⋆17.
Athena la esperaba en su habitación y lo primero que Afrodite hizo al ver a su hermana, fue correr a sus brazos y llorar permitiendo que como cuando eran pequeñas, su hermana consolara sus penas. Su hermana mayor la abraza, le permite romperse y solo se limita a mecerla entre sus brazos y cantarle una suave nana para que la menor se tranquilice.
—Se lo de Timothée — le dice Athena tras un rato, cuando por fin los sollozos de Afrodite comienzan a menguar.
La chiquilla se incorpora de golpe y observa horrorizada a su hermana quien la mira con una suave sonrisa conciliadora. Athena no parece enojada por lo que sabe y para ser honestos, Afrodite no sabe que pensar. Athena la toma de la mano y le sonríe, no la juzga, porque ella mejor que nadie sabe que la relación entre Timothée y Rose no es más que una farsa y si se permite ser sincera, los últimos meses noto a Timothée más feliz de lo que lo había visto nunca, y hasta ahora entendió el por qué o quién fue la causa de que él irradiara felicidad. Afrodite no lo niega, ni se esfuerza en inventarse una mentira para justificar lo que su hermana acaba de decirle.
—¿Desde cuándo sabes? — quiere saber.
—Desde el sábado en la fiesta — hace una mueca mientras trata de ignorar el recuerdo de las muy explicitas expresiones que escucho por parte de su hermana y su amigo. — Y maldita sea Afrodite, ¿por qué tienes que ser tan escandalosa cuando tienes sexo?, ¿sabes el trauma que me causo escuchar a mi hermanita tener relaciones?
La menor no puede evitar reír tras el comentario de su hermana. Se recuesta en sus piernas mientras permite que Athena le acaricie el cabello y sin darse cuenta, nuevamente comienza a llorar ante el hecho de que lo que tenía con Timothée se ha acabado definitivamente y ante el hecho de que no pudo evitar enamorarse de alguien que nunca fue suyo.
—Conozco a Timothée desde hace años — comenzó a decir la mayor. — Y sabes que a Rose la conozco desde el kínder, ellos siempre estuvieron destinados a casarse, pues desde pequeños sus padres prácticamente los comprometieron, y te aseguro que nunca, ninguno de los dos se quiso casar. Quisiera explicarte el por que de todo, pero no puedo hacerlo sin traicionar la confianza de Rose.
»A él jamás lo vi tan alegre, hasta hace unos meses, pensé que era por su trabajo en tú escuela, sabía que trabajar para hacerse su propio camino lo hacía feliz, pero creo que en realidad él estaba feliz porque tú estabas en su vida, porque tú eres la clase de persona que con su maldito sentido del humor te saca una sonrisa, contagias al mundo de felicidad y de esa luz que solo tú tienes Afrodite, creo que siente cosas por ti por el simple hecho de que tú haces feliz su mundo, y tú también sientes cosas por él, de no ser así no estarías aquí llorando.
—Él va a casarse — es lo único de lo que Afrodite es capaz de responder y su corazón le duele al darse cuenta de que esta sensación de vacío y de dolor tan profundo que siente dentro de ella tras decirle adiós a Timothée, jamás, podrá llenarse, porque algo dentro de su ser, se acaba de apagar aquel día.
—No precisamente — susurra.
—¿A qué te refieres? — pregunta la chiquilla sin atreverse realmente a pedir más explicaciones de las necesarias. Esta tan cansada que solo quiere hacerse un ovillo y continuar llorando para purgar su cuerpo de aquel dolor cegador que le quema las venas.
Athena se encoge de hombros. —A que no todo es lo que parece y que sospecho que mañana no habrá ninguna boda.
Despierta gracias a los molestos rayos de sol que se cuelan por la ventana y se maldice al darse cuenta que ha dejado sin cortinas esa parte de su departamento. No sabe qué hora es, su cabeza le palpita fuertemente y su cuerpo le duele por haber dormido toda la noche en una extraña posición en el suelo de su sala de estar. Ni siquiera sabe cómo demonios es que termino ahí, pero las dos botellas de wiski regadas a su lado le indican que a causa de la embriaguez en la que se indujo la noche anterior es que ha terminado por dormir en ese lugar y en esa posición tan incómoda. Se queda sentado sobre su alfombra, con la espalda recargada sobre la parte baja de uno de sus sofás mientras trata de asimilar todo lo que ha ocurrido las últimas 24 horas y lo que sucederá aquel día por la tarde. Se siente miserable, a decir verdad, y está seguro que su apariencia no es la mejor, pues el mismo encuentra nauseabundo el olor a cigarros y alcohol que desprende su ropa y todo su ser. Su teléfono comienza a sonar y a vibrar por alguna parte del salón, se levanta con la poca fuerza que encuentra tras la resaca con la que ha despertado y al cabo de un rato lo encuentra solo para darse cuenta que tiene cinco llamadas perdidas de su madre, cuatro de su padre y ocho de Rose, pero ninguna de Afrodite que es a la única persona que quiere escuchar en este momento.
—¿Dónde se supone que estás y por qué no nos has respondido las llamadas a tú padre y a mí? — le grita su madre tras haber aceptado su llamada. Él joven encuentra molesto tener que escuchar los gritos y quejas de su progenitora a tan tempranas horas del día y rueda los ojos al escucharla quejarse durante cinco minutos acerca de lo irresponsable que es Timothée por no contestar y recordarle a su hijo que se casa en menos de dos horas y que tiene que estar listo ya, pues el chofer de sus padres, lo recogerá en media hora para ir a la iglesia. Timothée le cuelga sin despedirse y se deja caer en su sillón, honestamente, sin ganas de vivir. Se encuentra viendo fijamente el piso hasta que un brillo inusual debajo de su mesita de centro, llama su atención, estira su brazo solo un poco y toma entre sus manos el extraño objeto dueño de su atención y se le encoge el corazón cuando lo reconoce como una de las pulseras de Afrodite. El brazalete es bonito y consiste en una ligera cadena con dijes a su alrededor y la inicial del nombre de la chica en el centro, no sabe cómo es que dicho objeto ha terminado ahí, sin embargo, sonríe al recordar el momento en el que la pelirroja le conto el significado de todos los dijes de su especial pulsera. Sin poder evitarlo, sus ojos comienzan a picar y cuando menos se da cuenta, está llorando silenciosamente. Llora por él, por la miserable vida a la que desde que nació se ha visto encadenado y a la vida de casado que se tiene que ver obligado a llevar a partir de hoy si es que no encuentra la valentía para detener su absurda boda y llora también porque para su desgracia, sus momentos y su burbuja de felicidad a lado de Afrodite, se han terminado y desea con todo su ser, que su vida fuera distinta.
Con pena y con la poca fuerza de voluntad que le queda, se guarda el brazalete en su pants deportivo y se dice que a si mismo que al menos tiene algo físico para recordar a la chica o algo a lo que aferrarse para mantenerse cuerdo durante ese día. Avanza hacía su ducha personal y abre el grifo, y sin importarle que el agua esta helada se mete debajo de ella y permite que sus lágrimas silenciosas se mezclen con el agua.
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