62 ~ La tentación llamó a mi puerta
Mavis no estaba en casa. Había ido a una excursión escolar y estaría ausente por una noche. No es que deseara que su niña estuviera ausente. ¡Eso jamás! Pero tampoco podía pasar de largo dicha ocasión.
Deslizando la yema de sus dedos por el marco de la puerta, entró en el espacio lleno de vapor.
Saboreó la sal de sus labios por enésima vez. Tenía mucha sed, pero no de agua. La personita que saciaría su falta de hidratación, se hallaba allí, en la bañera.
¡No te me escapas!
No podía aguantar más. Llevaba días de sequía sexual. No tenía cabeza para pensar. Tenía que pecar ya.
Había entrado haciendo el mayor sigilo, pero el sonido de los chapoteos en el agua apresuró sus pasos.
Entró en la bañera salvajemente, como un animal hambriento, causando que la persona que estaba allí con el único propósito de asearse, le mirara con los ojos muy abiertos.
—¿Qué haces aquí?
El depredador se mantuvo mudo, y sin más preámbulos, apagó la distancia que los dividía, hasta que estuvieron pegados, sin ropa de por medio.
Los ojos afilados del atacante, se alzaron con inquietud, fijándose únicamente en su presa, a la que sin duda iba a devorar.
Era la primera vez que...
—Marlene, ¡¿eres tú?!
Marlene se había colado en el baño.
—Aleix.
Su mujer actuaba muy distinta. En aquel entonces, no mantenía su fachada de niña sosa a la que le pela todo. Ahora era toda una tigresa.
Aleix tensó los músculos al sentir sus finos dedos bajándole por el abdomen, y poco después, ella depositó los labios en su cuello, saboreándolo como si se tratara de un aperitivo.
La escena era extremadamente erótica. Por lo menos, lo era hasta que el rostro de Marlene se desfiguró y comenzó a escupir para otro lado.
—¡Qué asco! ¡Sabes a jabón!
—Claro, me estoy bañando —Aleix se habría reído si fuera en otra situación, pero es aquella no era una ocasión cualquiera. —Marlene, ¿por qué estás aquí?
Era difícil aceptar aquella escena. Su esposa jamás había tomado la iniciativa.
—Déjate de preguntas —sus delgados labios se curvaron, dotándola de sensualidad. Aleix vibró al sentirla de nuevo tan cerca, tan pegadita a él. — No quiero hablar ahora.
Marlene se encargó de que sus labios se fundieran y de enloquecerle.
Conquistado por su amante, Aleix se dejó llevar. Se dejó consumir. El frenesí se desató en la estancia. El agua saltó por todas partes. Aleix gimió al sentir los finos dedos de su mujer clavándose en su espalda.
Aleix había soñado con un instante así, pero jamás imaginó que se pudiera convertir en realidad. No conocía aquella parte de su esposa, y le encantaba. No le importaría que se comportara así cada cierto tiempo.
Fue realmente satisfactorio. Mucho más que eso.
—Ah, Marlene... — Aleix apenas podía respirar —Tienes que decirme el nombre del libro que has leído, porque no sabes lo eternamente agradecido que le estoy al bendito autor —acostó la espalda en el marco de la bañera, en busca de paz para su agitaba respiración.
Ambos estaban muy cansados.
—Rayos —Marlene casi no podía hablar. —Por una vez en tu vida, has dado en el clavo. He leído un libro que, uff... Me ha sacado de mis casillas.
—¡¿En serio?!
¿Realmente tenía que agradecérselo a un libro? ¡Jamás imaginó que sucedería nada parecido!
Marlene alzó la cabeza del borde de la bañera de una forma tan rápida, que Aleix temió que se hubiera roto el cuello por el escalofriante crack que pronunciaron sus huesos.
—Es que, al terminar la novela, ¡descubrí que es una saga de quince libros! —exclamó con suma exaltación, propinándole un puñetazo al agua. —y por eso, pensé: Si le doy a este una noche de ensueño, seguro afloja la pasta.
—¿Eh? —Aleix la miró como si le hubieran salido dos cabezas. —¿Qué has dicho?
—Que quiero los catorce libros que me faltan —Marlene le miró con inocencia, parpadeando más de lo necesario.
—Ósea, que has venido hasta aquí solo porque querías esos libros... —no pudo ocultar su decepción.
—Hombre, no lo digas así que suena feo —se acercó a él, esbozando una sonrisa. —También lo hice porque te amo.
—¿También? —frunció el ceño.
—Venga, no te enfades —deslizó los dedos por su pecho duro. —No me digas que no te lo has pasado bien. ¿Acaso no me merezco un regalito?
—Estás hablando de catorce libros. No digas que es un regalito —apretó dos dedos contra su frente y la empujó.
—Te prometo que no te pediré más libros durante una temporada —entrelazó los dedos, suplicándole.
—Ni hablar. Son...
—Y que harémos el amor todo el tiempo. Guiño, guiño, guiño.
Como a Marlene no le salía bien el guiño, optó por decirlo, lo que causó que Aleix explotara en una carcajada que no duró demasiado.
—Está bien —aceptó. —Pero que conste que no lo hago por el sexo. Solo quiero hacer feliz a mi esposa.
—Claro, claro.
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