Capítulo 9: Aliados en espíritu. Parte 1

El sábado a la noche nos juntamos con los chicos del trabajo en la casa de David. Es un departamento interno y bastante amplio, en el barrio de Monserrat, a unas cuadras de la radio.

A mí me quedaba lejos de mi casa y antes quería pasar por lo de Sara para chusmear un rato, así que me preparé bastante temprano. Fuimos juntos a comprar unas Coca-Colas y papas fritas y de ahí nos tomamos un colectivo a lo de nuestro compañero.

Una vez ahí, David nos recibe y nos hace pasar al living, donde encontramos un mueble con estantes llenos de historietas, discos de vinilo y libros de arte. También hay muñequitos de personajes de series y películas viejas: Star Wars, los Superamigos, el Topo Gigio y el Batman de los años sesenta.

En el lugar ya se hallan Omar, Guadalupe, Ricardo, que es uno de los operadores de la radio, y Ámbar, una de las locutoras del turno tarde. Los saludamos y nos sentamos en un sillón que está debajo de un afiche enmarcado de Pulp Fiction.

Todos se ríen y en un momento, cuando Guadalupe se levanta para ir al baño, se tambalea. Estos ya están borrachos y seguro se fumaron algo.

—Qué lástima que no vino tu novio —susurra Sara.

—Callate, boluda.

—Gustavo vieeeeneeee —canturrea David, que justo se agachó frente a nosotros para agarrar las bebidas que trajimos. Lo hace en un volumen bajo, para que no escuche el resto—. Ya me lo confirmó.

—Basta, no me carguen —les pido—. No me interesa. Es mi jefe, nada más.

—Bueno, si no querés a Gustavo, te tengo una sorpresa preparada —dice el pelado.

Sara lo mira y se ríe.

—¿De qué hablás? —le pregunto.

—No te voy a decir nada. Pongo las bebidas en la heladera y vuelvo. Sirvan los snacks. Hay más guardados, pero aprovechemos que ya tienen ahí los que trajeron.

Obedecemos. Comemos un par y después tomamos gaseosa. En la mesa también veo botellas de cerveza y vino.

—Esta es tu oportunidad, Tobi. El viejo se va a poner borracho y te va a dar masa —insiste mi amiga, riéndose.

—¿La cortás con eso?

Ricardo sube el volumen del tema de Prince que suena en el equipo de radio.

—Ya sé que te trauma que sea tu jefe —comenta Sara, aprovechando que nos tapa el sonido—. Pero, Tobi, ¿hasta cuándo vas a sostener la culpa y el miedo? ¿Te gusta el tipo o no?

—Eh.... sí.

—Bueno, ¿entonces? Avanzá —me aconseja, guiñándome el ojo.

—¿Y si después no me quiere o nos llevamos mal en el trabajo? No podría soportar algo así...

—Ah... o sea que te gusta de verdad. —Sara abre bien los ojos.

—Sí...

—Hola. —Escucho una voz grave y potente a mis espaldas, que ya conozco.

Sara levanta la mirada y se sonroja, seria. Yo me incorporo y giro.

—Gustavo... —suspiro al verlo.

¡Está hermoso! Trae una camiseta polo azul, que hace juego con sus ojos. Se nota que se arregló el pelo y la barba, porque se ven muy prolijos. Me saluda con un abrazo y me da un beso en el cachete, donde siento su vello facial, suave y perfumado. ¿Habrá oído algo de lo que conversamos? Seguro la música debe haberlo tapado... Mi amiga lo saluda también y me mira con expresión pícara.

—Vení, sentate acá —le indica, haciendo lugar para que mi jefe quede a mi lado.

—Gracias —responde.

David se acerca hacia nosotros.

—Quedate tranquilo, que no viene Karina con su novio —me dice, en voz baja—. No la invité.

—Ay, muchas gracias. Sos un genio.

Gus, que está picando unos snacks con cerveza, se gira hacia mí.

—¿Todavía te jode ver a tu ex? ¿Ese... Francisco? —Levanta una ceja.

—No...

David nos echa una mirada curiosa durante unos segundos, pero se aleja enseguida a hablar con Sara. Gus y yo observamos alrededor: los demás no tienen la atención puesta en nosotros; siguen enfrascados en sus temas de conversación. Gustavo vuelve a girarse hacia mí y hace su media sonrisa. Quiere aprovechar para seguir indagando.

—¿Entonces? ¿Por qué te molestaría verlos?

—Es raro, Gus. Me separé de Fran hace muchos años y creo que estaría todo bien. No siento cosas por él. Solo un cariño grande. No debería importarme trabajar con su novia ni encontrármelo acá. —A pesar de lo que digo, se me seca la garganta. Doy un par de tragos de gaseosa antes de seguir—. Sin embargo, si vinieran, sería la primera vez que lo cruzo saliendo él con otra persona... con una chica. No sabría cómo comportarme.

Gustavo me mira con los ojos entrecerrados.

—Para vos, ¿hace alguna diferencia que esté saliendo con una chica? ¿Estarías más tranquilo si fuera un chico?

—No... sí... no sé. —El calor empieza a invadirme el rostro—. Está mal lo que siento, pero... es como si él pudiera volver a ser "normal" —expreso, marcando las comillas con los dedos—. Y yo no... me da culpa.

Cruzo los brazos y nos quedamos en silencio durante unos segundos.

—Tobi, no existe lo normal, ¿sabés? Y nadie regresa de ningún lado. Él siempre va a ser bi. Ser bi no es mejor que ser gay, ni mejor que ser hetero. Simplemente es, como cualquier otra cosa.

—Bueno, pero la mayoría de la gente no piensa eso. Se la pasa juzgando.

—Vos y yo no somos la mayoría de la gente —expresa en un tono serio, observándome fijo.

Vuelo a sentir calor, ahora en todo mi cuerpo. Dejo caer los brazos a mi lado.

—Tobi, te dije que te tenía una sorpresa —comenta David, interrumpiéndonos—. Sabemos que estás solo y, como no hay nadie que oficialmente esté atrás tuyo —el tono de su voz es algo irónico—, pensamos con los chicos en presentarte a alguien.

—¿Qué? —exclamo.

Gustavo se atora y comienza a toser. Sara le golpea la espalda.

—Sí, creemos que es hora de que superes a tu ex —dice Ámbar.

Miro con furia a David. Se hizo el que me comentaba en secreto lo de Francisco, pero es obvio que ya todos lo saben. Es un buchón.

Mientras, Gustavo se recupera y vuelve a respirar con normalidad.

—Ya superé a mi ex... —aseguro, cruzando los brazos de nuevo—. Pasaron muchos años y salí con Hernán después.

—Bueno, evidentemente tenés que superar a "tus exes" —insiste la rubia, remarcando las últimas palabras con su tono de voz.

—Por eso, esta noche invité a mi amigo Tadeo —anuncia David, sonriendo.

Mi jefe lo mira fijo, con la mandíbula apretada. Se le hincha una vena de la frente. ¡Está celoso! Cómo estoy disfrutando esto...

—Es gay, es locutor como nosotros —continúa David, describiendo al candidato—. Fue mi compañero del ISER y viene en un rato.

—No, chicos. Están locos. No quiero estar con nadie ahora.

—Callate, qué te hacés la monja enclaustrada —tira Richardo.

—Tenés que acostarte con alguien o se te va a morir el bicho —aseguraOmar y los que estaban bebiendo escupen, riendo—. Está comprobado científicamente. Te lo digo yo que soy un señor mayor.

—Omar se desubica un poco cuando está muy borracho —me susurra Sara.

—Ni lo conozco al pibe —insisto—. ¿Cómo saben que me va a gustar?

—Gracias a la data que nos pasó tu amiga Sara —explica David, buscando algo en su celular, mientras mi compañera esconde el rostro—. Mirá: es gordito, barbudo. Grandote, casi como Gustavo... —Miraa nuestro jefe de costado, que come snacks sin inmutarse, con la vista fija en él—. Está pelado pero tiene toda la onda. Un oso. Se parece en algo a mí... —afirmaDavid, torciendo un poco la cabeza al pasarme el teléfono—. Creo que soy tu tipo. Mala suerte para mí, por ser hetero. Sos un buen pibe, yo re saldría con vos.

Me rio, negando con la cabeza, antes de mirar la foto de Tadeo. ¡Guau! Es muy lindo.

—¡Ya se puso colorado! —chilla Ámbar, señalándome—. ¡Le gustó!

—Sí, bastante...

—No es lindo —opinaGustavo y giro, para encontrarlo espiando sobre mi hombro.

—Bueno, me tiene que gustar a mí, ¿no?

—Dejame verlo bien...

Le paso el celular. Mientras observa, escucho las risas de los demás y me tiento. Empiezo a reírme también.

—Son tus gustos y los respeto —dice por fin y me entrega el celular, mirando hacia un costado.

Le paso el aparato a David.

La noche continúa y después de varios tragos, Sara, Gustavo y yo nos ponemos en el mismo nivel de borrachera que el resto. En un momento, cuando vuelvo del baño, me cruzo con él en el pasillo.

—Suerte con ese chico... —Hablacon la voz algo apagada.

—Vamos a ver si viene... —suspiro—. Igual, probablemente sea un boludo. O no peguemos onda.

—¿Por qué decís eso?

—Es muy difícil encontrar a alguien que tenga cosas en común con uno... —lo miro de arriba abajo. Me parece que sus ojos brillan—. No quise ver gente porque siento que fuerzo las cosas... que me obligo a encajar con alguien que no es para mí, solo por no estar solo.

—Entiendo. Che,tenés unas ojeras inmensas. —Se acerca un poco. Noto que amaga a acariciarme el rostro, pero se contiene—. ¿Estás durmiendo bien?

—Más o menos.

—¿Tenés pesadillas?

—Sí... —Pienso en mis viajes astrales con Rafael.

Se aproxima más. La luz del pasillo es un poco débil y su figura se mezcla con las sombras. Doy un paso hacia él. Me invade su perfume y empiezo sentir un fuego inmenso subiendo desde abajo, como si hubieran abierto un portal al Infierno a mis pies. Nos quedamos en silencio, observándonos. Noto que quiere acercarse más a mí, ese brillo en sus ojos tiene que significar que también me desea. ¿Por qué se queda quieto?

Considero en tomar la iniciativa, pero justo escucho que algo se rompe a mis espaldas. Cuando giro, veo una figura oscura que se funde con las sombras. En el piso están los restos de un jarrón que antes descansaba sobre una columna. Me agacho a recogerlos.

—Gus...mirá, se rompió. —Giro hacia él, mostrándole lo que llevo en las manos—. No sé cómo se cayó, si yo estaba lejos. Quizás lo golpeé, muy borracho.

Le tiro esa excusa. Sé que fue una de las sombras del bajo astral que me estaba acechando.

—Lo rompió un espíritu.

Levanto la mirada hacia él. Busco un gesto que revele que me hizo una broma, pero se mantiene serio. No sé qué responderle.

—Avisémosle a David —termino por decir, superado por los nervios.

Salimos al living y le cuento al pelado lo que pasó.

—No te preocupes, era un adorno re viejo. Dame que lo tiro al tacho. Había que cambiarlo. ¡Renovarse es vivir! —exclama al aire y el resto brinda.

Se aleja hacia la cocina.

—Ah, Tobi —dice, interrumpiéndose a medio camino—. Mi amigo Tadeo no viene al final. Es un forro. Un cagón.

—Noimporta. —Me río—. No hay problema.

—¿Tomamos más cerveza? —me sugiere Gus, enseguida.

David lo empuja, sonriendo, antes de irse rápido para la cocina.

—Sí, pero, ¿cómo me vuelvo a mi casa después, si estoy muy borracho? Vivo lejos como para tomarme un taxi.

—Yo solo bebo un vaso más —asegura, moviendo el dedo índice en el aire—. Y los alcanzo con mi auto. Vos y Sara tomen lo que quieran.

—¿En serio?

—Sí —afirma, sonriendo.

—¡Gracias! —exclamo, abrazándolo, y vuelvo a sentir su perfume.

Empiezo a transpirar. Veo su rostro, todo colorado. ¿Cómo me animé a hacer esto? Quizás, el que debería dejar de beber soy yo. Sin embargo, no lo suelto...

—Epa, te quedaste sin Tadeo, pero creo que te vas a arreglar bien —bromea Sara, acercándose hacia nosotros.

Gustavo se separa enseguida de mí.

—¿Te contó David? —le pregunto, buscando desviar la atención.

Me siento un poco avergonzado por haberme puesto tan cariñoso con mi jefe, de pronto.

—Sí. Un boludo por perderse a un chico lindo como vos —dice mi amiga y luego clava la mirada en Gus, que se pasa la mano por el pelo y mira hacia un lado.

—Sara... no molestes a Gustavo, que se ofreció a alcanzarnos a casa —le advierto.

MI amiga pega un chillido y lo abraza con fuerza. Yo aprovecho y me sumo a ella, y los dos terminamos apretujándolo.

—¡Bueno, déjenme en paz o no los llevo nada! —exclama y lo soltamos.

Se aparta de nosotros y va a sentarse al sillón. Se sirve un vaso de cerveza y come unos maníes, haciéndose el serio. A pesar de eso, noto que ya asoma su media sonrisa.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top