⋆ 𝟎𝟖.
Rose lo observa con los brazos cruzados, la mueca de sagrado que tiene en el rostro no hace más que aumentar el mal humor y la migraña de Timothée. Aquella tarde de miércoles ambos se encontraban en una de las más prestigiosas tiendas de trajes de boda solo porque Rose se había empeñado en seleccionar el traje que su prometido usaría en su boda, según ella, debía supervisar que el vestuario encajaba perfecto con el vestido de ella y con la decoración de la recepción. Se sentía como una atracción de circo ahí parado como un estúpido en medio de una pequeña salita mientras las miradas de Rose, su suegra y su madre recaían sobre su cuerpo y sobre el traje que se empeñaban en que él usara. Quería salir corriendo del lugar, huir y alejarse de aquellas mujeres que lo incomodaban. Timothée se preguntó cómo demonios estaba siendo tan cobarde como para seguir con aquel plan de boda cuando él mismo no quería casarse. Se sintió asqueado por la forma en la que siempre se dejaba llevar por las decisiones de Rose o de sus padres solo para evitar decepcionarlos y se odio por ser tan débil ante aquellas personas. Luego de lo que ese mismo día había pasado entre él y Afrodite dentro de ese solitario salón de clases, su vida le pesaba aún más. Le resultaba tan insoportable como doloroso seguir con aquella absurda idea de la boda.
—¿Ahora qué "pero" vas a ponerle a este traje? — pregunta él tratando de esconder el rastro de sarcasmo y de molestia en su voz.
Suspiro en cuando su prometida avanzo hacía él con las manos sobre sus caderas, quiso rodar los ojos en cuanto ella rodeo su cuerpo, evaluando cada centímetro de la tela color crema del traje que lo enfundaba aquel día. Al terminar su evaluación, la joven se puso delante de él y le sonrío con suficiencia.
—El "pero" en este traje, amor mío —comenzó a decir, su voz se escuchaba casi burlona. —Es el color de la tela que definitivamente no combinara con mi vestido. El color azul de esta pajarita en tú saco no combina con los colores de la recepción, haré que te cambien el traje por uno negro con pajarita rosa pastel.
Su rostro se transformó en una mueca de desdén y su cuerpo se tensó. Timothée estaba a punto de replicar y de decirle a Rose que todo aquello del traje le parecía una estupidez y que estaba harto. Sin embargo, la mirada fulminante que su madre le lanzo desde una esquina del local, lo hizo morderse la lengua. Sus manos que se encontraban dentro de los bolsillos de su traje sastre se cerraron hasta convertirse en puños que encajaban sus uñas contra sus palmas. Asintió con desgana y se metió a regañadientes al vestidor para cambiarse el traje que su prometida había sugerido.
—¿Qué crees que haces? — la voz de su madre lo saco del ensimismamiento en el que se encontraba. Se giro sobre su cuerpo y encontró a su progenitora detrás de él en el pequeño cubículo que servía de vestidor de aquella tienda.
Timothée ni siquiera había terminado de colocarse el nuevo traje que Rose le había escogido. Observo a su madre con confusión. La sola presencia de esa mujer le ponía los nervios de punta. —¿De qué hablas?
Ella se cruzo de brazos. —Estabas a punto de responderle de mala manera a Rose y discutir con ella. No se en donde tienes la cabeza, pero ni se te ocurra avergonzarme a mí ni a ella de esa forma tan vulgar.
La forma en la que lo miraba, como si él no fuese su propio hijo y fuera un ser inferior a ella. El tono de voz condescendiente. Todo aquello lo hacía sentirse violento y hastiado. —Bueno, es que no me gusta que me utilicen como un títere y que me obliguen a probarme trajes estúpidos. Y ya que estamos, tampoco me quiero casar.
El sonido de la palma de su madre estamparse contra su mejilla llego mucho antes que el ardor en aquella zona. La poca valentía que había reunido para atreverse a hablar se había esfumado. Se sentía nuevamente como un niño débil, frágil y vulnerable ante el yugo de su progenitora. Conforme había ido creciendo, fue capaz de reprimir sus propios pensamientos y acciones para no desencadenar la ira de su madre o de su padre. Sentía rabia en su interior. Rabia y ganas de salir corriendo. Se sentía asfixiado.
—Mocoso insolente, como te atreves a hablarme de esa forma — escupió la mujer. —Por supuesto que te quieres casar. Y si no quieres no me interesa, lo vas a hacer. Eres un Chalamet y es hora de que te comportes como tal y dejes de pensar y de actuar como idiota.
Había demasiada humedad a causa de la lluvia que, desde la noche pasada caía a ratos. La humedad no hacía más que acrecentar la rinitis que Afrodite sufría desde niña y a causa de eso, se había saltado una clase para ir a la enfermería del colegio. La chica salió de la enfermería diez minutos después de que su última clase del viernes comenzara y avanzo hacía el salón en donde se impartía literatura con su termo negro con decorado de estrellas lleno de té de eucalipto. Toco la puerta del aula y espero a que le abrieran mientras ponía su mejor sonrisa, esperando que a la profesora no le importara que estaba llegando tarde, y le permitiera entrar. Poco después, la joven mujer que le impartía la materia abrió la puerta y la miro fijamente mientras se cruzaba de brazos.
—Llegas tarde La Rue— Jane Powell, la profesora de literatura se quejó en voz alta. — ¿Mi asignatura es una burla para ti, acaso? y encima, vienes tomando algo cuando sabes que está prohibido beber o ingerir alimentos en clase —señalo el termo que la chiquilla traía en sus manos. Afrodite suspiro con desgana.
—¿Puedo pasar?, estaba en la enfermería — respondió entregándole el justificante que Hollie la enfermera le había proporcionado para que la dejarán entrar a clases. Dentro del aula, sus compañeros reían al escuchar como la profesora la regañaba.
—No Afrodite, no puedes pasar, no me interesa si estas enferma o no, llegaste tarde. No permito retrasos en mi clase.
La chica rodo los ojos y bufo desesperada, odiaba a los profesores arrogantes y a todas las personas arrogantes en general. —Estoy enferma — insistió. — Por favor déjeme pasar.
La profesora le sonrió con falsa amabilidad. —Ya te dije que no, fuera de aquí que me estás haciendo perder el tiempo — para ese momento, las risitas adentro del aula ya eran más fuertes, Afrodite se sintió avergonzada por estar siendo la burla de toda la clase y todo empeoro cuando la puerta del salón contiguo se abrió, dejando paso a que un joven alto y de cabello rizado se asomara.
—¿Sucede algo profesora Jane? —pregunto Timothée mientras se cruzaba de brazos y se recargaba en la puerta de su salón, la pelirroja esquivo su mirada mientras sentía sus mejillas enrojecer por la vergüenza que sentía en ese momento.
—Pasa que a la señorita La Rue no le interesa mi clase y llego tarde argumentando que se encontraba enferma — respondió la profesora mirándola con aire despectivo.
Quizá pensaba que demostrar autoridad ante un profesor tan correcto como Timothée la haría sumar puntos con él. Porque estaba claro que Jane tenía dobles intenciones con Timothée. Aquel ya era un cotilleo muy conocido en el instituto.
—Pues yo la veo muy sana — se burló Timothée mientras fingía observar detenidamente a su alumna. El agarre que la pelirroja tenía sobre su termo se intensifico, se sentía tan molesta que quería golpear al chico. —Si tan mal se porta en su clase, ¿no cree que deba castigarla para que aprenda una lección y sea más comprometida con su asignatura? — propuso el chico con diversión.
Ella rodó los ojos cuando la profesora Jane asintió y sonrió enamorada hacía Timothée. —De castigo te vas a quedar tres horas después de clases en la biblioteca el día de hoy, vas a ordenar cada libro que este fuera de su estante y tienes tarea extra en casa. Quiero que contestes el libro de trabajo de la página cincuenta a la ochenta, ¿entendido?—Afrodite asintió mientras le regalaba una sonrisa falsa a los dos profesores.
La pelirroja se quedó ahí parada mientras la profesora volvía a entrar al aula, no sin antes regalarle una sonrisa coqueta a Timothée que le pareció de lo más ridícula e innecesaria a la adolescente. Se quedaron los dos en silencio, mirándose con las mejillas sonrojadas y con la tensión en el aire. Habían pasado dos días desde que se el beso (o los besos) que se habían dado y ni siquiera habían encontrado ocasión para hablar al respecto, simplemente se encargaban de regalarse miradas y sonrisas nerviosas.
—Gracias por hacer que me castigaran, imbécil — susurro ella mientras descaradamente le mostraba su dedo de en medio. Él río por lo bajo.
—Te iban a castigar de todos modos Persephone, ¿lo sabes no? —Ella asintió y se cruzó de brazos. Sus miradas se encontraban conectadas, al final él consiguió romper el incómodo silencio entre los dos. — Tengo que entrar a seguir con mi clase, pero hablamos luego, ¿si?
—Si — respondió en voz tan baja que dudaba que él la hubiera escuchado.
No iba a negarlo, estaba nerviosa. Sabía que nada bueno resultaba de los "tenemos que hablar", ¿y si acaso su relación con Timothée cambiaba y nunca más serían amigos?, ¿y si a él no le gustaba ella?, ¿y que si pensaba que solo era una adolescente hormonal y no se tomaba enserio aquellos besos que compartieron? Con esas dudas carcomiéndola, avanzo hacía la biblioteca para comenzar cuanto antes, su castigo.
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Aprovecho este espacio para recomendarles mi nueva novela de misterio, se llama "who did it?" y esta en mi perfil, ojála le den una oportunidad :)
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