Uno de ellos intentó huir trepando como un mono por los escalones del lado opuesto a donde se encontraban. Sin embargo, el hechizo de Dumbledore lo hizo retroceder con una facilidad asombrosa, como si lo hubiera pescado con una caña invisible.
Sólo habían dos parejas que seguía luchando; al parecer no se habían dado cuenta de que había llegado Dumbledore. Aemma y Aemmond que solo eran dos manchas borrosas a la lejanía y Sirius que esquivaba el haz de luz roja de Bellatrix y se reía de ella.
—¡Vamos, tú sabes hacerlo mejor! —le gritó Sirius, y su voz resonó por la enorme y tenebrosa habitación.
El segundo haz le acertó de lleno en el pecho.
Él no había dejado de reír del todo, pero abrió mucho los ojos, sorprendido.
Harry soltó a Neville, aunque sin darse cuenta de que lo hacía. Volvió a bajar por las gradas y sacó su varita mágica al tiempo que Dumbledore también se volvía hacia la tarima.
—¡HARRY! —le gritó Margaery que comprendía que estaba a punto de pasar.
Dio la impresión de que Sirius tardaba una eternidad en caer: su cuerpo se curvó describiendo un majestuoso círculo, y en su caída hacia atrás atravesó el raído velo que colgaba del arco.
Margaery vio la expresión de miedo y sorpresa del consumido rostro de su padrino, antes apuesto, mientras caía por el viejo arco y desaparecía detrás del velo, que se agitó un momento como si lo hubiera golpeado una fuerte ráfaga de viento y luego quedó como al principio.
—¡SIRIUS! —gritó Harry—. ¡SIRIUS!
—¡NO! —gritaron dos voces al unísono: Aemma y Aemmond.
Pero cuando llegó al suelo y corrió hacia la tarima, Margaery lo rodeó con los brazos y lo retuvo.
—No puedes hacer nada, Harry...
—¡Vamos a buscarlo, tenemos que ayudarlo, sólo ha caído al otro lado del arco!
—Es demasiado tarde, Harry
—No, todavía podemos alcanzarlo... —Harry luchó con todas sus fuerzas, peroMargaery no lo soltaba.
—No puedes hacer nada, Harry, nada. Se ha ido
—¡No se ha ido! —bramó Harry.
No lo creía; no quería creerlo. Harry seguía forcejeando con Margaery con toda la fuerza que le quedaba.
—¡SIRIUS! —gritó—. ¡SIRIUS!
—No puede volver, Harry —insistió Margaery; la voz se le quebraba mientras intentaba retener a su mellizo—. No puede volver, porque está m...
—¡NO ESTÁ MUERTO! —rugió Harry—. ¡SIRIUS!
Alrededor de los dos reinaba una gran agitación y surgían destellos de nuevos hechizos; pero era un bullicio sin sentido. Aquel ruido no tenía ningún significado para Harry porque ya no le importaban las maldiciones desviadas que pasaban volando a su lado, no le importaba nada; lo único que le interesaba era que Margaery dejara de fingir que Sirius, que estaba al otro lado del viejo velo tan sólo a unos palmos de ellos, no saldría de allí en cualquier momento, echándose hacia atrás el pelo negro, deseoso de volver a entrar en combate.
Dumbledore tenía a casi todos los otros mortífagos agrupados en el centro de la sala, aparentemente inmovilizados mediante cuerdas invisibles; Ojoloco Moody había cruzado la sala arrastrándose hasta donde estaba tirada Tonks e intentaba reanimarla; detrás de la tarima todavía se producían destellos de luz, gruñidos y gritos: Kingsley había ido hasta allí para relevar a Sirius en el duelo con Bellatrix y Aemma y Aemmond habían reanudado su duelo, tres veces más brutal y mortífero que el anterior
—Harry...
Neville había bajado uno a uno los bancos de piedra hasta llegar a donde estaba su compañero, que ya no peleaba con Margaery, quien de todos modos seguía sujetándole el brazo, por si acaso.
—Harry..., lo siento mucho... —dijo Neville. Todavía agitaba las piernas de modo incontrolable—. Ese hombre..., Sirius Black..., ¿era amigo tuyo?
Harry asintió con la cabeza.
—Ven aquí —le indicó tío Remus, que había llegado con los mellizos, a Neville con voz queda, y apuntando con la varita a sus piernas, dijo—: ¡Finite! —Así cesó el efecto del hechizo. Neville por fin pudo poner los pies en el suelo y sus piernas dejaron de moverse. Lupin estaba muy pálido—. Vamos..., vamos a buscar a los demás. ¿Dónde están, Neville?
Mientras preguntaba eso, Remus fue apartándose del arco. Daba la impresión de que cada palabra que pronunciaba le causaba un profundo dolor.
—Están todos allí —afirmó Neville—. A Ron lo ha atacado un cerebro, pero creo que está bien. Y Electra continúa inconsciente, pero le hemos encontrado el pulso... Y los demás están desmayados o muy adoloridos...
Entonces se oyó un fuerte golpetazo y un grito detrás de la tarima. Harry vio que Kingsley caía al suelo aullando de dolor: Bellatrix Lestrange empezó a huir, pero Dumbledore se volvió y le lanzó un hechizo que ella desvió para luego comenzar a subir por las gradas...
—¡No, Harry! —gritó Lupin, pero él ya se había soltado de Margaery, que había bajado la guardia.
—¡HA MATADO A SIRIUS! —rugió Harry—. ¡HA SIDO ELLA! ¡VOY A MATARLA!
Echó a correr y trepó por los bancos de piedra; todos lo llamaban, pero no les hizo caso. El borde de la túnica de Bellatrix se perdió de vista, pero Harry entró tras la mortífaga en la sala del tanque de cerebros... Y Margaery lo siguió
Bellatrix giró la cabeza, lanzó una maldición y el tanque se elevó por los aires y se inclinó. Harry y Margaery quedaron empapados de la apestosa poción que había dentro, y los cerebros cayeron sobre ellos y empezaron a desplegar sus largos tentáculos de colores, pero entonces Margaery gritó: «¡Wingardium leviosa!», y se alejaron de ellos por el aire.
Harry echó a correr de nuevo, pero la mortífaga había cerrado al salir y la pared ya había comenzado a rotar. Una vez más, Harry se vio rodeado de los haces de luz azul de los candelabros.
—¿Dónde está la salida? —gritó, desesperado, cuando la pared volvió a detenerse—. ¡Dónde está la salida!
Fue como si la habitación estuviera esperando que Harry formulara aquella pregunta. La puerta que tenía justo detrás se abrió de par en par, y Margaery vio el pasillo de los ascensores, que se extendía ante ellos, con las antorchas encendidas pero vacío.
Atravesó la puerta rápidamente...
—¡HARRY, ESPERA!
—¡Vete, Mary!
Entonces oyó que un poco más allá un ascensor traqueteaba; recorrió veloz el pasillo, dobló la esquina y dio un puñetazo en el botón para llamar otro ascensor. Éste descendió produciendo un ruido metálico; luego la reja se abrió, Harry se metió dentro y golpeó el botón del Atrio. Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a subir antes de que Margaery tuviera la posibilidad de llegar... Golpeó la puerta con la palma de la mano, como si eso le diera una oportunidad de abrirla.
—¡Harry!
Pero era muy tarde y tuvo que esperar hasta que el ascensor bajara de nuevo por unos dos minutos que parecieron eternos.
Cuando Margaery entró al Atrio, Harry se escondía detrás de la fuente de los Hermanos Mágicos mientras Bellatrix Lestrange, muy pálida y con miedo, chillaba:
—¿Cómo? ¿Qué dices?
—¡La profecía se ha roto cuando Mary y yo intentábamos ayudar a Neville a subir las gradas! ¿Cómo cree que le sentará eso a Voldemort?
—¡ESO ES MENTIRA! —exclamó Bellatrix gritando, pero ahora Margaery percibía el terror detrás de la rabia—. ¡LA TIENES TÚ, POTTER, Y VAS A DÁRMELA AHORA MISMO! ¡Accio profecía! ¡ACCIO PROFECÍA!
Harry volvió a reír, pero Margaery notó en él un dolor de cabeza aumentaba de tal modo que creyó que le estallaría el cráneo.
—¡No tengo nada! —gritó Harry—. ¡No tengo nada que entregarle! La profecía se ha roto y nadie ha oído lo que ha dicho, ¡explíqueselo a su amo!
—¡No! —aulló ella—. ¡No es verdad, estás mintiendo! ¡LO HE INTENTADO, AMO, LO HE INTENTADO! ¡NO ME CASTIGUÉIS!
—¡Gasta saliva inútilmente! —exclamó Harry, y Margaery se escondió detrás de una de las paredes para que no la vieran, cerró los ojos para combatir el dolor de cabeza que la amenazaba a ella también; podía sentir tantas emociones de tantas personas que la estaban abrumando—. ¡Él no puede oírla!
—¿Ah, no, Potter? —dijo una voz fría y aguda.
Margaery se quedó de piedra, sin respiración y con nervios en aumento. Miró por encima de su hombro, aterrorizada.
Alto, delgado, tocado con una capucha negra, el aterrador rostro con rasgos de serpiente era blanco y demacrado, y unos ojos rojos con sendas rendijas por pupilas miraban atentamente a Harry... Lord Voldemort había aparecido en medio del vestíbulo y apuntaba con su varita al muchacho, que se había quedado petrificado.
—¿Qué dices, que has roto mi profecía? —preguntó Voldemort con voz queda observando a Harry con ojos rojos y despiadados—. No, Bella, no miente... Veo la verdad mirándome desde dentro de su despreciable mente... Meses de preparación, meses de esfuerzo..., y mis mortífagos han dejado que Harry Potter vuelva desbaratar mis planes...
—¡Lo siento, amo, no lo sabía, yo estaba peleando con el animago Black! —gimoteó Bellatrix, y se arrodilló a los pies de Voldemort mientras él se le acercaba lentamente—. Amo, deberíais saber que...
—Cállate, Bella —le ordenó Voldemort con crueldad—. Enseguida me encargaré de ti. ¿Acaso crees que he entrado en el Ministerio de Magia para escuchar tus penosas disculpas?
—Pero amo... Él está aquí, está abajo...
Voldemort no le prestó atención.
—A ti no tengo nada más que decirte, Potter —dijo sin inmutarse—. Ya me has fastidiado bastante, llevas demasiado tiempo molestándome. ¡AVADA KEDAVRA!
Harry ni siquiera había abierto la boca para defenderse y Margaery estaba muy asustada como para moverse
Pero la estatua dorada del mago sin cabeza de la fuente había cobrado vida, y saltó al suelo desde su pedestal y se colocó entre Harry y Voldemort. El hechizo rebotó en su pecho cuando la estatua extendió los brazos para proteger a Harry.
—¿Qué...? —gritó Voldemort mirando a su alrededor. Y entonces susurró—: ¡Dumbledore!
Margaery miró hacia adelante con el corazón desbocado. Dumbledore estaba de pie frente a las rejas doradas.
Voldemort levantó la varita y otro haz de luz verde golpeó a Dumbledore, que se dio la vuelta y desapareció en medio del revuelo de su capa. Al cabo de un segundo, apareció de nuevo detrás de Voldemort y agitó la varita apuntando a lo que quedaba de la fuente. Las otras estatuas también cobraron vida. La estatua de la bruja corrió hacia Bellatrix, que se puso a gritar y a lanzarle hechizos que rebotaban en el pecho de la estatua; ésta se abalanzó sobre la mortífaga y finalmente la inmovilizó contra el suelo. Entre tanto, el duende y el elfo doméstico se escabulleron hasta las chimeneas empotradas a lo largo de la pared, y el centauro, que ya sólo tenía un brazo, salió al galope hacia Voldemort, que desapareció y volvió a aparecer junto a la fuente. La estatua del mago empujó a Harry hacia atrás y lo apartó de la refriega, mientras Dumbledore avanzaba hacia Voldemort y el centauro galopaba en torno a ellos.
—Has cometido una estupidez viniendo aquí esta noche, Tom —dijo Dumbledore con serenidad—. Los aurores están en camino...
—¡Pero cuando lleguen, yo me habré ido y tú estarás muerto! —le espetó Voldemort. Luego lanzó otra maldición asesina a Dumbledore, pero no dio en el blanco, sino que golpeó la mesa del mago de seguridad, que se prendió fuego frente a Margaery, que tuvo que reprimir un grito y la necesidad de salir corriendo hacia su hermano.
Dumbledore también usó su varita, y fue tal la potencia del hechizo que emanó de ella que Voldemort se vio obligado a crear un reluciente escudo de plata para desviarlo. El hechizo, fuera el que fuese, no le produjo daños visibles al escudo, aunque le arrancó una fuerte nota parecida al sonido de un gong, francamente estremecedor.
—¿No quieres matarme, Dumbledore? —le preguntó Voldemort asomando los entrecerrados y rojos ojos por encima del borde del escudo—. Estás por encima de esa crueldad, ¿verdad?
—Ambos sabemos que existen otras formas de destruir a un hombre, Tom —respondió Dumbledore, impasible, y siguió caminando hacia Voldemort como si no temiera absolutamente nada, como si no tuviera ningún motivo para interrumpir su paseo por el vestíbulo—. Reconozco que quitarte la vida no bastaría para satisfacerme...
—¡No hay nada peor que la muerte, Dumbledore! —gruñó Voldemort.
—Te equivocas —replicó Dumbledore, que continuaba acercándose a Voldemort y hablaba con despreocupación, como si discutieran tranquilamente aquel asunto mientras se tomaban una copa—. De hecho, tu incapacidad para comprender que hay cosas mucho peores que la muerte siempre ha sido tu mayor debilidad.
Otro haz de luz verde surgió de detrás del escudo de plata. Esta vez fue el centauro manco, que galopaba delante de Dumbledore, el que recibió el impacto y se hizo añicos, pero, antes de que los fragmentos llegaran al suelo, Dumbledore echó hacia atrás su varita y la sacudió como si blandiera un látigo. Una larga y delgada llama salió de la punta y se enroscó alrededor de Voldemort, abrazando también el escudo. Por un instante pareció que Dumbledore había ganado, pero entonces la cuerda luminosa se convirtió en una serpiente que soltó a Voldemort de inmediato y se dio la vuelta, silbando furiosa, para enfrentarse a Dumbledore.
Hubo un fogonazo en el aire, por encima de Dumbledore, y en ese preciso momento reapareció Voldemort: estaba de pie en el pedestal, en el centro de la fuente donde hasta hacía poco se alzaban las cinco estatuas.
—¡Cuidado! —gritó Harry.
Pero mientras él gritaba, otro haz de luz verde salió despedido de la varita de Voldemort hacia Dumbledore, y la serpiente atacó...
Entonces Fawkes descendió en picado ante Dumbledore, abrió mucho el pico y se tragó todo el haz de luz verde: estalló en llamas y cayó al suelo, pequeño, encogido e incapaz de volar. De inmediato, Dumbledore blandió su varita y describió un largo y fluido movimiento: la serpiente, que había estado a punto de clavarle los colmillos, saltó por los aires y quedó reducida a una voluta de humo negro, y el agua de la fuente se alzó formando una especie de capullo de cristal fundido y cubrió a Voldemort.
Pero de pronto desapareció, y el agua cayó con gran estruendo en la fuente, se derramó por el borde e inundó el suelo.
—¡AMO! —gritó Bellatrix.
Convencido de que todo había terminado y de que Voldemort había decidido huir, Harry intentó salir de detrás de la estatua que lo protegía, pero Dumbledore le ordenó con voz atronadora:
—¡Quédate donde estás, Harry!
Dumbledore parecía asustado por primera vez. Pero Margaery no entendía por qué: en el vestíbulo sólo estaban ellos tres, Bellatrix, que seguía sollozando, atrapada bajo la estatua de la bruja, y Fawkes convertido en cría de fénix que graznaba débilmente en el suelo.
Y luego alguien habló, utilizando la boca de Harry, que atenazado por un dolor descomunal notó cómo se movía su mandíbula:
—Mátame ahora, Dumbledore... Si la muerte no es nada, Dumbledore, mata al chico...
—¡HARRY! —chilló Margaery, su corazón latía tan fuertemente que pensaba que se le iba a romper el pecho.
Un segundo después, Margaery salió disparada como un rayo hacia su mellizo que se estaba tumbado boca abajo en el suelo, sin las gafas, temblando como si estuviera tendido sobre hielo y no sobre madera. Resonaban voces por el vestíbulo, muchas más de las que debía haber...
Harry abrió los ojos y vio sus gafas tiradas junto al talón de la estatua sin cabeza que lo había protegido, que en ese momento estaba tumbada boca arriba, resquebrajada e inmóvil.
—¿Estás bien, Harry? —preguntó Dumbledore.
—Sí —contestó él, aunque temblaba tanto que no podía mantener erguida la cabeza—. Sí, estoy... ¿Dónde está Voldemort? ¿Dónde...? ¿Quiénes son ésos, qué...?
El Atrio estaba lleno de gente; en el suelo se reflejaban las llamas de color verde esmeralda que habían prendido en todas las chimeneas de una de las paredes; y un torrente de brujas y de magos salía por ellas. Cuando ayudó a Harry a ponerse en pie, Margaery vio las pequeñas estatuas de oro del elfo doméstico y del duende, que guiaban a un atónito Cornelius Fudge.
—¡Estaba aquí! —gritó un individuo ataviado con una túnica roja y peinado con coleta que señalaba un montón de trozos dorados que había en el otro extremo del vestíbulo, donde unos momentos antes había estado atrapada Bellatrix—. ¡Lo he visto con mis propios ojos, señor Fudge, le juro que era Quien-usted-sabe, ha agarrado a una mujer y se ha desaparecido!
—¡Lo sé, Williamson, lo sé, yo también lo he visto! —farfulló Fudge, que llevaba un pijama bajo la capa de raya diplomática y jadeaba como si acabara de correr una maratón—. ¡Por las barbas de Merlín! ¡Aquí! ¡Aquí, en el mismísimo Ministerio de Magia! ¡Por todos los diablos, parece mentira! ¡Caramba! ¿Cómo es posible?
—Si baja al Departamento de Misterios, Cornelius —sugirió Dumbledore; al hacerlo, varios de los recién llegados se percataron de su presencia (unos cuantos levantaron las varitas; otros se quedaron pasmados; las estatuas del elfo y del duende aplaudieron, y Fudge se llevó tal susto que sus zapatillas se levantaron un palmo del suelo)—, encontrará a unos cuantos mortífagos fugados retenidos en la Cámara de la Muerte, inmovilizados mediante un embrujo antidesaparición, que esperan a que decida qué hacer con ellos.
—¡Dumbledore! —exclamó Fudge con perplejidad—. Usted... aquí... Yo...
Entonces miró salvajemente a los aurores que lo acompañaban y quedó clarísimo que estaba a punto de gritar: «¡Deténganlo!»
—¡Cornelius, estoy dispuesto a luchar contra sus hombres y volver a ganar! — anunció Dumbledore con voz atronadora—. Pero hace sólo unos minutos con sus propios ojos ha visto pruebas de que llevo un año diciéndole la verdad. ¡Lord Voldemort ha regresado, y en cambio hace doce meses que está usted persiguiendo al hombre equivocado; ya es hora de que empiece a usar la cabeza!
—Yo... no... Bueno... —balbuceó Fudge, y miró alrededor como si esperara que alguien le dijera lo que tenía que hacer. Como nadie decía nada, añadió—: ¡Muy bien! ¡Dawlish! ¡Williamson! Bajen al Departamento de Misterios a ver... Dumbledore, usted... usted tendrá que contarme exactamente... La Fuente de los Hermanos Mágicos, ¿qué ha pasado? —añadió con una especie de gemido contemplando el suelo del Atrio, por donde estaban esparcidos los restos de las estatuas de la bruja, el mago y el centauro.
—Ya hablaremos de eso cuando haya enviado a los Potter a Hogwarts —dijo Dumbledore.
—¿A Harry? ¿Harry Potter?
Fudge se dio bruscamente la vuelta y se quedó contemplando a los mellizos, a Harry que todavía estaba pegado contra la pared, junto a la estatua caída que lo había protegido durante el duelo entre Dumbledore y Voldemort y a Margaery que protegía a Harry con su cuerpo y tenía sus brazos alrededor del torso de su hermano.
—¿Qué hacen ellos aquí? —preguntó el ministro—. ¿Qué... qué significa esto?
—Se lo explicaré todo cuando hayan regresado al colegio —repitió Dumbledore.
Y entonces se apartó de la fuente y se encaminó hacia el lugar donde había caído la cabeza dorada del mago. La señaló con la varita y musitó: «Portus.» La cabeza emitió un resplandor dorado y tembló ruidosamente contra el suelo de madera durante unos segundos, y luego volvió a quedarse quieta.
—¡Un momento, Dumbledore! —gritó Fudge mientras aquél recogía la cabeza del suelo e iba hacia los Potter—. ¡No tiene autorización para utilizar ese traslador! ¡No puede hacer esas cosas delante del ministro de Magia como si..., como si...! —exclamó, pero se le entrecortó la voz cuando Dumbledore lo miró autoritariamente por encima de sus gafas de media luna.
—Quiero que dé la orden de echar a Dolores Umbridge de Hogwarts —sentenció Dumbledore—. Quiero que diga a sus aurores que dejen de buscar a mi profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas para que pueda volver a su trabajo. Voy a darle... —Dumbledore sacó un reloj con doce manecillas del bolsillo y lo consultó— media hora de mi tiempo esta noche; creo que con eso bastará para repasar los puntos más importantes de lo que ha ocurrido aquí. Después tendré que regresar a mi colegio. Si necesita usted más ayuda de mí, no dude en consultarme en Hogwarts, por favor. Me llegarán todas las cartas dirigidas al director. Y si quiere hablar con la reina la encontrará abajo con la nariz rota.
Fudge miraba a Dumbledore con unos ojos más desorbitados que nunca; tenía la boca abierta y su redondeado rostro estaba cada vez más sonrosado bajo el desordenado cabello gris.
—Yo..., usted...
Dumbledore le dio la espalda.
—Cojan este traslador. —Le tendió la dorada cabeza de la estatua y los dos le pusieron una mano encima—. Me reuniré con ustedes dentro de media hora —le aseguró Dumbledore quedamente—. Uno, dos, tres...
Margaery volvió a notar aquella sensación de que tiraban de un gancho por detrás de su ombligo y el lustroso suelo de madera desapareció bajo sus pies. El Atrio, Fudge y Dumbledore se habían esfumado, y ellos volaba en un torbellino de sonido y color.
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