Parte 1: Una Navidad familiar

Respiro para sentir el aroma de las plantas del balcón. El perfume del incienso, la lavanda y el romero me refrescan en esta tarde calurosa. Gustavo las cuidaba muy bien antes de que empezáramos a salir, pero desde que yo vengo, florecen más. Creo que es una buena señal. Igual, cuando pienso en la propuesta que me hizo sobre vivir juntos, me da miedo, aunque comparado con lo que pasamos en el Infierno hace más de un año, no es nada. Si superamos eso, tenemos que poder con la convivencia, ¿no?

Cuando se lo conté a mi amiga Sara, creí que iba a decirme que espere un poco, pero me felicitó y me dijo que somos el uno para el otro. Tiene razón. Además, no me voy a mudar ya mismo; necesito un tiempo para procesarlo y para organizarme, pero sé que el lugar al que pertenezco es entre los brazos de Gustavo.

Sonrío y acaricio las flores de las azaleas violetas que le regalé mientras me asomo para constatar que disminuyó el tránsito. Me parecía raro que se escuchasen tan pocos bocinazos...

Miro la hora en mi celular y entro al departamento. En la radio suena Blanca Navidad, de Luis Miguel. Me miro una vez más en el espejo, para asegurarme de estar de punta en blanco. Después me acomodo el flequillo y algunos pelos sueltos de la barba.

Justo Gustavo sale de la habitación vestido de camisa roja mangas cortas y bermudas. Me acerco y le acaricio la barba perfumada antes de darle un beso. Paso la mano por su pelo corto engominado y le desacomodo un mechón.

—No seas malo... —Se lo arregla enseguida.

—Estás hermoso.

—Gracias. Vos también. ¿Estás listo para conocer a mamá y a mi hermana?

Asiento.

—Bueno, vamos a buscar las cosas a la cocina. Es mejor salir ahora, hay menos tránsito. Viste que tenemos un viajecito hasta allá.

—Ya sé —comento, mientras lo sigo hasta la cocina. Gustavo abre la heladera y saca la bandeja con manzanas asadas envueltas en papel film.

—¡Qué buena pinta! Están súper doradas, te quedaron muy bien —comento y mi estómago empieza a rugir.

Gustavo sonríe, complacido por el halago.

—Tengo una sorpresa... —Señalo el freezer.

—Tobías, te dije que no había que llevar nada.

—Es helado. —Abre la puerta y se encuentra con el pote—. Y algo más... —Abro la alacena y saco un vino caro que compré ayer—. Todo bien amor, pero no puedo caer en la casa de mi suegra con las manos vacías. Menos la primera vez que la veo y en navidad.

Gustavo pone los ojos en blanco y sonríe mientras se inclina para dame un beso.

—Vamos —ordena.

Pongo el vino y el helado en una bolsa. Sin que me vea, incluyo un paquete con otra sorpresa. Después, sacamos los abrigos del placard, en la radio pronosticaron que a la noche iba a refrescar. Agarramos los regalos, apago el equipo de audio y salimos de casa.

Casa... acabo de decirle «casa» al departamento de mi novio. Bajamos por el ascensor hasta la chochera del edificio. Acomodamos las cosas en la parte trasera del auto y partimos rumbo a lo de su mamá.

Si bien los negocios cerraron hace como una hora, todavía hay grupos de personas que cargan regalos por la vereda o los suben a los autos estacionados en plena Avenida Córdoba. En Navidad se permite todo hasta último momento. Observo la decoración de los locales: las marcas más importantes pusieron árboles de navidad en los escaparates. La mayoría de las vidrieras tienen vinilos adhesivos que representan guirnaldas de muérdago con estrellas, renos y barras de caramelo. En casi todas hay copos y montañas de nieve.

—Esa obsesión con la navidad del hemisferio norte... acá es verano, Papá Noel debería estar en mangas cortas —pienso en voz alta.

—Bueno, ¿qué querés? Si vivimos invadidos por la cultura estadounidense y sus películas navideñas.

Niego con la cabeza, resignado.

—Ni vos ni yo armamos el árbol en nuestras casas, Gus. Somos un desastre.

—No sé si quisiera ver adornos con angelitos —rezonga y me río.

—Son para decorar... Aunque sea podemos hacer una versión pagana —sugiero.

—El año que viene lo hacemos. —Está por poner la radio, pero lo interrumpo con un gesto.

—Preparé una playlist especial para los 45 minutos de viaje. Bancame que conecte la aplicación a los parlantes.

—Dale.

—Pero antes, quiero mostrarte una sorpresa que nos compré.

—A ver... —Gustavo me observa de costado mientras saco de una bolsa dos gorros de navidad: uno de Papá Noel y otro de duende. Se ríe a carcajadas.

—El gorro de papá Noel es para vos —le aviso.

—Me imaginé. Gracias.

Nos los ponemos en cuanto nos detenemos en un semáforo en rojo.

—¿Cómo me queda? —pregunta al retomar la marcha con la luz verde.

—Re lindoooo —digo y le saco varias fotos con la cámara del celular—. Más con esas canas que tenés ahora en la barba.

—Tu gorro te combina con la remera que te regalé. —Señala la prenda verde con mangas amarrillas.

—Estaba todo pensado. —Le doy un beso en el cachete.

Aprovecho otra parada que hacemos para sacarnos una selfie y subirla a mis redes.

—¿Y? ¿Vas a poner la música?

—Sí, sí...

En realidad, hago todo esto para distraerme; me muero de nervios por conocer a su familia. La madre siempre me mandó saludos y hablé una vez por teléfono con ella, pero lo cierto es que no tengo mucha idea de cómo es. Parece buena onda.

Conecto la playlist con el equipo de audio. En cuanto suenan los primeros acordes de My Only Wish (This Year) de Britney, Gustavo pone los ojos en blanco.

—Sabía que ibas a empezar con ese tema...

Lo canto a su lado y hago unos bailes improvisados con las manos, mientras él niega con la cabeza y trata de esconder la risa.

—Ni ahí pusiste algo de Billie Holiday o de Sinatra, ¿no?

—Eso ya lo vamos a escuchar en la casa de tu mamá, ahora divertite un poco.

Gustavo cede con un pequeño gruñido. La música nos acompaña durante el viaje y cantamos juntos. Asiente con su típica sonrisa de costado cuando escucha Santa Baby, de Madonna.

—No todo el mundo conoce ese tema. Debe haber salido cuando yo tenía trece o catorce años.

—¡Sorpresa! Es de una compilación navideña de artistas de 1987.

—¡Sos mi periodista favorito! —Me acaricia la mano—. Te amo.

—Yo también.

Pasan temas de Christina Aguilera, Wham!, Thalía, Cyndi Lauper, mientras avanzamos por la avenida Álvarez Thomas. Los naranjas del atardecer dan paso a la oscuridad, a medida que la noche avanza.

Una vez que entramos a la autopista, suena el tema All I Want For Christmas Is You, de Mariah Carey, y Gustavo enloquece.

Canta a los gritos, hace bailecitos con los hombros. Trato de sumarme y seguirlo con mi voz, pero la risa no me deja. Es muy gracioso escucharlo cantarla con el vozarrón grave que tiene. Casi no desafina, aunque las notas altas son imposibles. Ni con falsete llegamos a hacerlas.

Salimos de Capital Federal por una avenida que nos adentra en la provincia de Buenos Aires. Pasamos por un centro comercial y poco después llegamos a un barrio con casas y veredas arboladas. Se me forma un nudo en el estómago al pensar en que en cualquier momento voy a estar frente a su familia.

Llegamos casi una hora antes de la cena. Gustavo estaciona frente a una casa de dos pisos, de ladrillos a la vista. Tiene un pequeño jardín delantero protegido por una reja.

Nos sacamos los gorros y los guardo en la bolsa. En cuanto bajamos del auto, nos golpea de nuevo el calor del verano, aunque enseguida la brisa nocturna nos consuela. Por unos segundos, disfruto del aroma de las plantas. Gus me había hablado de las veredas de su barrio natal, repletas de azahares de naranja. Una delicia. Enseguida lo ayudo con las cosas que dejamos en el asiento trasero. Él aprovecha y me roba un beso.

—¿Estás seguro de que tu mamá no es un demonio como vos?

—Sí, Tobías, ya te lo dije —pone los ojos en blanco y toca el timbre—. Cambiá esa cara, no venís a una ejecución. Mamá es medio bruja, nada más...

—¡¿Qué?!

—¡Holaaaaaa, chicos! —la madre de Gustavo asoma a la puerta junto a un perrito que ladra sin parar y en una milésima de segundo reemplazo mi expresión de enojo por una sonrisa inmensa. Ella atraviesa el jardín para abrirnos la reja—. Tobías, ¡qué gusto conocerte por fin! —Me abraza con fuerza y ternura—. Soy Lili.

Sonrío, ahora de verdad.

—Hola. Para mí también es un gusto.

Avanzo por el jardín, para dar paso a Gustavo y el perrito me saluda con pequeños saltos. Es un salchicha muy simpático, de pelaje corto rojizo. Quiere que lo acaricie, pero no puedo con todas las cosas que cargo.

—Qué linda te queda, hijo, aunque está muy desprolija —exclama Lili, a mis espaldas.

—Ay, mamá, no me tires de la barba. Hacés lo mismo que papá.

—No me compares con ese hombre. Dios lo tendrá en la gloria, pero bastante nos hizo sufrir.

Pasamos al interior de la vivienda. Es amplia y muy hermosa, de estilo colonial. Sigo a Gustavo y a su madre, que atraviesan el vestíbulo y el living hacia la cocina. Echo un vistazo al inmenso árbol de navidad del salón de estar, decorado por esferas rojas y guirnaldas doradas.

—¡Azarías! ¡Dejá a ese chico tranquilo! —grita Lili.

—No me molesta, en serio.

El perrito no deja de dar brincos y ladridos agudos. Confieso que sí, algo molesta...

Una vez que apoyamos las cosas en la mesada, Gustavo pone las manzanas asadas en la heladera. Antes de que cierre la puerta, llego a ver los estantes repletos de comida en bandejas protegidas por papel film.

—Tobías trajo helado y vino —dice Gustavo antes de guardar el pote en el freezer. Le alcanzo la bebida a Lili.

—No hacía falta, nene. Muchas gracias. —Me mira con ojos iluminados.

—Es lo mínimo que podía hacer. Gracias por invitarme.

Me agacho y acaricio al perro, que se refriega contra mis piernas y mueve la cola. Noto que tiene canas alrededor de los ojos y en el hocico.

—¿Cómo dijo que se llamaba?

—Azarías.

—Azarías... qué bonito sos. Es un nombre bíblico, ¿no?

—Así es —responde Lili—. Se lo puso mi marido.

Me levanto y noto que la madre de Gustavo me mira con ternura. Mi novio sonríe también. Dios, estoy tan nervioso. Lili codea a Gus.

—Lindo chico te agarraste y, además, educado —comenta.

—¿Viste? Te dije.

Me río y siento la cara encendida. Vamos hacia el comedor, donde un ventanal permite ver el patio, bien iluminado, y más allá las sombras de un fondo extenso.

—Che, mami, ¿y Tamara? No me digas: otra fiesta en la que sale tarde del trabajo. ¿No puede aflojar un poco? Después se queja de que la explotan.

—No se fue tan tarde esta vez. Pero viste como es tu hermana para arreglarse.

Lili prende el equipo de audio y empieza a sonar Santa Claus Is Coming To Town, de Frank Sinatra. Giro hacia Gustavo y levanto una ceja. Asiente, invadido por la risa.

Escucho un gemido de Azarías y lo encuentro a mis pies. Se sube de un salto a mi regazo para que lo acaricie. Lo consiento mientras Gustavo y Lili conversan.

—Ma, no pusiste al Papá Noel azul que me gusta tanto —comenta Gustavo con la mirada detenida en la cómoda que tenemos en frente.

En ella descansan un árbol pequeño de navidad decorado con figuras de madera y, a su lado, un pesebre.

—Tu hermana se encargó anoche de la decoración. Yo ya estoy grande para esas cosas. ¿Por qué no se fijan los dos en el desván mientras les preparo una picada? Tiene que estar en el mueble de siempre, donde guardamos las cosas de navidad.

—Dale. Vení, acompañame —me pide Gus con un guiño.

Se para y me levanto con Azarías en brazos, pero enseguida salta a la silla.

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