8- Mati y Momo (de "El chico de los dibujos")
Me siento en la mesa con tranquilidad. Libreta frente a mí, con el boli. Harry se encuentra detrás de la barra secando un vaso con un trapo mugroso y viejo.
Dos jóvenes entran al bar con su mejor pinta de turistas perdidos. Ella se encuentra discutiendo con él, que insiste que este no puede ser el lugar, aunque ella parece bastante segura de que sí.
—Creo que entendiste mal lo que te dijo ese hombre —le acusa.
—¡Esta vez entendí todo perfecto! —contesta cansada—. Si este es, te toca pagar las bebidas a vos —le advierte. Él rueda los ojos pero asiente.
—Este es el bar —confirmo a las dos personas, con gesto de aburrimiento. Puedo adivinar que ellos son mis objetivos porque había escuchado que eran dos tipos bien escandalosos—. Yo soy Hayden, a quien estáis buscando. Acercaos.
—¡Te dije! —exclama triunfadora mirando a Mati—. ¡Te toca pagar! —Agrega en tanto ambos se dirigen hacia mí.
—Hola Hayden, yo soy Mati —saluda el chico—. Estás más bueno en persona —agrega.
—Lo sé —digo sin mucha modestia—. Mi dinero depende de ello.
Se inclina hacia mí para saludarme con dos besos y aprovechar la ocasión para manosearme un poco. Yo pego un respingo al notar sus manos y me separo, sentándome con cautela y analizándolos con la mirada.
—Em. Sentaos, por favor. Vamos a pedir las bebidas. —Hago un gesto a Harry, que se acerca para tomarnos nota.
—Me gustás —me dice ella, colocándose entre Mati y yo para alejar sus inquietas manos—. Mati paga, así que te invito a hacerlo gastar más de la cuenta —informa—. Momo, por cierto —se presenta, antes de tomar asiento.
Inclino la cabeza mirando a Momo y sonrío.
—Genial. Mati paga. Entonces tráenos tres Prince of Wales, Harry. —Desde que Danielle me había invitado a uno en la segunda entrevista, me habían encantado, por no hablar de que no eran los más baratos del mundo—. Y no lo hagas en una taza que hayas limpiado con ese trapo apestoso que utilizas para lavar a tu madre. Gracias.
Harry hace una mueca de desagrado y se aleja para prepararlos. Miro a mis invitados.
—Bueno. ¿Os parece comenzar con la entrevista?
—¡Lo que quieras, bombón! —dice Mati, guiñándome un ojo.
—Por supuesto —me contesta también ella, sonriéndome seductora.
Entrecierro los ojos, mirándoles fijamente y sin ceder lo más mínimo.
—Primera pregunta. Nombre completo de ambos.
Momo lanza una carcajada porque evidentemente no voy a caer tan fácil, lo cual hace todo más divertido para ellos.
—Mafalda Magdalena Libertad Bernal —dice luego.
—Matías Cruz García —agrega Mati. Al parecer también encuentra esto divertido porque, lejos de desanimarse, sigue lanzándome sonrisas.
—¿Te apellidas Libertad? —pregunto a Momo—. Eso es maravilloso, dios mío. ¿Por qué mi apellido se parece a Podrido y el tuyo es una palabra tan bonita?
Ella ríe ante la confusión.
—Mi tercer nombre es Libertad... supongo que sí es un lindo nombre, aunque a decir verdad no suelo usarlo. Bernal es mi apellido —aclara.
—Oh ya veo. Es que según tengo entendido los hispanos usan quince mil apellidos, como si tuvieran aquí el linaje de Aragorn.
—Somos de Argentina y por lo general, ahí solo usamos un apellido. Aunque a falta de eso nos suelen poner más de un nombre—explica Momo—. ¡Mati, basta! —exclama, girándose hacia su amigo para golpearlo al sentir sus manos sobre sus pechos.
Yo observo el comportamiento de ambos y entorno las cejas, sin saber si son pareja, amigos demasiado íntimos o sexópatas en un celo eterno.
—¡Ese golpe me va a sacar un moretón! —le reprocha, dándole un codazo.
—¡Ya te dije que no toques la mercancía que no vas a consumir! —le recuerda acomodándose el corpiño bastante molesta, antes de volver una mirada menos severa hacia mí, en espera de la siguiente pregunta.
—Vale. ¿Edad?
—Tengo 25 y él tiene 24 —agrega, mientras Mati se frota donde ella lo golpeó.
Lo apunto y apoyo la mano en mi cabeza, mirándoles divertido.
—A veces me sorprende cómo diablos hago para entenderme con los entrevistados si yo solo sé inglés. En fin, misterios del crossover. ¿Me vais a explicar qué carajos hacen dos argentinos en Londres? —Harry trae las bebidas para los tres.
—Momo odia el otoño, así que siempre se toma un par de semanas en abril para viajar. Y yo quería conocer Londres y todavía no me había tomado mis vacaciones, así que insistí en acompañarla aunque suela hacer estos viajes sola —comenta Mati.
—Soy como un ave migratoria —acota orgullosa, luego de darle un sorbo a la bebida que acaba de llegar—. Aunque por desgracia no puedo estar de viaje todo el otoño, y Londres no fue muy buena idea, pareciera como que viven un otoño permanente —reflexiona—, y a este cuerpo le gusta el sol. Eso me pasa por dejar que este elija el destino —dice señalando con el pulgar a Mati, que solo rueda los ojos negando con la cabeza antes de probar su té.
—Si vienes a Londres por el clima te vas a hartar de llorar —resoplo, con sorna—. Y mejor no hablemos de la comida. Lo bueno de Londres son sus tés; ya quisiera vuestro mate competir con ellos; y la gente que vive aquí. No hay más que verme.
Momo lanza una carcajada, parece que le agrado de verdad.
—Me encanta que no tengas problemas para decir las cosas como te parecen —confiesa de buen humor—, pero sigo prefiriendo el mate. Por otro lado, la gente no está nada mal, soy demasiado superficial como para no notarlo —concluye, aceptando mi atractivo.
—Yo te estoy mirando desde que llegamos —acota Mati divertido, con una media sonrisa y mirándome fijamente.
—Ajá. Puedes hacerlo todo lo que quieras —le invito, malicioso—. Se mira pero no se toca.
—Ojalá entendiera eso solo con que se lo digan —se burla Momo. Mati ríe, porque eso sonó como un reto para él, y él no se resiste a los retos.
Cambio de tema resueltamente.
—Siguiente pregunta. ¿Estudiáis, trabajáis...?
—Los dos trabajamos: yo soy instructora de pole dance y él es kinesiólogo.
—Si querés podría hacerte unos masajes —ofrece Mati. ¡Y ahí está la excusa barata para meter mano! Momo solo rueda los ojos y sonríe.
—Pffff. No veo por qué debería arriesgarme a estar a solas en una habitación contigo, con solo una toalla anudada en la cintura —río. Luego me inclino hacia delante, cerca de ellos y digo—: Siguiente pregunta. ¿Qué cosas de Argentina impondríais en Londres?
—Solo estamos de paso y llegamos hace poco, así que no hay nada que se me ocurra que quiera imponer acá —analiza Momo. No entiende por qué molestarse en intentar cambiar algo en un lugar en el que no planea quedarse. Mira a Mati para que dé su respuesta.
—¿La sobremesa y las siestas? —dice Mati, dudoso, y luego se encoje de hombros—. Vinimos a gastar dinero y divertirnos. Cuando queramos algo de Argentina volvemos y listo —resuelve él sonriente. Momo asiente dándole la razón.
—¿Qué impondrías vos? —pregunta volviéndose hacia mí. Después de todo, yo conozco Londres mejor que ellos y sé qué me vendría bien imponer en mi país, por lo que podría tener una respuesta más interesante.
—Yo soy el que hace las preguntas aquí —les regaño—. Además, no sé qué hacéis en Argentina además de comer asado y pegaros por el Boca Juniors. —Dudo un momento—. ¿Qué son las siestas?
Momo está por abrir la boca para decir un par de cosas sobre que Argentina es más que asado y fútbol, pero Mati patea su silla adivinando su intención. Se miran y él le hace un gesto diciéndole que lo deje pasar.
—La siesta es dormir un rato después de almorzar —se apresura a contestar Mati, sin perder la sonrisa—. En general es tirarse de quince minutos a media hora, entre las una y las cuatro más o menos.
—Aunque hay gente que llama "dormir una siesta" a desmayarse en mi sofá hasta las seis de la tarde —acusa Momo, recordando lo que él suele hacer.
—Los hispanos sois más vagos que la mierda. Tenéis que dormir tres veces al día para ser productivos, como los gatos. ¿Quince minutos? Quince minutos es lo que tardo yo en dormirme si no me he fumado un porro. No tengo futuro como argentino —me echo a reír.
—En nuestra defensa: está científicamente demostrado lo saludables que son las siestas, ayuda a aliviar tensiones, aumenta la creatividad, reduce el riesgo de infartos, entre otras cosas —alega Mati.
—Se lo tiene bien estudiado porque lo usa para justificar el dormir hasta en el trabajo —explica Momo.
—Eso no hace que sea menos cierto —se defiende.
—Como sea —dice Momo, para finalizar el tema y no irse por las ramas como siempre.
—Siguiente pregunta. ¿Qué tenéis pensado hacer en Londres?
—No tenemos planes realmente. No me gustan los paseos turísticos, creo que para ver eso me quedo en casa viendo un documental y no tengo que soportar este clima, castigo de belcebú —reflexiona Momo—. Aunque ayer fuimos a ver un par de lugares turísticos por culpa de este —acepta, señalando a Mati con el pulgar.
—Nadie nos va a creer que vinimos a Londres y ni siquiera pasamos por el palacio de Buckingham —le reprocha.
—No necesito que alguien me crea que vine o no, y además, sabés lo que odio las visitas guiadas, son el infierno. Morí varias veces de aburrimiento por cumplirte el capricho. Ya me estoy arrepintiendo de no haber venido sola —se queja Momo, antes de volver a concentrar su atención en mí.
—Vaya. Yo odio a los turistas, pero me encantan los viajeros. Me caéis bien. Podemos odiar juntos a los japoneses que pagan treinta libras por montarse en la London Eye.
—Nosotros vamos con lo que surja... evidentemente... o no estaríamos acá —dice inspeccionando el lugar con la vista. No es que le desagrade realmente, pero es obvio que no es lo que podría decirse un lugar recomendable al visitar Londres—. ¿Alguna sugerencia? —pide con curiosidad, volviendo la vista a mí nuevamente. Yo me apoyo sobre mi mano, sonriente.
—Por supuesto. Puedo enseñaros el barco escondido del pirata Drake, el cementerio típico de Portobello Road... y puedo llevaros de fiesta. Trabajo en un pub que nos deja habitaciones y el alcohol más barato.
La promesa de conocer lugares nuevos bajo la perspectiva de alguien que vive en el lugar y conoce de lo que habla más allá de datos monótonos que podría leer en Wikipedia, parecen despertar su interés. Si agregamos a ello salir de fiesta y alcohol, por supuesto que no podría generar en ella otra cosa que el más sincero entusiasmo.
—¡Re sí! —exclama, sin siquiera hacer un intento por ocultar su emoción—. ¡Me fascina la idea! —agrega antes de volverme a Mati—. ¡Ves! ¡A esto me refería yo con conocer Londres de verdad! —Mati niega con la cabeza sonriente, como si estuviera viendo a una criatura a la que le acaban de regalar un juguete nuevo.
—Y si queréis tomaros algo más... divertido, también puedo conseguirlo.
—No necesito algo más divertido, pero me hiciste acordar que te traje un regalo —dice volviéndose hacia mí, sonriente y agradecida, mientras hurga en su escote—. Estuve leyendo tus otras entrevistas y sé que te gusta —confiesa, pasándome una bolsita llena de flores que le robó a Alex antes de venir—. Es increíble lo fácil que es traficar cosas cuando una se acuesta con el piloto del avión y luce tan bien como yo.
Alzo la vista con curiosidad, iluminándome el rostro al ver la bolsita.
—¡Marihuana argentina! Qué maravilla. No tengo ni la más puta idea de cómo has conseguido colársela al piloto, pero muchas gracias por el regalo, my lady. —La miro con complicidad—. Ya era hora de que algún invitado me trajera algo. Esos maleducados vienen aquí a amenazarme y a tomarse mi té sin compensarme por el mal rato. Está decidido. Hoy os venís de fiesta. Creo que vamos a divertirnos esta noche.
—Mi mamá dice que es de mala educación llegar con las manos vacías. Aunque es la primera vez que regalo flores a un hombre —bromea Momo.
—Aquí eso no se llaman flores, babe —me echo a reír. Me doy cuenta de que la taza de té está vacía—. La entrevista ha terminado, parece ser. Ha sido un placer conoceros. Apuntad mi número de móvil para esta noche.
—¡De una! —exclama con una sonrisa, y saca el celular para agendar mi número mientras Mati saca la billetera para pagar lo que consumieron.
—¿De una qué? —Les miro, desorientado.
—Quise decir que "por supuesto" —aclara no muy convencida, y mira a Mati en busca de apoyo. Él también duda acerca de su "traducción" pero la termina aceptando—. Bueno, te escucho.
—Vale, a ver. Cero, veinte... cuarenta y cuatro, tres... ocho... ¡Espera! —Me sobresalto de repente, agarrando su móvil—. Trae, que te apunto lo que queda. No vaya a ser que estos capullos de Wattpad me llamen y me tenga que cagar en sus venerables madres. Así. Eso es.
—Sí, mejor —concuerda, dejando que tome su celular. Después me levanto para despedirme de ellos alegremente.
—Llamadme a partir de las ocho.
—De... ¡Claro! —se corrige, tomando nuevamente su celular y levantándose también para despedirse—. ¡Nos vemos! —dice saludándome con dos besos, pues se dio cuenta tarde de que yo le pasaba la mano.
—Nos vemos esta noche —se despide Mati, quien sí me pasa la mano pero también aprovecha el contacto para atraerme hacia él y, con la mano libre, tocarme el trasero amagando una especie de abrazo. Era esperar demasiado que no lo hiciera.
Me erguí ante el contacto con inquietud, pues entre ingleses no se llevaba ese latineo de saludarse con tanto contacto. Podía tirarme a cualquier desconocido sin intercambiar palabra, pero eso de despedirse tan pegados me parecía feo. Sí, lo sé. Es que soy demasiado inteligente para este mundo.
—¡Vamos! —le dice Momo, estirando el cuello de su remera para alejar a Mati—. ¡Nos vemos más tarde, puede que te lleve otro regalo! ¡Chau! —sigue diciendo mientras arrastra a su amigo fuera del bar.
Conclusión:
Señores, he ligado.
Otra vez.
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