Capítulo 3: En la avenida de los libros y el teatro. Parte 1

Pasaron seis meses desde que me separé de Hernán y por momentos siento que fue ayer nomás. Desde entonces, solo me concentré en mi trabajo. Lo extrañé muchas veces, lloré también, pero el alivio fue tan grande que supe que había hecho bien y que tenía que seguir adelante.

Ahorame encuentro abrigado con una campera impermeable, protegiéndome de la lloviznabajo el techo de una cafetería que está cruzando el Congreso Nacional. Escucho los bombos de los manifestantes que se desplazan por Avenida de Mayo, mientras hablo por celular con el control de la radio:

—... entre los reclamos al gobierno nacional se encuentran medidas concretas para resolver la crisis alimentaria, así como el aumento de las asignaciones universales y las jubilaciones mínimas. Desde el Congreso Nacional, informó Tobías Angenot.

—Listo, Tobi, ya está grabado —me dice Nico, un productor del informativo, desde el otro lado de la línea—. Ahora lo edito, lo pego a los testimonios que me pasaste y sale en el panorama de las 18.

El panorama es un boletín de noticias que se emite en las radios al mediodía y a las seis de la tarde. Es más extendido queun noticiero común y más importante, porque repasa las noticias centrales deldía.

—Buenísimo, muchas gracias —le respondo, contento.

Me despido de Nico y corto, para después escabullirme rápido entre la gente. Doblo por Callao, en dirección a Corrientes. Ya terminé mi turno de trabajo y podría irme a mi casa, pero creo que voy a dar una vuelta para despejarme. Por suerte, dejó de llover. A ver cuando se acaban estos aguaceros primaverales...

El tránsito está cortado y las personas caminan tanto en la calle como en la vereda. Paso por unas parrillas instaladas en la acera, donde están asando hamburguesas y choripanes, y mi estómago ruge. Ahora que lo pienso, estuve a full toda la tarde y solo almorcé una ensalada... Se me hace agua a la boca. No. Mejor como en casa.

Esquivo a unas mujeres que están sentadas con sus hijos, comiendo de unos tuppers. Supongo que se traen algo cocinado porque no tienen plata para comprar acá... Es tan injusto. Me duele mucho este país. Lo ideal sería que todos contáramos con las mismas oportunidades, que nadie tuviera que venir a reclamar por comida o condiciones dignas de trabajo.

Nicolás me manda un mensaje al celular, diciéndome que a José le gustó mi informe, y sonrío. Estoy contento por haberlo hecho bien, más tomando en cuenta que fue mi último trabajo como movilero. Hace unas semanas, Gustavo y José me pidieron que reemplace a un cronista de la tarde que se fue de vacaciones. Tuve que cambiar de horario por quince días y cubrí de todo: desde una conferencia del gobernador, hasta la inauguración de plazas y viaductos. Incluso una exposición de perros que fue un desastre.

Al menos esta última vez, antes de volver a la oficina del info, me tocó una manifestación. Fue tan excitante. Todavía sigo con elpulso acelerado y la adrenalina en el cuerpo... Igual, aunque me gustó mucho, prefiero la tranquilidad de la redacción, con sus eventuales sacudones cuando hay noticias de último momento. Además, extraño a Gustavo y a mis compañeros. Lo bueno es que los veo en unos días nada más.

—¡Tobías!

Giro rápido. ¿Quién me llamó? Busco con la vista entre las personas, pero sigue habiendo mucha gente. Veo un brazo levantado y doy unos pasos, acercándome. Reconozco su barba y sus ojos azules. Es Gustavo. Tiene una campera impermeable violeta y lleva una bolsita en la mano. ¿Qué hace acá?

—Hola. —Lo saludo con un beso en el cachete y lo palmeo en el hombro.

—Hola. Felicitaciones por tus dos semanas como cronista en la calle. —Sonríe y me pasa algo de la bolsa: una coca y un choripán—. Traje esto para festejar. Espero que te guste.

—Eh... sí... —Siento calor en el rostro. Me quedo mirándolo a los ojos, sin poder reaccionar—. Gracias por venir hasta acá —logro decirle.

¿Por qué es tan copado, así de pronto?

—Justo pasé a mirar unos libros y me acordé de que estabas. Comé que se enfría —me indica, antes dedarle un mordiscón a su sánguche.

Asiento. Me como el choripán en menos de un minuto y enseguida me siento recuperado. Dios, estaba cagado de hambre. Me da muchísima sed y tomo gaseosa rápido.

—¿Querés acompañarme a seguir chusmeando libros? —me invita, mientras se limpia con una servilleta de papel un poco de salsa que le quedó al costado de la boca.

—Bueno.

Llegamos hasta la Avenida Corrientes, donde nos reciben las marquesinas de los teatros y los actores que reparten volantes de sus obras. Alo lejos, se ve el obelisco y a medida que avanzamos siento el aroma de loscafés y las pizzerías. A pesar de que ya comí algo, me tiento de entrar y pedir algo, pero me aguanto porque estoy acompañando a Gustavo.

Entramos en distintas librerías. La mayoría son locales con varias mesas, desde la entrada hasta el fondo, repletas de libros de saldo y usados. Sigo a mi jefe, que curiosea entre distintas ediciones, la mayoría espantosas, de libros clásicos y de poesía. Yo me detengo más en los pilones de historietas usadas.

Es la primera vez que compartimos tiempo fuera de la radio. Si bien en la redacción nos la pasamos hablando con los chicos sobre muchísimas cosas, incluyendo política, cine, lo que pasa en otros medios e incluso nos damos algún consejo personal, esto me resulta extraño.

Por ahí es cierto lo que me dijo Sara y Gustavo también es gay. O bi. Quizás solo está siendo amable y yo ya la estoy flasheando... Es normal que me pase, hace tanto tiempo que estoy solo. No peguéonda con nadie desde que me separé de Hernán. Y él sigue rompiéndome las bolas por mensaje.

Como recién son las seis de la tarde y Gus tiene que esperar hasta las doce de la noche para entrar a trabajar (horario que yo retomo el lunes), tenemos un rato largo para dar una vuelta. Por suerte, me liberé hoy jueves, porque así lo arreglé con José, el jefe general. Pero Gus entra atrabajar esta noche, a las doce en punto, cuando ya es viernes...

Dios, ni yo lo entiendo del todo. Los horarios de trabajo se vuelven tan confusos cuando estás en el turno madrugada. Hay que repasarlos una y otra vez porque los días se te mezclan en la cabeza.

Entramos a una librería de usados y recorremos los distintos pasillos. De pronto, paso por una sección con libros de ocultismo: La doctrina secreta, El libro de los médiums, Las Clavículas de Salomón, El secreto de los viajes astrales. Recuerdo la vez que me atacó aquella sombra en mi cama, chupándome la energía. También a la figura de resplandor violeta que me observaba al lado de mi cama. A pesar de que pasaron varios meses, sigue dándome escalofríos.

Cuando lo piensobien, siento ganas de investigar sobre el tema, pero lo cierto es que no sabríapor dónde empezar. Por ahí paso de nuevo por acá en unos días y me llevo un par de esos libros.

Me da la sensación de que Gustavo me está observando y giro rápido hacia él, pero lo veo entretenido chusmeando ofertas de libros de Danielle Steel.

—No me digas que te gustan las novelas románticas —lo cargo.

—Todos tenemos algúnplacer culposo. —Me guiña un ojo—. Bancame que quiero preguntar por un libro de Cavafis. ¿Lo conocés?

—No.

—Es un poeta griego, de principios del siglo XX. Era gay —dice y me da la espalda, caminando hacia el vendedor.

¿Qué carajo...? ¿Me está confirmando que es puto? ¿O me está tirando onda?

No. Tal vez se está abriendo conmigo y solo quiere que seamos amigos. Sí, debe ser eso. Somos compañeros de trabajo, no da. Además, Gustavo me lleva quince años, no creo que... Dios, siento que el pantalón me aprieta.

—No lo tienen —me dice cuando vuelve, con cara triste.

—Preguntemos en una librería común —sugiero y la voz me sale temblorosa; me aclaro la garganta—. Quizás hay una nueva edición.

—Mejor no. Estaba buscando un libro viejo, con la poesía selecta, para que me salga más barato. En las otras librerías venden el tomo nuevo con las obras completas y está carísimo.

Lo sigo y salimos de nuevo hacia la avenida. La ansiedad me cosquillea como una nube en la barriga, cuando se me ocurre algo... ¿Qué responderá? Los hombros me pesan, invadido de pronto por un terror absoluto.

—Che, ¿tenés que hacer algo hasta que entres al trabajo o querés ir a tomar un café conmigo?

—Dale, vamos a tomar un café... —contesta, con expresión inescrutable.

¡Aceptó! Una alegría inmensa me recorre de pies a cabeza y me deja flotando en elcielo. Casi me choco con una la chica, que nos pasa volantes de una obra de teatro.

—Me hace acordar a mi juventud... cuando estudiaba teatro y canto. —Gustavo sacude el papel en el aire con una sonrisa.

—¿En serio? No te imagino. —Me rio.

—Sí,me re gustaba. —Su mirada se ilumina—. Fue antes de entrar a COSAL a estudiar locución.

—¿Estudiaste en Comunicaciones Salesianas? ¿La escuela de locución de los curas? —pregunto, sorprendido, y asiente—. Me imagino que eran muy estrictos.

—No, para nada. No había curas profesores. El único sacerdote era el director. Nunca hablé mucho con él, siempre me esquivó en los pasillos, aunque con el resto era muy simpático y ameno. Creo que me tenía miedo —cuenta, haciendo media sonrisa.

—¿Por qué te tenía miedo? —Levanto una ceja—. Si sos re copado.

—No sé. —Se encoge de hombros.

—Bueno, sos muy alto y grandote. A veces intimidás un poco...

El rostro se me enciende en cuanto termino de decirlo. Gustavome observa y se pone colorado. Corre la mirada enseguida.

—Es verdad. Ya me lo han dicho...

Nos quedamos en silencio unos instantes.

—Che, ¿querés ir a ver la obra? —le pregunto, agitando el volante—. Es un musical.

Sus ojos azules se iluminan durante un segundo.

—¿Y si cantan mal? —Se muerde el labio—. No podría aguantarme.

—Bueno, en ese caso te invito una cerveza —propongo y sus ojos me recorren de pies a cabeza—. Para compensarte...

La garganta se me seca. Que diga que sí, que diga que sí... El corazón se me acelera, emocionado por la perspectiva de una cita improvisada. A pesar de todo, me muestro relajado y seguro.

Gus parpadea durante unos instantes.

—Está bien. Pero si después hay cerveza, no voy a tomar mucho porque entro a trabajar. Vos te salvás, al menos por hoy —asegura, señalándome, y hace un un pequeño gruñido.

Me rio.

—Dale.

***

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