Extra ~ Una parodia
Hace mucho, mucho tiempo...
—¿En serio? —le cuestionó, decepcionado. — ¿Vas a comenzar la historia de esa forma tan típica?
—¿Podrías callarte y limitarte a escucharme? —a Marlene no le gustaba nada que la interrumpieran cuando estaba relatando una historia. —A veces, lo más típico es lo que más engancha. La escritora y lectora soy yo, así que, cállate.
Hace mucho, mucho tiempo, en una zona recóndita del bosque, apartada del resto de la civilización, vivía una anciana en una pequeña cabaña.
La mujer estaba enferma, así que su hija decidió enviar a su hija para visitarla y llevarle una cesta llena de comida. Podría haber ido ella en primer lugar, pero le daba pereza hacer el arduo trayecto.
Después de todo, para esto se tienen los hijos.
Pensaba, la responsable mujer.
La joven de quince años se quedó nada grata al recibir dicha orden, pero su madre no le dio opción, así dictó cuando la amenazó con la chancla en alto.
Caperucita roja, ese era el apodo que se había ganado la chica después de años usando la misma capucha. No porque le gustara realmente, si no porque su madre, un día en el que cargaba con un recipiente con una cola líquida, había tropezado, y había derramado accidentalmente la sustancia en la cabeza de la pequeña, haciendo que la capa se quedara pegada a su cráneo de por vida.
Nadie había podido librarla de aquella maldición.
Caperucita se adentró en el bosque y recordó la advertencia de su madre. Un lobo despiadado y sanguinario andaba suelto, buscando una presa a la cual devorar, pero Caperucita no tenía miedo de nadie ni de nada.
—Pobre abuelita, seguramente estará muerta de hambre, tirada en su cama, mientras lee un libro y... ¡Todo está bien! —declaró, tirándose sobre el césped.
Sacó un libro de la cesta y se dispuso a leerlo.
Si no ha muerto hasta ahora, aguantará un poco más la condenada.
La joven disfrutó de la lectura con total tranquilidad. Estaba tan concentrada que no se percató de la presencia del animal que la asechaba, incluso tuvo la oportunidad de acercarse a ella e inspirar su aroma.
—Oh, pero qué tenemos aquí...
Era un lobo, pero no uno corriente. Aquel lobo tenía aspecto humano, excepto por las orejas peludas y la cola.
—Qué hace una muchacha tan joven por aquí? —movió las manos encima de ella como un maniático.
El lobo era estúpido y no sabía hablar correctamente. Se atragantaba con su propia lengua y escupía saliva sin parar.
—Cielos... —la muchacha se pasó el dorso de la mano por el rostro para limpiarse la saliva. — ¿Qué quieres, loco?
—Quiero saber qué haces por aquí tan... solita.
—Me dirigo a la casa de mi abuela porque la pobre está enferma... —le dijo con una lastima poco convincente.
—¿Te dirigias?... —El animal inspeccionó el libro que la chica sostenía —Pero si estabas leyendo...
—Esa abuela ya ha vívido bastante. Leer es prioridad ante todo.
El lobo rozó su barbilla por la frente pálida de Caperucita.
—¡Oye! —apuntó un spray al rostro del animal —¡Te lo advierto, tengo un spray anti-violadores y no dudaré en usarlo!
—Perdón —el lobo bajó la cabeza, apenado —Es que, desde aquella anciana en el año 1999, no he provocado bocado humano.
—Oh —la joven se compadeció del pobre animal. — ¿Te sirve cualquiera?
El lobo asintió.
—En ese caso, te ofrezco a mi abuela —le sonrió y le tomó las manos.—La pobre no conoce varón desde hace años.
—¡¿En serio?! —el lobro la miró emocionado. No podía creer que existiera una humana tan bondadosa.
Con suerte se muere la vieja esa y me dejan leer tranquilamente.
Pensó con cariño, la amable Caperucita.
Guió a su pobre amigo hasta la cabaña.
El lobo caminó muy contento, frotando las manos con emoción.
Pero entonces... fueron sorprendidos por unos pasos.
—¡Alto! —apareció el cazador e irguió su escopeta.
El lobo, que era un puto cobarde, comenzó a temblar y se escondió detrás de la muchacha.
—¡Espera! —Caperucita alzó la mano en señal de paz —Este lobo es mi amigo. Él solo venía a darle mandanga a mi abuela enferma. No es necesario que se derrame sangre.
Los ojos de la menor brillaban con devoción.
El cazador no tardó en emocionarse por tanta bondad.
—Yo... en realidad... — inesperadamente, el cazador comenzó a llorar y arrojó el arma al suelo — ¡Te amo, lobo!
Ambos se abrazaron con todas sus fuerzas.
La emoción era desbordante y las lágrimas infinitas. La abuela nunca llegó a tener su salseo. El lobo y el cazador fueron felices para siempre. Y Caperucita logró leer el libro hasta el final.
Fin
—¡¿Qué mierda ha sido eso?! ¡Te has cargado una historia para niños que tiene más de dos décadas! —Aleix estaba impactado — Además, ¿por qué tuve la sensación de que ese lobo soy yo?
—Porque lo eres —asintió, orgullosa de su talento. —Eres el candidato perfecto para el lobo.
—Pero ¡a mí no me gustan las ancianas ni soy gay! —sacudió las manos en el aire, muy descontento.
—Madre mía... —Marlene sacudió la cabeza, sin paciencia— Fuiste feliz, ¿qué más te da con quién? El cazador llevaba años enamorado de ti. ¿Acaso no es precioso que su amor fuera correspondido?
—No —negó de inmediato.
—Creí que tenías buen corazón, pero ya veo que no.
—Si quieres puedo ser el lobo, pero solo te devoraré a ti —comenzó a acercarse lentamente, mirándola como todo un depredador.
—No, porque si el cazador descubre que le has sido infiel, te pega un tiro —se burló, retrocediendo para huir de él.
—Bueno, hasta que ese momento llegue, te haré el amor hasta el cansancio. ¿Qué te parece? —abrió el cierre del cinturón, se lo quitó lentamente de los pantalones y lo tensó con ambas manos.
—A mí también me pegará un tiro, pero... no me importa —admitió, encantada.
Y Aleix se lanzó sobre ella como el animal salvaje que era.
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