Capítulo 4: Visitantes. Parte 2

Me incorporo en la cama, dando golpes para alejarlo, pero solo me encuentro luchando contra el aire. Me llevo una mano al pecho, buscando calmar mis latidos y el ritmo de mi respiración.

Una vez que logro tranquilizarme, noto que están tocando el timbre. ¿Qué hora es?

Me despejo del sueño, salgo de la cama en bóxers y avanzo entre la sombras del departamento, cerrado como un sarcófago para protegerme de la luz solar. Piso la ropa tirada en el piso, tambaleando un poco. Enciendo la luz y cierro los ojos unos instantes, para luego pestañar varias veces, hasta acostumbrarme al brillo. Paso al lado de la mesa llena de libros y vasos usados, donde está mi notebook. Por fin, llego hasta el portero y contesto.

—¿Hola?

—Hola, Tobi. Soy Gus.

—¿Gus? ¿Qué hora es? ¿Qué hacés acá?

—Bajá a abrirme.

No sé porqué, pero ni siquiera lo cuestiono. Por ahí porque estoy muy dormido. Me visto y acomodo el living lo más que puedo. Trato de despabilarme, aunque me cuesta muchísimo. A duras penas, logro juntar la ropa y arrojarla dentro del placard.

Voy al baño, me lavo la cara y me hago unos buches con enjuague bucal. Después me pongo desodorante. Lo habré hecho esperar, pero él también vino a mi casa así de una. ¿Qué quiere?

Salgo del departamento, bajo los dos pisos por escalera y abro la puerta del edificio. Gustavo me espera, con una caja de herramientas en la mano.

—¿Qué pasó? No entiendo. ¿Hay alguna emergencia? —pregunto, con el corazón latiéndome a mil por hora.

—Entremos a tu casa, Tobi. Dale —dice, con una expresión misteriosa.

Obedezco. Me saluda y pasa al edificio.

—¿Qué hacés? ¿Por qué viniste?

—Vine a arreglarte el ventilador. ¿Por dónde es?

Tardo unos instantes en reaccionar. Señalo las escaleras.

—Son dos pisos. No hay ascensor.

Subimos en silencio y lo hago pasar. Mira el ventilador de techo del living.

—¿Es este? ¿O tengo que pasar a tu cuarto? —Hace una media sonrisa.

—Es este. El del cuarto funciona.

Gustavo apoya la caja de herramientas en la mesa.

—¿Sabés dónde está la térmica? ¿Podés bajarla?

—Sí. —Voy hasta la cocina y bajo el interruptor, cortando la luz—. Listo —le digo, cuando regreso.

Gustavo prende una linterna chica.

—Permiso —dice, antes de poner una silla debajo del ventilador.

Se sube en ella. Luego se pone a trabajar en el aparato, con un destornillador en la mano y sosteniendo la linterna con la boca.

Lo observo, anonadado. No puedo creer que mi jefe haya venido hasta mi casa, con una caja de herramientas, listo para arreglarme el ventilador. Tengo ganas de pellizcarme para asegurarme de que no estoy soñando. Cuando se saca la linterna de la boca para iluminar el interior del aparato, noto que le cae la transpiración por el rostro.

—Te traigo agua fresca.

—No, no pasa nada. Tenías razón, hace un calor tremendo acá.

No le hago caso y voy hacia la heladera. Cuando vuelvo le alcanzo una botella. Da unos sorbos y me la devuelve.

—Bancame, teneme esto. —Pone las herramientas en mi mano—. No aguanto más...

Se saca la camisa.

Veo sus pectorales, gorditos y llenos de pelo, sus pezones grandes. El cabello tupido le baja hasta la panza, donde se desliza otra gota de transpiración. Siento unas cosquillas que suben por mis piernas hasta mi pecho, donde se quedan arremolinadas por unos instantes, como formando una nube cálida en expansión.

—Tomá... —Mealcanza la camisa leñadora roja. Jadea un poco—. Pasame las herramientas...

—Sí.

Selas doy. Sigo sosteniendo su camisa con una mano... después la aferro con ambas.Corro la vista, porque no puedo quedarme mirando su cuerpo fijamente. Aunque continúohaciéndolo de reojo; o espero a que esté muy concentrado para echar un vistazorápido. El cuerpo se me cubre de transpiración y mi abdomen se contrae, invadido por un temblor placentero. Una vez que ya no soporto lo que me provoca, le doy la espalda. Inspiro rápido el perfume impregnado en la camisa de mangas cortas y es como si el alma se me llenara de fuego, antes de acomodarla con prolijidad en el respaldo de una silla.

La imagen de su cuerpo me taladra la mente y me recorren unos pinchazos deliciosos al imaginarme acariciando su pecho y su panza, sintiendo todo ese cabello oscuro. La boca se me llena de saliva; quiero morder sus pezones, bajar besando cada centímetro tibio y blando, hasta detenerme en su barriga, donde volvería a clavar mis dientes, siempre con cuidado y ternura. Se me erizan los pelos de la nuca de solo pensarlo. Necesito abrazarlo y que ese cuerpo grande y suave me cubra.

¿Cómo puede ser que me calienten una panza, unos pectorales gordos, el culo grande de Gustavo metido en esos jeans? ¿Es porque lo quiero? ¡Dios santo, lo quiero! El corazón me late a toda velocidad. Tengo sentimientos por mi jefe...

Recuerdo a Hernán, mi ex; era de altura normal, como yo. No era ni gordo ni flaco y me gustaba su cuerpo, aunque nunca sentí este nivel de atracción por él. Pienso en todas las imágenes de los hombres que deberían gustarme: musculosos, altos, de rostro lampiño o barba pequeña. Recuerdo las veces que me aburrí mirando ese tipo de porno. Recuerdo a mi ex anterior, Francisco... Su barba suave y linda, su piel oscura, la pancita y el pecho peludo que tenía y cómo me encendía al acariciarlo. ¡Es lo mismo que me produce Gustavo!

Cuando estaba con Hernán, creí que no me pasaba eso porque ya no tenía la energía de un adolescente, o porque estaba muy estresado. Pero ahora entiendo todo... ¿Cómo tardé tanto en darme cuenta?

¡¡Me gustan los osos!!

—Yacasi termino —dice Gustavo, sacándome de mi ensimismamiento—. Es una pavada, uno de los cables está suelto. Lo ajusto en el borne con el destornillador y ya está.

—Muchas gracias —contesto, mientras las fichas siguen acomodándose en mi mente. 

Está todo tan claro: creía que tenían que gustarme otros cuerpos, pero eso me lo impuso la sociedad. Empiezo a recordar y me doy cuenta de que siempre sentí atracción por hombres grandes, no necesariamente atléticos, y peludos. Y la barba feroz de Gustavo... ¡me vuelve loco! Ahora que lo pienso, solía enojarme con Francisco cuando se afeitaba.

—Ya podés dar luz. —Gustavo se baja de la silla y me saca del trance.

Giro hacia él y vuelvo a encontrar su cuerpo. No puedo evitar mirarle la panza y los pechos, sintiendo una corriente eléctrica en mi corazón, antes de volver rápido a sus ojos. Quiero creer que la penumbra me protege, que él no se da cuenta de los vistazos que le echo.

Nos quedamos unos segundos así, en silencio. Me voy rápido a la cocina y levanto la térmica. Las luces del departamento se encienden. Cuando vuelvo al living, veo que Gustavo prueba el ventilador. Empieza a girar y enseguida sentimos el aire fresco.

—¡Qué lindo! —exclamo—. Por fin.

——Yo también lo estoy disfrutando. —Gus extiende los brazos y sonríe, pero los retrae enseguida con el ceño fruncido—. Aunque ahora me da frío...

—¿Lo apago?

—No, es que transpiré mucho. Ahora me pongo la camisa. —Extiende la mano hacia ella.

—¿No querés bañarte? —La pregunta sale de mi boca antes de que lo piense.

Se detiene y me observa.

—No, dejá, no quiero molestarte.

—Gus, me arreglaste el ventilador. Es lo menos que puedo ofrecerte. Andá al baño, dale, te alcanzo un toallón —le digo y le doy la espalda, rápido.

Entro a mi cuarto, y saco el toallón de la cómoda, tratando de ignorar la presión en mi entrepierna. Me la acomodo un poco, para que no se note tanto, y salgo con el toallón en la mano.

—Tomá. —Se lo alcanzo, haciendo fuerza para mantener la mirada a la altura de sus ojos—. Bañate tranquilo.

—Gracias. —Sonríe, con el pelo despeinado y mojado por la transpiración.

En cuanto se saca las zapatillas y empieza a bajarse los pantalones, giro en dirección contraria y me voy a la cocina a servirme un vaso de agua. Tardo un poco más de lo normal. El corazón se me desboca y la sangre late con fuerza en mi garganta. Si vuelvo y lo veo desnudo creo que me muero ahí mismo. Escucho cómo deja la ropa en la silla y se mete en el baño. Entonces salgo y atravieso rápido el living. Me acerco a la puerta del baño y escucho el agua correr. Siento un nudo en la boca del estómago, un hambre insaciable, tan solo imaginándomelo debajo de la ducha, mojado y enjabonándose los pelitos de su pecho y el resto del cuerpo.

Voy rápido hasta mi cuarto y me pongo a mirar la tele, para distraerme. Entorno la puerta, cosa de no ver nada cuando salga. A pesar de que me pasen cosas con Gus, y de creer cada vez más que eso puede ser recíproco, jamás lo espiaría. Aunque me muera de ganas. Si voy a verlo... verlo de forma más personal, tiene que ser porque ambos lo acordamos.

Escucho que cierra el agua y, unos minutos después, que sale del baño. Oigo cómo se cambia en el living. De pronto, lo veo en el resquicio de la puerta del cuarto. Da unos golpecitos.

—Ya terminé.

—Pasá —le indico y me siento en la cama, tratando de mantener una expresión normal en el rostro.

Juego con el control remoto en la mano. Él se pasa la mano por el pelo, todavía un poco mojado.

—¿Qué estás viendo? —Gira hacia la pantalla.

—Buffy. Me encanta.

—¡Ah! La vi un par de veces, siempre me pareció divertida...

Nos quedamos en silencio observando la pantalla unos minutos.

—Eh... ¿querés ponerte desodorante? Hace calor afuera —le digo.

—Dale. —Gira hacia mí y evito mirarlo a los ojos.

Me paro y le alcanzo el desodorante que tengo en una cómoda. Se lo pone por abajo de la camisa y me lo devuelve—. Ahora voy a tener tu aroma... —Termina de hablar y se ríe. Se pone colorado enseguida.

Me invade un temblor, al terminar de comprenderlo. Esto es real: le gusto. Nos miramos, de nuevo en silencio. Siento como si estuviéramos en el fondo del océano, presionados por toneladas de agua que vuelven cada movimiento lento y difícil. Lo observo de arriba abajo, con suma atención y controlo a una de mis manos, que quiere empezar a temblar.

Él se inclina hacia mí, de forma casi imperceptible. Estoy por dar un paso hacia él y... algo me retiene. Lo siento tirándome del brazo izquierdo. Giro y veo una presencia hecha de fuego transparente. ¡Un ángel! Quiero preguntarle a Gus si también puede verlo, pero al instante se suma otro de esos seres, que me cubre la boca con una mano invisible.

Gustavo entrecierra los párpados y sus ojos miran a cada lado, momentos antes de que los espíritus se esfumen.

—Bueno... tengo que hacer unas cosas —dice con tono serio, alejándose—. ¿Me abrís?

—Dale... —afirmo, todavía desorientado por la experiencia paranormal.

Me obligo a recomponerme enseguida y lo sigo hacia el living.

Me adelanto a él y, cuando pasamos frente a la biblioteca, siento un estruendo. Giro y veo que unos libros se cayeron. Gustavo,que está más cerca, se agacha a recogerlos, y puedo verle el culo ajustándoseleen el jean. Me agacho a su lado, a ayudarlo.

—No sé qué pasó, es como si se hubieran deslizado solos... Quizás los rocé, no sé —explica.

Durante un instante, noto un destello plateado sobre nuestras cabezas... Deben ser los ángeles, que siguen jodiendo.

—No te preocupes.

Tengo que hacer algo para que estos espíritus me dejen en paz.

Mi jefe, que ya juntó casi todos los libros en una pila, se queda leyendo el título del que terminó en la parte superior: El secreto de los viajes astrales. Me pasa los libros sin comentar nada.

Me da tanta vergüenza que haya visto eso. Cuando se incorpora, nos quedamos mirando por un momento. Luego, acomodo los libros rápido en el estante y salimos del departamento.

—Gustavo, esperá —le digo, después de que me saluda en el palier del edificio. Ya no puedo aguantarlo más—. ¿Salís con alguien?

—¿Qué? —Se ruboriza.

—Si estás en pareja.

—N-No. Estoy soltero hace años... —Mira hacia un lado, pareciera avergonzado—. Eh... Nos vemos en la radio. —Se despide de mí y camina hacia su auto.

—Nos vemos...

Me río, mientras subo las escaleras del edificio. No sé bien qué pasa entre nosotros, pero al menos logré histeriquearlo un poco. Ahora me toca lidiar con los espíritus que nos interrumpieron.

Respiro profundo antes de entrar al departamento y voy hasta mi cuarto. Me paro en el centro, dando unas respiraciones para relajarme. Luego entrecierro los ojos, probando sí así llego a ver algún espíritu, pero no sucede nada.

¿Qué quieren los ángeles de mí? ¿Y por qué interrumpieron lo que sea que estaba por pasar con Gustavo? Me arrojo en la cama y me quedo pensando en eso, mientras me invade el sueño. Antes de perder la consciencia, veo en mi mente la imagen del arcángel Rafael.

NOTAS DEL AUTOR

*

Histeriquear:

¿Qué queremos decir en Argentina con esto? Voy a explicarlo en detalle porque, si bien no aparece muchas veces en la historia, es un término bastante complejo, con significados muy particulares.

No tiene que ver con lo que la psicología define como histeria. Se aplica para situaciones de romance y seducción. Significa seducir o dar mensajes románticos a alguien y después no reconocerlo. Entre las acciones post-seducción de una persona que "te histeriquea", se encuentran ignorarte, cambiar el tema de conversación cuando te referís a su comportamiento romántico o seductor y/o negarlo rotundamente.

Generalmente, las personas "se histeriquean" por inseguridad, hasta reconocer sus sentimientos por el otro. En Argentina, también se habla de "personas histéricas", esto es, gente que anda seduciendo todo el tiempo y que después lo niega. También refiere a quienes, luego de un cortejo sostenido y de confesar sus sentimientos por el otro, al ser correspondidos, se arrepienten y cambian de idea, hiriendo a su crush. Claramente, eso está muy mal visto y suele decírsele a alguien que "es un histérico" como una forma de crítica a su comportamiento.

También se le dice histérico a alguien que, tanto en lo romántico como en otras áreas, tarda en tomar una decisión, no se conforma con nada o decide algo y luego se arrepiente.

El histeriqueo es un juego y está bien visto en el contexto de dos personas que se gustan y no se atreven a confesarse sus sentimientos. Es común que esto lo noten los demás, a pesar de los esfuerzos de cada uno por ocultarlo, y cada tanto motiven a "los enamorados" a declararse diciéndoles cosas como: "¡Dejen de histeriquearse!". Y los enamorados responden: "Nosotros no estamos histeriqueando". 

Sí, seguro.

Una vez que se declaran y empiezan a salir, los demás suelen decirles: "¡Por fin dejaron de histeriquearse!" o "menos mal, hace X cantidad de meses/años que venían histeriqueándose".  Y los enamorados se ríen.

En el caso de Tobías aplica, porque le está preguntando a Gustavo si sale con alguien y después no remata invitándolo a salir, ni le aclara porqué le hace esa pregunta. Es como tirar la piedra y esconder la mano.

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