48.

Wanda.

Me desperté extrañamente animada. Corrí escaleras abajo. El sol realmente está quemando fuera el día de hoy, toda la casa parece iluminada.

—¡Mamá! — en serio me gustaría contarle sobre Natasha. — ¡Mamá! Tengo que contarte sobre algo que ocurrió ayer. Hay una chica...

Llegué a la cocina y de pronto no se veía tan brillante como antes. Estaba oscura, fría y vacía. Observé el sitio...

Mamá no está.

Suspiré.

Observé mi móvil. Tenía un mensaje de Charles.

Pelón. ¿Necesitas algo? ¿Más dinero? ¿Te llevo algo de aquí?

Observé nuevamente el sitio. Un vacío llenó mi estómago y me hizo sentir patética. ¿Por qué pensé que podría estar viva? Es absurdo. Lleva dos años muerta.

W. Extraño a mamá. Pero no puedes traerla de regreso.

Suspiré. Golpeé la mesa lanzando lo que había en ella al suelo. Pegué un grito y me dejé caer contra la pared. El suelo está frío, pero al menos puedo centrarme en eso y no en como siento que me cuesta respirar.

Vi los mensajes de Charles aparecer en mi móvil, comenzó a llamar, pero no tenía ganas de contestar absolutamente nada.

—Tuve un gran día, sólo quiero poder contártelo... — sollocé. — Todos pueden... ¿por qué yo no?

—¿Sabes? Un cachorro podría hacerte compañía si estás triste. — dijo Yelena y observé a mi costado recordando nuestra charla ayer en el parque. — Y así no estarías triste.

—¿Quién te asegura que no?

—Ella sabe de lo que habla... — murmuró Natasha observando las flores de forma fija. Le gustan los girasoles. — Además un cachorro ha de ser linda compañía.

—¡Ya ves, él podría hacerte muy feliz! Nutella al fin piensa.

Comencé a reír mientras ambas comenzaban a discutir insultándose de forma absurda y poco ofensiva.

No recordaba haberme sentido tan feliz desde la última vez que vino Peter a despertarme emocionado porque quería que vea un comercial de cereal.

—Te extraño tanto... — susurré abrazando mis rodillas. Cerré los ojos, me quedé en silencio, llorando...

No sé si pasaron horas, pero es difícil saberlo, cuando tu cabeza va a mil por hora, nunca acabas de comprender si verdaderamente han pasado minutos o horas en los que repetías la misma secuencia de pensamientos agresivos o insultos en tu contra.

"Debí ir con ellos", "debí acompañarlos", "¿Por qué tú sigues aquí y ellos no?" "¿No te cansas de ser patética?" "Por eso nadie se queda. Lo arruinaste. Arruinaste lo de Natasha"

Siempre arruinaba todo con quienes amaba. Por eso me pasaba la vida entera intentando jamás amar a alguien.

—Me duele la cabeza... — susurré. — Me duele tanto el... Pecho.

Tosí levemente y me puse de pie, avancé por la cocina y no noté que los trozos de vidrio de un vaso que se había roto cuando lo lancé, se clavaron en mis pies. Sentí el ardor, pero estaba tan abrumada que parecía la última cosa en la que quería concentrarme de momento, solamente quería descansar y ya, no otra cosa, darme un baño quizá. De todas formas la ortesis protegía uno de mis pies.

Sentí el ruido del timbre. No tomé mi móvil, avancé hasta la puerta cubriendo mis ojos con unas gafas que habían junto al sitio de las llaves. Suspiré.

—Hola, ¿qué se le ofrece? — pregunté sin levantar la mirada en cuanto abrí la puerta.

—Amor...

Mierda. 

—Melina... — murmuré. Había olvidado hasta cierto punto su existencia. — ¿Qué haces aquí?

—Dije que vendría a verte. ¿Te sientes mejor? Tienes el rostro hinchado.

Mis latidos comenzaron a acelerarse. ¿Por qué parece que la sensación de ansiedad tiene que ver con tenerla delante de mí?

—Yo... — no contesté. Ella pasó a mi lado.

—No deberías estar descalza. Vas a enfermarte... ¿Qué le pasó a tu pie, Wanda? — dijo preocupada. — Ven aquí.

Pasó mi brazo por su hombro y de pronto comencé a sentir los picores de mi pie sin ortesis. Mierda. Eso duele.

Me ayudó a llegar hasta el sofá.

—¿Botiquín?

—En el baño detrás de la escalera... — murmuré. La oí avanzar y tragué saliva. Joder.

Vi varios trozos de vidrio incrustados en mi pie. No debí pisar como si nada. 

Melina volvió, se sentó a mi lado, hizo que acomodara mis pies en sus piernas. Comenzó a retirar los trozos de vidrio.

—Mierda... — me quejé y mordí una almohada. Ella tomó mi mano y la acarició de forma suave.

—Solo un poco más. Te vendaré. Debes ir al doctor luego.

Sentí más lagrimas caer por mis mejillas.

—Duele...

—Ya, ya lo sé, cariño. Estarás bien.

Le echó un líquido que me hizo gemir del dolor, vendó mi pie y luego me hizo recostarme en el sofá mientras ella iba a la cocina. No sé cuanto tardó, pero pude oír el ruido de más cristales removerse. Cuando regresó, traía helado que no recuerdo haber visto en el congelador. Ella se sentó a mi lado acariciando mi cabello.

—He pasado a comprarte algunas cosas. Tu helado favorito...

La observé bajo la luz tenue de sol que ingresaba debido a las persianas cerradas del salón.

—No hay mucha luz... — comenté sin saber que contestar.

—Mejor... Podrían verme si levantamos las persianas...

Algo pareció hacer clic dentro de mí. No puedo explicar el qué. Pero la sensación de incomodidad y notoria diferencia de lo que necesitábamos comenzaba a asquearme. Porque lo que ella me daba, era lo que necesitaba de una madre, no en mi pareja, porque Melina me llevaba más años de los que debía y porque no podía ignorar que a la mujer que parecía realmente querer, era a Natasha.

Mientras Melina me daba lo que necesitaba, Natasha era lo que quería, incluso si sentía que de alguna forma me había enamorado de la pelinegra... Me asqueaba pensarlo, me sentía absurda, ridícula, patética y hasta trágica.

Hice un clic, y quería aprovecharlo, quería aprovecharme de que por fin parecía sentir algo con sentido.

—Esto no está bien... — murmuré. Melina me observó fijamente y en silencio. — No debemos...

—¿De qué hablas?

—De esto. Es raro. Tú y yo, eres mi maestra y yo salía con tu hija...

—¿Sigues hablando con Natasha? — su tono de amabilidad había desaparecido totalmente. Lo noté de inmediato. Nos observamos fijamente.

—No estamos hablando de eso.

—Ya. ¿Me has estado mintiendo?

—¡¿Por qué todo siempre tiene que ver con lo que yo hago y no con lo que tú haces?! — grité. — ¡Y una mierda, Melina! Ya basta.

—¡No me levantes la voz! — gritó y yo no dejé que me intimidara.

—¡Pues tú tampoco a mí! — me puse de pie. Ella me empujó levemente y caí contra el escritorio que había cerca de la chimenea. Observé a mi lado, las puntas de los atizadores estaban a mi costado. — ¡Pude haberme enterrado aquello en la cabeza!

—Wanda, yo... — dijo e intentó acercarse. Me alejé arrastrándome. —No quería, amor...

—¿Amor? — la voz de Charles inundó el salón. Encendió la luz y levanté la mirada.

Unas ganas inmensas de llorar se apoderaron de mí, Charles pareció notarlo. Avanzó hasta mí.

—¿Qué está ocurriendo? ¿Ella te empujó? — preguntó. Observé a Melina.

—¿Sabes que eres especial para mí, no? — susurró contra mis labios. No podía creerlo. Nunca he sido especial para nadie, ¿por qué lo sería para la maestra Vostokoff? ¿Qué tenía yo?— Mi chica especial...

Tragué saliva.

Nuevamente volvía a ver los ojos de Melina mientras Charles tomaba mi cintura tratando de levantarme.

—Vete, por favor... — susurré. Melina retrocedió, sus mirada desprendía tanto odio que no lograba comprender que había hecho mal esta vez. Ella hizo esto...

No es mi problema que no comprenda que es lo mejor para ambas... No podemos sostener algo así, no por más tiempo, sólo acabaremos dañándonos y dañando a más personas. No quiero que nos hagamos esto...

—¿Qué cojones está sucediendo, Wanda? Necesito una explicación. ¿Quién es ella? — preguntó preocupado. — ¿Estás bien? ¿Te hizo daño?

Observé mi pie. Él bajó la mirada.

Mierda.

[•••]

Natasha.

—¿Qué sucede? — pregunté al acabar de escribir mi lista sobre si debería o no con Darcy. Yelena me observaba con ojos curioso, no había dejado de insistirme en verla desde hace más de quince minutos, había ignorado sus llamados debido a encontrarme concentrada en esto.

—He hecho algo.

—¿Qué has hecho?

Nuevamente observé la lista sobre Darcy. La decisión me dañaba, claro que sí. La quería y mucho, pero... ¿Por qué prolongar nuestros sentimientos si se veían cortados en algún momento? Aquello únicamente nos dañaría si me mantenía engañando a mi cabeza. Cada momento que pasaba junto a Wanda parecía que no podría sacármela jamás de la cabeza.

—¡Nutella, que te estoy hablando, eh! — se quejó mi hermanita. Aparté la vista de mi computadora. Observé a Yelena quien estaba cruzada de brazos y molesta. 

—¡Bien, lo siento!

Ella suspiró. Pasó por mi costado.

—Debe ser antes que mamá regrese. — murmuró. Enarqué una ceja.

—¿Vas a matarme y venderme en algún sitio? Porque si es así, claro que lograré noquearte antes de que ocurra.

—Aún no. —murmuró y se sentó sobre la cama. — ¿Recuerdas que tienes escrita tu contraseña de Facebook en algún sitio?

—¿Cómo sabes de eso?

—¡Ese no es el punto!

Iba a refutar, pero volvió a hablar sin darme un mínimo derecho a replicarle.

—Bien, pues... Me metí a jugar algunos jueguitos muchas veces.

—¿Qué?

—Y...

—Yelena, ¿que tú hiciste qué?

—¡Déjame acabar mis ideas o me perderé todo! — se quejó. Suspiré. Manipuladora.

—Bien.

—Y un día decidí buscar en el reconocedor de imagenes la fotografía de papá, encontré a alguien llamado Alexei y le he hablado desde tu Facebook. Vendrá a vernos la otra semana para poder dar su versión de la historia, dice que lleva muchos años buscándonos. Me ha costado, he tenido que leer un diccionario para saber escribir ciertas cosas.

Nos observamos en silencio. Ella sonreía. Yo quería, deseaba, es más, anhelaba que me cayerá un rayo directo en la tráquea y acabara con todo esto.

—¡Yelena! — la regañé. Ella hizo puchero. — ¡¿Por qué no me lo dijiste?!

—¡No ibas a dejarme!

—¡Claro que no, ese señor es...!

—¡Es nuestro padre y sabes que a mamá no le molestaría!

—¡Pero no es nada justo con ella! — insistí. Mamá siempre mantuvo la neutralidad con respecto a papá, sin embargo podía notar matices en algunas cosas que nos volvían similar a él. Ella no quería que fuésemos como él, o eso sentía. — Ella ha hecho todo por criarnos con amor, no nos ha hecho faltar nada. ¿Por qué crees que papá no volvió, eh? ¡Él podía luchar por nosotras, pero no nos amaba lo suficiente!

—¡No es verdad, mientes!

—¡Papá no nos ama, Yelena! ¡No te ama o habría regresado!

Me quedé en silencio. Ella hizo un puchero pero no lloró. Observó el suelo, se dio media vuelta y salió corriendo de mi habitación. Mierda. La he cagado tanto...

—Yelena... No quise... — comencé caminando tras ella. Cerró su puerta con fuerza. Suspiré.

Mierda.

—Cariño...

—¡No!

—No quise decirlo así, de verdad...

—¡Mientes, todos mienten, nadie ama a Yelena!

—¡Yo amo a Yelena!

—¡No, nadie!

Suspiré. Es tan terca como mamá.

De pronto una notificación en mi móvil me distrajo. Es Wanda.

W. Adivina quien tuvo que ir al hospital para que le revisen el otro pie.

W. Así es. Yo.

Adjuntaba una imagen con su otro pie vendado. Joder.

Nat. ¡¿Estás bien?! ¿Qué sucedió?

W. Nada realmente grave. Puedo caminar bastante bien. Era para evitar una infección. En fin, la vida sigue, ¿cómo te trata el día a ti, maestra Romanoff?

Sonreí.

Nat. Cuida mejor tu cuerpo, Wanda. No tomas el peso de lo que significa dañarte tanto, y tan seguido.

W. Ya es que...

Nat. Silencio. Cuídate más.

W. Mejor dime que tal te va.

Nat. Yelena se ha enfadado, porque he dicho algo sobre nuestro padre. No debí decirlo, lo acepto. Ahora cree que nadie la ama y no sé cómo sacarla de allí.

W. Oh.

Suspiré.

—¿Cariño? — hablé, pero no contestó. Joder.

En serio no quería lastimarla, sólo que no creo que sea justo que papá la ilusione de esa forma. No se lo merece.

W.  Déjame eso a mí. Las veo en el parque a las ocho.

¿Qué?

Nota de autor:

Heeey. ¡Buen día!

—Codito.

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