lxiii. tale of prophecies

lxiii. cuento de profecías

El nudo que Margaery notaba en el estómago se apretó aún más.

—Quédate aquí —había dicho Morgana, que había prometido quedarse con Margaery—. No te muevas, Mary. No hagas nada.

Margaery había comenzado a leer las etiquetas de todas las esferas que estaban a su alrededor en silencio:

V.G.P. a V.A.P.

Aemma y Aemmond
Pendragon 

M.V.P. a A.U.P.

(?) Alyssane Potter y
Alexander Pendragon

Kilgharrah a M.E

Alyssane Potter

Kilgharrah a Miembros de la Antigua Religión

Merlín Emrys

M.E a V.A.P

Viserys y Visenya
Pendragon

A.U.P a M.E

Desconocido

Kilgharrah a Miembros de la Antigua Religión

Arthur Pendragon

Arthur Pendragon

Caída del Dragón
(Dinastía Pendragon)

M.M.P a A.U.P. II

Revolución de los Días de Nieve
(Alexander y Arthur IX)

Kilgharrah a Miembros de la Antigua Religión

(?) Rhaella Galahad, Alessia Pendragon, Margaery Potter
y (min.) dos individuos más

—¿Qué son éstas...? —preguntó en un susurro.

—¡Accio prof...! —un grito seguido de otro («¡Protego!») la despertaron—. ¡Vaya, el pequeño Potter sabe jugar! Muy bien, pues entonces...

—¡TE HE DICHO QUE NO! —le gritó otra voz—. ¡Si la rompes...!

—¿Vamos a tener que aplicarte nuestros métodos de persuasión? —preguntó la misma voz de antes—. Como quieras. Coged a Su Traidora Majestad —ordenó a los mortífagos que tenía detrás—. Que vea cómo torturamos a su amiguita. Ya me encargo yo.

—Si quiere atacar a alguno de nosotros tendrá que romper esto —le advirtió la voz de Harry—. No creo que su amo se ponga muy contento si la ve regresar sin ella, ¿no? Por cierto —continuó Harry—, ¿qué profecía es ésa?

—¿Que qué profecía es ésa? —repitió la misma mujer—. ¿Bromeas, Potter?

—No, no bromeo —respondió Harry—. ¿Para qué la quiere Voldemort?

Eran mortífagos... Les habían tendido una trampa...

Margaery se deslizó entre las estanterías, tratando de llegar hasta el gentío 

—¿Te atreves a pronunciar su nombre? —susurró la mujer.

—Sí —contestó Harry—. Sí, no tengo ningún problema en decir Vol...

—¡Cierra el pico! —le ordenó—. Cómo te atreves a pronunciar su nombre con tus indignos labios, cómo te atreves a mancillarlo con tu lengua de sangre traidora, cómo te atreves...

—¿Sabía usted que él es un sangre mestiza? —preguntó Harry—. Me refiero a Voldemort. Sí, su madre era bruja, pero su padre era muggle. ¿Acaso les ha contado que es un sangre limpia?

—¡DESMA...!

—¡NO!

Un haz de luz roja había salido del extremo de una de las varitas mágicas, pero lo alguien había desviado; el último hechizo hizo que el primero diera contra un estante y varias esferas de cristal se rompieron.

Dos figuras, nacaradas como fantasmas y fluidas como el humo, se desplegaron entre los trozos de cristal roto que habían caído al suelo, y ambas empezaron a hablar; sus voces se sobreponían una a otra, de modo que entre los gritos de Malfoy y Bellatrix sólo se oían fragmentos de la profecía.

—... el día del solsticio llegará un nuevo... —decía la figura de un anciano con barba.

—¡NO LO ATAQUES! ¡NECESITAMOS LA PROFECÍA!

—Se ha atrevido..., se atreve —chilló la mujer con incoherencia—. Míralo, ahí plantado...

—¡ESPERA HASTA QUE TENGAMOS LA PROFECÍA! —bramó el hombre.

—... y después no habrá ninguno más... —dijo la figura de una mujer joven.

Las dos figuras que habían salido de las esferas rotas se disolvieron en el aire. Lo único que quedaba de ellas y de sus antiguos receptáculos eran unos trozos de cristal en el suelo. Margaery se acercó a la estantería noventa y siete y trató de esconderse pero dejarse ver por Harry

—No me han explicado ustedes todavía qué tiene de especial esta profecía que pretenden que les entregue —dijo Harry mientras ojeaba a su melliza.

—No te hagas el listo con nosotros, Potter —le previno Malfoy.

—No me hago el listo —replicó él mientras concentraba la mente tanto en la conversación como en el tanteo del suelo. Y entonces encontró un pie y lo pisó. Una brusca inhalación a sus espaldas le indicó que se trataba del de Victoria.

—¿Qué? —susurró ella.

—¿Dumbledore nunca te ha contado que el motivo por el que tienes esa cicatriz estaba escondido en las entrañas del Departamento de Misterios? —inquirió alguno con sorna.

—¿Cómo? —se extrañó Harry—. ¿Qué dice de mi cicatriz?

—¡¿Qué?! —susurró Victoria con impaciencia.

—¿Cómo puede ser? —continuó el mortífago regodeándose maliciosamente

—Destrozad... las estanterías...

—¿Dumbledore nunca te lo ha contado? —repitió —. Claro, eso explica por qué no viniste antes, Potter, el Señor Tenebroso se preguntaba por qué...

—... cuando diga «ya»...

—... no viniste corriendo cuando él te mostró en tus sueños el lugar donde estaba escondida. Creyó que te vencería la curiosidad y que querrías escuchar las palabras exactas...

—¿Ah, sí? —dijo Harry. Entonces oyó, o más bien notó, cómo detrás de él, Victoria pasaba el mensaje a los demás, y siguió hablando para distraer a los mortífagos—. Ya, y quería que viniera a buscarla, ¿verdad? ¿Por qué?

—¿Por qué? —repitió el hombre, incrédulo y admirado—. Porque las únicas personas a las que se les permite retirar una profecía del Departamento de Misterios, Potter, son aquellas a las que se refiere la profecía, como descubrió el Señor Tenebroso cuando envió a otros a robarla.

—¿Y por qué quería robar una profecía que habla de mí?

—De los dos, Potter, habla de los dos... ¿Nunca te has preguntado por qué el Señor Tenebroso intentó matarte cuando eras un crío?

—¿Que alguien hizo una profecía sobre Voldemort y sobre mí? —preguntó con un hilo de voz mirando a quien al fin Margaery reconoció como Lucius Malfoy—. ¿Y me ha hecho venir a buscarla para él? ¿Por qué no venía y la cogía él mismo?

—¿Cogerla él mismo? —chilló la otra mezclando las palabras con una sonora carcajada—. ¿Cómo iba a entrar el Señor Tenebroso en el Ministerio de Magia, precisamente ahora que no quieren admitir que ha regresado? ¿Cómo iba a mostrarse el Señor Tenebroso ante los aurores, ahora que pierden tan generosamente el tiempo buscando a mi querido primo?

—Ya, y les obliga a hacer a ustedes el trabajo sucio, ¿no? —se burló Harry—. Del mismo modo que envió a Sturgis a robarla, y a Bode, ¿verdad?

—Muy bien, Potter, muy bien... —dijo Malfoy lentamente—. Pero el Señor Tenebroso sabe que no eres ton...

—¡YA! —gritó entonces Harry.

—¡REDUCTO! —gritaron Margaery y nueve voces distintas detrás de Harry.

Diez maldiciones salieron volando en cinco direcciones distintas, y las estanterías que tenían enfrente recibieron los impactos; la enorme estructura se tambaleó al tiempo que estallaban cientos de esferas de cristal y las figuras de blanco nacarado se desplegaban en el aire y se quedaban flotando; sus voces resonaban, procedentes de un misterioso y remoto pasado, entre el torrente de cristales rotos y madera astillada que caía al suelo.

—¡CORRED! —gritó Harry mientras las estanterías oscilaban peligrosamente y seguían cayendo esferas de cristal.

Agarró a Margaery por la túnica y tiró de ella hacia delante, a la vez que se cubría la cabeza con un brazo para protegerse de los trozos de madera y cristal que se les echaban encima. Un mortífago arremetió contra ellos en medio de la nube de polvo, y Harry le dio un fuerte codazo en la enmascarada cara; todos chillaban, se oían gritos de dolor y un fuerte estruendo, y las estanterías se derrumbaron en medio del eco de los fragmentos de profecías liberadas de las esferas.

Margaery se dio cuenta de que tenía espacio libre para salir y vio que Angelica, Colette, Hermione Catherine, Ron, Ginny y Luna pasaban corriendo a su lado con los brazos sobre la cabeza; una cosa dura le golpeó en la mejilla, pero Margaery agachó la cabeza y echó a correr. Una mano agarró a Harry por el hombro; y Margaery: «¡Desmaius!», y la mano lo soltó inmediatamente.

Estaban al final del pasillo número noventa y siete; Margaery torció a la derecha y salió corriendo a toda velocidad mientras oía pasos a su espalda y la voz de Victoria, que apremiaba a Neville y Electra. Delante de Harry, la puerta por la que habían entrado estaba entreabierta, y él veía la centelleante luz de la campana de cristal. Agarrando con fuerza la profecía, pasó disparado por el umbral y esperó a que sus compañeros también lo cruzaran antes de cerrar.

—¡Fermaportus! —gritó Margaery casi sin aliento, y la puerta se selló y produjo un extraño ruido de succión.

—¿Dónde... dónde están los demás? —preguntó Harry jadeando.

Creía que Catherine, Angelica, Colette, Hermione, Ron, Luna y Ginny iban delante de ellos, y que estarían esperándolos en aquella habitación, pero allí no había nadie.

—¡Deben de haberse equivocado de camino! —susurró Electra con el terror reflejado en la cara.

—¡Escuchad! —exclamó Neville.

Detrás de la puerta que acababan de sellar se oían gritos y pasos; Margaery pegó una oreja para escuchar, y oyó que Lucius Malfoy gritaba:

—Dejad a Nott, ¡he dicho que lo dejéis! Sus heridas no serán nada para el Señor Tenebroso comparadas con perder esa profecía. ¡Jugson, ven aquí, tenemos que organizarnos! Iremos por parejas y haremos un registro, y no lo olvidéis: no hagáis daño a Potter hasta que tengamos la profecía, pero a los demás podéis matarlos si es necesario. ¡Bellatrix, Rodolphus, id por la izquierda! ¡Crabbe, Rabastan, por la derecha! ¡Jugson, Dolohov, por esa puerta de ahí enfrente! ¡Macnair y Avery, por aquí! ¡Rookwood, por allí! ¡Mulciber, ven conmigo!

—¿Qué hacemos? —le preguntó Margaery a Harry temblando de pies a cabeza.

—Bueno, lo que no vamos a hacer es quedarnos aquí plantados esperando a que nos encuentren —contestó Harry—. Alejémonos de esta puerta.

Corrieron procurando no hacer ruido y se dirigieron hacia la puerta del fondo que conducía a la sala circular. Cuando casi habían llegado, Margaery oyó que algo grande y pesado chocaba contra la puerta que había sellado mediante un encantamiento.

—¡Aparta! —dijo una áspera voz—. ¡Alohomora!

La puerta se abrió y los cinco se escondieron debajo de unas mesas. Enseguida vieron acercarse el dobladillo de las túnicas de dos mortífagos que caminaban deprisa.

—Quizá hayan salido al vestíbulo —dijo la voz áspera.

—Mira debajo de las mesas —sugirió otra voz.

Margaery observó que los mortífagos doblaban las rodillas, así que sacó la varita de debajo de la mesa y gritó:

—¡DESMAIUS!

Un haz de luz roja dio contra el mortífago que tenía más cerca; éste cayó hacia atrás, chocó contra un reloj de pie y lo derribó. El segundo mortífago, sin embargo, se había apartado de un salto para esquivar el hechizo de Harry y apuntaba con su varita a Margaery, que salía arrastrándose de debajo de la mesa para poder apuntar mejor.

—¡Avada...!

Entonces Harry se lanzó por el suelo y agarró por las rodillas al mortífago, que perdió el equilibrio y no pudo apuntar a su hermana. Neville volcó una mesa con las prisas por ayudar, y apuntando con furia al mortífago que forcejeaba con Harry, gritó:

—¡EXPELLIARMUS!

La varita de Harry y la del mortífago saltaron de sus manos y fueron volando hacia la entrada de la Sala de las Profecías; Harry y su oponente se pusieron en pie y corrieron tras ellas; el mortífago iba delante, pero Harry le pisaba los talones, y Neville iba detrás, horrorizado por lo que acababa de hacer.

—¡Apártate, Harry! —gritó Neville, dispuesto a reparar el daño causado. Harry se lanzó hacia un lado y su compañero volvió a apuntar y gritó:

—¡DESMAIUS!

El haz de luz roja pasó justo por encima del hombro del mortífago y fue a parar contra una vitrina que había en la pared, llena de relojes de arena de diferentes formas; la vitrina cayó al suelo y se reventó, y trozos de cristal saltaron por los aires; luego se levantó, como accionada por un resorte, y se pegó de nuevo a la pared, perfectamente reparada; pero a continuación cayó de nuevo y se hizo añicos.

El mortífago, mientras tanto, había cogido su varita, que estaba en el suelo junto a la brillante campana de cristal. Cuando el individuo se dio la vuelta, Harry se escondió detrás de otra mesa, y como al mortífago se le había movido la máscara y no veía nada, se la quitó con la mano que tenía libre y gritó:

—¡DES...!

—¡DESMAIUS! —bramó entonces Margaery.

Esa vez el haz de luz roja golpeó en medio del pecho al mortífago, que se quedó paralizado con los brazos en alto; entonces la varita se le cayó al suelo y él se derrumbó hacia atrás sobre la campana de cristal. Harry creyó que oiría un fuerte ¡CLONC! cuando el mortífago chocara contra el sólido cristal de la campana y resbalara por ella hasta desplomarse en el suelo, pero, en lugar de eso, la cabeza del hombre atravesó la superficie de la campana como si ésta fuera una pompa de jabón, y quedó tirado boca arriba sobre la mesa con la cabeza dentro de la campana llena de aquella relumbrante corriente de aire.

—¡Accio varita! —gritó Victoria, y la varita de Harry salió volando de un oscuro rincón y fue a parar a la mano de la chica, que se la lanzó a su amigo.

—Gracias —dijo él—. Bueno, hemos de salir de...

—¡Cuidado! —exclamó Neville, horrorizado. Miraba la cabeza del mortífago, que seguía en el interior de la campana de cristal.

Los cinco volvieron a levantar sus varitas, pero ninguno atacó: se quedaron contemplando, boquiabiertos y aterrados, lo que le ocurría a la cabeza de aquel hombre: se encogía muy deprisa y se estaba quedando calva; el negro cabello y la barba rala se replegaban hacia el interior del cráneo; las mejillas se volvían lisas, y el cráneo, redondeado, y se cubría de una pelusilla como de piel de melocotón...

En aquel momento, el grueso y musculoso cuello del mortífago sostenía una cabeza de recién nacido, y el hombre intentaba levantarse; pero mientras los chicos lo observaban, estupefactos, la cabeza volvió a aumentar de tamaño y empezó a crecerle pelo en el cuero cabelludo y en la barbilla...

Entonces oyeron gritar a alguien en una habitación cercana; luego, un estrépito y un chillido.

—¿CATHERINE? ¿RON? —gritó Harry, y apartó rápidamente la vista de la monstruosa transformación que tenía lugar ante ellos—. ¿GINNY? ¿LUNA? ¿ANGELICA? ¿COLETTE?

Margaery volvía a oír pasos, cada vez más fuertes, provenientes de la Sala de las Profecías, y comprendió, aunque demasiado tarde, que Harry había cometido un error al gritar, porque había delatado su posición.

—¡Vamos! —dijo.

Dejaron al mortífago con cabeza de bebé tambaleándose detrás de ellos, y salieron por la puerta que estaba abierta en el otro extremo de la habitación, y que conducía a la sala circular negra.

Cuando habían recorrido la mitad de la habitación, a través de la puerta abierta Margaery vio a otros dos mortífagos que entraban corriendo por la puerta negra e iban hacia ellos; entonces giró hacia la izquierda, entró precipitadamente en un despacho pequeño, oscuro y abarrotado, y en cuanto hubieron entrado Margaery, Victoria, Electra y Neville, cerró.

—¡Ferma...! —empezó a decir Electra, pero antes de que pudiera terminar el hechizo, la puerta se abrió de par en par y los dos mortífagos irrumpieron en el despacho.

Ambos gritaron triunfantes:

—¡IMPEDIMENTA!

Margaery, Harry, Victoria, Electra y Neville cayeron hacia atrás; Neville se derrumbó sobre una mesa y desapareció de la vista; Electra cayó sobre una estantería y recibió una cascada de gruesos libros encima; Victoria cayó encima de Margaery y Harry se golpeó la parte posterior de la cabeza contra la pared de piedra que tenía detrás.

—¡YA LOS TENEMOS! —gritó el mortífago que estaba más cerca de él—. ¡ESTÁN EN UN DESPACHO QUE HAY EN...!

—¡Silencius! —gritó Electra, y el hombre se quedó sin voz. Siguió moviendo los labios detrás del agujero de la máscara que tenía sobre la boca, pero no emitió ningún sonido. El otro mortífago lo apartó bruscamente.

—¡Petrificus totalus! —gritó Margaery cuando el segundo mortífago levantaba su varita. Los brazos y las piernas del hombre se pegaron y cayó de bruces sobre la alfombra que Harry tenía a sus pies, rígido como una tabla e incapaz de moverse.

—Bien hecho, Ma...

Pero el mortífago al que Electra acababa de dejar mudo dio un repentino latigazo con la varita y un haz de llamas de color morado atravesó el pecho de Electra. La chica soltó un débil: «¡Oh!» de sorpresa, se le doblaron las rodillas y se derrumbó.

—¡ELECTRA!

Margaery se arrodilló a su lado mientras Victoria se levantaba y se arrastraba rápidamente hacia ella, con la varita en ristre. El mortífago lanzó una patada hacia la cabeza de Victoria en cuanto ésta se asomó, rompiendo por la mitad la varita de la chica y acertándole en la cara. Victoria soltó un aullido de dolor y retrocedió tapándose la boca y la nariz con ambas manos. Harry y Margaery se volvieron con la varita en alto y vieron que el mortífago se había quitado la máscara y los apuntaba; era Antonin Dolohov, el mago que había matado a los Prewett.

Dolohov sonrió burlonamente. Con la mano que tenía libre, apuntó a la profecía que Harry seguía apretando en la mano; luego lo apuntó a él y seguidamente a Electra y a Margaery. Aunque ya no podía hablar, el significado de aquellos gestos no podía estar más claro: «Dame la profecía, o correrán la misma suerte que ella...»

—¡Como si no nos fueran a matar de todos modos en cuanto les entregue esto! —exclamó Margaery.

Percibía un silbido de pánico en el cerebro que le impedía pensar; tenía una mano sobre el hombro de Electra, que todavía estaba caliente, aunque no se atrevía a mirarla a la cara. «Que no esté muerta, que no esté muerta, si se muere será culpa mía...». Electra había venido porque era su forma de disculparse, Margaery lo tenía más que claro, y ella no había hecho nada para impedirlo. Ni siquiera había dicho un mísero «te perdono, Le»

—¡Haz lo que sea, Harry —urgió Neville con fiereza desde debajo de la mesa—, pero no se la des!

Entonces se oyó un estrépito detrás de la puerta y Dolohov giró la cabeza: el mortífago con cara de bebé había aparecido berreando en el umbral y seguía agitando desesperadamente los enormes puños mientras golpeaba todo lo que encontraba a su paso. Harry no desperdició aquella oportunidad.

—¡PETRIFICUS TOTALUS! —gritó.

El hechizo golpeó a Dolohov antes de que éste pudiera neutralizarlo, y cayó hacia delante sobre su compañero, ambos rígidos como tablas e incapaces de moverse ni un milímetro.

—Electra —dijo Margaery entonces, zarandeándola—. Despierta, Lectra...

—¿Qué le ha hecho? —preguntó Victoria y se arrodilló al otro lado de Electra. A la chica le chorreaba sangre por la nariz, que se hinchaba por momentos.

—No lo sé...

Victoria cogió una de las muñecas de Electra.

—Todavía tiene pulso, Margaery, estoy segura.

Margaery sintió una oleada de alivio, tan intensa que al principio se mareó.

—¿Está viva?

—Sí, creo que sí.

—Neville, no estamos muy lejos de la salida —dijo Harry en un susurro—, estamos justo al lado de la sala circular... Si consiguieras llegar hasta allí y encontrar la puerta de salida antes de que lleguen más mortífagos, podrías llevar a Electra, Victoria y Margaery por el pasillo hasta el ascensor... Y entonces podrías buscar a alguien..., dar la alarma...

—¿Y qué vas a hacer tú? —preguntó Margaery mirando ceñudo a su mellizo.

—Yo tengo que encontrar a los otros —contestó Harry.

—Quiero ayudarte a buscarlos —dijo Margaery con firmeza.

—Pero Electra...

—Podemos llevarla con nosotros —propuso Neville sin vacilar—. Puedo llevarla yo, tú eres más hábil con la varita...

Se incorporó y agarró a Electra por un brazo, sin dejar de mirar con fiereza a Harry, que todavía dudaba; entonces Victoria la agarró por el otro brazo y ayudó a Neville a colgarse el cuerpo inerte de Electra sobre los hombros.

—Espera —dijo Harry recuperando del suelo la varita de Electra y poniéndosela a Neville en la mano—, será mejor que cojas esto.

Victoria apartó de una patada los trozos de su varita y echaron a andar despacio hacia la puerta.

—La abuela Ariadne me matará —afirmó Victoria escupiendo sangre al hablar—; si se enteran de esto me matarán.

El mortífago con cabeza de bebé chillaba y se daba golpes contra todo, derribaba relojes de pie y volcaba mesas; se desgañitaba y parecía confuso.

—No nos verá —susurró—. Vamos, péguense a mí...

Salieron con sigilo del despacho y fueron hacia la puerta que conducía a la sala circular negra, que parecía completamente desierta. Avanzaron unos pasos; Neville y Victoria se tambaleaban un poco a causa del peso de Electra. La puerta de la Estancia del Tiempo se cerró tras ellos y la pared empezó a rotar otra vez. Margaery estaba un poco mareada del golpe que se había dado con Victoria, así que entornó los ojos y notó que oscilaba ligeramente, hasta que la pared dejó de moverse. Entonces vio que las equis luminosas que había trazado en las puertas habían desaparecido, y se le cayó el alma a los pies.

—¿Tú por dónde crees que...?

Pero antes de que pudieran decidir por qué puerta iban a intentar salir, se abrió de par en par una que había a la derecha y por ella entraron seis personas dando traspiés.

—¡Ron! —exclamó Harry, y corrió hacia ellos—. Ginny... ¿Estáis todos...?

—Harry —dijo Ron con una risita; se abalanzó sobre él, lo agarró por la túnica y lo miró como si no pudiera enfocar bien su cara—, estás aquí. ¡Ji, ji, ji! ¡Qué raro estás, Harry, vas muy despeinado!

Ron estaba muy pálido y le goteaba una sustancia oscura por una comisura de la boca. Entonces se le doblaron las rodillas, y al estar todavía agarrado a la túnica de Harry, éste se inclinó por la cintura como si hiciera una reverencia.

—Ginny —dijo Harry con temor—. ¿Qué ha pasado?

Pero Ginny movió la cabeza de un lado a otro y resbaló por la pared hasta quedar sentada en el suelo, al tiempo que jadeaba y se sujetaba un tobillo.

—Creo que se ha roto el tobillo; he oído un crujido —susurró Hermione, que se había agachado a su lado; era la única que parecía ilesa—. Cuatro mortífagos nos han perseguido hasta una habitación oscura llena de planetas; era un sitio muy raro, a veces nos quedábamos flotando en la oscuridad.

Angelica tenía la cara manchada y llena de sangre y tierra y Colette se agarraba la muñeca con una mueca.

—¡Hemos visto Urano de cerca, Harry! —exclamó Ron, que seguía riendo débilmente—. ¿Me has oído, Harry? Hemos visto Urano. ¡Ji, ji, ji!

Una burbuja de sangre se infló en la comisura de la boca de Ron, por donde le goteaba aquella sustancia oscura, y explotó poco después.

—Uno de los mortífagos ha agarrado a Ginny por el tobillo —prosiguió Luna—; he utilizado la maldición reductora y le he lanzado Plutón a la cara, pero...

Luna señaló a Ginny, que respiraba entrecortadamente y mantenía los ojos cerrados.

—¿Y a Ron qué le ha pasado? —preguntó Harry atemorizado

—No sé qué le han hecho —respondió Luna con tristeza—, pero se comporta de una forma muy extraña; me ha costado lo mío traerlo hasta aquí.

—Harry —continuó Ron sin parar de reír, y tiró de él hacia abajo hasta que la oreja de éste le quedó a la altura de la boca—, ¿sabes quién es ésta, Harry? Es Lunática, Lunática Lovegood, ¡ji, ji, ji!

—Tenemos que salir de aquí como sea —dijo Harry con firmeza—. Luna, ¿puedes ayudar a Ginny?

—Sí —contestó la chica, y se colocó la varita mágica detrás de una oreja. A continuación, rodeó a Ginny por la cintura y la levantó del suelo.

—¡Sólo me duele un poco el tobillo, puedo levantarme yo sola! —protestó Ginny, pero al cabo de un momento se cayó hacia un lado y tuvo que sujetarse a Luna.

Arrastró a Ron hacia una puerta, y estaban sólo a unos palmos de alcanzarla cuando otra se abrió de repente en el lado opuesto de la sala y por ella entraron tres mortífagos.

—¡Están aquí! —gritó.

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