c. Arthur's Road
c. el Camino de Arthur
A cada minuto las áreas verdes eran más y más grandes, y los espacios cubiertos de hojas secas disminuían y disminuían. A cada momento los árboles se sacudían más y más de sus mantos grises. Pronto, hacia cualquier lugar que Margaery mirara, en vez de formas negras veía el verde oscuro de los abetos o el negro de las espinudas ramas de los desnudos robles, de las hayas y de los olmos. Entonces la niebla, de blanca se tornó dorada y luego desapareció por completo. Tal y como flechas, rayos de sol atravesaron de un golpe el bosque, y en lo alto, entre las copas de los árboles, se veía el cielo azul.
Repentinamente, en un claro entre un conjunto de plateados abedules, Margaery vio el suelo cubierto, en todas direcciones, de pequeñas flores amarillas... El sonido del agua se escuchaba cada vez más fuerte. Poco después cruzó un arroyo. Más allá encontró un lugar donde crecían miles de campanitas blancas.
Sólo cinco minutos más tarde observó una docena de azafranes que crecían alrededor de un viejo árbol..., dorado, rojo y blanco. Después llegó un sonido aún más hermoso que el ruido del agua. De pronto, muy cerca del sendero que ella seguía, un pájaro gorjeó desde la rama de un árbol. Algo más lejos, otro le respondió con sus trinos. Entonces, como si esta hubiera sido una señal, se escucharon gorjeos y trinos desde todas partes y en el espacio de cinco minutos el bosque entero estaba lleno de la música de las aves.
Ahora no había rastros de la niebla. El cielo era cada vez más y más azul, y de tiempo en tiempo algunas nubes blancas lo cruzaban apresuradas. Las prímulas cubrían amplios espacios. Brotó una brisa suave que esparció la humedad de los ramos inclinados y llevó frescas y deliciosas fragancias hacia el rostro de los viajeros. Los árboles comenzaron a vivir plenamente. Los alerces y los abedules se cubrieron de verde; los ébanos de los Alpes, de dorado. Pronto las hayas extendieron sus delicadas y transparentes hojas. Y para los viajeros que caminaban bajo los árboles, la luz también se tornó verde. Una abeja zumbó a través del sendero. Las flores volvieron a cantar, en sintonía con las aves, tonos de cualquier amplitud. Margaery escuchó el parloteo indistinto de los árboles y las quejas de las piedras.
—Esto no es cambio de temporada —celebró Helios, con una sonrisa—. Trajiste al bosque de vuelta a la vida.
—No es para tanto —repuso Margaery, con una sonrisa—. Ni siquiera sé como lo hice. Ni que pasó.
Era la primera vez, si Margaery recordaba bien, que Helios se quedaba a su lado luego de haber pasado por cualquier cosa. El joven siempre estaba antes de todo lo importante que le pasaba a Margaery pero parecía desaparecer antes de que algo realmente trascendental sucediera, quizás porque no podía.
Habían caminado en silencio durante horas, dejando atrás los senderos ahora iluminados del bosque, hasta que el paisaje se abrió frente a ellos en un acantilado bordeado de piedras. El cielo, que había comenzado a teñirse de tonos anaranjados al atardecer, ahora se extendía como un manto azul oscuro que comenzaba a ser salpicado de estrellas.
Margaery se sentó al borde de una roca, sus piernas colgando en el aire, mientras el viento fresco le revolvía el cabello. El silencio entre ellos no era incómodo, pero tenía peso. Era como si el mismo aire estuviera cargado de palabras no dichas, de cosas que nunca se habían atrevido a compartir.
La presencia de Helios parecía diferente esa noche, más sólida, más real. Él no se había esfumado como lo hacía siempre antes de que algo importante ocurriera. Estaba allí, tangible, aunque aún rodeado de ese aura que lo hacía parecer siempre a punto de desaparecer. De repente, sin previo aviso, Helios comenzó a tararear una melodía pero Margaery no se molestó en lo más mínimo.
"The road is wild and wicked
Winding through the wood
Where all that's wrong is right
And all that's bad is good
Through many miles of tricks and trials
We'll wander high and low
Tame your fears, a door appears
The time has come to go"
—If I can't reach you let my song teach you, all you need to keep our love alive —tarareó Margaery, sin siquiera saber la letra, inconscientemente un poco más tarde cuando Helios estaba tirado en el suelo aparentemente dormido—. If I can't hold you, remember what I told you. It's the only way we survive.
Margaery esperaba que Helios se fuera y que no se quedara con ella pero no lo hizo. Aunque estuviese dormido, se quedo a su lado. Se preguntó que era aquello especial que los unía porque, aunque Margaery no supiera que, era evidente que algo había.
Y entonces la respuesta surgió rápidamente de su mente, casi como si lo hubiese sabido desde siempre. Y, quizás, siempre lo había hecho.
—¿No podemos fingir que no lo sabes? —murmuró Helios, desde su lugar en el suelo.
Margaery le sonrió y extendió la mano para acariciarle el cabello ondulado. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Eran idénticos, aunque ahora Margaery tuviera cabello rubio; Helios tenía el cabello azabache e igual de revoltoso pero los ojos cambiaban un poco. Dentro de ella algo esperaba que fueran verdes, como los de Alexander o los de Alessia, pero lo único que pudo ver en ellos fue el mismo azul oscuro que ya había visto tantas veces en Andrew.
—No, creo que no... —respondió Margaery, con una pequeña sonrisa. Margaery siempre había pensado que eran los hijos quienes tenían que ayudar a los padres, no al revés, pero ahora esa perspectiva parecía haber cambiado. En el futuro tendría hijos, quizás más que uno, y dos de ellos habían viajado en el tiempo a ayudarla—. ¿Qué es lo que...?
—Tenía que conocerte antes de hacer lo que pienso hacer en el futuro —respondió Helios—. Aunque Selene no estaba muy de acuerdo.
—No, no lo estoy —murmuró la joven—. Está en contra de tod...
Margaery extendió los brazos y los atrajo a ambos hacia ella. Nunca había querido hijos pero algo dentro de ella había cambiado ahora que podía sostener a sus dos hijos en sus brazos. ¿Por qué habían venido? Ojalá supiera pero algo en su cabeza le decía que sabría en varios años más.
Se preguntó si sería una buena madre, si no había dejado que sus hijos vivieran una infancia miserable que los perseguiría por el resto de su vida y que los convertiría en seres humanos terribles cuando llegaran a la adultez y que les impidiera amar a las personas que los rodeaban...
Okay, quizás tenía que calmarse.
Ambos parecían tan tranquilos, tan seguros, como si la propia existencia de ese instante fuera suficiente para ellos. Y, quizás, por ahora, eso bastaba. Sabía que tenían que irse pero ni siquiera pudo darse cuenta cuando desaparecieron de sus brazos antes de que pudiera pensarlo dos veces.
Pensó en lo que había hecho durante los últimos años pero su mente se concentró en un hecho en particular: en quinto año, cuando decidió decirle a su hermana de los planes de Alessia. Tantas cosas cambiarían si no escribirle a su hermana: Alessia hubiese huido y Leia y Luke estarían vivos, Margaery nunca se hubiese enterado de que Andrew había intentado matarla y jamás hubiese huido.
Para su sorpresa no lloró. Solo se quedó observando el horizonte por lo que pareció una eternidad. Todo le parecía una eternidad últimamente como si lo que le habían enseñado sobre el tiempo desde que tenía uso de razón era una farsa. Una mentira completa y absoluta.
Se acercó más al borde del acantilado, arrastrándose con las manos. Un dolor horrible le atenazó el pecho, y se ahogó en una ola tóxica de nostalgia y desesperación. Estaba segura de que se trataba de un ataque al corazón, aunque no intentó hacer nada, solo se aproximó al filo de la roca.
Porque no había salida.
No había donde huir ni esperanza de rescate. Todos los futuros posibles se resumían en una muerte en vida. ¿Qué aspiraciones le quedaban? ¿Que llegara el siguiente día? ¿No era mejor morir ya, deprisa, que alargar lo inevitable durante años?
Tomó el coraje suficiente para dejar que uno de sus pies cayera. El otro lo hizo unos segundos después. Y pronto ya estaba casi manteniéndose en tierra por sus manos. Moriría igual que Alessia, quizás eso sería bueno. Un pequeño homenaje. Apretó los dientes, deseando que se le parara el corazón de inmediato, porque el mundo y ella habían roto relaciones y tocaba despedirse.
Justo cuando sus manos se iban a soltar del filo de la roca escuchó el crujir de las hojas. Se dió vuelta, más asustada de lo que debería estar una persona que pensaba en quitarse la vida, y vió a una mujer sosteniendo una antorcha cuyo fuego era verde en vez del típico anaranjado.
Margaery se incorporó. ¿Quién sería? ¿Sería la muerte? ¿U otra bruja que quería engañarla? La mujer la señaló e hizo una señal para que vaya con ella. Margaery frunció el ceño pero fue casi instantáneo que se dió vuelta y comenzó a seguir a la mujer.
La mujer le dio la espalda durante todo el trayecto, en el que Margaery se cortó, tuvo que correr las hojas a su paso, quebrar ramas y muy probablemente se tragó un que otro bicho. En cuanto llegó a una aparente cueva la mujer se esfumó, desapareciendo entre las lianas que servían de puerta. Margaery las apartó con cautela, sintiendo cómo la humedad pegajosa se aferraba a sus ya sucios dedos.
Margaery entró, sin pensárselo dos veces. Se dio cuenta de que podría haber sido un grave error, podría haber sido una trampa y ella habría caído como una idiota. Ni siquiera sabía si era algo real. Su respiración era el único sonido constante, un recordatorio de que aún estaba viva, aunque en ese momento no sabía si eso era un alivio o una carga.
De repente, el túnel se abrió a una cámara más amplia, iluminada por una fuente de luz de un color que no lograba identificar. En el centro de la habitación había una figura tapada en la oscuridad.
—¿Quién eres? —preguntó Margaery, su voz resonando con un eco que se multiplicaba incesantemente.
La figura no respondió al principio, pero levantó una mano y señaló algo detrás de Margaery. Un escalofrío aún más intenso le recorrió el cuerpo mientras se daba vuelta lentamente.
Lo que vio la dejó sin aliento. Había una figura allí, o al menos algo que simulaba ser humano. Estaba cubierta por un manto oscuro que parecía absorber toda la luz de la habitación. Sin embargo, lo que más la perturbó fue el rostro, o la falta de él. Donde debería haber estado una cara, había solo un vacío, un abismo que parecía mirar directamente dentro de su alma.
—No es la muerte —dijo finalmente la figura, como si pudiera leer sus pensamientos—. Pero es lo que sigue después.
Esa era una voz que reconocería por toda la eternidad. Margaery tropezó y hubiese caído sino hubiese sido porque la atraparon antes de que pudiera golpear el piso. Margaery se impulsó como pudo para comenzar a correr pero los brazos que tenía envueltos alrededor de la cintura la mantuvieron donde estaba. La rubia dejó salir un quejido cuando su espalda chocó contra una superficie dura, que supuso que sería un pecho humano, y trató de zafarse del agarre de su captor pero no sirvió para nada más que para que ambos cayeran al piso de rodillas
—Quieta —siseó Andrew, contra su oído. Margaery no sentía la misma valentía y satisfacción viniendo de Andrew que la última vez que se habían visto, ahora había algo como miedo.
—Dejame ir —rogó Margaery—. Por favor... A-Andy, por favor...
—¿Qué hiciste? —inquirió Andrew, apretandola más contra él—. ¿Qué fue lo que hiciste? —Margaery no llegó a responderle, pero pudo entender que el rubio no necesitó mucho tiempo para descubrirlo—. No lo sabes, ¿verdad? No tienes idea de lo que has hecho.
—N-no s-sé de que h-hablas...
Margaery sentía total repulsión por aquel hombre que la agarraba en ese instante y, sin embargo, en el momento en que Andrew rozó su mano, algo en ella reaccionó de forma involuntaria: entrelazó sus dedos con los de él y apretó tan fuerte que podría haberle fracturado los huesos. Andrew, en contraste, simplemente acarició el dorso de su mano con una ternura que descolocaba, como si quisiera destilar cada emoción contenida en ese gesto.
—¿Me extrañaste tanto? —murmuró Andrew, una sonrisa apenas perceptible en sus labios.
—Estás jodidamente obsesionado —susurró Margaery con veneno. Su cuerpo estaba prácticamente encajado en el de Andrew: su espalda contra su pecho, sus muslos presionados contra los de él.
—Sí, lo estoy —respondió Andrew, asintiendo con calma, como si fuera la declaración más natural del mundo—. Pero supongo que ahora estamos a mano, ¿no? Tú sin tu maestro, yo sin la mía. Todo queda entre nosotros dos... Aunque tú no tienes varita, lo que hace que esto sea terriblemente fácil...
Margaery sintió un escalofrío recorrerle la columna al escuchar esas palabras, pero no permitió que su rostro la delatara.
—Entonces hazlo —lo retó Margaery—. Pero sí lo haces voy a atormentarte por el resto de tu vida.
Andrew rió suavemente, una risa que reverberó en el silencio, peligrosa y entretenida.
—¿Eso es una amenaza? —preguntó, inclinándose un poco más cerca de su oído—. Porque suena más como una invitación.
—Llámalo un recordatorio —respondió Margaery, en un susurro claramente aterrado.
Él inclinó la cabeza, observándola con curiosidad.
—Siempre tan valiente, incluso cuando no tienes salida —murmuró Andrew, su tono casi admirativo. Pero luego, con un movimiento lento y deliberado, comenzó a subir una de sus manos por el torso de Margaery—. Aunque valiente no significa invencible.
Margaery sintió los labios del chico en su mejilla y también en su cuello, lo que le provocó escalofríos. Ella forcejeó, tratando de apartarse de su captor, pero sus intentos solo parecían divertirlo más.
—No me toques —gruñó Margaery con voz baja y contenida, la rabia brotando desde lo más profundo de su ser.
Andrew sonrió contra su piel, un gesto que ella no podía ver, pero que sentía como veneno.
—Vamos, amor, te gustaba antes, ¿o no? —replicó Andrew con un tono meloso y burlón que Margaery sintió como un puñal en vez caricia.
Margaery dejó de forcejear por un momento, su cuerpo tensándose al oírlo.
—No me llames así —repuso con una frialdad que no lograba ocultar el temblor de su voz.
Andrew ladeó la cabeza, observándola como si fuera un rompecabezas que no lograba entender.
—¿Por qué no? Así te llamaba cuando éramos felices. ¿Recuerdas? Tú y yo, mi Val... —añadió, su voz tan cargada de nostalgia falsa que casi podría haber sido convincente para cualquiera que no lo conociera.
Margaery giró el rostro hacia él, mirándolo con ojos llenos de una mezcla de odio y cansancio.
—Eso nunca fue real —murmuró con firmeza—. Solo era un juego para ti.
Andrew suspiró, como si estuviera realmente herido, aunque sus ojos seguían brillando con esa malicia que era últimamente característica de él.
—¿Y qué importa si era un juego, Mary? —insistió, con voz suave pero peligrosa al mismo tiempo—. ¿Acaso no disfrutaste jugarlo?
—Prefiero perder sola que ganar contigo.
Andrew dejó escapar una carcajada baja y amarga.
—Siempre tan dramática, mi Val —dijo, apartándole un cabello rubio del rostro—. Pero está bien, si quieres hacer esto difícil, lo haremos a mi manera.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió cómo su agarre se fortalecía en su cuello, como si estuviera decidido a no dejarla escapar esta vez.
—¿No usarás magia esta vez? —inquirió Margaery con un tono sarcástico, aunque sus palabras tenían filo—. ¿Qué pasa? ¿No eres tan valiente sin Morgana a tu lado?
—No hables de lo que no sabes —replicó, pero había una pizca de desesperación escondida en su tono—. Ella volverá, ya lo verás.
—No lo hará —repuso, su voz firme aunque su cuello aún estaba aprisionado—. Nadie del ciclo artúrico podrá volver. Ya son libres.
El silencio que siguió fue pesado, como si las palabras de Margaery hubieran alcanzado un punto vulnerable en Andrew. Lo escuchó cliquear la lengua, un sonido seco y frustrado, mientras asentía casi imperceptiblemente.
—Entonces fue eso —murmuró para sí, como si confirmara algo que temía—. No portadora, más bien destructora.
Fue en ese momento que Margaery sintió cómo el agarre de Andrew en su cuello se aflojaba, apenas lo suficiente para que pudiera tomar aire. Sus dedos temblaban levemente, aunque trató de ocultarlo detrás de una máscara de indiferencia.
—Puse tanto empeño y resulta que no hacía falta —continuó con un tono venenoso—. Solo necesitaba tiempo y dejar que te arruinaras solita.
—No me arruiné —respondió, tratando de zafarse de su agarre una vez más, pero sus esfuerzos fueron inútiles—. Son libres ahora. Arthur, Morgana, Modred, Arya, todos...
Andrew dejó escapar una carcajada breve y amarga.
—Sí, claro —ironizó, su voz ahora cargada de burla—. Escúchame muy bien, preciosa. Esto es lo que vamos a hacer. Vas a volver conmigo a casa y no vas a rechistar ni decir nada.
La mandíbula de Margaery se tensó.
—No —respondió con un tono bajo pero cargado de firmeza—. No quiero.
Andrew apretó los labios, su expresión oscilando entre la frustración y la incredulidad.
—No tienes opción —gruñó, pero su tono no era tan seguro como antes—. Es eso o...
Margaery respiró profundamente, buscando una manera de resistir, de encontrar un resquicio para liberarse. Pero no veía nada cercano...
—¿La muerte? —ironizó Margaery—. Mátame entonces.
—¿Para qué deshacerme de ti cuando puedo quedarme a tu lado? —Andrew volvió a acariciarle el dorso de la mano—. Destruiste siglos de planificación de la Orden de Morgana solo siendo una leyenda viviente. Me despojaste de mi maestra. Esta pequeña cabeza tuya tiene tantos recuerdos y aún así...
—Tú mataste a Vivianne —lo interrumpió Margaery, con la mandíbula tensa—. No todo fue mi culpa.
Andrew dejó escapar una risa seca, como si la acusación fuera irrelevante.
—Si no hubiese matado a esa bruja, no estarías viva —dijo, su tono impregnado de suficiencia—. Lo que te dio estaba envenenado. Un hechizo solo funciona si la bruja que lo lanzó sigue con vida. ¿Pensabas que te iba a dejar morir?
El peso de sus palabras cayó sobre Margaery, pero no lo dejó ver. En lugar de ceder, sus ojos chispearon con una mezcla de desafío y repulsión.
—Estabas más que dispuesto a matarme, si lo recuerdo bien —susurró Margaery.
Él pareció vacilar, solo por un instante, antes de recuperar su compostura.
—Y sin embargo, no lo hice, ¿verdad? —replicó Andrew, inclinándose hacia ella hasta que su mentón quedó sobre el hombro de Margaery—. Porque, al final del día, eres demasiado valiosa para perderte.
Margaery buscó desesperadamente una manera de liberarse, pero el eco de su respiración entrecortada llenaba el silencio. Margaery envolvió sus muñecas en sus puños, tratando de soltarlo.
—Suéltame.
Pero antes de que Margaery pudiera escapar de su regazo, él agarró su barbilla con una mano y mantuvo su otro brazo alrededor de su cintura, atrayéndola hacia su cuerpo y susurrando tan suavemente que por poco podía escucharlo.
—¿No sabes que puedes tener todo lo que quieras? —sus ojos buscaron los de Margaery—. Le haría daño a cualquiera por ti.
A Margaery le ardían los ojos. ¿Por qué hacía esto? La ablandaba y la tentaba con la fantasía de que no estaba sola y que tal vez, posiblemente, había esperanza. Miró su cabello rubio, perfectamente peinado y abundante en contraste con su piel perfecta y sus ojos tormentosos y, por un momento, me sentí perdida.
—Si te lo pidiera —susurró Margaery—. ¿Me perdonarías la vida?
—Sí —respondió Andrew—. Mataría por ti, he matado por ti, pero también no le quitaría la vida a nadie más. Los extremos a los que llegaría por ti son aterradores, amor. Podrías destruirme, y yo solo lo aceptaría. No me importa si vivo o muero, siempre y cuando sea todo por ti.
Andrew mantenía su agarre firme pero no violento, como si estuviera más interesado en hacerla escuchar que en dominarla por completo.
—No digas eso —murmuró ella, casi con súplica, desviando la mirada hacia el suelo.
Andrew inclinó la cabeza, buscando nuevamente sus ojos, insistente pero con una calma inquietante.
—¿Por qué no? —preguntó Andrew, con un tono tan suave como el filo de una navaja—. Es la verdad, Margaery. Mi vida ha dejado de tener sentido fuera de ti.
Margaery sintió un nudo formarse en su garganta. Quería gritar, alejarlo, destrozar cada palabra que salía de su boca, pero su cuerpo traicionero seguía anclado a ese lugar.
—Esto no es amor —logró decir, apenas un murmullo, pero lo suficientemente firme como para que Andrew ladease la cabeza.
—¿No lo es? —contestó él, un destello de dolor cruzando su rostro antes de ser reemplazado por la habitual máscara de control—. Entonces, dime, ¿qué es?
Margaery cerró los ojos, tomando aire profundamente, tratando de recuperar el control sobre su mente, sobre su cuerpo, sobre el momento.
—Si realmente me amas, si de verdad sientes lo que dices, me dejarías ir.
Andrew la observó detenidamente, su expresión cambiando entre una mezcla de incredulidad y furia contenida.
—No —respondió Andrew, con voz firme—. No. Volverás conmigo a Camelot.
—Alyssane me mataría —exclamó con voz ahogada, intentando encontrar una salida en sus palabras—. Por favor, Andrew...
Él esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos, y con un movimiento lento, casi perezoso, volvió a acariciar el dorso de su mano.
—Tendría que matarme a mí primero.
AUTHOR'S NOTE:
DOWN DOWN DOWN THE ROAD DOWN THE WITCHES ROOAAAAAAAAADDDDDDDDDDDDDDDD🗣🗣🗣🗣🗣🔥🔥🔥🔥
penúltimo capítulo🤧🤧🤧🤧🤧
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top