21 || Bienvenido al club de las rubias canosas
—No me refiero a recuperar a Jack, me refiero a recuperar al amor. —Se pasó las manos por la cara y finalmente asintió con una sonrisa ligera—. Andy, nuestros pasados era algo que tarde o temprano íbamos a conocer.
Suspiró con pesadez, pero asintió. Quise llevar mi mano a su mejilla, pero ni siquiera necesitó decirme con palabras para que yo notara que no era el momento. Se alejó un par de pasos y desvió la mirada hacia ningún lugar en particular mientras juntaba las manos en el pecho.
—Quiero... —murmuró—. Quiero hacer algo... lejos, algo que no tenga nada que ver con lo que acaba de pasar.
—¿Cine?
—No, más lejos.
—Toronto —me volteó a ver y me mordí el labio para no reírme del chiste tan bobo que me había aventado, ya se me estaban pegando las mañas de Susan.
—¡Perú! —respondió y entonces si me reí—. No, vayamos a comprarle un regalo a Kristoff; mañana es su cumpleaños.
—Me pregunto que le tendrá preparado Anna.
—Buena pregunta, siglo veintiuno.
No duramos mucho en esa tienda, pero caminar por sus pasillos fue liberador y relajante incluso. Andy tenía muy claro que quería comprarle unas botas nuevas, al parecer Kristoff es de los que usan el mismo par de zapatos hasta que les hacen hoyos o hasta que alguien les regale otros. En mi caso, vi colgado un precioso abrigo marrón opaco, con enormes botones y borrega en el cuello y en las mangas, era como si lo hubieran diseñado para él. No dudé dos segundos en llevármelo.
Sabíamos que sería inútil, pero toda la tarde nos distrajimos sentados en el sillón con vino tinto en la mano especulando que sería lo que Anna había preparado para Kristoff. Andy aseguró que nada seria peor para él que regresar a una feria y a la mañana siguiente Anna demostró que siempre se puede uno superar.
—¡Mariscos! —exclamó Anna señalando con los brazos el letrero.
—¿Mariscos? —Me extrañó la elección, no recordaba que mi cuñado hubiera mencionado alguna vez que fuera fanático de ellos o que siquiera le gustaran.
—Ma... mariscos. —A Andy le temblaron los labios en tanto se encontró con las letras anaranjadas del letrero. Ryder subió las cejas, Honeymaren le dio un codazo, pero también se le escapó una risita. La rubia canosa y yo nos volteamos a ver y nos mordimos el labio.
—¡Sorpresa! —se giró Anna entusiasmada—. Quise pensar en algo que no sería lo que elegirías típicamente y ser espontánea para que fuera una gran sorpresa. —Se mordió el labio—. ¿Te gusta? —Kristoff dudó un segundo en responder.
—¡Me encanta!
Todos estaban compartiendo la alegría con la pareja, excepto Andy que seguía recargado en la camioneta tratando de disimular su disgusto y fracasando completamente, me hizo reír mucho.
—El siguiente cumpleaños planéalo tú para evitarte estas cosas —musité.
—Este y todos los demás —se mofó—. Lo planearé con meses de anticipación, lo prometo.
—¿Qué será para el siguiente año? ¿Pijamada con trajes de conejos?
—De renos —aclaró.
Anna ya se había adelantado con el anfitrión y casi se encima en el mueble para pedir la reservación a su nombre. Susan llegó justo a tiempo con las llaves de su carro aún en la mano y felicitó a Kristoff mientras Hans y los gemelos siguieron a Anna al interior del lugar. Otros amigos de Kristoff de quienes ni siquiera recuerdo los nombres entraron también.
El camarero pelirrojo con un acento exótico nos iba hablando del lugar mientras caminábamos adentro. Recuerdo perfectamente la decoración: El cielo raso y las paredes estaban pintados de azul, y tenían reflejos de ondas del mar de lámparas que surgían del piso; la barra de licores estaba cubierta de arena, las sillas parecían ser almejas y por debajo de nuestros pies había una pecera de verdad con una variedad de especies de peces. Lo más especial de ese lugar era que podías escuchar al oleaje acariciando seductor a la costa.
—Lindo —apuntó Hans.
—Extra —añadió Andy.
Los mandé a volar y me concentré en Anna que tomaba asiento junto a Kristoff en la mesa larga y me apuntaba que me sentara de su lado. La pequeña Elsa le rogó a su madre poder sentarse del otro lado de Andy y a mi me pareció vergonzosamente tierno. Él era su amor platónico y eso la hacía ponerse nerviosa y empalagosa cada que le dirigía la palabra.
—Pero siempre me siento contigo, mami. Hoy solo quiero probar estar en otro lugar —argumentó apenas perceptible por la mandíbula tensa que tenía.
—Bien, pero comes bien o el doctor aquí te va a tener que picar para pasarte la comida. —Le dirigió esos ojos amenazadores que tienen las madres. Para mi que esos vienen con el paquete; me imagino en la sala de partos: "Tome, señora, su bebé. Ah, y su mirada especial, para que pueda controlar a su cría"... o su bestia en todo caso.
—¡No, por favor! —Rogó la niña tirándolo de la ropa en una súplica ahogada.
—¡No! Yo no voy a... —Antes de que pudiera siquiera terminar, la niña habló de nuevo.
—Está bien, mamá, me sentaré ahí contigo. —Se bajó a trompicones de la silla y nos fue imposible no seguirla con la mirada confundida.
Andy frunció el ceño hacia Honeymaren en desaprobación y disgusto, ella solo se encogió de hombros.
—¡Uh! Perdiste tu oportunidad de estar entre dos Elsas —atinó Susan luciendo su talento en lanzar comentarios inoportunos.
—Yo que tú, iba comprando manzanas como para tres caballos y un burro, ¿cómo va la frase? "An apple a day keeps the doctor away"—se burló Ryder de su hermana después de echarle una ojeada al ceño fruncido de su sobrina y a sus brazos cruzados—. Tu hija se llama Elsa, traes las de perder.
Anna por poco escupe el agua que estaba bebiendo, Hans y Susan también soltaron una risilla. Sintiendo que tenía las de ganar, Ryder se encogió de hombros con una expresión altanera.
—Y tú te llamas Ryder, el nombre predilecto para los venados. —Se la regresó sazonado con el ademán correspondiente de las manos en la cabeza—. "Que no me digan en la esquina el venado, el venado." Compraré manzanas para ti también, bambi.
—A ella le hubiera encantado este lugar, pero no podía venir: tenía trabajo.
Todos dimos un brinco hacia atrás cuando la mesa de cristal se separó y del centro de esta emergieron objetos extravagantes del mismo cristal, como una fuente pequeña una ninfa sosteniendo un tarro que servía el agua para todos, había además dos sirenas con las manos posicionadas para sostener los platos donde irían las entradas, había arena al rededor de las figuras.
—Lindo.
—Extra.
Volví a escuchar a ambos hombres musitar y de nuevo los mandé a volar, solo que esta vez estaba de acuerdo con ambos en partes iguales. Anna soltó un gritito de emoción y comenzó a alabar al trío de figuras femeninas. Susan se recargó en la almeja y contempló el lugar unos segundos. Chistó y se acercó a la mesa.
—Creo que lo único que falta es que los menús vengan dentro de...
—¡Botellas! —Exclamó Anna completando su oración. Se giró y efectivamente, había una pecera para que las personas —principalmente niños— pudieran pescar su botella con su menú adentro.
—La primera botella que pesquen, va por cuenta de la casa —escuché decir al mesero.
—¿Quién de aquí sabe pescar? —pregunté entonces. Ya tenía en la mira exactamente que botella quería.
—¡Kris, Kris sabe! —respondió emocionada Anna.
—Venga, cumpleañero, pesca tu regalo —escuché a Ryder.
Anna se llevó a Kris a la pecera con la silla alta de donde tomaríamos los menús, este restaurante tenía un ambiente muy familiar a pesar del bar y ese contraste me intrigaba. Nos levantamos todos curiosos por ver a Kris pescar los menús. En la vida diaria todos somos adultos maduros, pero en ocasiones nuestro niño interior simplemente grita muy fuerte.
—Tengo que admitir —escuché a Hans— que el concepto de este lugar es divertido.
—Sí lo es. A mi cada vez me queda más claro que el dueño es un rico excéntrico. —Reflexionó mi novio.
Se escuchó la risilla de Honeymaren y esperé a ver la reacción de Andy para saber que iba a disfrutar más que la vez pasada que ese par compartió oxígeno en algún lugar.
Una ola de vítores cuando salió en la caña una botella de vodka entre muchas de cerveza, algunos vinos, champañas variadas y otros muy pocos de su mismo tipo de licor. Kristoff sonrió orgulloso al tener su regalo en las manos, parecía incluso un gesto de cierto cariño.
Pasaron después ambos Nattura y se retaron entre ellos a sacar una botella en específico. El que perdiera, tendría que pagar la botella.
—¿Sabes qué sería muy divertido? —se acercó Hans a susurrarle a Andy—. La cara de Honeymaren cuando se baje de esa silla y vea a la niña en tus brazos.
Le aventé unos ojos pelados, lo que menos necesitaba era que se pelearan.
—Andy, espera...
—Elsa —Se dirigió a la niña, por supuesto que no me iba a escuchar—, ¿te gustaría asomarte a la pecera?
La niña sonrió y asintió desenfrenadamente, realmente no quería ver la pecera, pero su amor platónico se acababa de ofrecer a sostenerla y si algo había sacado Elsa de su madre era el saber aprovechar las oportunidades que se le presentaban.
Andy la levantó y le acomodó un flequillo rebelde que se le había venido a los ojos, Elsa se sonrojó como tomate, ketchup, salsa roja, ¡volcán!, pero nadie dijo nada.
Siguiendo el juego, la inclinó junto a Susan para que pudiera ver las botellas y los peces de plástico que se desplazaban sorteando estas como decoración. Tuve entonces la revelación de que nunca había visto tan cerca como Andy interactúa con los niños y tengo que aceptar que sentí una calidez en el pecho al asimilar la imagen.
Honeymaren ganó el reto, le presumió su tesoro a su hermano y este tuvo que pagar por él como castigo. En medio de este reto Honeymaren casi se aventó al agua en su afán por ganar y Anna corrió a sujetarla de la cintura mientras el encargado de la pecera se ponía pálido.
—Mamá, yo también quiero pescar mi menú.
—Si, cariño —respondió aún sin voltear.
—Y ese pecesito.
—No, cielo, no se pueden sacar los... pecesitos.
Ryder se cubrió la boca con fuerza para no burlarse ruidosamente de la cara que hizo su hermana cuando vio a su hija aferrada de la gabardina beige de Andy.
—¿Te pido un pie de manzana?
Con los menús secos y las botellas en la mesa, nos dispusimos a ver qué íbamos a ordenar. La pequeña Elsa tenía el menú extendido en la mesa y mi novio estaba leyéndolo con ella. Ella le preguntaba por recomendaciones, fue realmente bueno pretendiendo que tenía siquiera poquitas ganas de comer algo de ahí.
—Algo me dice que vas a tener que ordenar algo de ese menú —susurré.
—¿Qué vamos a ordenar entonces? —preguntó la pequeña con entusiasmo.
—¿Uh... nuggets de pollo?
—¡Oh vamos! —se quejó y yo casi me atraganto sin necesitar nada de comida en la boca.
—Es solo que... uh... me gustan los clásicos, es todo.
—Pero hay tanta comida distinta aquí, nuggets se pueden comer en McDonalds. —Hizo un puchero.
—Parece que no es ella la que va a necesitar la comida en una manguera —observó Honeymaren sin intención de que su hija se diera cuenta.
—¡Mamá, eso no es agradable! Olvida ya tus mangueras, aquí no se come con esas, se come con cucharas.
—¡Por favor, Honeymaren! —apoyó Ryder—. ¿Por qué no eres una niña normal?
—Esa es una evolución de personaje —pensó en voz alta Hans.
—No puedes juzgar esta comida si solo comes los clásicos —atinó finalmente Elsa—, si no pruebas, nunca sabrás si alguno de estos es tu nuevo favorito.
—Ese es un excelente razonamiento —fue mi voz la que rompió el silencio.
—Lo es, solo que, desafortunadamente para mí, soy alérgico a esta comida. Tendré que ordenar algo del menú vegano, mala suerte.
—¿A toda?
—A toda. Es algo que comen en el mar lo que me hace daño.
—Pero ya están muertos, ya no comen.
—A mi estomago no le importa, al parecer. Lo comieron alguna vez, con eso es suficiente. —Se encogió de hombros.
Ella asintió para nada complacida. En ningún momento se tragó la excusa y ni siquiera se molestó en pretender que lo había hecho, pero ya no siguió insistiendo y eso ya fue victoria.
Le llevaron su pastel a Kriss y le cantamos las mañanitas, fue lindo, muy emotivo, todos parecíamos estar más emocionados que el que solamente nos veía con esa mirada ansiosa de no saber ni qué hacer, lo siento, todos pasamos por eso una vez al año. El precio por poder elegir el sabor del pastel.
Luego fue hora del show. Ya estaba oscuro y habían prendido unas luces amarillas muy cálidas que rodeaban el lugar. Unas chicas vestidas de traje hawaiano dieron un show y sacaron a bailar a Kristoff, él estaba todo rojo y todo nervioso.
—¿No tienes ganas de bailar? —escuché que Susan le dijo a Hans. No reaccioné para no hacerlo evidente, pero Hans sí le entendió y se la volteó.
—Gran idea. Elsa, ven a bailar conmigo. —Me tomó de la mano y lo seguí hasta la pista, Andy estaba muerto de risa.
—¡Qué patán eres, Hans! —le gritó Anna—. ¡Desgraciado! —Bufó y se acercó a Susan—. Ven, Susan, baila conmigo, yo bailo mejor aún lisiada. ¿Quién necesita al patillas?
Andy había tenido todo el día tics que hasta después medité: se mordía el labio constantemente, se tallaba la nariz, volteaba a todos lados, entre otras cosas; así que no fue extraño que al tener la oportunidad, consiguiera un cigarro y se disculpara para ir a fumarlo, aprovechando que Elsa estaba bailando lejos con su tío; no quiso ponerle un mal ejemplo.
Susan corrió a alcanzarlo cuando se cansó de bailar y empezó a sudar, a Susan no le gusta sudar y siempre que puede evitarlo, lo hace. Tenía el cabello alborotado y la ropa también. La parte que yo conozco de la conversación fue lo que escuché de Susan, para poder escribir el libro.
—Hey —saludó con poco aliento—. No sabía que fumabas.
—No lo hago. Un amigo decía que le ayudaba a relajarse de un mal día en el hospital y no podía morir sin intentarlo.
—Oh, podrás morir en paz ahora —dijo Susan en el momento de recargarse en la baranda a pocos centímetros de él.
—Nah, ya quisiera. —Le dio una calada y exhaló—. ¿Tú fumas?
—No, Derek sí lo hacía. Alguna vez tomé uno para acompañarlo.
—Espero no te moleste.
—No estaría aquí.
—Buen punto. —Él subió las cejas y ella rio.
Tras unos minutos sin voz en el ambiente, Susan no se aguantó más y le preguntó que le sucedía.
—Ya que sales con Elsa —empezó— y ella es mi mejor amiga, tú serías algo así como mi cuñado, es decir, familia y voy a tratarte como tal. —Él enarcó una ceja—. Es decir, quiero saber que tienes y no descansaré hasta que me lo digas porque...
—Me voy a Berlín.
Al escucharlo, Susan detuvo su monólogo y con los ojos bien abiertos asimiló lo que había sucedido.
—Bueno... eso fue rápido.
—Este es el sueño de mi vida, Susan, el hacer algo trascendental por la humanidad. Solo imagina cuantas personas más se curarían con una máquina como la que vamos a aprender a usar y cuánto tiempo vamos a poder regalarle a los médicos y enfermeras del futuro, su calidad de vida sería realmente mejor que la nuestra. —Suspiró—. Este proyecto lleva siendo planeado desde que yo era residente y nunca, ni en mis mejores sueños, pensé que tendría la oportunidad de participar.
—Pero...
—Pero nunca había tenido una razón para quedarme.
Su voz se quebró y al momento Susan abrió los brazos. Andy lloró, yo no pude hacerlo cuando él se fue al siguiente día, no quería que sintiera que me dejó llorando. Ese era el proyecto y yo tuve que poner mis emociones a un lado para hacer lo que era mejor para él y eso era apoyarlo.
—Todo estará bien —fue lo que dijo Susan en aquel abrazo—. Las cosas se acomodarán, siempre lo hacen.
¡Tiempo!
Aquí es donde dejo de chillar y respiro hondo. Ay sí, ajá.
Primero que nada, este capítulo me costó un chingo. Tenía un bloqueo grande y no sabía cómo meterle bromas —sí, la del venado es salvavidas—. Y luego tuve que cambiarle el ambiente así tan drástico de que todos se estaban divirtiendo y de repente Andy ya no puede reprimir cómo se siente y llora en el hombro de Susan.
El final lo sentí apresurado, pero para nada quería alargarlo más ni meterle drama para que no se sintiera raro ni pesado. Encanto, ¿dónde?
Oficialmente había toda una escena en la que regresan a casa de Andy y se da a entender que duermen juntos una última vez antes de que él se vaya en la mañana, pero ya sentí que era mucho texto. Y no quería aventarme todo un capítulo para dos escenas al que le iba a tener que meter harto drama y lágrimas JAJSJAJ ugh!
Para que no quedemos tristes, te platico que leí por ahí que los autores tienden a esconder detalles de sí mismos en las novelas y me dieron ganas —jsjs—: la pijamada de conejos. Yo amo tener cositas de dormir de conejos, toda la vibra suave que me transmiten me pone muy feliz. Los síntomas de la ansiedad también han sido basados un poco en mi experiencia. Yyy parejitas no populares que se han ganado mi corazón.
Por último, ¿alguien quiere cooperar para que ponga el restaurante que acaban de leer ahí en Baja California Sur? ¿Cinco pesos? ¿No?
Chica es que escribir no te deja y a una le gusta comer bien, I mean.
Anyway, te amo un chingo. Perdón por ponernos tristes, no era mi intención. Un beso, mua!
Ando soft, ¿qué pasa?
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