Capítulo 13: Adonde te lleva la pasión. Parte 2
Me despiertan el calor y la luz que entran por la ventana. Escucho el sonido lejano de la ciudad y vuelvo a sentir el aroma de las plantas del balcón. Gustavo está parado a mi lado, observándome. Abrió las cortinas y ahora puedo ver su cuerpo con claridad: su piel rosada, sus brazos grandes, el vello oscuro que cubre su pecho y baja en una línea más oscura por su abdomen.
—Hola —me saluda sonriendo. Con esta luminosidad, sus ojos se ven de un azul más claro, como eléctrico—. ¿Dormiste bien?
—Hola... Sí, re bien —le digo—. ¿Qué hora es? —Estiro la mano para acariciarle la barba.
La aferra con la suya, acompañando el movimiento, y frota su rostro en mi palma, mimoso. La besa.
—Las doce del mediodía. ¿Querés comer algo? Te preparo un desayuno. O un brunch, como se dice ahora —bromea.
—Dale. Paso al baño.
—Tenés un cepillo de dientes nuevo, en el mueble. Es azul, lo compré para vos. Fijate.
—Okey...
Me compró un cepillo de dientes... Qué intenso. ¿Soy paranoico o todo va muy rápido? «Solo es un cepillo de dientes», me digo. «Me lo compró porque es una persona amable y considerada».
Lo cierto es que ya nos conocemos. Igual, me hace sentir un poco raro.
Entro al baño y me pego una ducha. Después, me lavo los dientes. En cuanto salgo, me acerco a la mesa y encuentro varios sánguches de miga de ayer, ahora tostados. También pan fresco, manteca, queso crema y distintas mermeladas.
Me siento y Gustavo, ahora con el bóxer puesto, me sirve un vaso de jugo y un café con leche.
—Sos divino. Muchas gracias.
—Vos más —dice y me da un besito.
Se sienta a mi lado y empieza a comer. Todo me parece tan extraño. Los dos estamos en calzoncillos, en el comedor de su casa. A pesar de ser la primera vez que piso este lugar, me parece muy familiar. Doy unos mordiscos a un sánguche. En un momento, giro hacia el cuadro abstracto con manchas que está en el living, entre las bibliotecas, y lo observo por un rato.
—Veo paisajes —le explico, señalándolo con la cabeza—. Ahí, donde está la mancha verde, amarilla y azul, hay una playa. Y allá, esa mancha marrón y naranja parece un desierto con montañas. También veo una ciudad oscura...
Gustavo me mira y sigue comiendo en silencio.
Me concentro en la mesa de madera oscura y pulida donde estamos comiendo, los techos altos, las bibliotecas del living. Y me doy cuenta de dónde me resultan familiares; recuerdo aquel viaje astral que hice con la sombra. Primero, me transportó a la radio y después... a este lugar.
Y el cuadro... es el que atravesé cuando la sombra me empujó, solo que en el plano astral no podía verlo porque estaba cubierto por una nube oscura. Era un portal.
Miro a Gustavo.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí, yo... Ese cuadro... tu casa... me parece haberlos visto antes, en un sueño —le explico.
—Shhh. —Me pone un dedo sobre los labios. Se levanta de la silla y viene hacia mí. Me besa y me acaricia el rostro—. ¿Vamos de nuevo a la cama?
¿Por qué no respondió a mi pregunta? Dudo un instante y quisiera insistir, pero al ver su pecho y su panza peluda frente a mí, no puedo resistirme.
—Dale... —le digo.
Caminamos de la mano hasta el cuarto. Nos acostamos. Él se inclina hacia mí y me besa. Luego baja hasta mi entrepierna, arrancándome el calzoncillo y sus labios continúan con su labor, abriéndose para liberar la lengua caliente. Por momentos, es como si se alargara, moviéndose por lugares imposibles de alcanzar, bajando hacia mis testículos y un poco más, regresando después.
De pronto, Gustavo se levanta y me clava la mirada.
—¿Querés terminar lo que empezaste anoche? —me pregunta con su media sonrisa.
—¿Qué cosa? —Estoy que exploto de calentura.
Gustavo se tira boca abajo y me espera.
Me pongo sobre él y recorro con mis besos sus hombros, su espalda, la base de su columna; beso la tela del bóxer, antes de sacárselo. Después separo sus nalgas peluditas, buscando el lugar.
—Despacio, que la tenés grande —me pide.
—Tranquilo. ¿Tenés lubricante?
—Sí, en ese cajón —señala.
Me paro y lo abro. ¡Dios! Tiene varios consoladores, preservativos, sobres y pomos con distintos lubricantes a base de agua. También llego a ver unos chokers con tachas.
—Tranquilo, que ya vamos a ir usando todo eso. —Sonríe, con una expresión malévola.
—Shh —le digo, sintiéndome aún más acalorado que antes.
Gustavo se ríe a carcajadas. Agarro el primer pomo de lubricante que veo y voy hacia él. Nos lubrico a los dos, con caricias, mientras lo beso en el cuello. Después, empiezo a meterle un dedo y suspira.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—Sí —me dice—. Seguí.
Muy despacio, mientras le acaricio una nalga con la otra mano, retiro el dedo. Luego, vuelvo a arremeter, siempre con cariño. Aunque esta vez son dos. Gustavo tiembla y gira la cabeza hacia mí, pidiéndome un beso. En ese instante, un fuego se me enciende a la altura del corazón y me cubre una oleada de ternura.
Me estiro hacia él y uno mis labios a los suyos. Con mucha calma, saco los dedos y Gus respira de forma entrecortada.
—Te voy a meter tres —le aviso.
—Dale... —susurra con voz suplicante.
Lo hago, Gustavo gime.
—¿Te duele?
—No, no. —Se queda en silencio unos segundos—. Cogeme, papi.
En cuanto lo escucho, me invade una fuerza inmensa. Lo aferro de un hombro, antes de sacar los dedos con cuidado. Me acomodo y separo sus nalgas para que sea un poco más fácil. Busco el lugar y empiezo a entrar. Gustavo vuelve a suspirar, mientras juego en su espalda con mis labios, avanzando lentamente, hasta que estoy completamente adentro. Empiezo a embestirlo y él jadea, enloquecido por el placer. Me derrumbo sobre él y chupo su oreja.
—Me re gusta, puto —se le escapa de pronto.
—A mí también, amor —le digo—. Sos hermoso.
Sus ojos brillan. En ese instante, las sombras del cuarto cambian. De nuevo, creo ver la piel de Gustavo de un color violeta y, por un momento, cuando mi pecho está contra su espalda, me parece sentir una textura diferente, incluso al acariciar y besar su brazo. Es como si su piel se hubiera vuelto granulosa. También percibo unas protuberancias en su columna, haciendo presión contra mi pecho y mi abdomen. Me detengo y me levanto un poco. Su espalda, sus brazos, son normales.
¿Qué carajo está pasando?
—¿Todo bien?
—Sí, mi amor. Voy a salir...
Me retiro con cuidado. Se da vuelta y me observa ruborizado, mientras levanto sus piernas y las pongo sobre mis hombros.
Gime de nuevo, cuando vuelvo a entrar en él y siento su interior mojado, caliente. Acaricio su panza velluda, a contrapelo, y un cosquilleo sube desde mis entrañas hasta mi boca, haciéndome soltar un gemido. Lo embisto con más fuerza y me inclino para besarlo, para chupar sus pezones, que saben ácidos, mientras sigo arremetiendo. Después me aparto un poco, así puede tocarse.
—¿Vas a acabar?
—No... No quiero. Cogeme primero.
Nos separamos. Me agarra con fuerza de ambos lados de la cabeza y me da un beso. Después se abre de piernas y empieza a lubricarse.
—Sentate —ordena.
Me aferro a sus hombros para ubicarme sobre él, mirándolo de frente.
—Tengo miedo.
Deseo que entre en mí, pero quiero que lo haga con cuidado, porque de una no podría resistirlo. Igual, confío en él. En esa lujuria que veo en sus ojos. En esa sonrisa pícara que me dice que va a cuidarme.
—Tranquilo. —Se lubrica un dedo y lo lleva detrás de mí—. Inspirá.
Obedezco, apretando más sus hombros, y él entra. Me invade un ardor, que se vuelve placentero a medida que me voy relajando. Gustavo se queda un rato ahí, observándome temblar, y después mete otro.
—Pará...
—¿Te duele?
—No... Estoy nervioso, discúlpame —le confieso.
—No pasa nada. Voy a sacarlos, despacio.
Asiento y me aferro de nuevo a él, sintiendo que me vacío cuando sale de mí.
—Acostate boca arriba —me pide.
Le hago caso. Se abalanza sobre mí y me levanta las piernas. Durante un instante se queda así, observándome con los ojos bien abiertos, y acaricia el vello en mi pecho, a la altura del corazón.
—Sos tan hermoso, osito —me dice—. Te amo mucho.
—Yo también —suspiro, cuando él apunta y trata de entrar—. Es más abajo —le aclaro, cuando lo siento irse por otro lado.
Busca con el dedo, haciéndome caricias.
—¿Ahí?
—Sí...
Cuando empieza a entrar, aprieto de nuevo sus brazos.
—Suave... Es muy gruesa.
—Tranquilo... —Me mira—. Estás muy tenso, relajate. Respirá despacio.
Me aflojo y se introduce más rápido, ayudado por el lubricante. Abro bien los ojos y me aferro del pelo de su pecho, cuando siento un poco de dolor, pero él se queda quieto. Me recorre un frío y me doy cuenta de que estoy cubierto de transpiración. Inspiro con calma. Empiezo a masturbarme... y el dolor cede.
—¿Estás bien?
—Sí... dale —le pido y comienza a moverse.
Me recuesto y cierro los ojos, percibiendo un cosquilleo hermoso a medida que entra una y otra vez en mí. Me besa y lo aferro de la nuca, tirándole del pelo. Se le escapa un pequeño grito y lo suelto. Abro los párpados y lo observo moverse sobre mí. Miro su pecho gordo y peludo, sus pezones, su panza sobre la mía y me recorren unas vibraciones placenteras mientras acaricio cada rincón. Por momentos, lo pellizco y gime.
—Qué lindo sos, papucho —se le escapa entre jadeos, y me besa.
Durante un momento, vuelvo a ver la luz violeta sobre su piel. No quiero saber nada de eso y cierro los ojos. Al acariciar sus brazos, toco de nuevo aquella textura granulosa y aterciopelada, en cuanto llego a su pecho, no encuentro su vello característico. ¿Qué está pasando? Lo miro... y pego un grito al no encontrar su cabello ni su barba, y al ver su rostro y su cuerpo cubiertos de escamas violetas. Sus ojos se volvieron verdes. Las pupilas rasgadas se dilatan cuando me mira de arriba abajo, y una lengua bífida se asoma por una boca con colmillos. Me estremezco, desesperado.
—Tobi, ¿qué te pasa? ¿Te duele? ¿Estás bien? —me pregunta. Vuelvo a tener a Gustavo frente a mí. Dejó de penetrarme y me acaricia para tranquilizarme—. ¿Querés que salga?
No le contesto. Estoy tratando de procesar lo que acaba de suceder. Dios Santo.
Por fin logro aceptarlo...
¡Gustavo es Asmodeo!
¡Estoy teniendo sexo con un demonio!
Empiezo temblar, pero él me abraza y siento su piel humana, su perfume. Al mismo tiempo, me invade una excitación inmensa, como nunca sentí antes. Me aparto de él y bajo la mirada hacia mi pene. Está a punto de estallar.
Gustavo me mira con amor. Observo su rostro barbudo transpirado, sus ojos azules húmedos... Me da un pequeño beso. Siento una explosión de cosquilleos en el pecho, que se expande por todo mi cuerpo.
¡No me importa nada!
—Tranquilo, mi amor... No te preocupes —me dice, separándose un poco, todavía adentro de mí—. Salgo...
—No, quedate... —Me aferro de los pelos de su pecho y tiro. Se le escapa un quejido. Lo miro fijo—. Haceme tuyo.
Se inclina hacia mí y me besa. Me arqueo, para que entre todavía más, y abre bien los ojos, arremetiendo con ímpetu. Jadeo y beso sus brazos, los muerdo un poco, mientras le doy unos pellizcos suaves en la espalda. Uno mis labios a los suyos y bajo las manos hasta sus nalgas. Las aprieto con fuerza y lo atraigo aún más hacia mi interior.
—Esperá... Quiero salir.
—Dale... Despacio —le pido.
—Sí...
Se toma del pene y con la otra mano me separa las nalgas, con mucho cuidado. Mientras sale, me sostengo de sus brazos.
Me acaricia la mejilla.
—¿Querés ponerte boca abajo? ¿Te gusta?
—Sí.
Me acomodo y apoyo la cabeza de costado, sobre la almohada. Llevo el rostro un poco hacia atrás, así puedo verlo, tan inmenso y bello como es, avanzando sobre mí... Se estira para darme un beso en el cuello y se toma el pene con la mano, apuntando.
Doy una larga inspiración, antes de que entre de nuevo. Me aferro a las sábanas con miedo, pero él toma una de mis manos con la suya, grande y cálida. Me relajo y voy sintiendo cómo avanza de a poco. Una vez que está completamente adentro, su pecho y su barriga se derraman sobre mí. Empieza a moverse y un hormigueo delicioso me recorre de la cabeza a los pies, sin detenerse. El calor y la fricción de su piel y los vellos de su cuerpo contra mi espalda me excitan todavía más. Cómo me gusta que me aplaste contra el colchón... Me siento protegido, amado, suyo. Mi pene, todavía erecto y presionado contra las sábanas, se contrae en espasmos.
Gustavo me besa los hombros y la espalda, me chupa el cuello. Me aprieta una nalga con desesperación y luego me da una palmada, logrando que se me escape un gemido.
—Más fuerte —le pido.
Arremete de nuevo y siento un pinchazo y un ardor intensos.
—Ay... No tan fuerte...
—Perdoname, mi amor —Me acaricia donde me duele—. ¿Así está bien? —Lo hace de nuevo, pero en la otra nalga y con la intensidad justa.
—Perfecto. —Giro la cabeza hacia atrás, para que me bese.
Me arqueo hacia él. Gime y me toma de las muñecas, embistiendo más rápido. Me invade un aroma dulce y ácido, mezcla de su perfume y su transpiración. Tiemblo, desbordado de nuevo por el hormigueo que sube y baja por mi espalda, ahora también por mis piernas y mi cuello.
Luego de un rato, Gus me toma de la cintura y, sin separarse de mí, me hace voltear para que quedemos de costado. Me toma del rostro y me besa, y continúa moviéndose a mis espaldas.
—Tocate —me dice.
—No... voy a acabar.
—Yo también. Falta poco. Tocate.
Me la agarro y comienza a besarme el cuello; desliza las manos por mi panza y luego sube hacia mis pectorales. Tira del vello de mi pecho y me pellizca con suavidad los pezones. Suspiro de placer, de dolor.
Estremecido, mi amor ahoga un grito a mis espaldas. Me abraza para acercarme más a él, y siento que su pene se sacude. Entonces, me llena de su semen; tan tibio. Largo un suspiro, recorrido por un escalofrío. Mi pene palpita antes de dejar escapar el semen caliente, que baja y empapa mis dedos mientras sigo masturbándome, para alargar el orgasmo.
Gustavo deja de moverse y me abraza, tomándome de la panza. Me besa el hombro y aferro su mano. En cuanto apoya su frente contra mi espalda, cierro los ojos. Lo último que escucho son sus ronquidos mansos, mientras me relajo y me hundo en una oscuridad cálida, aún sintiendo el latido acelerado de mi corazón.
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Saludos!
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