liv. raise a glass
liv. levanta un vaso
Margaery estaba segura de que los Pendragon salían hasta desde debajo de las piedras.
En el Salón Rojo del Castillo Provincial de Ille y Vilaine habían más de sus familiares de los que Margaery había conocido en su vida. La chica se sorprendió fuertemente al ver la fuerza de la genética en su familia. Todos eran altos, con ojos clarísimos y sus cabellos, si bien no eran todos platinados, eran de un tono rubio tan claro que se podrían confundir con el mismísimo sol. ¿Lo bueno? Solo tres montaban dragones.
—Es una segregación —le dijo Margaery a Harry, cuando los dos se pararon a un lado de una de los enormes ventanales.
—¿Una qué?
—Todos los que no tienen cabello claro estamos apartados para este lado —murmuró, señalando disimuladamente a grupo reducido de jóvenes, y no tan jóvenes, que se agrupaban separados del resto.
—Tienen una familia más grande que la nuestra —murmuró Angelica, que estaba con su familia.
—No conocemos ni a la mitad —respondieron los mellizos en unísono.
—Que yo recuerde, no se ha congregado esta cantidad de gente ni siquiera para el funeral de mi tío Aemmond —dijo Harry—. Y eso que instauraron duelo nacional por una semana.
—Pues claro —saltó Margaery, observando el cuarto—. Si son todos unos falsos aprovechadores.
La familia bretona rió, excepto el duque de Ille y Vilaine que intentó formar el amago de una sonrisa. En ese momento, se acercaba Aemma. Los mellizos intentaron esconderse detrás de Angelica y Elizabeth pero les fue en vano.
—Hola, Owen —saludó Aemma—. Me alegra que ya te hayas recuperado. Harry, Margaery, ya los ví. Salgan de ahí, tienen que ir a saludar.
Los dos salieron de detrás de las hermanas, abatidos.
—Pero, mamá...
—Pero nada —dijo su madre—. Mira, Owen, mi hija está por allá hablando con mi sobrina así que si quieres hablar con ellas es este el momento. Te aseguro que nadie te va a oír.
—Gracias, Aemma —dijo el duque.
—Ustedes dos, vamos —Aemma señaló a sus dos hijos menores y los dos la siguieron—. Johanna quiere verlos. Me negaría pero dado que mi padre no quiere más riñas familiares... —dejó la frase al aire, como si estuviera profundamente resentida con los deseos del hombre—. Ninguno aquí son Pendragons, excepto por nosotros. Su hermana ha sido muy amable al invitarlos. Por cierto, hay algunos nombres que tienen que saber. Aquel de allá es mi tío Aerys y sus seis hijos; Veria, Ellia, Sansa, Joyce, Myrella y Aenys. Estoy bastante segura de que ninguno es hijo de él, pero en fin... —los mellizos rieron—. Allá está mi tía Shaerys, está casada con ese grandulón con cara de babuino tonto, que es mi primo en segundo grado, su boda fue un desastre. Tienen tres hijas; Daenera, Helaena y Alicent. Ningún hombre, como de costumbre. Mi otra tía, Shaera, es madre de Rhaella y Rhaegal, salieron con suerte porque son más platinados que yo y Aemmond juntos. Los primos de mi padre; Baelon y Baela, cada uno tiene cinco hijos. No estoy segura de recordar todos sus nombres, pero creo que eran; Nella, Baela, Naera, Naerys y Alexander, de Baela y de Baleon son Prudencya, Phillippa... No, era Phillya, Viserys, Maegor y otro Arthur. Las de allá son las sobrinas de mi abuelo; Ceryse, Alys, Tyanna, Elinor, Jeyne y Rhaena. Y, claro, mi madrastra. Agradezco que sus hijos no estén aquí —la expresión de disgusto de la princesa se transformó en una sonrisa un tanto fingida—. ¡Padre! ¿Recuerdas a mis hijos? Margaery y Harry, los mellizos.
Margaery no encontraba las palabras para describir cuánto odiaba a su abuelo y a sus hijos. Eran como Malfoy solo que ellos nunca habían recibido ni el mínimo de amor maternal. Audrey, Benedict, Celia, Denisse y Edmund eran la definción de basura humana andante. Margaery era consciente que su abuelo no la quería mucho, principalmente porque era una de las hijas de su hija favorita y no tenía ninguna característica Pendragon. Esto a ella no le importaba mucho porque no le tenía el mínimo aprecio al anciano. Lo más gracioso de todo era que casi todos los hijos de Arthur IX apoyaban al usurpador.
Aemma había mencionado vagamente que era lógico pues Yvette Britannia los había criado como si fueran sus hijos propios y que ni Arthur ni Johanna los habían querido en exceso. A Margaery le pareció que su madre tenía una lucha más allá que el trono con aquella Britannia pero no dijo nada.
—Sí, claro... —asintió el rey Arthur IX—. Es un placer volver a verlos.
—Lo mismo decimos —respondió Margaery porque Harry estaba muy ocupado tratando de no reírse.
La reina Johanna la abrazó como si de una hija se tratara. A Margaery siempre le había dado la sensación de que era la más querida por su abuelastra y el sentimiento, en ese caso, era mutuo. El único que no apoyaba a Alexander era Benedict, el príncipe tuerto. Había sido la mismísima Arya quien le había arrancado el ojo a Benedict, por eso Margaery no entendía que hacía apoyando a Alyssane.
Por lo que Margaery se había enterado, unos meses después de que ella y Harry nacieran, Benedict había reclamado el dragón que se suponía sería de Hilal, la tía de Margaery. La adolescente había corrido a buscar a Aemma y Aemmond, pero solo encontró a sus hijas, Alyssane y Arya, y a sus hermanas, Daenerys y Margaery. Las Pendragon eran menores que Benedict (Margaery tenía dieciséis años; Daenerys, quince, Hilal, trece, y Alyssane y Arya solo tres), pero eran más e iban armadas con espadas de madera del patio de entrenamiento. El único que acudió a ayudar a Benedict había sido Alexander, el hijo de Yvette.
Cuando se lanzaron en contra de ellos, Alexander se revolvió y rompió la nariz a Hilal de un puñetazo, luego Benedict arrebató a Daenerys la espada de las manos y la partió contra la nuca de Alyssane, lo cual la dejó de rodillas. Cuando las más pequeñas huyeron, ensangrentadas y maltrechas, el príncipe se empezó a mofar de ellas, a reírse y a decirles que se volvieran corriendo a los brazos de sus padres, Aemma y Aemmond.
Margaery y Daenerys, al menos, ya tenían edad para entender el alcance del insulto y arremetieron contra Alexander de nuevo, pero este las emprendió a golpes, hasta que Arya acudió al rescate de sus tías, sacó el puñal y asestó a Benedict un tajo en el rostro que se le llevó el ojo derecho. Cuando llegaron los palafreneros para separar a los combatientes, el príncipe estaba revolcándose por el suelo, aullando de dolor.
Después, el rey Arthur trató de imponer la paz y exigió a todos los pequeños que se disculpasen ante sus rivales, si bien tales cortesías no lograron apaciguar a las madres vengativas. Yvette Britannia, quien se hizo responsable de Benedict pues su verdadera madre estaba ocupada, exigió que se vaciara un ojo a Arya por el que le había costado a Benedict. La princesa Aemma no se negó en redondo, pero se empeñó en que se interrogase al príncipe Benedict «a conciencia» hasta que revelase dónde había oído que su hija tuviera algo que ver con su tío, ya que aquella chanza equivalía a llamarla bastarda, privada de cualquier derecho sucesorio, y a acusarla a ella de alta traición.
El rey Arthur acabó poniendo fin al interrogatorio al declarar que no quería saber nada más del asunto. No se sacaría ojo alguno, decretó..., pero si alguien, «ya sea hombre, mujer o niño; noble, plebeyo o miembro de la realeza» volvía a befarse de sus nietas insinuando algún tipo de bastardía, le arrancaría la lengua con unas tenazas al rojo vivo. No fue suficiente para Yvette, pues con un cuchillo, se abalanzó, con intención de sacarle el ojo a la joven Arya, pero fue intercedida por la princesa Aemma, a quien le dejó una cicatriz que Margaery aún podía ver cuando su madre usaba mangas cortas.
—Merlín, no soporto esto —mencionó Rhaella, a un lado de Margaery
—Somos dos —respondió Margaery, viendo como el gentío comenzaba a sentarse en la mesa.
—Literalmente solo conozco a mis primos hermanos. Y bueno ahora a ti y a tu hermano —comentó—. Por cierto, ¿qué somos?
—¿Primas segundas? —sugirió Margaery—. Tu madre es tía de la mía.
—Supongo —la rubia levantó los hombros—. La verdad que es un lío. Y somos todos tan parecidos que me confundo.
Cuando se hizo la hora de comer, los cuatro se sentaron juntos. Rhaella enfrente de Margaery y Harry enfrente de Rhaegal. La azabache mentiría si dijera que la compañía de sus primos segundos no había alegrado la velada, que prometía ser igual de aburrida que cualquier otra. Los Pendragon más jóvenes fueron sentados en medio de la mesa, entre los veteranos y las otras familias nobles de la provincia, que parecían un poco acobardadas ante el hecho de tener a la familia Pendragon en su totalidad actual.
—Propongo un brindis —anunció Benedict, parándose y levantando su copa. Margaery se preguntó que estupidez diría su tío esta vez y, al parecer, Harry, Rhaella y Rhaegal pensaron lo mismo—. En honor de todos mis sobrinos y primos, con los que solo comparto buenos recuerdos de nuestra niñez.
Margaery pensó que era la estupidez más grande del mundo dado que algunos, la gran mayoría, solo se habían conocido hace unas horas. Aun así, podría haber sido peor viniendo de Benedict. Unas veintidós copas, todas de los jóvenes de la familia, se alzaron y la sala se llenó de murmullos poco entusiastas de "¡Salud!". Margaery luego comprendió, mirando a su abuelo, la razón del brindis de su tío.
La salud del hombre estaba empeorando y, en ese momento, Margaery lo vió más viejo y débil que nunca. Tenía los ojos empañados de lágrimas e intentaba sonreír. Margaery supuso que estaba viendo su objetivo cumplirse; la familia Pendragon no era muy conocida por llevarse particularmente bien los unos con los otros y, luego de su abdicación, el antiguo rey había dedicado su tiempo a tratar de reunir, sin éxito, a su familia completa. Margaery miró a su hermana y la mirada que esta le devolvió fue suficiente para hacerla entender la razón de aquella reunión de lo más peculiar: al "Rey Bueno" no le quedaba mucho tiempo en la tierra.
—Yo propongo otro brindis —Alyssane se levantó y también alzó su copa. Margaery notó un brillo peligroso en los ojos de su hermana—. Por mis dos hermanos. Margaery, que aunque soy consciente que no le gusten los brindis también estoy al tanto de que su lealtad es la más fuerte que jamás he presenciado —una pausa—. Y para mi hermano Harry, cuya resiliencia me inspira cada día.
Los vasos se alzaron en un estruendo aún más grande que el anterior pero Margaery, a pesar de la atención que recibía, no se sentía contenta para nada.
El acto de su hermana había sido sumamente cruel. Margaery quería confiar en que Alyssane no sabía lo que decía; que no sabía cuanto la había afectado traicionar a Alessia pero algo dentro de ella le decía que sí lo hacía, por algo había hecho mención a su disgusto por los brindis.
Cuando se anunció que Audrey, la hija mayor de Johanna y Arthur IX, estaba comprometida con un lord e iba a casarse al cumplir los diecisiete, Alessia, que estaba en la misma situación pero con su hermano, brindó en su salud y dijo unas palabras que a Margaery se le habían quedado grabadas desde ese día.
"No es tan malo" había dicho con su típico tono soñador "La mayor parte del tiempo solo te ignora" y para rematar añadió "excepto aveces cuando está borracho".
Margaery se dió cuenta de que su expresión estaba tan afectada que podría ser tomada por una de ingratitud, así que se obligó a sonreír y a levantar su copa. Aunque sus ojos vidriosos debían estar camuflándose por falsa emoción por el detalle de su hermana.
Una hora después, cuando se terminó de llevar a cabo la foto familiar que, al ser tantos, apenas se podía apreciar otra cosa que no fueran las cabelleras platinadas, rubias y castañas, el rey emérito se retiró a sus aposentos y unos cinco minutos después, los más jóvenes, se fueron retirando de a grupos.
—Fue cruel —dijo Andrew cuando estuvieron solos en el jardín—. No solo cruel, fue despiadado.
Margaery estaba sentada en uno de los columpios de los jardines. Se estaba meciendo suavemente, con sus ojos empañados en lágrimas y Andrew, a su lado, la miraba con preocupación.
—Creo que no sabía lo que decía...
—Si tu lo dices... Para mi...
—Pero si no hubiese sabido, no hubiese dicho lo del brindis.
—Fue bastante retorcido por eso yo creía que...
—Pero no puede haberlo hecho porque yo soy su hermana, ¿verdad?
—Bueno, no soy un experto en el tema pero...
—Pero los ojos le brillaban tan horriblemente...
—No sé si tenía...
—¡La odio tanto!
—Creo que es un tanto...
—Pero no puedo odiarla porque es mi hermana y mi reina.
—Mhm... —el chico parecía haberse resignado a contestar propiamente.
—¡Andrew no me ayudas!
—¡Pero si...!
—¿Sabes qué? Mejor no digas nada. No necesito lástima.
—No te iba a decir nada de eso.
Luego Margaery se sintió terrible. Andrew había estado ahí para consolarla desde que salieron al patio y la había visto llorar, gritar, volver a llorar y después gritar de nuevo. El chico había sido tan comprensivo y ella le había pagado con sus interrupciones. Además él estaba pasando por algo peor que un simple recuerdo agridulce e una insinuación de su hermana, había algo rondando por ahí que podría acabar con la reputación de su familia completa.
—Ay, perdón —volvió a sollozar—. Es que siento que todo esto me supera y... Tu estás pasando por una situación tan horrible y yo estoy aquí...
—Margaery —la cortó—. Si no me hubiera visto capaz de consolarte estarías en tu cuarto sola ahora. Y no lo hubiera hecho porque no me lo hubiera perdonado.
Margaery se acercó a él, levantándose del asiento, y lo abrazó. El acto pareció tomar por sorpresa a Andrew pero lo correspondió inmediatamente. El chico se relajó notablemente antes de sentarla en sus piernas y correrle el cabello de la cara.
—Nunca he sido alguien al que le guste ser escuchado, Val —le murmuró—. Me gusta escuchar, me hace sentir bien. Es como si pudiera ayudar a la gente. Me siento útil.
—Sí pero no te gustaría que alguien te tratara así como...
—Ya me lo recompensarás de otra forma —ante la mirada de Margaery, añadió:— No de esa forma —Margaery rió y apoyó su cabeza en el hombro de Andrew—. Vamos arriba. Debes estar agotada.
—Estoy bastante cómoda aquí donde estoy.
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