Capítulo 19: Lo que dejamos de nosotros en el Infierno

Escucho unos pasos detrás de mí y giro con mi lanza de energía manifestada. Oscuridad. Nada más que oscuridad. Lo único que veo desde que entré a la cueva. La estrella se adelanta para continuar iluminando el camino. Me alienta a seguir. Suspiro y avanzo. Ignoro a los brazos fantasmales que tiran de mí.

Noto un resplandor tenue a lo lejos, como el de una fogata. Proyecta una luz pálida.

A medida que me acerco esta se hace más potente y empiezo a sentir su calor. Llego hasta una cámara y doy un respingo al ver una figura. Es una diabla de rostro y ojos completamente blancos. Trae un vestido que parece hecho de sombras, al igual que sus cabellos. Estos se mueven como si tuvieran vida propia.

La diabla se encuentra frente a una columna, en la que descansa una vasija. De ella emerge el humo plateado y brillante que ilumina el lugar.

Me observa entre las penumbras, con el rostro inmóvil. Ni siquiera sus ojos se mueven. Me doy cuenta de que trae una máscara hecha de piedra. Avanzo y la diabla dirige unas orejas puntiagudas hacia mí. Extiende las manos, busca tocarme. Me detengo, inquieto.

—Seguí avanzando. Ella no puede ver y necesita conocerte de esa forma —me dice la estrella.

Asiento y doy unos pasos, con el corazón acelerado. La diabla me toca el pecho, la barriga, los brazos. Luego, el rostro y la barba. Cuando llega al cabello, se queda unos instantes en el lugar donde me corté el mechón de flequillo para dárselo a aquel demonio alado que me ayudó a cruzar el océano. Después, escanea con sus dedos el aire que me rodea. Se gira rápido hacia el cuenco y mueve las manos entre el vapor luminoso; las paredes se llenan de sombras extrañas.

—Dale una gota de tu sangre y te va a dar el poder de hacerte invisible ante los demonios. —Me dice la estrella. Comprendo que traduce el lenguaje hablado por esta mujer demonio a través de las sombras que proyecta en las paredes con las manos.

—¿Hacerlo me va a lastimar o va a fragmentar mi alma? —vuelvo a preguntar, como con el demonio alado.

—No, pero en el futuro vas a tener que deshacer las maldades que esta diabla haga al usarla en su magia.

Ella levanta una daga en el aire y pide mi mano. Se la extiendo despacio. No puedo evitar temblar. Ella la toma con fuerza. Hace un corte veloz y grito. La mujer toma mi dedo enseguida y saca un frasco en el que dejo caer el líquido. En un instante, me cubre un manto que parece hecho de una aurora boreal plateada. Aunque este desaparece enseguida, todavía siento su presencia.

La diabla me da la espalda y se queda quieta. Entiendo que tengo que irme y me dirijo a la salida. Escucho unos silbidos detrás de mí. También, algo que regurgita. Me detengo, espantado, y empiezo a girar hacia la diabla.

—¡No te des vuelta! —me advierte la estrella—. Andate. ¡Rápido!

Obedezco y me alejo a toda velocidad. Cuando salgo de la cueva, es de noche. El camino hacia la base de los demonios está iluminado por unas antorchas que parecen haber surgido de la nada. En el cielo de constelaciones desconocidas se hallan, inmensos, los planetas que vi en mis sueños: uno de color verde, con varios anillos, el otro morado.

Escucho unos siseos y noto a dos reptiles humanoides que se acercan por el camino. Doy unos pasos cautelosos hacia ellos. Me estremezco cuando sus ojos de pupilas rasgadas pasan por donde estoy... y siguen de largo. Mi aura se relaja.

Avanzo con confianza hacia la base. Tardo un rato en divisar las construcciones, que se encuentran debajo de las prisiones flotantes. Son pequeñas y rectangulares, algunas de dos pisos. Están hechas de ladrillos grises. Las ventanas y puertas son solo huecos, sin vidrios ni maderos. Doy unos pasos y de pronto me encuentro con las embarcaciones sobre mi cabeza. Hay demonios reptiles que van de una cueva a otra o se mueven entre los edificios.

¿Cómo llegué tan rápido? Hace instantes estaba a varios metros de distancia...

—En la base de los demonios y sus alrededores, el tiempo y el espacio son diferentes. Podés moverte en base a los ritmos de la consciencia —me aclara la estrella.

Asiento, agradecido por la información. ¿Quién es este guía, que responde incluso a mis pensamientos? Lo siento tan conectado a mí...

Continúo avanzando. En el centro del lugar, también iluminado por antorchas, se elevan los gigantes de sombras, tan imponentes como siniestros. No puedo evitar temblar al estar cerca de ellos. Son los que vi hablando con Mastema en mis sueños.

Me aproximo aún más. Cuento cuatro. Deben medir como diez metros. Desde donde están, vigilan todo con sus ojos de fuego azulado. La sustancia que los compone ondea como las llamas y es tan oscura que resalta en el cielo nocturno.

Me paro delante de ellos y levanto la vista hacia las embarcaciones flotantes.

—¿Cómo encuentro a Gus... a Asmodeo? —le susurro a la estrella.

—Concentrate en su energía.

Pienso en él. Enseguida vuelven a mí los besos que me dio, sus abrazos y caricias. El poder de ese recuerdo es tan fuerte que mi aura se aviva como un destello azulado. Un gigante de sombras dirige su mirada hacia mí... Se queda unos instantes y luego mira hacia otro lado, sin cambiar su expresión. Por las dudas, disminuyo la intensidad de mi aura.

Observo de nuevo las embarcaciones, todavía concentrado en la energía de Gustavo, y diviso un resplandor violeta en la ventana de un edificio. Ahí está.

—Acá sí podés volar —me indica la estrella.

Siento la energía que se concentra debajo de mis pies. Me propulso hacia arriba, hasta llegar a la ventana, y me quedo flotando ahí. Me asomo. Lo veo en la celda, fluctuando entre su forma humana, que tiene las vestimentas destruidas, y su forma reptil. Intento atravesar la pared para entrar, pero no puedo. De pronto, algo baja de la terraza y se pone a volar a mi alrededor. Es una gárgola. Extiende sus zarpas hacia mí y las esquivo.

Me protejo con mi campo de fuerza y hago aparecer mi lanza de energía.

—Si le cantás una canción que te hayan cantado de niño para dormir, te va a mostrar un pasaje secreto —dice la estrella, que sigue a mi lado.

—¿Hacerlo me va a lastimar o va a fragmentar mi alma? —pregunto de nuevo, como con el reptil verde y la diabla que hablaba haciendo sombras en las paredes.

—No, pero en el futuro, cada tanto, este ser va a visitarte en tus sueños para que le cantes de nuevo.

Asiento.

—Luna lunera, cascabelera. Dime que me quieres, dime que me amas... —empiezo a cantar.

Le bestia se dirige a la pared de la celda, donde se aferra y se queda escuchando.

Sigo cantando y recuerdo a mi mamá a mi lado mientras me abrigaba con las sábanas, alguna noche de invierno. Siento el calor, su protección, las caricias en mi cabeza. También recuerdo que me decía que mi abuela le cantaba la misma canción para dormir.

La bestia me observa con los ojos bien abiertos y los mueve, como si viera algo más allá de mi cuerpo espiritual; quizás está leyendo mis recuerdos. Termino y se queda inmóvil. ¿Va a cumplir con el trato?

Se gira hacia la pared y la rasguña. En ese espacio surge un fuego, que manifiesta una puerta oscura. La gárgola vuelve a mirarme, con los ojos humedecidos, y vuela para alejarse.

Me dirijo a la puerta y la atravieso. Una vez dentro de la celda, veo a Gustavo. Está en una esquina, contraído en posición fetal, con la cabeza oculta entre los brazos. Camino rápido hacia él, acongojado. Apoyo mis manos muy despacio en su espalda escamosa, para no irritar más sus heridas, y levanta la cabeza, con expresión horrorizada. En cuanto me ve ahoga un grito y se arroja a mis brazos. Tiembla de pies a cabeza.

—¿Sos vos, mi amor? ¿Sos vos? ¿De verdad? —susurra y vuelve a fluctuar de la forma reptil a la humana, sin cesar.

—Sí, mi amor —le digo y aguanto las ganas de llorar—. Te dije que iba a rescatarte.

—Tu cordón de plata... está muy débil.

—Shh...

Lo beso y me separo de él. Durante un instante, observa la pequeña estrella que me acompaña y frunce el ceño.

—¿Cómo lograste volver?

—Rafael me ayudó —le cuento, justo cuando empieza a formarse una abertura en la celda.

La estrella lanza un rayo, que la detiene. Enseguida, poso mis manos en Gustavo. Me invade un cosquilleo, cuando vuelven a aparecer las geometrías de fuego verde en mis palmas. ¡El poder del arcángel se activó por fin! Mi amor cierra los ojos y es envuelto por un resplandor que sana las heridas en su cuerpo espiritual y recarga su aura. Su forma humana vuelve a tener las vestimentas intactas. En cuanto el proceso termina, Gustavo se estabiliza en su apariencia normal.

Escucho golpes del otro lado de la pared, donde había empezado a crearse una puerta.

Gustavo vuelve a abrazarme y siento su piel perfumada y suave, también las cosquillas que me produce su barba en el rostro. Me besa y se levanta, recuperado.

—No puedo contenerla más —dice la estrella y la abertura vuelve a surgir en la pared, muy despacio.

En ese momento, la estrella entra en mi pecho. Vuelve a aparecer la aurora plateada de invisibilidad que me envuelve y ahora se extiende para cubrir también a Gustavo. Desaparece de nuevo.

La puerta de la celda se abre y entra Dumah. Mira alrededor, buscándonos; luego sisea con intensidad y golpea la pared.

—¿Adónde se fue? —grita y unos demonios de escamas negras aparecen en la entrada.

Gustavo los observa sin entender lo que sucede. Lo tomo de la mano con fuerza y gira hacia mí. Señalo el lugar por donde entré. Asiente. Poso mi mano ahí y vuelve a surgir el fuego, para sorpresa de Dumah.

El monstruo sacude la cabeza unos segundos y luego entrecierra los ojos. Saca la lengua un par de veces para olfatear el aire, justo cuando, en medio del fuego, aparece la puerta. Abrazo a Gustavo.

—¡Vamos! —le grito y la abrimos. Nos arrojamos al vacío, segundos antes de que el demonio salte hacia donde estábamos.

Descendemos a toda velocidad y me concentro en volar, pero Gustavo es más rápido. Cambia a su forma reptil, me toma entre sus brazos y aparecen unas alas a sus espaldas. Las abre y planeamos lejos.

Giro hacia la celda y veo a Dumah, que se asoma por la abertura y mueve la cabeza de un lado a otro. Todavía nos protege la invisibilidad, aunque no sé cuánto más va a durar. Siento que se debilita.

Volamos sobre los edificios de esa ciudad prisión, deforme y mal construida, hasta salir de la nave que la sostiene. Siento alivio al ver las nubes y, más allá, el desierto. El planeta verde y el planeta morado se ocultan en el horizonte del cielo estrellado. Pasamos rápido sobre el valle entre montañas donde está la base con los gigantes de sombras y los demonios.

Miro hacia atrás y distingo una cabeza inmensa y transparente, de cabellera flameante, que flota sobre los gigantes: Es Mastema. Por suerte, nos alejamos de él a gran velocidad, todavía protegidos. Me tranquiliza ver cómo los enemigos se van empequeñeciendo... Durante un instante, me parece que Mastema levanta la mirada hacia nosotros, justo cuando Asmodeo desciende tras un risco. Lo pierdo de vista. Confío en que la invisibilidad funcionó hasta ahora...

Nos movemos en dirección opuesta al camino por donde vine, hacia las montañas con las cuevas de los demonios. Recuerdo las dos veces que visité la guarida de Asmodeo en mis viajes Astrales; la primera vez vi a Dumah, la segunda fue para aliarme con Gustavo, que estaba en su forma reptil.

El cielo aclara; primero se vuelve lila y luego anaranjado, mientras pasamos las montañas y llegamos a otro desierto con distinta vegetación y elevaciones más bajas.

Gustavo busca donde aterrizar. De pronto, algo se mueve en el firmamento; es un fragmento de nube que se separa y vuela a toda velocidad hasta alcanzarnos. Es oscura y tiene rayos en su interior. Gustavo trata de esquivarla, pero es ágil. Busca engullirnos.

—Tenemos que atravesarla, Tobías, no hay otra opción —me advierte, justo cuando nos adentramos en ella—. Resistí. Es la única forma de vencerla.

—¿Qué? No entiendo...

Nos rodea el vapor oscuro. Gustavo zigzaguea en el aire, para evitar los relámpagos. Unas figuras aparecen a nuestro lado. ¡Son mis padres! A pesar de que nos desplazamos a gran velocidad ellos se mantienen fijos junto a nosotros, ajenos al movimiento.

—Sos una decepción —dice mi papá—. Un enfermo mental. Me das asco.

—Siempre fuiste raro, difícil de criar. Una molestia —dice mi mamá.

Me abrazo fuerte a Gustavo y cierro los ojos. Es una ilusión de esta cosa que nos envuelve. Sin embargo, abre con un corte limpio las heridas de mi alma.

—Siempre fuiste débil, nunca pudiste hacerme frente —escucho otra voz y abro los ojos. Ahora veo a Hernán—. La gente sensible como vos no sirve. A los putos les gustan los hombres, no los maricones. Nadie te va a querer.

—¡Callate, pedazo de basura!

La imagen se ríe y se disuelve en vapor. Un rayo da de lleno en Gustavo. Tambaleamos en el aire y caemos, hasta que logra estabilizare con unos aleteos.

—¡No les respondas! Esta cosa se alimenta de tus reacciones —me explica.

—Sos muy viejo para él. En unos años, Tobías te va a dejar —dice una mujer mayor, que aparece del otro lado—. Ya no le va a gustar tu cuerpo, se va a aburrir de vos.

Gustavo sacude la cabeza. Estoy por responder y él me observa fijo con sus ojos verdes de reptil. Asiento y me quedo en silencio.

La mujer fluctúa en el aire, ahora se convierte en una figura hecha de nubes.

—Sos un demonio, él está tan lleno de luz. ¡No lo merecés! —grita.

No reaccionamos. La figura ruge y se lanza hacia nosotros con las garras abiertas... pero solo nos atraviesa. Se disuelve como vapor. El aire se despeja. La nube viviente se aleja de nosotros y vuelve a camuflarse en el cielo.

Aterrizamos. Gustavo me deja en el suelo resquebrajado.

—Estuviste bien —me giña un ojo y me abraza.

Su aura se funde a la mía y me envuelve un cosquilleo que se extiende más allá de mi cuerpo espiritual, hacia el hilo plateado que me une con mi contraparte física. Siento cómo se fortalece.

Nos separamos. Gustavo lo observa antes de que desaparezca y asiente, complacido.

—Gracias —sonrío, acalorado—. Rafael me dio el poder de volver a casa —le explico y asiente.

Extiendo las palmas de mis manos para observarlas. Después, miro lo que nos rodea. Estamos en un paisaje de rocas, rodeados por montículos. Hay unos arbustos con troncos en los que circula un líquido plateado y ramas con cristales, encendidas en llamas tenues de un verde turquesa.

En algún lugar de este paisaje se esconde una puerta de regreso y tengo que encontrarla.


¡Anteúltimo capítulo! Qué emoción...

Gracias a todos los que me acompañaron hasta acá con sus votos y comentarios. Me hizo muy feliz escribir y publicar esta historia y no hubiera seguido hasta el final sin que me dieran ánimos.

No quiero despedirme de los personajes, me da mucha penita... estoy trabajando en una continuación de la historia.

No perdamos el contacto. Los espero en mis redes sociales.

Estoy en Instagram como: matiasdangelo

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top