17 || La cita con "final feliz" de Susan

—¿Tú qué opinas? —preguntó Susan, alzando dos vestidos aún con sus ganchos—. ¿Negro o verde agua?

—Depende de a donde vayan a ir, supongo.

Susan entonces resopló, frunció los labios, agitó la cabeza de arriba a abajo dándome así la razón y finalmente rodó los ojos a la vez que dejaba caer sus brazos en sus caderas aún con los ganchos.

—¿Sabes? Tú amigo es muy hippie. Me va a llevar a andar en bicicleta por todo el Golden Gate hasta llegar a una parte exclusiva de California que tiene lugares informales como cabañas y esas cosas.

—¿Y cómo por qué pensaste que llevar un vestido sería buena idea?

Volvió a rodar los ojos y se dirigió a colgar de nuevo los ganchos de mala gana. Sacó en su lugar dos blusas de los exactos dos colores para aventarlas entonces a la cama. 

—No es justo —berreó—. A ti te llevaron a cenar.

—Susan —la reprendí.

Tengo que decir que me molestó ligeramente que Susan tanto quería salir con mi amigo para que cuando se le hizo, no más se estaba quejando.

—Si, bueno, tú no tuviste final feliz —siguió balbuceando.

—¡Susan! Me voy.

—¡No, Elsa! —Me alcanzó a agarrar del brazo antes de que saliera por la puerta—. Lo siento, no era mi intención decírtelo tan... tan así.

—No se supone que opinaras.

—Pero igual lo iba a hacer.

Asiento y me giro solo para cruzar los brazos.

—De todas maneras, elige.

Me asomé ligeramente a la cama, aún sin descruzar los brazos, para ver la ropa que había sacado y puesto ahí.

—¡Susan, esta es mi blusa! —finalmente necesité mis brazos para alzarlas.

—¡Ay, no! ¿Cómo crees?

—¡Susan!

—Bueno, préstamela. —Me hizo ojos de cachorrillo—. Se me ve mejor a mí y lo sabes.

—Bien, no más no la manches. —Susan asintió y me agradeció para dirigirse a ponerla en su baño—. Aún no puedo creer que vayas a salir con Hans.

—¿Por qué?

—Tiene mucho que no sale con una mujer. Yo incluso pensé que ya lo había dejado en el pasado.

—Es que yo no soy una mujer —dijo y no pude evitar sentir un poco de extrañeza, luego salió del baño con los puños en las caderas—. Soy la mujer.

Si, bueno, debí verlo venir.

Salí al recibidor del edificio para despedir a Susan. Usaba unos jeans genéricos con mi blusa verde, sí se le veía mejor a ella, pero que ni piense que lo voy a admitir. Se despidieron de mí con la mano y los vi girar la esquina, me giré entonces al estacionamiento y vi a Anna sacar el carro a la entrada; le prometí que podría manejar ya que extrañaba las calles sin polvo de la ciudad.

Bajó el vidrio y se subió los lentes oscuros para enarcar las cejas.

—¿Lista para ir a espiar a Hans?

Fue ahí, cuando la vi tan lista para arrancarse que me dio miedo, no que chocara mi carro, bueno... si, pero me dio miedo que el carro no cupiera en el caminito por el que iba a pasar Susan, ya que ahí solo pasaban bicis. No quería decirle porque me iba a decir que estaba loca y entonces íbamos a llegar y se iba a dar cuenta de que tenía razón, y encima de que no lo iba a admitir, íbamos a gastar gasolina a lo bruto y si, pues ya tenía dinero, pero sé lo que es no tener.

En fin, que quede claro que no me dio miedo que Susan se enojara.

—Anna... mira... no creo que ir a espiarlos sea la mejor idea de todas.

Abrió entonces la puerta del carro y se bajó molesta.

—¿Y ahora qué sucede?

—Creo que sería buena idea dejarles su privacidad.

—Pero...

—Hans es un niño grande, ya no se moja los pantalones cuando se pone nervioso.

—¡No era eso lo que iba a decir! —Aguantó una risa—. Es que tengo muchas ganas de una banderilla.

Entrelazó los dedos y estiró los brazos no más para mirarme con ojos de cachorro y la boca hecha un mohín.

—Esas podemos hacerlas aquí en la casa.

Anna entonces sonrió.

—Tiene mucho que no cocinamos juntas —exclamó emocionada.

—¿Te acuerdas cuando hacíamos panquecitos?

—Siempre querías hacerlos de chocolate.

—Recuerdo que tenías mucho talento para cocinar y para hacer postres. Kristoff seguro los adora.

Anna asintió medio cohibida y se enredó un cabello en el dedo.

—¿Sabes que más podemos hacer? —Se giró y tomó mis manos con emoción—. Podemos jugarle bromas a Merida mandándole pizzas como cuando estabas en la universidad.

—Como cuando lo hacíamos con Jack.

Por un momento me sentí melancólica y ligeramente triste. Mandarle pizzas a Merida cuando él iba a visitarme había sido su idea y eran tardes llenas de risas escandalosas, así como mañanas en la facultad de risas reprimidas al escucharla quejarse de esa manera tan característica que tiene.

—¿Elsa?

Parpadeé un par de veces y le devolví la mirada a mi hermana.

—Lo siento.

—Se lo que pensabas. Si quieres, podemos llamar a Jack.

—¡No! —Anna despegó su mano de mi y se la llevó al pecho—. No, está bien. Podemos pasarla bien las dos solas.

Decidí adelantarme al departamento y escuché los pasos apresurados de Anna resonar en el pasillo, se deslizó para quedar frente a mi.

—Elsa, lo siento mucho, no era mi intención que te sintieras mal, solo me dejé llevar.

—Lo entiendo. —Le puse la mano en el hombro—. Jack y tú nunca dejaron de ser amigos y es raro, pero está bien. Lo que pasó entre nosotros ya pasó y quedó sepultado en el pasado.

Anna asintió entonces y se dirigió a la puerta, la dejó abierta para que yo entrara después y fue cuando escuché el ruidoso alarido:

—¡Elsa Arendelle!

Anna se asomó al momento y ambas salimos corriendo hacia el lobby, específicamente el estacionamiento junto a este, que era de donde había salido el grito.

Había sido Anastasia, o Drisella quizás, no lo sé; siempre las confundo. Ojo, no las confundo por que se parezcan, o sea sí son feas y narizonas las dos, pero tampoco es como para no distinguir entre una pelinegra y una pelirroja. Dejémosle en que soy mala con los nombres.

Y alguien había olvidado meter de nuevo el carro y en su lugar lo había dejado en la entrada bloqueando el paso de todos los demás carros. Esa alguien estaba parada junto a mi mordiéndose el labio en un intento de retener la risa.

—¿Si, Dizzy? —respondí esperando no equivocarme de hermana o tendría problemas.

Ella señaló el carro que mi hermana había olvidado ahí, obviamente.

—Mira, Elsa, estaba por ir al centro comercial para sacar a Lucifer (el gato) de la estética, pero tengo un pequeño gran problema para salir.

—¿Y si te acompañamos? —sugirió de repente mi hermana.

—¿Qué?

—¿Qué?

—Sería divertido, ¿no lo creen?

—Mira, copia de Elsa, no quiero que me acompañen, solo quiero que muevan el carro.

—¡¿Copia de Elsa?! —Tuve que agarrarla de la cintura o probablemente se le hubiera aventado—. Mira, guacamaya exótica, yo solo quería aprovechar la vuelta para comprarle su pez a mi amigo y a su novio el doctor; su novio de Elsa, no de mi amigo, no te confundas, y echar el chisme en el camino, pero se ve que eres una amargada y ya no quiero echar el chisme contigo. ¡Suéltame, mamá pez!

—Promete que no la vas a desfigurar.

—Ya no se puede más.

—¡¿Perdón?!

—¡Lo que oíste!

—¡Anna!

Finalmente la dejé libre y solo se cruzó de brazos con una mirada de profunda indignación. Drisela iba a decir algo más, pero Anna le mostró la palma de la mano y se dirigió al auto para sacarlo a la calle y que mi vecina pudiera irse tranquilamente, aunque bufando.

—¡Seguro no tienes amigos! —remató mi hermana saliéndose del auto.

—¡Seguro tú tampoco! —respondió mi vecina antes de acelerar para sacarse a este zángano de apellido Arendelle de encima. Creo que le mostró el dedo, ya sabes cuál.

Parpadeé un par de veces, no terminaba de procesar que mi hermana se acababa de pelear con mi vecina por una pequeñez... ¡La había llamado guacamaya exótica!

—¡Anna! —la reprendí—. Eso fue muy grosero.

—Se lo merecía —espetó y se giró a encararme y empezar su drama—. ¿Escuchaste el tono en que respondió a mi, muy amable, propuesta de echar el chisme? Que antes diga que no la mandé al hospital.

—¡Anna!

—Bueno, ya —dijo—. Lo que haya pasado entre tu vecina y yo ya pasó y quedó sepultado en el pasado.

Y se metió al edificio.

—¡Anna!

—¡¿Qué?!

—¡Mete el auto!

—Ah, si, el auto. —Se apareció dando brincos y jugueteando con las llaves. En el momento en el que ella abrió la puerta y se metió.

—¡Anna! —Salí corriendo tras ella.

—Espérate, Elsa, estoy metiendo el auto.

—No, saca el auto.

Rodó los los ojos y dejó caer la mano en la ventana.

—¿Ahora qué?

—No tenemos ingredientes para hacer las banderillas ni los postres.

—Bueno, ¿qué estamos esperando? —Se estiró para abrir la puerta de un empujón—. Entra.

Voy a resumírselas, porque sé que quizás el relleno de Anna tomando todos los budines no sea tan interesante como que Hans me llamó para avisar que Susan se había lastimado y que llamarían a una ambulancia.

Tenía el volumen del teléfono tan arriba que Anna escuchó y se bajó tan rápido del estante en el que estaba trepada para alcanzar no se que cosa que casi se cae también. Es ridícula, mide más de 1,70 y aún así se sube a los estantes y los muebles. Salió corriendo y me arrebató el teléfono de las manos. Le dijo a Hans que se esperara quieto, que estábamos cerca y que iríamos por ellos y antes de que pudiera replicar, colgó.

—No está a discusión, patillas. Adiós.

Me miró y subió la mano para prevenirme de decir algo.

—Ya sé, ya sé. Anna, saca el carro. —Se dirigió entonces a la percha de ropa que tenía el carro del súper debajo y apuntó con el dedo adentro. La miré extrañada—. Entra.

—¡¿Qué?!

—Súbete aunque sea en la orilla.

—¿Quién eres y que hiciste con Anna?

—Soy y seré siempre la hermana responsable, por eso yo voy a manejar.

En tanto me metí al carrito y me abracé las rodillas, Anna se agarró de la barra del carro y comenzó una carrera frenética hasta la salida de la tienda y entrada del estacionamiento, no contaba con que olvidó dejar los betunes y que unos policías la iban a ver.

—Señorita, ¿a donde cree que va con esos betunes? —le preguntó uno de los oficiales.

—No sé, a hacerle bigotes a la Mona Lisa.

—¡Anna!

—Perdón, pues es que... ush. Olvidé devolverlos y ya. Ahí los voy a dejar y el que se lleva los carritos los puede regresar por mí. No estoy tan muerta de hambre como para robar betunes, no más tengo la cara. Me hubiera robado unas sopas de elote si fuera el caso.

—Señorita, va a tener que devolverlos en este instante.

—¿No ve que tenemos prisa?

Entonces el policía la agarró del brazo y en ese movimiento, ella soltó el carrito, la verdad no pensé que se fuera a seguir de largo. Mi hermana se quedó alegando con los oficiales mientras yo me alejaba cada vez más de ellos.

—Anna.

—Ahorita no, Elsa —respondió sin voltear a verme—. Aquí el oficial ya me quiere sacar una mordida y no de las que me gustan.

—¡Anna! —El carrito se bajó toda la rampa del estacionamiento dando tumbos por el piso irregular mientras yo me aferraba con terror a los bordes de metal. Incluso pensé en aventarle el betún para que se percatara—. ¡Anna, ayúdame!

Volteó justo al momento en el que el carrito se metía en donde tenían los árboles de navidad y les pegaba, provocando que me cayeran encima. Hizo una mueca y luego corrieron los tres a auxiliarme.

—¡Tengo ramas en el cabello!

—Y una araña también.

—¡¿Qué?!

—Déjame quitártela... ¡Elsa, no te muevas! Ya entiendo a qué se refería André cuando dijo que no dejas maniobrar.

—¡¿Que dijo qué?!

Me dio un zape entonces, zape que me reinicio el sistema nervioso.

—Ya, ya te la quité.

—¡Auch! —me sobé el lugar del golpe segundos después, cuando reaccioné—. Seguro la mandaste a saludar a San Pedro con tremendo golpe que me diste.

Me bajé entonces del carrito y agarré los tres betunes.

—Yo voy a devolverlos, tú paga el estacionamiento.

—Sí, Elsa.

Bueno, cuando dije que el carro no pasaba por el camino de las bicis, quizás mentí un poco. Pero eso no importa ahora.

Lo importante es que Hans subió a Susan atrás de mi asiento y él quedó atrás de Anna, la piloto. Mi hermana manejó como camionero con ganas de ir al baño para llegar al hospital, ni siquiera se estacionó, solo se bajó Hans a pedir ayuda y yo a llenar los papeles.

—¿Qué hacen ustedes aquí? —me preguntó realmente molesto mi novio el doctor, interrumpiendo su platica con Ellie. Dejé la pluma y recargué los brazos.

—Quita esa cara de gato asustado, porque no es lo que estas pensando. Susan se rompió el pie.

—Ah, bueno —suspiró aliviado—. ¿Qué?

—Relájate —le puse las manos en el pecho con la intención de que no saliera corriendo—. Ya se la llevaron creo que a trauma.

Andy suspiró y asintió. Hans llegó corriendo tras de mí como si no hubiera hecho esfuerzo, ni jadeó. Tremenda condición que tiene el patillas, bueno, al menos tenía.

—Pero, ¿qué sucedió? —preguntó Ellie. Hans iba a responder pero alguien se le adelantó.

—¡Se peleó! —Escuchamos a Anna entrar, ella sí jadeaba—. Con una ardilla.

—¡¿Qué?!

—Mientras estábamos comiendo banderillas, Susan dejó su billetera en la mesa y una ardilla agarró cien dólares y se los llevó —explicó el testigo.

Ambos doctores tenían en el rostro una expresión que era como una mezcla entre extrañeza y diversión.

—¡¿Cien dólares?! —Escuchamos el grito de Alicia, yo brinqué y Ellie nos empujó a Andy y a mi para hacerle espacio a ella.

—Cien dólares, ni más ni menos.

—Oye, pero que ardilla más abusada —rio la pediatra.

—¡Ya sé! —Exclamó Anna—. Pero por esa cantidad yo también me peleaba con la ardilla.

—Tú te peleas de gratis, pregúntenle a mi vecina.

—A ver —interrumpe entonces Andy—. ¿Pero como llegaron a la lesión? Es difícil imaginar a la ardilla agarrando a Susan del tobillo y...

—Se subió a un árbol siguiendo a la ardilla —respondió Hans—. A la hora de bajar fue que escuché como cuando aplastas cucarachas y supe que algo no andaba bien.

Alicia soltó una carcajada ante la comparación de Hans.

—La ardilla era inmigrante latina seguro —dijo cuando tomó aire.

—¡Óyeme! —la regañó en español una castaña de enormes ojos chocolate. Anna fue la única que entendió, de tanto juntarse con Miguel, a todos los demás nos bastó con el tono de la voz.
Sonrió entonces—. Ay, ustedes tres —comentó, ahora refiriéndose a Andy y su pandilla—. En el chisme como siempre.

—No te hagas, Elena, que a ti ni quien te para el pico. —Se levantó a encararla mi novio el doctor.

—Tú podrías, solo no lo intentas.

Cuando la vimos lanzarle el comentario, a todos se nos cayó la quijada. No sabría explicar por qué sentí que me cayó un balde de agua helada y ahora sí me amargué, a pesar de que el frío generalmente no me molesta.

Anna volteó a verme y Hans también, por una vez en la vida vi a mi diablito y mi angelito mirarme con la misma expresión momentáneamente hasta que Anna habló y Hans la tomó del brazo en un reflejo instantáneo que había desarrollado después de todos esos años. Si no te explicas porque Anna es el ángel y Hans es el diablo, te jodes porque yo tampoco sé. Si tienes una idea, sería increíble que me explicaras.

—Elena, te presento a Elsa. —Me extendió la mano y torpemente la tomé. No sentí ni siquiera el momento en el que me levanté—. Mi novia.

—¡Oh! —exclamó y se llevó las manos a la boca con brinquito incluido—. Solo que sea por eso.

—¡Óyeme! —gritó entonces Anna—. ¡Eso tiene nombre!

—Anna, mejor no me defiendas. Yo puedo sola. —Estaba molesta, no lo voy a negar. Con evidentes movimientos bruscos me libere del brazo de Andy y alise mi blusa azul—. Quiero ver a Susan, con permiso.

Comencé a caminar, tratando de concentrarme únicamente en el sonido de mis pisadas. Pude ver de reojo como Hans y Anna salían, probablemente en busca de comida, Alicia se llevaba a Elena y Ellie se levantaba de brazos cruzados y decía:

—No te hagas, André —soltó como queriéndole bajar la tensión o distraerlo después de la sorpresa que se acababa de llevar—. Te asustaste porque sabes que esta vez si hubiera sido tuyo.

—Lo que se ve no se juzga, Ellie —respondió con un atisbo de molestia en la voz—. Mejor acompáñame que creo que dejé la cartera en el consultorio.

Crucé los brazos en el estómago y fruncí los labios. Tuve un horrible presentimiento, pero no sabía de que, solo había algo que me decía que algo andaba mal y tenía que estar alerta a cualquier cosa. Probablemente estaba haciéndome ideas. Sí, seguro.

—Bonito final feliz que tuviste —le dije a mi amiga en la camilla.

—Oh, cállate. —Buscó una almohada para lanzarme—. Sí quería terminar en la cama, pero no del hospital.

—¡Tómala! ¡Por andar de criticona! —reí—. Esto no voy a dejar que lo olvides.

—Eres capaz de que si escribes un libro de tu vida, le dedicas un capítulo completo a mi cita.

—¿Quieres escoger el título de una vez?

—Ponle: "Tutorial para una buena cita" por Susan.

—¡Tú te mueres de hambre haciendo tutoriales! Mejor voy a poner: La cita con "final feliz" de Susan.

—Le pones eso y te mato.

Si aquí se queda la historia, ya saben por qué fue.

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