Capítulo 5: El llamado de la oscuridad. Parte 1

Es de noche y estoy en un desierto de suelo rajado, en un valle de rocas inmensas y oscuras. Vuelvo a ver un cielo ajeno sobre mí, en el que un planeta verdoso con varios anillos se desplaza entre las estrellas. Me oculto detrás una piedra, cuando percibo que llegan. Fue muy difícil venir hasta acá y no puedo arriesgarme a ser descubierto.

Observo una mancha negra que desciende de entre el polvo estelar y se estrella en el centro del valle, desparramándose como una brea siniestra. Se separa en siete partes que comienzan a expandirse y se transforman en gigantes de penumbras, dispuestos en círculo, que sisean; primero de forma suave, después con mayor intensidad.

El sonido me hace sentir un terror poderoso y antiguo, que descubro enterrado en recuerdos de antes del tiempo. Es un saber eterno, que estaba oculto en mi alma, y que me hacer comprender que estos seres son demonios.

De pronto, en el espacio de desierto que está en medio de los gigantes, algo comienza a formarse. Es un círculo brillante, que se traza en el suelo reseco, con una estrella de siete puntas en el centro y otros símbolos alrededor. Una figura hecha de luz rojiza aparece en él y los gigantes dejan de sisear. Tiene la forma y el tamaño de un humano normal. De pronto, se solidifica. Una energía se arremolina en mi pecho, cuando noto que es un reptil humanoide, parecido al que vi en mi cuarto. Este, sin embargo, es de color rojo.

—¿Por qué me han convocado? —le pregunta a los gigantes sin rostro.

—Tenemos una misión para darte.

Despierto sobresaltado en la cama. Me levanto y me masajeo las sienes, tratando de despabilarme. Qué sueño intenso...

Me meto en la ducha y abro el agua, que termina de despejarme. Me seco, salgo y me visto. La tarde se pasa rápido; me hago un brunch, acomodo el desorden de la casa y realizo las compras. Llega la noche y me preparo para ir a la radio. En ese momento suena mi teléfono, pero no contesto porque es un número desconocido.

Después de separarme, Hernán empezó a amenazarme por mensaje de texto. También posteó cosas horrendas en las redes sociales, acusándome de ser una mala persona y de haberlo engañado, cuando nada que ver. No me quedó más que bloquearlo de todos lados. Por las dudas, nunca quise levantar llamadas desconocidas. Cada tanto lo desbloqueo y le escribo para pedirle que me devuelva mi parte de la plata que teníamos ahorrada, pero él aprovecha para psicopatearme. Qué bronca.

Una vez que se hace la hora, salgo para la radio. El bondi viene enseguida, así que llego un poco temprano. Solo están David y Omar. Los saludo y después voy hacia mi escritorio, donde me pongo a leer en la compu los cables de las agencias de noticias.

—Buenas noches, ¿cómo andan? —saluda Gustavo, entrando a la oficina. Se va a sentar a su lugar de trabajo y suspira, apoyando la mochila a un costado. Se pasa una mano por el cabello, que trae mal peinado, al igual que su barba—. Pero, ¿podrá ser? —exclamay se levanta de la silla casi de un salto. Acomoda el respaldo movible, aprieta el almohadón con la mano—. Esta no es mi silla. ¿Dónde está mi silla? ¿Quién me la cambió?

—Nadie te la cambió, Gustavo —le contesta David, sacándose uno de los auriculares—. Por ahí habrán sido los del otro turno.

—¿Y quién se creen que son para cambiármela? —rezonga, mientras va hacia las otras sillas ergonómicas y se sienta en cada una, probando el almohadón y el respaldo—. ¿La estará usando alguno de ustedes? —Nos observa con los párpados entrecerrados.

David me mira y pone los ojos en blanco, antes de sacarse un auricular de nuevo.

—Qué se yo, Gustavo. Yo no me voy a levantar de la mía.

—Yo tampoco —Omar y yo decimos a coro.

—Bueno, bueno. —Gustavogruñe—. Creo que es esta... —afirma, cambiándola por la que estaba en su escritorio.

Se acomoda y larga un bufido. Recién ahora noto que viste una camisa mal planchada, con los botones a punto de reventar. ¿Está más gordo?

—¿Se fijaron si quedan resmas de papel? No quiero que falten. Avísenme así las pido con tiempo.

—Hay hojas, Gustavo. Tranquilo —dice Omar.

El jefe se queda en silencio unos instantes, después saca un paquete de galletitas de chocolate de su mochila y se pone a comer una tras otra, en silencio. Suspira. Nos miramos con los chicos y después giramos hacia él, inquietos.

—Gus, ¿te vas a comer todo eso? —le pregunto, preocupado.

—¿Quieren? —nos ofrece, hablando con la boca llena.

—No, no. Pero si comés tanto dulce te va a hacer mal.

—No soy tu novio para que me andes cuidando, Tobías —me contesta, seco.

Me quedo boquiabierto, sin saber qué responder. Omar y David apartan la mirada, atónitos. Me levanto de mi escritorio y salgo rápido de la oficina. Camino hacia la máquina de café y ni me fijo la bebida que pido, de lo furioso que estoy. ¿Qué carajo le pasa? Está insoportable hoy.

El pecho se me estruja al recordar que hace unas semanas vino a mi casa a arreglar el ventilador. Siento angustia al pensar en lo cerca que estuvimos y lo amable que fue conmigo. Sin embargo, desde entonces lo siento distante. Quizás se asustó porque somos compañeros y no quiere involucrarse con alguien del trabajo. O no quiere tener una relación seria. Tal vez, ya sale con otra persona...

Como sea, mi corazón sigue latiendo fuerte cada vez que lo veo y es como si sangrara en mi interior a medida que me convenzo de que nunca vamos a estar juntos. Encima, ahora viene sacado por alguna razón y me trata para el orto.

Retiro la bebida de la máquina y, en vez de volver a la oficina, me alejo por el pasillo, pasando por la recepción, hasta la puerta que da a las escaleras de emergencia. La abro y entro al rellano con piso de goma negra. Por suerte, no hay nadie. A través de la ventana, miro los edificios viejos de la ciudad, bajo el cielo oscuro y nublado. Hacia un lado, brillan las luces de los carteles de la calle Corrientes.

Me siento en los escalones polvorientos que se hallan frente al ascensor de emergencia, y saboreo el té con limón que salió de la máquina, tratando de que el olor de las colillas de los cigarrillos amontonadas en un tachito de basura no me descomponga.

Qué forro es Gustavo. ¿Por qué carajo salió con ese comentario de que no soy su novio? ¿Qué quiso hacer? ¿Lastimarme exponiéndome ante el resto? Aunque todos saben que soy gay, yo no hablo abiertamente de mi vida privada. Quizás está queriendo decirme que no tiene onda conmigo. Tal vez no es gay... es bi o se confundió y se siente mal por lo que sea que nos esté pasando. Porque no puedo haber imaginado esta tensión sexual entre nosotros, ¿no?

Miro la hora en mi celular y noto que tengo un rato antes de que salga el próximo boletín. Siento tanto odio hacia Gustavo que no pienso volver hasta el último minuto. Entonces, me llega un mensaje al celular.


David: Che, el viejo estaba tranquilo cuando volviste de hacer móvil. Ahora se puso histérico de nuevo, qué le pasa? Me parece que necesita que te lo garches.

Tobías: Basta, boludo. Cortala con eso. No es puto.

David: Siempre te mira. No te das cuenta? Le re gustás.

Tobías: Nada que ver. Además, está hecho un forro conmigo.

David: Volvé, que tiene carita triste. ☹


Levanto la mirada del celular, confundido por lo que me cuenta David. No sé qué hacer con estos sentimientos... trato de olvidarlos, pero siempre surge algo que me da una mínima esperanza y vuelvo a engancharme. Ya sé: voy a bloquearlos de mi mente. Cada vez que aparezcan esas emociones, me voy a concentrar en otra cosa. Si me lo propongo con decisión, voy a lograrlo y así seguro me olvido de él.

Suena mi celular. Es el mismo número desconocido de esta tarde, cuando me desperté. ¿Quién me llama a las doce y media de la noche? Pienso en que si es Hernán, voy a aprovechar para sacarme toda la bronca y decirle unas cuantas cosas...

—Hola.

—Hola... ¿Tobi?

—Sí. ¿Quién habla? —No es la voz de Hernán. Es mucho más grave y me parece tan familiar.

—Soy Fran.

Me quedo en silencio. ¿Qué Fran? No puede ser...

—Fran, tu compañero del ISER —aclara con suavidad.

¡Es mi ex! Quiero decir, mi ex ex. Mi ex anterior a Hernán. ¿Por qué carajo me está llamando?

—Ah, hola. Tanto tiempo...

—¿Todo bien? Disculpame que te llame a esta hora. Sé que es tarde y que estás trabajando.

—No hay drama —contesto. Me sale un tono de voz seco, a pesar de que quiero ser amable—. Decime.

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