52 ~ Te amo...
Marlene estaba leyendo, tirada sobre su cama. Disfrutaba, una vez más, de una verdadera obra de arte. Las manos le temblaban de la emoción, al igual que las piernas. No quería parar de leer hasta terminarlo, pero algo perturbó su concentración.
Su esposo se estaba acercando al lecho, caminando como si fuera un modelo desfilando por una pasarela, sostenía una rosa roja con los dientes y la miraba de forma seductora.
¡Doce días! ¡Doce maravillosos e increíbles días en los que estarían juntos y podrían disfrutar del océano!
A través de la ventana de su habitación del hotel, se podía apreciar la enorme ciudad. Las luces artificiales bailaban en la oscuridad, en compañía de las olas del océano y las estrellas gobernaban el manto negro.
Su luna de miel, ¡sin duda sería perfecta!
Marlene estaba exhausta. El vuelo había durado varias horas, y ella no estaba acostumbrada a tanto trote. Era un milagro que no se hubiera quejado.
—¿Qué estás haciendo? —lo miró muy seria, alzando el libro como si de un escudo se tratara.
No era necesario que le respondiera. Sabía lo que estaba pensando.
En silencio, Aleix se subió a la cama y se acercó a ella a cuatro patas, mirándola como un felino que asecha a su presa.
A medida que se acercaba más a ella, Marlene se ponía cada vez más nerviosa.
—¿No tienes sueño? —miró hacia otro lado, al mismo tiempo que retrocedía, arrastrando el trasero — Yo —bostezó falsamente —, estoy muy cansada.
El deseo y el temor batallaban a la par en su interior.
Aleix se detuvo frente a ella, manteniéndose mudo, y se quedó mirándola con una seriedad sofocante.
Marlene estrujó su cerebro en busca de una buena excusa, pero no se le ocurrió nada. Era imposible pensar teniendo a Aleix tan cerca y mirándola de aquella manera.
Cuando su espalda chocó contra el cabezal de la cama, se le escapó un gritito involuntario.
—Aleix... —balbuceó su nombre, incapaz de mirarle.
Su silencio solo hacía que se pusiera más nerviosa. En ese momento, echó de menos al Aleix que la molestaba constantemente.
Soltó otro grito pequeño en cuanto sintió el peso de la mano de su esposo sobre su hombro derecho, guiándola para que se acostara. El cuerpo de Marlene brincó al dejarse caer, provocando un pequeño terremoto que hizo que el libro se cayera de la cama.
—El libro... —no desechó la oportunidad. Aquella era la tan desesperada excusa que necesitaba. —Deja que...
—Ya lo recoges después —Aleix le tomó la mano que había alzado y le besó las puntas de los dedos, haciéndola estremecer.
En cuestión de segundos, Marlene se vio debajo de su cuerpo. No era la primera vez que estaba en aquella posición, pero ahora era totalmente distinto. Ahora, era su esposa.
Marlene soltó un pequeño gemido al sentir los dientes de Aleix clavándose en su cuello.
Todavía conservaban toda la ropa, pero Marlene ya estaba sudando hasta los huesos y casi no podía respirar. No estaba segura de que pudiera soportarlo.
—Aleix —jadeó, sintiendo que perdía contacto con la realidad —, yo...
¡No podía seguir! ¡No se sentía capaz!
Estaba temblando muchísimo y el corazón le latía descontrolado. ¡Estaba aterrada!
—Tranquila —Aleix deslizó dos dedos por su rostro y apartó un mechón que se le había pegado en la frente por el sudor —, sabes que nunca te haría daño apropósito.
Marlene cerró los ojos, sintiendo un alivio que no duró demasiado, porque Aleix comenzó a desabrocharse los botones de su camisa de inmediato.
Por primera en su vida, se sintió muy pequeña, frágil y vulnerable, a pesar de que confiaba en la palabra de Aleix.
En cuanto vio que tiraba la camisa al suelo, apretó los párpados, incapaz de disfrutar de su cuerpo escultural. Aunque tampoco habría tenido tiempo de hacerlo, porque él la besó de inmediato.
Pensó que no podría sentirse más nerviosa, pero no tardó en darse cuenta de que se había equivocado, en cuanto sintió que Aleix le quitaba la camiseta.
Adiós, Spiderman.
Canturreó Aleix en su mente.
—¡Espera! —le pidió, cubriéndose con las manos y los brazos.
Le estaba pidiendo lo imposible. Aleix no podía esperar. Ya había esperado demasiado. Estaba deseando hacerle el amor.
—Apaga la luz —le ordenó, encogiéndose.
—¿Eh? —Aleix no tardó en verse decepcionado. —pero, ¡yo quiero verte! ¡No es justo lo que me pides!
No podía prohibirle semejante privilegio.
—¡Cállate y hazlo! —le gritó, alterada. —¡Yo no tengo tu experiencia, pervertido!
Aleix seguía sin estar de acuerdo, pero tuvo admitir que Marlene tenía razón. Además, le preocupaba que estuviera tan nerviosa. Si apagar la luz ayudaría a que se calmara, lo haría.
En cuanto pulsó el botón de la lamparita de noche, la luz exterior iluminó débilmente la habitación. A duras penas podía distinguir la pálida piel de Marlene y el brillo de sus ojos, que parecían canicas pérdidas en la oscuridad.
Sin decir una sola palabra, la besó, mientras recorría su figura estrecha con las manos. No podía detenerse. Estaba demasiado emocionado aquella noche, tanto o más que la primera vez en la que había estado con una mujer.
Marlene únicamente cedía a sus caprichos, sufriendo un ataque de nervios. No lograba normalizar el descontrol formado en sus órganos. Era fácil hacerla gemir.
Aleix se encargó de quitarle hasta la más pequeña prenda, haciéndola sentir cada vez más incómoda. Quería cubrirse y huir. Aunque también quería quedarse y descubrir si hacer el amor era realmente tan bueno como lo describían en los libros.
—Marlene, mi amor...
Cuando el momento que tanto la intimidaba llegó, Marlene se puso más tensa de lo que ya estaba. Apretó los párpados y se mordió el labio inferior.
—¡No! —aplastó las manos contra el pecho de Aleix, alejándolo de ella. —¡No puedo hacerlo! ¡Déjame en paz!
—Marlene, tranquila —le dio un beso en la frente y le acarició la cabeza —, te prometo que tendré cuidado.
Marlene se tragó el llanto que estuvo a punto de escaparse por su boca y bajó los brazos, permitiendo que Aleix avanzara, a pesar de que no estaba preparada.
Con cuidado, Aleix se metió entre sus piernas y la miró a la cara con detenimiento. A decir verdad, él también tenía miedo de hacerle daño. Le angustiaba la sola idea de hacerla llorar.
Marlene no quería pensar en lo que estaba a punto de ocurrir. Trató de recordar de qué se trataba la última novela que leyó, pero el dolor que sintió entre las piernas, la devolvió de golpe al presente.
—¡Duele! —gritó, removiéndose por el dolor. —¡Para! ¡Aléjate de mí! —trató de alejarlo de ella a base de golpes.
Las lágrimas surcaron su rostro con total libertad.
—Marlene, tranquila —la agarró por las muñecas, mirándola con arrepentimiento. Le dolía verla así —, todo estará bien. Te prometo que solo duele al principio. No llores, por favor —le limpió las lágrimas con los dedos.
—No... No quiero seguir con esto —arrugó el labio inferior. Sabía que era una mala idea. Nunca debió haber accedido a algo así. —Déjame en paz...
—Lo siento... —pegó la frente a la suya, cada vez más arrepentido. —Lo siento mucho.
Aquel dolor era insoportable, pero también le resultó angustiante ver a Aleix así.
—Está bien —le habló, un poco más tranquila. —Ya me siento un poco mejor... Puedes seguir...
Aunque no estaba realmente segura de querer avanzar.
—¿Estás segura?
No.
—Sí.
Solo tendría que sufrir una vez. O al menos, eso era lo que había leído.
Aleix terminó de fundirse con ella, y en cuestión de unos minutos, su primera vez había terminado.
—Te amo... —pronunció Marlene, limpiándose la última lágrima que se deslizó por su mejilla derecha.
—Yo también, Marlene —acostado junto a ella, se alzó sobre un codo para poder besarla.
Marlene se sentía distinta, como si estuviera en un cuerpo ajeno, pero no era del todo desagradable.
Cuando Aleix volvió a abrazarla, no pudo evitar sonreír. A pesar de la angustia por la que había pasado, se sentía feliz, aunque no entendía bien porqué.
—Siento haberte hecho daño —por más que se disculpara, no lograba quitarse la espina clavada en el pecho.
—Ya sabía que me iba a doler, así que deja de disculparte —se acurrucó en su pecho e inspiró su aroma, el que se le hizo de lo más agradable.
—Te prometo que la próxima vez será totalmente diferente —la apretó contra su pecho de una forma protectora.
—Deja de pensar en eso y déjame dormir. Estoy cansada.
—Está bien. Que duermas bien, mi querida ñoña.
De hecho, no recordaba haber dormido tan bien desde hace mucho tiempo. Pensó que le costaría, porque nunca había dormido a su lado, pero resultó siendo sencillo. Sus caricias tuvieron más poder que una canción de cuna y que cualquier medicamento. Más de una vez, suspiró de placer, sin cansarse de inspirar su aroma y de sentir los latidos constantes de su corazón. Su corazón.
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