Te sacaré los ojos
—Cómpreme cerillos o le sacaré los ojos.
Escuché esa frase gangosa una y otra vez, pero la ignoré; venía de tres cuadras a mi izquierda, de una figura lenta y encorvada envuelta en un chal. Era de madrugada y sentía frío. Me encontraba caminando en las calles regresando de una fiesta. No veía ningún taxi, o siquiera cualquier auto circular por la avenida, me sentía todavía un poco mareado por los tragos que me tomé. Cuando parecía que regresaba la paz, otra vez el silencio y el canto de los grillos se interrumpieron por esa lenta y lastimosa voz insistente.
—Cómpreme cerillos o le sacaré los ojos.
Volteé de nuevo alcanzando a distinguir la silueta de la anciana acercándose con cortos pasos desiguales. Incluso desde donde me encontraba, percibía el mal olor que hedía. ¿A qué persona de su edad se le pudo ocurrir salir a vender cerillos a semejantes horas, exponiéndose a que alguien la asalte? Fingí no escucharla y seguí caminando, pero ella me venía siguiendo con su lento y apresurado andar.
—Cómpreme cerillos o le sacaré los ojos.
—Vaya forma de buscar dinero. —Exclamé alzando la voz para que me escuchara, mientras me alejaba a largos pasos.
Esa anciana ya me estaba hartando. No quería comprarle nada, pero insistía e insistía. Debía imaginarse realmente que amenazando de aquella forma a la gente lograría vender algo. No podía verle bien el rostro porque la distancia, las sombras y la oscuridad me dificultaban la vista. Caminé más aprisa decidido a ignorarla.
—Cómpreme cerillos o le sacaré los ojos.
—No tengo dinero, abuela. —Le respondí de mal modo esperando me dejara en paz.
Su constante ruego para que le comprara cerillos terminó, al final volteé una vez más, pero ya no vi a nadie. Me sentí como un estúpido por no haber pensado en decirle eso desde un inicio. Me llevé una mano a la cara y me restregué los ojos. Entonces regresé la vista hacia el camino.
—¡Cómprame cerillos o te sacaré los ojos!
¡Salté de la impresión aterrado! ¡La anciana frente a mí me puso ambas manos encima! ¡No tenía ojos! ¡Sólo dos cuencas vacías sangrantes!
Pese a su frágil aspecto, me sujetó firmemente de la chamarra sin mostrar ninguna debilidad. Por más que la empujaba, no me la podía quitar de encima.
—¡Te sacaré los ojos! —Berreaba ahora.
La zarandeé con fuerza sin conseguir hacerle nada. La anciana también me zarandeó provocando que casi me cayera al suelo.
—¡Te sacaré los ojos!
—¡Señora, le compró todo! ¡Le doy mi dinero!
Era inútil hacer entrar en razón a aquella monstruosa creatura. Finalmente logró tirarme a la banqueta. En ese momento saqué apresurado y asustado la cartera para entregársela, pero al hacer esto la anciana aprovechó mi distracción para subir sus huesudas manos a mi cara; de no ser por las mías que las sujetaron a tiempo, me hubiera sacado los ojos con esos dedos que terminaban en garras.
Era una difícil lucha, la vieja realmente hablaba en serio. No podía alejar por completo sus manos de mi rostro. Mis intentos por detenerla iban menguando.
—¡Te sacaré los ojos!
Me hice a un lado para rodar sobre la banqueta y lo conseguí, ella rodó hacia el asfalto, pero volvió al ataque rápidamente. Levanté mi pie a la altura de su pecho y la empujé. Se lanzó contra mí de nuevo, pero esta vez no pude repetir la acción. En un rápido movimiento, busqué con mi mano su demoníaco rostro... ¡Y me mordió como un perro rabioso!
Grité porque ahora encajaba sus garras en mis costados, aun así la maldita vieja no aflojó sus mandíbulas que aprisionaban mi mano. Por inercia llevé la otra mano a su cara tratando de hundirle mi pulgar en una de sus cuencas. La anciana gritó de dolor cuando logré encajarlo. De su cuenca brotó algo que no era sangre, sino una asquerosa sustancia negra espesa.
Logré derribarla y entonces me le eché encima como un toro asustado y furioso. Inconscientemente en un ataque de rabia, azoté su cabeza contra el pavimento una, otra y varias veces más. La anciana gritaba con más fuerza, mientras decidido quise acabar lo que empecé. Mi dedo continuaba en su cuenca mientras continué azotándola contra el suelo.
Repentinamente fui sorprendido al ser sujetado de los brazos por la espalda para alejarme de la anciana. Todo fue rápido, sentí un golpe en el abdomen y me doble sin aire. Escuché maldiciones ordenando que me detuviera. Aunque obedecí desorientado, me dieron un golpe preventivo en la cabeza, no con el puño, sino con algo más sólido. Los dos sujetos uniformados sin soltarme me obligaron a ponerme de pie, llevándome casi a rastras hasta una patrulla, donde me apoyaron contra el parachoques inclinándome al frente. Lo siguiente que procedía era catearme, así que me ordenaron abrir las piernas y poner los brazos sobre el vehículo. Ni tiempo me dieron a obedecer, cuando uno de los bastardos me golpeó con la macana detrás de las rodillas para apresurarme.
Escuché a uno de los oficiales meterse a la patrulla para hablar por la frecuencia de su radio. Tras mencionar una clave, pidió apoyo indicando la dirección y el problema: algo relacionado sobre la agresión a una mujer de la tercera edad. Después asomó la cabeza para pedirle a su compañero que fuera a revisar el estado de "esa pobre señora", mientras él mismo se hacía cargo de mí.
Comenzaba a reclinar la cara hacia arriba, cuando el oficial me la estampó contra el toldo de la unidad. No tenía permitido ver, aparentemente tampoco de advertirles nada. El horrible grito que ambos escuchamos interrumpió su sometimiento. Se trató de su compañero tras intentar auxiliar a la vieja.
Cuando intenté escapar, con la macana el oficial me golpeó ferozmente en la espalda antes de ir a socorrer a su compañero.
—¡Pero qué...!
—¡Cómprame cerillos o te sacaré los ojos!
El segundo grito fue semejante al primero. Ambos enmudecieron poco después. No me quedé a esperarlos. Casi arrastrándome, hice adolorido el esfuerzo por meterme al vehículo para encerrarme en él hasta que la ambulancia o quien sea llegara. Fue una fortuna para mí que no les alcanzara el tiempo para esposarme.
Una vez adentro cerré todo, fijando mi vista hacia donde iluminaban las luces frontales intermitentes. Ahí estaban los dos oficiales tirados en el suelo sangrando y convulsionándose en silencio. Noté al primero boca arriba sobre la banqueta, con la sangre fluyendo abundante de sus cuencas vacías.
—¡Te sacaré los ojos!
Me eché hacia atrás cuando ese demonio se lanzó contra el parabrisas. Sus manos estaban llenas de sangre; entre los dedos de la izquierda tenía un ojo recién arrancado. Algo me lastimó la espalda al momento de arrinconarme en el asiento, era un rifle. Lo hice a un lado y traté de encender el motor del vehículo, pero no encontré la llave; debía estar afuera, en uno de los bolsillos de aquellos hombres.
—¡Te sacaré los ojos! —Chillaba histérica la vieja golpeando con ferocidad el parabrisas, al cual poco le faltaba para estrellarlo.
No me lo pensé mucho cuando tomé el arma. Ignoraba cómo se utilizaban esas cosas, así que intenté imitar lo que había visto por televisión hasta entonces. Me la recargué contra el cuerpo, apunté a la desagradable cabeza de ese engendro, enseguida jalé el gatillo esperando que el seguro no estuviese puesto.
—¡Te sacaré...!
La fuerza del retroceso tras el impacto me enterró en el asiento. Mis oídos zumbaron por el ruido, mi corazón se aceleró peligrosamente, lo peor fue que a juzgar por el punzante dolor repentino, una de mis costillas seguramente se quebró tras recibir el culatazo de lleno. Ahora estaba más lastimado que antes. El parabrisas se había deshecho, junto con la cabeza de la anciana demoníaca haciéndole compañía; el resto de su cuerpo seguía ahí bailoteando. Con asco me di cuenta que como el vehículo, me encontraba empapado de la oscura y viscosa sustancia a la que se redujeron sus sesos. Antes de desmayarme, durante algunos segundos pude observarla huir corriendo agitando los brazos, semejante a un pavo tras ser decapitado.
* * *
Media hora después me despertaron las sirenas de la ambulancia y la patrulla cuando llegaron juntas. Desde que le volé la cabeza a esa cosa no me había movido del asiento. Los paramédicos fueron primero al auxilio de los oficiales sin ojos, sólo para descubrir pero ya no había nada que hacer por ellos. Por el contrario, a mí la policía me sacó a rastras, sin darse cuenta lo mucho que me lastimaron las costillas al hacerlo, o quizá sencillamente no les importó. Daba lo mismo, todo el tiempo permanecí en shock.
Cuando me recuperé un poco, tras la presión comencé a repetir hasta el cansancio lo que sucedió, pero obviamente nadie me creyó. Mis dedos estaban cubiertos con sangre ordinaria, era lógico lo que se pudo deducir de la escena. Todo indicio anómalo que comprobase la existencia de aquél engendro que me atacó había desaparecido. Ya no tenía esa extraña sustancia encima, ni la marca de sus dientes en mi mano, fue como si nunca hubiese existido, lamentablemente tampoco estaban vivos los oficiales que hubiesen podido respaldar mi historia.
Para todos fui el demente que por algún motivo desconocido, le sacó los ojos a dos policías; pese a ello me consideré afortunado por sobrevivir a aquella macabra noche. En mi mente aún hoy en mi celda, no dejo de ver ya sea dormido o despierto, la imagen de ese demonio amenazándome una y otra vez en sacarme los ojos de no comprarle cerillos.
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