⋆18: final.

El camino a la iglesia se le hace eterno y se siente como un cordero a punto ser sacrificado, cosa que no está muy fuera de la realidad si se toma en cuenta que está obligado a casarse solo para que sus padres formen un imperio en el mundo de los negocios a lado de la familia Swan. Al final, se ha negado a que un chofer lo lleve directo a aquel sacrificio, por lo que conduce su propio auto. A mitad del camino su teléfono comienza a sonar y el nombre de Rose aparece en la pantalla de aquel aparato. Suspira y esta dispuesto a dejar pasar aquella llamada, sin embargo, la chica continúa llamando insistentemente,

—¿Sí? — responde él con voz monótona una vez que la llamada se encuentra en alta voz. Se ha detenido frente a un semáforo y tamborilea con impaciencia los dedos sobre el volante.

—Timothée, gracias a Dios — la voz de Rose se escucha extraña, no hay ni rastro de su seguridad al hablar. Su voz es atropellada y suena pastosa. Él chico frunce el ceño mientras la escucha. — Ven a mi departamento por favor. Es urgente. Te necesito.

Ante la urgencia en la voz de Rose, él da media vuelta en cuando tiene la oportunidad y más rápido de lo que espera, se detiene frente al bloque de departamentos lujosos en donde vive Rose. Entra al lugar y sube al elevador que lo lleva hasta el quinto piso en donde se encuentra el pent house de aquella chica. Al llegar, toca la puerta y una mucama lo hace entrar. A paso apresurado, camina hacía la recamara principal, abre la puerta y se encuentra con Rose hecha un ovillo junto a la cama, en el piso. Su cuerpo tiembla a causa de lo que él supone, son espasmos a causa del llanto del que débilmente le llegan sonidos. Esta cubierta con un camisón de seda y nada más. No hay rastro de que ella se hubiera estado preparando para la boda que con tanto esmero planeo durante meses.

—¿Rose? — susurra él acercándose a su lado, dejándose caer junto a ella en el suelo.

Ella levanta la mirada y le sonríe con tristeza antes de decir. —No quiero casarme — su voz suena tan rota que provoca que Timothée la abrace. No esta preparado para hacerle frente a una Rose vulnerable. —Y yo sé que tú tampoco quieres hacerlo, por favor no hagamos esto.

Se sorprende al escucharla y el alivio recorre su ser al asimilar lo que ella le dice. Piensa en que si tal vez, ambos hubieran sido más empáticos el uno con el otro se hubiera podido evitar llegar hasta aquel día en donde una multitud y sus familias, esperan que se casen. Sin embargo, no es momento de culpar a nadie por algo que espera, aún se pueda solucionar. La estrecha más en sus brazos mientras ella continúa llorando y con cariño, él deja un beso sobre sus castaños cabellos. Y aunque ninguno dice nada, ambos se sienten conectados en ese momento, se sienten comprendidos.

—Me gustan las chicas — dice ella en voz tan baja que tiene que pedirle que lo repita para asegurase de que ha escuchado bien. — Me gustan las chicas desde que era pequeña, mis padres trataron de reprimir eso en mí, incluso me enviaron a un campamento católico cuando tenía catorce años, para que ahí me "curaran", esa es la razón por la que yo acepte ser tú novia a los catorce, para que mis padres no me atacaran más por mi sexualidad. Después crecimos, y cuando menos me di cuenta, ya estábamos comprometidos gracias a nuestros padres y sentí que era demasiado tarde para decir o hacer algo. Yo te amo, pero te amo como mi mejor amigo y como el hermano que nunca tuve, pero no quiero casarme contigo — hace una pausa en la que levanta su mirada hacía los verdes orbes de Timothée quien suavemente le acaricia la espalda en un mero gesto fraternal, comprensivo. Ella, al ver que está siendo plenamente escuchada, continúa hablando. — Toda mi vida he tratado de ser alguien que no era con tal de complacer a mi familia que al final me perdí a mi misma, creo que ni siquiera se quién soy en realidad. Solo sé que termine convirtiéndome en una basura prepotente y altanera como mis padres y estoy harta de ser así. Ya no quiero ser perfecta ni para ellos ni para nadie.

—Nadie puede obligarte a ser algo que no eres Rose, ni siquiera tus padres — le dice Timothée apegándola más a su pecho. Por alguna razón, no le sorprende lo que ella le ha dicho, ni le sorprende que los Swan hayan tratado tan mal a su hija o la hayan obligado a ser una versión de sí misma que en realidad no era, porque él mejor que nadie, conoce lo que es vivir bajo el yugo de unos padres llenos de crueldad y poca empatía.

—Nunca te lo dije Timothée — susurra la chica y él la observa atento. — Pero estuve muy orgullosa de ti cuando decidiste estudiar algo que tus padres no querían que estudiaras, y dios, cuando conseguiste ese empleo y te empeñaste en ser profesor, también estuve orgullosa de ti. Ojalá yo hubiera tenido el valor que tú tuviste al atreverte a hacer esas cosas. Y ojalá no hubiese sido tan perra contigo, siento que eche a perder toda la amistad y cariño entre nosotros.

—Yo tampoco fui muy amable contigo — admite él. — Y aún podemos ser amigos.

Ambos se observan y sonríen disfrutando de aquel momento de plena honestidad y por alguna razón, también se sienten más cercanos de lo que se han sentido los últimos años. Ya no hay mascaras ni mentiras entre ellos.

—¿Lista para cancelar una boda? —pregunta él, levantándose y sacudiendo el pantalón negro de su smoking. Ella asistente con una sonrisa confiada. Toma unos jeans y una camisa de su armario y se viste.


Juntos salen del departamento y se montan al auto con rumbo hacía la iglesia.


—¿Ella te hace feliz? — la pregunta de Rose provoca que Timothée sienta todo su cuerpo paralizarse, sin embargo, tiene que recordarse que está en medio de una carretera y que colapsar en ese momento, podría causarles un accidente automovilístico.

La observa de reojo, ella tiene una diminuta sonrisa en los labios y cuando sus ojos se encuentran, ella sabe que lo ha pillado. —¿A que te refieres? — titubea el castaño.

Esta vez, Rose deja escapar una carcajada. — Se de lo tuyo y lo de Afrodite — contesta encogiéndose de hombros. —Lo supe desde que los vi hablar en la galería hace meses, creo que ni tú ni ella eran conscientes de que se atraían, pero la forma en la que se miraban era tan intensa. Sospechaba que había algo entre los dos, pero no lo comprobé hasta que te vi usar ese brazalete en nuestra cena familiar. Lo relacione con ella porque es la clase de pulseras que suele usar y bueno, el sábado te vi salir de la cena justo después de que ella se fuera y ambos regresaron al mismo tiempo. Solo ate cabos.

Timothée deja escapar un suspiro que suena entre el alivio y la frustración. —¿Estas molesta? — le pregunta con cautela. Sabe que Rose debería estar molesta y si se lo echa en cara, él no tendrá más remedio que darle la razón.

—La verdad es que no — confiesa. Se miran y ella le regala una sonrisa, seguido de un apretón en la mano que él tiene sobre el volante. — Si te hace o te hacía feliz esta bien.

El alivio lo recorre y da gracias a Dios por nuevamente tener junto a él a aquella Rose Mary Swan. Aquella que fue su mejor amiga en la infancia, aquella con la que compartió muchísimos momentos inolvidables. Aquel rayo de sol en la oscuridad turbulenta de su infancia y adolescencia. Luego de todo lo que ha pasado ese día entre los dos, se siente bien poder volver a hablar sin filtros. Poder ser ellos mismos. Se siente como si estuvieran cerrando una etapa en sus vidas y estuvieran dispuestos a iniciar otra: una vida mejor.

—¿Puedo preguntar algo? — la voz de Timothée llama la atención de Rose. Ella asiente. — ¿Entre tú y Athena hay algo?

La castaña comienza a toser frenéticamente y niega con la cabeza. —Dios no — dice cuando logra tranquilizarse. La sonrisa de burla en los labios de Timothée causa que ella se sonroje y que le ateste un golpe en el brazo a aquel chico testarudo junto a ella. A pesar de la incomoda pregunta que él le ha hecho, se siente bien poder ser ella misma frente a él. Siente algo que muy pocas veces ha sentido en su vida: aceptación genuina. — No la veo como una posible pareja. Es como mi hermana, siempre ha sido la persona que más me ha apoyado. Si, me di cuenta de que me gustaban las chicas a causa de ella, pero no, solo somos amigas — aclara.

Timothée asiente y una nueva pregunta brota de sus labios. — ¿Y porque siempre has sido mala con Afrodite?, no lo entiendo. Quieres tanto a Athena pero tratas mal a su hermana.

Rose suspira y deja caer la cabeza en el respaldo del asiento. Cierra los ojos antes de hablar. —Le tengo un poco de envidia, a decir verdad — confiesa. —Ella es tan libre, tan espontanea. Y yo nunca pude ser así porque me daba miedo.



Timothée no responde porque sin darse cuenta, han llegado a la iglesia en donde se suponía que su boda se celebraría. Rose abre los ojos y le hace un asentimiento con la cabeza. Ambos se bajan del auto y entran solo para encontrarse con más de cien personas abarrotando el lugar. El chico no conoce a la mitad de esas personas y para ser honestos, no le interesa quienes son. Rose y él son conscientes de que todos los ojos están puestos en ellos. Todos se dan cuenta que de que ella no lleva un vestido de bodas y en que él esta hecho un desastre con su camisa remangada hasta los codos y el cabello revuelto. Toda la gente cuchichea, los mira sin dar crédito a lo que ven y sus padres al frente de la iglesia, los miran con desaprobación, con asco, casi repudiando a sus hijos.

—No habrá boda — es lo primero que dice Rose al llegar hacía los adultos. Timothée a su lado, le da un suave apretón a su mano, haciéndole saber que no está sola.

—¿Qué dijiste? — le responde su madre, dando un paso hacia ella y tomándola fuertemente por el brazo.

—Dijo que no habrá boda, ni hoy, ni mañana, ni nunca, se cancela—Timothée no sabe de dónde saco el valor para hablarle de forma tan despectiva a la Rosalinde Swan.

Sin embargo, no se arrepiente de hacerlo, ni siquiera cuando sus propios padres lo miran con ganas de golpearlo.

—Déjense de estupideces, teníamos un trato y el trato era que ustedes tenían que casarse— espeta el padre de Timothée y ante la atenta mirada de toda la gente dentro de la iglesia que ha presenciado la conversación, se dirige al sacerdote y ordena: —Padre, por favor, inicie la ceremonia.

—Aquí no habrá ninguna maldita boda — grita Timothée y los gritos ahogados de muchas personas en el interior de la iglesia, acompañan su voz.

—Rose Mary — espeta el padre de la muchacha. —Si no te casas con este muchacho, no veras ni un solo centavo de mi herencia. Es tú obligación casarte.

—Papá, soy lesbiana — grita la chica. —¿Por qué carajos no entiendes que no me quiero casar?, te lo dije desde un inicio.

Afrodite siente que podría desmayarse ante tantas emociones. Es apenas consciente de todo lo que pasa a su alrededor porque en su cabeza solo habita un hecho bastante claro "él no se va a casar". Sin decir más, Timothée jala a Rose de la mano y ambos comienzan a salir de la iglesia, con la adrenalina recorriendo sus cuerpos y el corazón desbocado. Todos los presentes se miran unos a otros con honesta sorpresa, en los asientos de adelante, tanto la madre de Timothée como la de Rose, se han desmayado. En medio de toda esa multitud, un par de pelirrojas se encuentran sonriendo con orgullo. Athena, por el valor que ha tenido su mejor amiga, y Afrodite, por el orgullo que le causa saber que Timothée por fin ha reunido el valor para enfrentarse a sus padres y hacerse cargo de su vida.

—Como me encantan las bodas — susurra Amelia, la madre de las dos chicas pelirrojas. —Siempre tienen buenos dramas.

Las tres se ríen por lo bajo y salen de la iglesia. — Buscare a Rose — comenta Athena llamando la atención de su madre y su hermana. — Estoy segura de que necesita un auto de escape, y tú Afrodite, estoy segura de que sabes a quien buscar.

—¿A que se refiere tú hermana Afrodite? — pregunta Amelia. Aunque desde hace meses su instinto de madre le dice que su hija siente algo por su profesor, sobre todo luego de haberlos visto interactuar en la galería de arte de su familia y de haber pasado meses escuchando a Afrodite alabar al chico, necesita oírlo de los labios de su hija.

La chiquilla suspira y encara a su madre. —Me enamore de él mamá. No pude evitarlo. Se que las circunstancias estuvieron mal, pero lo hice. Salimos juntos varios meses.

Amelia sopesa la situación que definitivamente es mala pero que gracias al cielo no inmiscuye temas legales ni por el estilo. Observa a su hija. Aquella dulce niña que crío con tanto amor ha crecido, dejando paso a una jovencita capaz de tomar sus propias decisiones. — En un mes serás mayor de edad Afrodite y se que siempre has actuado con inteligencia. Si, hiciste algo mal y él también pero ya está. Y ahora ve, él es libre por fin y te está esperando.

Con determinación, Afrodite asiente y camina dejando a su madre detrás, avanza hacía el estacionamiento trasero de la iglesia, donde su intuición le indica que esta Timothée y no se equivoca, él joven y Rose están a punto de subirse al auto que reconoce, es de él. La pelirroja se queda parada a unos cuantos autos de distancia mientras lo observa hablar algo con la otra chica.

—Timothée —le grita llamando su atención. —¿Quieres que nos escapemos?

Él chico la observa, la observa por lo que realmente parecen horas y sonríe. Con determinación y ante la atenta mirada de Rose, de Athena y de Amelia La Rue quienes, ya han llegado al estacionamiento, Timothée y Afrodite corren a los brazos del otro. Al estar frente a frente, ella lo atrae a su cuerpo, pasando sus brazos por el cuello del chico y lo besa.

Se besan con pasión, con ternura, con el regocijo en su interior al saber que, de alguna manera, ambos eran libres para por fin estar juntos si así lo deseaban. Se separan cuando la falta de aire les impide seguir besándose y ahí se quedan, abrazados, en los brazos del otro, se miran fijamente y por primera vez en todo el día, Timothée sonríe y se siente feliz.




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