lv. open mind
lv. mente abierta
—¿Clases particulares con Snape? —repitió Margaery, horrorizada—. ¡Yo preferiría tener las pesadillas!
—Ya, pero, dicen que es mejor así —repuso Harry.
Cuando habían vuelto a Hogwarts, Harry le había contado que a partir de ahora tendría que tomar clases particulares de Oclumancia con Snape para dejar de tener pesadillas. La conversación no había sido muy fluida porque los miembros del ED se le acercaran constantemente para preguntarle, esperanzados, si aquella noche iba a celebrarse una reunión
—Ya os comunicaré por el canal habitual cuándo será la próxima —decía Harry—, pero esta noche no puede ser, tengo clase de... pociones curativas.
—¿Tienes clases particulares de pociones curativas? —le preguntó con desdén Zacharias Smith—. ¡Madre mía, debes de ser malísimo! Snape no suele dar clases de refuerzo.
Smith se alejó con un aire irritantemente optimista, y Margaery lo miró con odio.
—¿Quieres que le haga un embrujo? Desde aquí aún lo alcanzaría —se ofreció—. Y me quedaría con el puesto de Capitana del Equipo de Quidditch.
—Déjalo —respondió Harry con desaliento—. Es lo que va a pensar todo el mundo, ¿no? Que soy un idiota perdido.
—Dime el nombre de alguien que te diga algo y lo pongo a limpiar el baño de chicas con Myrtle —dijo Margaery, en tono amenazador.
—Está bien, Mary... —suspiró Harry—. Tengo que irme. Adiós.
—¿Cómo te ha ido? —le preguntó Margaery en un susurro a la hora y media, y al momento añadió con preocupación—: ¿Te encuentras bien, Harry?
—Sí, estoy bien... Bueno, no lo sé... —respondió él, impaciente, e hizo una mueca de dolor al notar otra punzada en la frente—. Escucha, acabo de darme cuenta de una cosa...
Y le contó sobre que llevaba meses soñando con un pasillo sin ventanas que terminaba en una puerta cerrada, y que en ese momento, cuando volvió a contemplar el recuerdo, supo que lo que había soñado tantas veces era el pasillo que había recorrido con el señor Weasley el 12 de agosto cuando iban a toda prisa hacia las salas del tribunal del Ministerio; era el pasillo que conducía al Departamento de Misterios, y el duque de Ille y Vilaine estaba allí la noche que lo atacó la serpiente de Voldemort.
—¿Estás diciendo..., estás insinuando... —susurró Margaery— que el arma..., eso que busca Voldemort..., está en el Ministerio de Magia?
—En el Departamento de Misterios, sí, estoy convencido —dijo Harry en voz baja—. Vi esa puerta cuando el padre de Ron me acompañó a las salas del tribunal donde se celebró mi vista, y estoy seguro de que es la misma que el duque estaba vigilando cuando lo mordió la serpiente.
Margaery exhaló un largo y lento suspiro.
—Claro —dijo.
—Claro ¿qué? —inquirió Harry.
—Piensa un poco... Sturgis Podmore intentaba entrar por una puerta del Ministerio de Magia... ¡Debía de ser ésa, no puede tratarse de una coincidencia!
—¿Cómo iba a querer entrar Sturgis por esa puerta si está en nuestro bando? —objetó Harry.
—No lo sé —admitió Margaery—. Es un poco raro... Quizás esté intentando conseguir lo que quiere Voldemort antes que él.
—¿Y qué hay en el Departamento de Misterios, de todas formas? —le preguntó Harry.
—Sé que a los que trabajan allí los llaman los inefables —explicó Margaery frunciendo el entrecejo—, porque en realidad nadie sabe qué hacen. Debe de ser algo muy secreto que ha estado creando el Ministerio... ¿Seguro que te encuentras bien, Harry?
Éste acababa de pasarse ambas manos con fuerza por la frente, como si quisiera plancharla.
—Sí, estoy bien... —afirmó, y bajó las manos, que le temblaban—. Aunque estoy un poco... No me gusta mucho la Oclumancia.
—Cualquiera se sentiría débil si acabaran de atacar su mente un montón de veces seguidas —opinó Margaery, comprensiva—. Pero hay algo que no comprendo... ¿Cómo sabe Dumbledore qué no estás viendo al futuro? Digo, nuestra familia es famosa por la clarividencia...
—Eso le dije yo a Snape —repuso Harry—. Pero él solo dijo que Voldemort estaba poseyendo ala serpiente en ese momento, y por eso yo soñé que también estaba dentro de ella.
—Entiendo que sea por tu seguridad pero... —Margaery hizo una pausa, como si tratara de buscar las palabras correctas—. La mente es muy frágil, más una como la tuya... Y que alguien como Snape te de clases... —Era cierto. La mayoría de legeremantes decían que indagar en la mente de un Pendragon era una de las cosas más dolorosas que jamás habían experimentado. El dolor llegaba a tal punto que habían rogado que los asesinaran—. ¿Y Snape... no demostró dolor? ¿En ningún momento...?
—Diría que no Snape, pero yo sí —repuso Harry, bufando.
De pronto, Margaery notó un dolor tan intenso que creyó que alguien le había partido la cabeza por la mitad. No sabía dónde se encontraba, ni si estaba de pie o tumbada; ni siquiera sabía cómo se llamaba....
"La Oclumancia me ha debilitado la resistencia de la mente en lugar de fortalecerla"... "¿Mi sapo estará enfermo? Tiene un color horrible":.. "Espero que la reunión del ED sea más pronto que tarde"... "Detesto la escuela"... "¿Escuchaste que Cormac y esa Weasley están saliendo?"... "Malditos niños revoltosos"... "¿Y ahora qué le pasó?... "No puedo creer que me haya dejado"... Unas imágenes de una habitación chilonamente amarilla... Una canción muggle... Y luego silencio.
Todo se había quedado en un silencio inquebrantable, aunque Margaery sospechaba que la desierta Sala Común de Gryffindor nunca había dejado de estar en silencio.
—¿Mary? ¿Estás bien? —preguntó Harry, chasqueando dos dedos enfrente de su cara.
Margaery parpadeó repetidas veces. El dolor de cabeza que la había invadido hace unos segundos se había evaporado.
—¿Qué? —se dió cuenta de que estaba parada, con las dos manos abiertas y colocadas en la mesa—. Piensa en algo... En algo en concreto que no se puede confundir con nada más —pidió—. ¡No me lo digas! Solo piensalo...
—Eh... Bien, ya está...
Haciendo un esfuerzo descomunal, tratando de ignorar el creciente dolor de cabeza, navegó por un mar torrencial de voces que se preguntaban desde que día sería la próxima salida a Hogsmeade a si el Ministro iba a despedir a sus padres y luego... Unas risotadas de maníaco resonaron en sus oídos... Se sentía más feliz de lo que se había sentido en mucho tiempo... Radiante de alegría, eufórica, triunfante... Había pasado algo maravilloso...
Se despertó cuando sintió esa risa de forma más cercana. Abrió los ojos. Harry estaba tirado en el suelo jadeando, tenía la vista fija en el techo y la cicatriz estaba de un rojo vivo.
—¿Harry? ¡HARRY!
Se inclinó sobre él, arrodillándose en el piso frío. Al ver que su hermano no reaccionaba a sus gritos, le golpeó en la cara. En ese momento, aquella risa loca tenía como contrapunto un grito de dolor.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó.
—No... lo sé... —contestó Harry entrecortadamente, y se incorporó—. Está muy contento..., muy contento...
—¿Te refieres a Voldemort? ¿O a...? —Margaery se aguantó las ganas de decir "a mi"
—Ha pasado algo bueno —murmuró Harry. Temblaba de pies a cabeza y estaba muy mareado—. Algo que él deseaba...
—Ve a dormir —murmuró Margaery, con preocupación—. Trata de calmarte... Quizás Snape te lo responda en su próxima clase...
Miró sin convicción a Harry mientras lo ayudaba a ir hasta su habitación. Harry asintió, también sin convicción.
—Hasta mañana, H.
Su hermano no le contestó, solo se desplomó en su cama. Margaery cerró la puerta de la habitación y bajó corriendo a toda velocidad hacia afuera de la Sala Común. Necesitaba respuestas. ¿Por qué ella, cuya única interacción con lord Voldemort había sido cuando él estaba moribundo en el cementerio, había sentido lo que él y Harry habían sentido? No debería ser posible y aún así... Pero no solo había escuchado los pensamientos de Voldemort, sino que también los de muchas otras personas en el castillo.
Se encerró en un aula vacía y se apoyó contra la puerta, respirando pesadamente.
—¡Morgana! —susurró, con enojo—. ¿Apareces cuando voy a enviarle una carta a alguien pero no ahora?
—Cálmate —dijo una voz tranquila a su lado—. ¿No te dije que no le mandaras esa carta a esa niña? Pues resulta que tenía razón.
—No necesito que me sermones sobre Alessia —Margaery se obligó a recordar con quien estaba hablando—. ¿Por qué... por qué yo pude hacer... eso?
—Se llama legeremancia y sirve para...
—Ya sé que es y para que sirve —la interrumpió Margaery—. Quiero saber por qué yo pude hacerlo. Nunca he podido...
—¿Segura? Piensalo dos veces.
Margaery lo pensó una vez, dos veces y hasta tres veces. Siempre había sido muy empática con la gente y siempre había parecido entender que era lo que la mayoría sentía o quería en momentos determinados. Su tía Daenerys lo había llamado un "carisma inigualable" pero su tío Aemmond lo llamó "manipulación de la buena".
—Solo lo has despertado ahora —habló Morgana—. Tienes algo dentro, Margaery. Algo grande. Al igual que tu hermano tiene algo cruel y retorcido dentro.
Y desapareció, dejándola sola y confundida.
—¿Morgana? ¡Morgana!
Se quedó unos minutos en silencio y encerrada en el aula. No podía dejar de pensar en lo que había visto, y se preguntó, con profunda inquietud, qué habría pasado para que lord Voldemort se sintiera más feliz de lo que se había sentido en catorce años.
A la mañana siguiente, Margaery encontró la respuesta a su pregunta. Cuando llegó El Profeta de Hermione, ésta lo alisó, echó un vistazo a la primera plana y soltó un grito que hizo que todos los que estaban cerca se quedaran mirándola.
—¿Qué pasa? —preguntaron Margaery, Angelica, Harry y Ron a la vez.
Por toda respuesta, Hermione colocó el periódico sobre la mesa, delante de sus amigos, y señaló diez fotografías en blanco y negro que ocupaban la primera plana; eran las caras de nueve magos y una bruja. Algunas de las personas fotografiadas se burlaban en silencio; otras tamborileaban con los dedos en el borde inferior de la fotografía, con aire insolente. Cada fotografía llevaba un pie de foto con el nombre de la persona y el delito por el que había sido enviada a Azkaban.
«Antonin Dolohov, condenado por el brutal asesinato de Gideon y Fabian Prewett», rezaba el pie de foto de un mago con la cara larga, pálida y contrahecha, que miraba sonriendo burlonamente a Margaery.
«Augustus Rookwood, condenado por filtrar secretos del Ministerio de Magia a Aquel-que-no-debe-ser-nombrado», rezaba el pie de foto de un individuo con la cara picada de viruela y el cabello grasiento, que estaba apoyado en el borde de su fotografía con pinta de aburrido.
Pero la foto que más llamó la atención de Margaery fue la de la bruja, cuya cara había destacado entre las demás en cuanto miró la página. Llevaba el cabello largo y era castaño, pero en la fotografía tenía aspecto de desgreñado y sucio. La bruja miraba a Margaery fijamente con ojos de párpados caídos y una arrogante y desdeñosa sonrisa en los finos labios. Como Sirius, conservaba vestigios de la antigua belleza que algo, quizá Azkaban, le había robado.
«Bellatrix Lestrange, condenada por torturar a Frank y Alice Longbottom hasta causarles una incapacidad permanente.»
Hermione le dio un codazo a Harry y señaló el titular que había encima de las fotografías, que Harry, concentrado en la imagen de Bellatrix, todavía no había leído.
FUGA EN MASA DE AZKABAN: EL MINISTERIO TEME QUE BLACK SEA EL «PUNTO DE REUNIÓN» DE ANTIGUOS MORTÍFAGOS
—¿Black? —dijo Harry en voz alta—. ¿No se...?
—¡Chissst! —susurró Hermione, alarmada—. ¡No hables tan alto, léelo y calla!
El Ministerio de Magia anunció ayer entrada la noche que se había producido una fuga en masa de Azkaban.
Cornelius Fudge, ministro de Magia, fue entrevistado en su despacho y confirmó que diez prisioneros de la sección de alta seguridad escaparon a primera hora de la noche pasada, y que ya ha informado al Primer Ministro muggle del carácter peligroso de esos individuos.
«Desgraciadamente, nos encontramos en la misma situación en que estábamos hace dos años y medio, cuando huyó el asesino Sirius Black —declaró Fudge ayer por la noche—. Y creemos que las dos fugas están relacionadas. Una huida de esta magnitud sugiere que los fugitivos contaron con ayuda del exterior, y hemos de recordar que Black, el primer preso que logró huir de Azkaban, sería la persona idónea para ayudar a otros a seguir sus pasos. Creemos también que esos individuos, entre los que se encuentra la prima de Black, Bellatrix Lestrange, han acudido a ofrecer apoyo a Black, al que han erigido líder. Sin embargo, estamos haciendo todo lo posible para capturar a los delincuentes, y pedimos a la comunidad mágica que permanezca alerta y actúe con prudencia. No hay que abordar a ninguno de estos individuos bajo ningún concepto.»
—Ya está, Harry —dijo Margaery—. Por eso estaba tan contento anoche.
—No puedo creerlo —gruñó Harry—. ¡Fudge culpa de la fuga a Sirius!
—¿Qué otras posibilidades tiene? —comentó Margaery con amargura—. No puede decir: «Lo siento mucho, Dumbledore ya me advirtió que esto podía pasar, los vigilantes de Azkaban se han unido a lord Voldemort...» ¡Deja de gimotear, Ron! «... y ahora los peores partidarios de Voldemort se han fugado.» Hay que tener en cuenta que Fudge lleva seis meses diciendo a todo el mundo que Dumbledore y tú, y yo en menor medida, somos unos mentirosos.
Hermione abrió el periódico y empezó a leer la crónica interior mientras Margaery recorría el Gran Comedor con la mirada. No entendía por qué sus compañeros no parecían asustados ni comentaban por lo menos la espantosa noticia de la primera plana, aunque lo cierto era que muy pocos recibían el periódico todos los días, como Hermione. Allí estaban, hablando de los deberes, de quidditch y de los últimos cotilleos, a pesar de que fuera de aquellos muros otros diez mortífagos habían pasado a engrosar las filas de Voldemort.
Miró hacia la mesa de los profesores. Allí todo era diferente: Dumbledore y la profesora McGonagall estaban en plena conversación, y ambos parecían sumamente serios. La profesora Sprout tenía El Profeta apoyado en una botella de ketchup y leía la primera plana con tanta concentración que no se había dado cuenta de que de la cuchara que tenía en suspenso delante de la boca caía un hilillo de yema de huevo que iba a parar a su regazo. Entre tanto, al final de la mesa, la profesora Umbridge atacaba un cuenco de gachas de avena. Por primera vez los saltones ojos de sapo de Dolores Umbridge no recorrían el Gran Comedor, tratando de descubrir a algún estudiante que no se estuviera portando bien. Tenía el entrecejo fruncido mientras engullía la comida, y de vez en cuando lanzaba una mirada maliciosa hacia el centro de la mesa, donde conversaban Dumbledore y la profesora McGonagall.
—¡Oh...! —exclamó Hermione, sorprendida, sin apartar los ojos del periódico.
—¿Y ahora qué? —preguntó rápidamente Harry; estaba muy nervioso.
—Es... —dijo la chica, sorprendida. Dobló el periódico por la página diez y se lo pasó a sus amigos.
ABISMAL DERROTA DEL EJÉRCITO DE ALEXANDER PENDRAGON ANTE LA REINA ALYSSANE
Los turbulentos vientos de la política y la guerra continúan sacudiendo los cimientos de Camelot, y en esta ocasión, la Reina Alyssane ha emergido triunfante en una confrontación que ha dejado al usurpador, Alexander Pendragon, en una posición aún más precaria.
La noticia de la supuesta bastarda de los hijos del rey ha provocado una crisis sin precedentes en el reino, socavando la legitimidad del usurpador y alienando incluso a sus últimos partidarios leales. Su intento desesperado de silenciar cualquier discusión sobre la reina Alessia y sus hijos, alentadas por la reina Alyssane y un confidente misterioso, solo ha exacerbado la desconfianza hacia su régimen, dejándolo vulnerable ante los planes de aquellos que ansían su caída.
En un movimiento sorprendente que ha consolidado aún más el poder de la reina, esta ha elevado a Owen Knight, cuya familia se rumorea estar relacionados con los hijos del usurpador, al rango de Caballero de la Mesa Redonda. Este gesto se interpreta no solo como un acto de desafío hacia Alexander Pendragon, sino también como un reconocimiento público de la confianza de la reina a su leal asesor.
La ira del usurpador no se hizo esperar, y en un intento desesperado por sofocar la creciente oposición, envió a su ejército a Tintagel, buscando aplastar cualquier signo de disidencia. Sin embargo, la respuesta fue abrumadora y devastadora para Pendragon. El Ejército de la Provincia de Tintagel, liderado por la General en Jefe, la princesa Arya Pendragon, demostró su fuerza y determinación al derrotar al invasor con una contundencia asombrosa.
Esta abismal derrota no solo debilita aún más la posición del rey usurpador, sino que también consolida el poder y la legitimidad de Alyssane como la verdadera heredera del trono. Mientras el reino se tambalea al borde del caos, todo político ha aceptado que el movimiento de la reina se trató de una verdadera jugada maestra.
—¡Es increíble! —exclamó Harry, eufórico—. ¡Alexander se está debilitando! Eso significa que Alyssane está más cerca del trono. ¿Verdad, Marg? ¿Marg?
Pero Margaery estaba horrorizada.
"Cualquier discusión sobre la reina Alessia y sus hijos, alentadas por la reina Alyssane y un confidente misterioso"... Ella era el confidente misterioso. Ella era la que había traicionado a sus amigas. Con razón, Alessia no le había respondido a su carta.
Se sentía sucia, contaminada, como si llevara dentro un germen mortal; no era digna de estar sentada en el Gran Comedor, con sus amigos, con gente inocente y limpia, cuyas mentes y cuyos cuerpos estaban libres del estigma de la traición que ella había cometido.
—¿Marg?
—Sí..., sí... —se obligó a asentir—. Es increíble. Tendremos que escribirle a Alys para felicitarla...
Angelica también estaba palidísima y, cuando le pidió El Profeta a Hermione y se levantó para ir a donde estaban sus primos, Margaery la siguió.
—¿Lo vieron? —preguntó sentándose.
—¿Ver qué? —le cuestionó Edward, pasando su mirada de Margaery a Angelica. Se había puesto muy nervioso de pronto.
—"En un movimiento sorprendente que ha consolidado aún más el poder de la reina, esta ha elevado a Owen Knight, cuya familia se rumorea estar relacionados con los hijos del usurpador, al rango de Caballero de la Mesa Redonda. Este gesto se interpreta no solo como un acto de desafío hacia Alexander Pendragon, sino también como un reconocimiento público de la confianza de la reina a su leal asesor." —leyó Angelica a sus tres primos—. Estamos salvados.
Edward parecía haber recobrado un poco el color pero cuando habló la voz no le temblaba.
—"Cuya familia se rumorea estar relacionados con los hijos del usurpador" —repitió Edward—. Aún no salimos de la atención.
Margaery miró a Andrew y advirtió, preocupada, que parecía más que dispuesto a volver a abalanzarse contra su hermano. Margaery se sentó a un lado de él.
—Pero algo es algo, Ed
Margaery alcanzó el periódico y se lo pasó a Andrew, haciendo un disimulado hincapié en donde, indirectamente, se la mencionaba. El chico la miró.
—No te preocupes —murmuró—. Nadie pensaría que podrías haber sido tu.
En los días posteriores, la noticia de que supuestamente Hagrid estaba en periodo de prueba se extendió por el colegio, pero casi nadie se mostró muy disgustado. En esos días, en los pasillos sólo se hablaba de una cosa: de los diez mortífagos fugados, cuya historia se había propagado por Hogwarts filtrada por los pocos alumnos que leían los periódicos. Corrían rumores de que habían visto a algunos de los fugitivos en Hogsmeade, de que estaban escondidos en la Casa de los Gritos y de que iban a entrar en Hogwarts, como había hecho Sirius en una ocasión.
Últimamente los estudiantes volvían a murmurar y a señalar a Harry cuando se cruzaban con él por los pasillos, aunque le pareció detectar un ligero cambio en el tono de voz de los que cuchicheaban. Éste ya no era de hostilidad, sino de curiosidad, y en un par de ocasiones alcanzó a oír fragmentos de conversaciones que indicaban que sus compañeros no estaban conformes con la versión que daba El Profeta sobre cómo y por qué diez mortífagos habían conseguido fugarse de la fortaleza de Azkaban. Confundidos y temerosos, parecía que esos escépticos recurrían a la única explicación alternativa que tenían: la que Harry y Dumbledore habían estado exponiendo desde el año anterior.
Y no era sólo el estado de ánimo de los alumnos lo que había cambiado; también era habitual encontrarse a dos o tres profesores hablando en susurros por los pasillos e interrumpiendo sus conversaciones en cuanto veían que se acercaba algún alumno.
—Es evidente que si Umbridge está en la sala de profesores, ya no pueden hablar con libertad allí —comentó Margaery en voz baja cuando un día ella, Colette y Angelica se cruzaron con la profesora McGonagall, el profesor Flitwick y la profesora Sprout, que estaban apiñados frente al aula de Encantamientos.
—¿Crees que ellos saben algo más? —le preguntó Angelica girando la cabeza para mirar a los tres profesores.
—Si saben algo, no nos lo van a contar, ¿verdad? —terció Colette, enfadada—. Con el decreto... ¿Por qué número vamos ya?
Y es que en los tablones de anuncios de las cuatro casas habían aparecido nuevos letreros a la mañana siguiente de que saltara la noticia de la fuga de Azkaban:
——— POR ORDEN DE ———
LA SUMA INQUISIDORA DE HOGWARTS
Se prohíbe a los profesores proporcionar a los alumnos cualquier información que no esté estrictamente relacionada con las asignaturas que cobran por impartir.
Esta orden se ajusta al Decreto de Enseñanza n.º 26.
Firmado
Dolores Jane Umbridge
Suma Inquisidora de Hogwarts
Margaery creyó que la fuga de Azkaban le daría una lección de humildad a la profesora Umbridge, o que tal vez se avergonzaría de la catástrofe que se había producido en las mismísimas narices de su querido Fudge. Sin embargo, parecía que sólo había intensificado su furioso deseo de tomar bajo su control todos los aspectos de la vida en Hogwarts. Se mostraba decidida, como mínimo, a conseguir un despido lo más pronto posible, y la única duda era quién iba a caer primero: la profesora Trelawney o Hagrid.
A partir de entonces, todas las clases de Adivinación y de Cuidado de Criaturas Mágicas se impartían en presencia de la profesora Umbridge y de sus hojas de pergamino, cogidas con el sujetapapeles. Acechaba junto al fuego en la perfumada sala de la torre, interrumpía los discursos de la profesora Trelawney, cada vez más histéricos, con difíciles preguntas sobre ornitomancia y heptomología, insistía en que predijera las respuestas de los alumnos antes de que ellos las dieran, y exigía que demostrara sus habilidades con la bola de cristal, las hojas de té y las runas. A Margaery le parecía que, en cualquier momento, la profesora Trelawney se vendría abajo ante tanta presión. En varias ocasiones se la cruzó por los pasillos (un hecho muy inusual, pues ella solía quedarse en su habitación de la torre), y siempre iba murmurando por lo bajo, furiosa, se retorcía las manos, lanzaba aterradas miradas por encima del hombro y despedía un intenso olor a jerez para cocinar. De no haber estado tan preocupada por Hagrid, Margaery habría sentido lástima por ella; pero, si tenían que destituir a alguno de los dos, Margaery tenía clarísimo quién quería que se quedara.
A Margaery le alegró comprobar que la noticia de que otros diez mortífagos andaban sueltos había estimulado a los que participaban en las reuniones del ED, incluso a Zacharias Smith, a esforzarse más que nunca, pero en quien más se notaba esa mejora era en Neville. Mejoraba tan de prisa que resultaba desconcertante, y cuando Harry les enseñó el encantamiento escudo (un método para desviar pequeños embrujos y que rebotaran sobre el agresor), sólo Margaery, Hermione y Andrew consiguieron ejecutarlo más deprisa que Neville.
—A lo mejor es como una enfermedad —sugirió Hermione, un tanto preocupada, cuando Harry se sinceró con ella, con Margaery y con Ron sobre sus clases de Oclumancia—. Un virus o algo así. Tiene que empeorar antes de empezar a mejorar.
—Las clases con Snape lo están agravando —aseguró Harry con rotundidad—. Estoy harto de que me duela la cicatriz y de recorrer ese pasillo todas las noches. —Se frotó la frente con fastidio—. ¡Ojalá se abriera esa puerta porque estoy hasta la coronilla de quedarme allí plantado mirándola!
—No tiene ninguna gracia —opinó Hermione con aspereza—. Dumbledore no quiere que sueñes con ese pasillo; si no, no le habría pedido a Snape que te enseñara Oclumancia. Lo que tienes que hacer es esforzarte un poco más en las clases.
—¡Ya me esfuerzo! —protestó Harry, molesto—. Pruébalo un día y verás. A ver si a ti te gusta que Snape se meta dentro de tu cabeza... ¡Te aseguro que no es nada divertido!
—A lo mejor... —intervino Ron.
—A lo mejor ¿qué? —dijo Hermione con brusquedad.
—A lo mejor Harry no tiene la culpa de no poder cerrar su mente —repuso Ron, misterioso.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó la chica.
—Pues que... quizá Snape en realidad no intente ayudar a Harry... —Éste, Margaery y Hermione lo miraron con fijeza. Ron, por su parte, miraba elocuentemente a sus amigos—. Tal vez —prosiguió bajando un poco la voz— lo que intenta es abrir un poco más la mente de Harry... Ponérselo más fácil a Quien-vosotros-sabéis...
—Cállate, Ron —le espetó Hermione—. ¿Cuántas veces has sospechado de Snape y cuándo has tenido razón? Dumbledore confía en él, trabaja para la Orden, con eso tendría que bastarte.
—Era un mortífago —afirmó Ron con testarudez—. Y no tenemos pruebas de que verdaderamente se cambiara de bando.
—Dumbledore confía en él —repitió Hermione—. Y si nosotros no confiamos en Dumbledore, no podemos confiar en nadie
—Y además, Harry tiene la mente más frágil que las alas de un dragón bebé —dijo Margaery.
—¿Y como lo sabes? —preguntó Ron con aspereza—. No será que...
—¡Te recuerdo que es mi hermana melliza, Ron! —saltó Harry al prever lo que Ron iba a decir.
—Solo decía que...
—No, no. Está bien —lo cortó Margaery—. Quizás sí tengas razón, Ron. Y no me mires así, Hermione, cuando te pasas al lado oscuro es muy difícil volver. Y Dumbledore ya ha estado equivocado otras veces, ¿no?
Al ver la expresión en los ojos de Harry, Margaery se hizo jurar que jamás traicionaría a su hermano como lo había hecho con otras personas
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