64 ~ Marlene, ¿en otra línea?
—¿Salimos? ¿Qué me dices? ¿Marlene?
La mencionada tenía algo más importante que hacer que prestarle atención a su marido. La razón era siempre la misma: los libros. Aunque en este caso, a pesar de verse implicados, Marlene no estaba leyendo ni escribiendo.
Desde las once de la mañana, Marlene se había enganchado a su celular, en el que mantenía una plática aparentemente encantadora. La persona con la que chateaba, era un chico que había conocido hacía cuestión de pocos días en la biblioteca.
Marlene detonó emoción por cada poro de su rostro cuando le habló a Aleix sobre su supuesto amigo, Pedro. Lo había descrito de tal forma, que si no estuviera casado con ella, se atrevería a jurar que Marlene se había enamorado de él.
Jamás lo había visto, pero Marlene había hecho cuestión de describirlo sin omitir ningún detalle. En lo alto de su cabeza gobernaba una cabellera ondulada de un tono castaño oscuro, siempre desaliñada, sus orbes tenían el mismo color y llevaba gafas. Lo único que hacía que sobresaliera, era su metro y ochenta y seis, y su extrema delgadez. Era tan flacucho que hasta la propia Marlene se atrevió a decirle que sería capaz de derrumbarlo si se lo propusiera.
Según ella, el tipo no estaba nada mal, pero Aleix lo dudaba. Se lo había imaginado de diversas formas, y no podía imaginarlo como un chico guapo, aunque quizás prefería que fuera así.
A Pedro le fascinaban los libros tanto como a Marlene y al novio de Ángela. Para Aleix, el segundo no suponía ningún peligro, pero Pedro era otro asunto aparte. El tipo raro ese, también era un adicto a las novelas con finales desastrosos. Y lo peor de todo: estaba soltero.
¿Quién podría siquiera plantearse salir con semejante estropajo?
—¡Marlene! —chilló por enésima vez.
Ella estaba allí, a su lado, y sin embargo, no le hacía el menor caso. Era como si de repente se hubiera vuelto invisible para ella.
Solo en ese entonces reaccionó, pero ni siquiera se dignó a mirarle. Apenas le hizo una seña con la mano, indicando que la dejara en paz. Lo espabiló como si se tratara de una mosca nauseabunda que no paraba de rondarla.
Hecho un ovillo, Aleix se quedó viendo la televisión. Había comprendido que no valía la pena intentar hablar con ella. Tendría que esperar a que dejara el dichoso celular.
A mí ni siquiera me envía un mensaje.
Comenzó a dar leves golpecitos con la yema de los dedos en el mando. Le estaba colmando la paciencia. Cada minuto que transcurría lo sentía como una eternidad.
Tenía que reconocerlo...
Ese tipo me está tocando un poquito los huevos.
Se sobresaltó de la emoción cuando vio que Marlene dejaba el celular en el mueble del televisor. ¡Por fin!
—Voy a salir.
Le notificó Marlene, haciendo que se detuviera en seco. Su cara fue un cuadro en ese momento.
—¿Cómo? —siguió sus pasos con la mirada hasta la entrada de la vivienda — ¿A dónde vas?
—Con mi amigo Pedro —comenzó a abrocharse los botones de su abrigo verde oliva. —Hasta luego —le hizo un ademán de despedida con la mano, y después miró a su pequeña, que estaba dibujando tirada sobre la alfombra —Haz los deberes, Mavis.
—¡Sí, mamá!
En cuanto salió de la vivienda, la niña se levantó y fue corriendo hasta su habitación para ir a buscar los libros y demás material escolar.
Tranquilo Aleix, Marlene jamás perdería el tiempo de ese modo. Ella solo te quiere a ti. Fuiste tú el que le abrió las puertas del pecado. Quien la tentó a probar. No te engañará. No lo hará... ¿Oh sí?
Espera. Marlene comparte gustos con ese idiota. Él... Sería el novio perfecto.
—Papá, ¿vamos a salir? —le preguntó Mavis, al ver que se ponía su chaqueta vaquera.
—Así es —le hizo un gesto, indicando que dejara todo sobre el sofá. — Ven, que te compro un pastel.
***
—Este libro me encanta, ¡es maravilloso!
Su esposa mustia y amargada, se mostraba más emocionada que nunca, estrechando un libro entre sus brazos.
—La escrita de ese libro es sin duda única. Una digna obra de arte —añadió el joven en cuestión, compartiendo su opinión.
Puto friki.
Era tal cómo se lo imaginó. No tenía ni idea de cómo Marlene podía decirle que aquel tipo no estaba mal.
Oculto detrás de una de las múltiples estanterías de la biblioteca, Aleix mantenía su mirada rígida sobre los hombros de aquel individuo. Apenas podía verlo de perfil, pero era suficiente para saber que era feo.
Puff, menudo cuerpo tienes... Es semejante al de mi tía Nieves.
Mavis se sintió atraída a descubrir la razón por la que su padre se lucía tan serio, por lo que echó un vistazo. Cuando vio a mamá, alzó la mano, pero antes de que la llamara, su papá la detuvo y la regresó al escondite.
—Mi amor, si te quedas calladita, te compro dos pasteles.
Mavis asintió sonriente y se sentó en el suelo.
Al girarse para seguir de espía, Aleix se percató de algo, el chantaje se había convertido en una costumbre. Tendría que corregirse. No podía permitir que Mavis se acostumbrara.
Aparcando ese asunto, Aleix ojeó con más detenimiento al individuo. El tipejo era un flacucho sin nada que llamara la atención. No había nada que envidiar en él. Lo asemejó a un saco de harina vacío.
No le envidiaba en nada, pero entonces, ¿por qué razón se hallaba oculto detrás una estantería y fulminándolo con la mirada? ¡Debería ser él quien desempeñara ese papel!
Marlene, todas las mujeres están locas por mí. ¡Tienes una suerte de locos al tenerme como tu esposo!
—Pero ¡¿qué demonios?!
Apenas pudo retener los ojos en las cuencas. La imagen que se dio frente a sus narices le descolocó la mente. ¡Los labios de Pedro se conducían a los de su mujer!
—¡Desgraciado!
¡Ya no pudo soportarlo más!
Salió disparado de su escondite, y en cuanto tuvo al tipejo a mano, lo agarró del collarín de su absurda camiseta de héroes animados y lo alzó con una facilidad impresionante. La silla cayó violentamente, ganándose la atención de todo aquel que les rodeaba.
—¡¿Qué le haces a mí chica?! ¡Te voy a cortar las pelotas!
—¡Oye! —Marlene se levantó de golpe, mirándolo ceñuda. — ¿Qué haces aquí?
Estaba enfadada. ¡Él era el único que se podía permitir estarlo!
—¿Y aún me lo preguntas? —la miró frustrado, antes de mirar a Pedro con sed de sangre. — ¡Este imbécil te iba a besar!
—¡¿Qué?! —Marlene parecido trastornada por la noticia. — Te equivocas. Apenas estábamos interpretando la escena de esta novela.
Aleix clavó sus dilatas pupilas en el párrafo que ella señalaba.
—¿Qué?
Lentamente, el tipejo se le escurrió entre los dedos y ruido que provocó su caída se propagó por el enorme espacio.
—Pero ¡no está bien! ¡No quiero que nadie más te bese!
Le importaba un comino si fuera interpretado o no. ¡Él era el único que podía besarla!
—No iba a besarme —Marlene blanqueó los ojos. Se le estaba evaporando la paciencia.
—E-es v-verdad... Y-yo n-no...
Pedro permanecía tirado en el suelo, blanco como la cal y temblando cual cachorrito amenazado. Lucía sumamente indefenso.
—¡Tú cállate!
Tuvo inmensas ganas de lanzarse encima de él y propinarle algún puñetazo, pero entendió que no valía la pena. El tipo era un chiste en vida.
—¡Aleix, ya basta! —Marlene lo agarró del antebrazo, impidiendo que cometiera alguna estupidez. — Estamos en una biblioteca. Además, déjame decirte que estás haciendo el ridícu-
Aleix no quiso seguir escuchándola. En un arranque, se la llevó arrastras.
No aceptaría cualquier tipo de explicación, por muy convincente que pudiera parecer. Conocía a Marlene. Era consciente de lo tan inocente que podía llegar a ser.
La pequeña Mavis alcanzó a la pareja y tomó la mano de su mamá.
Su padre era un tipo incorregible.
—Aleix, cometes un grave error — Marlene continuó insistiendo. No había dejado de hacerlo en todo el trayecto. — Pedro no iba a besarme —repitió por cuarta o quinta vez. —Por la simple razón de que no le gusto.
—¡Lo iba a hacer! ¡Era demasiado evidente!
Hasta un ciego se habría dado cuenta de sus intenciones.
—Escucha. Pedro es gay.
—¿Eh?
Aleix frenó en seco y miró a su esposa con los ojos muy abiertos.
—¿Gay?
—Sí. Gay. —recalcó. —Así que, si pudiera gustarle uno de nosotros dos, ese alguien serías tú.
***
*Buenos días, Marlene.
Oye, he descubierto una novela fascinante, ¿te gustaría que la leyéramos juntos?
Ah, por supuesto, Aleix puede acompañarnos.
*Marlene, ¿a Aleix le gusta leer?
*Marlene, ¿por qué no me hablaste antes de Aleix?
*Trae a Aleix.
Marlene no tuvo de otra más que bloquear a Pedro.
BONUS:
—¡Marlene!
Ese grito provino del salón.
Marlene ojeó por encima de su hombro con sumo fastidio. No tenía la menor intención de abandonar el lecho, así que dirigió su mirada nuevamente al libro, decidida a ignorar a su esposo.
—¡Marlene!
Pero como si le hubiera leído la mente, Aleix llegó en una correría.
—¿Qué ocurre? —le preguntó de mala gana.
—¡Mira, mira! —puso el celular frente a sus narices. — ¡Mira quién me está acosando!
Marlene ojeó la pantalla y lo que vio a continuación logró trastornarla. El pesado de Pedro había comenzado a seguir a Aleix en su Instagram, y como todo un acosador profesional, había dejado un corazón en todas sus fotografías, ¡y eso que eran más de doscientas!
—Ya no te vuelvo a presentar a un amigo mío —apartó el aparato con un manotazo.
—No me lo presentaste, yo me presenté —la corrigió. Lucía satisfecho el muy idiota. — Aunque no tienes de que preocuparte. Jamás me fijaría en un hombre. Y mucho menos en uno como ese.
—Quién sabe. Tú siempre logras sorprenderme.
—¿Cómo? —la miró todo indignado. —¿Estás insinuando que soy gay?
—Una vez me visitaste solo para decirme que lo eras —le recordó, burlona.
—Creo que después de todos estos años de matrimonio, ya te ha quedado claro que de gay no tengo nada. Aunque... Si todavía tienes dudas, podría demostrarte lo heterosexual que soy.
—Bueno, tengo dudas —le desafió, dejando el libro sobre la mesilla de noche.
Después de aquella noche, cualquier duda se disipó. Aunque no las había tenido desde un principio.
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