Capítulo 13: Adonde te lleva la pasión. Parte 1

La luz del amanecer me ciega por un momento. El balcón que vi en la sala se extiende hasta el dormitorio y la brisa tibia arrastra los aromas del incienso y la lavanda. Por entre las cortinas, y más allá del balcón, la ciudad comienza a despertarse. Gustavo se apresura a cerrar las cortinas.

Veo su enorme espalda, sus fuertes omóplatos, los pelitos que descienden desde sus hombros y se desparraman por sus costados hasta su cintura. Los imagino suaves empapados por todo el aroma de su cuerpo.

Escucho cuando sus zapatillas caen al piso.

Aunque ahora la habitación está en penumbras, puedo distinguir la enorme cama. Gustavo se convirtió en una sombra, que a media que mis ojos se acostumbran a la oscuridad, me revela sus detalles: pecho grande, cubierto de vello oscuro, con algunas canas por aquí y por allá, entre el que alcanzo a distinguir sus pezones. Siguiendo el camino de vellos llego hasta su panza, que se abulta cuando se desabrocha los pantalones y se agacha para quitárselos.

Se arroja de espaldas a la cama. Me saco las zapatillas y me recuesto a su lado. En este instante, al estar tan cerca de él y ambos casi sin ropa, el perfume de su piel me invade con una potencia butal. Siento como si los latidos del corazón me subieran hasta la cabeza.

Todo parece un sueño o una realidad paralela. No puedo dejar de pensar en que Gustavo está a mi lado, en ropa interior. Ambos seguimos boca arriba; ninguno se atreve a girarse, a hacer el primer movimiento.

Oigo su respiración. Puedo ver su perfil y la forma de su cuerpo. Arrastro la mano por las sábanas de seda azul acercándola a la de él. Me imita. Nuestros dedos no se tocan, pero entre nosotros circula una inexplicable corriente de calor. Creo que nuestras energías se están mezclando. Empiezo a ver unos puntos de luz frente a mí. No es algo que venga de la ventana. Son como luciérnagas fantasmales; después, surge el fuego azulado de mi aura, que me cubre por completo. Giro hacia Gus y lo veo envuelto en un fulgor violeta. Los colores se funden en el aire que nos separa, formando un azul violáceo.

Acerco más la mano hasta la suya y en cuanto la toco, nuestros dedos se entrelazan. Me vuelvo rápido hacia él. Me abraza y mi rostro se zambulle en el perfume y la suavidad tibia del vello de su pecho. Escucho los potentes latidos de su corazón y levanto la cabeza despacito hacia él. Cierro los ojos.

Entonces, lo beso.

Un cosquilleo eléctrico sube por mi espalda, mi cuello y llega hasta mi cabeza. El corazón me late sin parar mientras sus labios suaves se unen una y otra vez a los míos. Su aroma lo abarca todo. Sin darme cuenta, empiezo a gemir... e intento controlarme. Nos separamos. Gustavo me acaricia despacio y con ternura. Escucho un golpe en la ventana y me estremezco.

—Tranquilo, fue el viento. Sacate esto... —susurra con voz cavernosa, tironeándome despacio del cinturón.

Ansioso, intento desabrocharme el botón del pantalón y no puedo. Él envuelve mis manos entre las suyas, tan cálidas, tranquilizándome. Se ocupa él mismo.

Paso los dedos por su cabello corto, sus mejillas, su cuello... luego bajo por su pecho y allí me aferro del pelo.

No aguanto más. Lo empujo con suavidad, para que se ponga boca arriba, y obedece. Me siento sobre sus muslos y nuestros penes se tocan por primera vez. Deseo agarrárselo, saber cómo es, pero me resisto; quiero esperar un poco más. Por lo que llego a percibir, viene bien. Echo un vistazo rápido y la claridad que entra por los costados de la cortina me permite ver el bóxer que aún lleva puesto, a rayas negras y moradas. El mío es azul.

El viento sacude la ventana una y otra vez, hasta colarse en el cuarto. Llega hasta mí. Estoy tan acalorado que lo siento frío y se me pone la piel de gallina. Gustavo lo nota y me abraza.

Lo beso con pasión y empezamos a frotarnos. El ritmo se acelera; nuestros besos y caricias también. Cada vez tengo la pija más dura y la siento latir contra la suya. Sus labios llegan hasta cuello y levanto la cabeza. Los cristales de la lámpara que cuelga del techo captan la escasa luz y proyectan pequeños arcoíris en las paredes.

La energía sigue circulando entre nosotros, pero ahora se asemeja más a un fuego. En un momento, percibo que esa fuerza nos envuelve en una burbuja.

Nos ponemos de costado y me hundo en las frías sábanas de seda azul. Gus me mira con ojos brillantes y me acaricia el rostro. Aparto la mirada, un poco avergonzado, y bajo la mano hasta sus pezones... hasta su barriga peluda. Lo que más me gusta. Extiendo los dedos por ella. Es tibia, blanda. Sus vellos me hacen cosquillas en las palmas. No puedo creer lo que esta panza me hace sentir: es tan intenso que solo puedo cerrar los ojos, invadido por unos escalofríos placenteros en la boca del estómago, que se extienden por mi cuerpo hasta erizarme los pelos de la nuca y de todo el cuero cabelludo.

Sigo bajando, hasta que llego a su entrepierna. A través de la tela suave del calzoncillo percibo el calor de su pene. Lo aferro y el corazón se me acelera aún más. Es grueso y grande, y late con cada caricia que le doy. Me desespero por hacerlo mío, pero me contengo. Solo lo aprieto con suavidad y Gus suelta un gemido. Después, lleva una mano a mis nalgas y me empieza a acariciar, besándome. Yo hago lo mismo y él baja su mano hacia mi pene. Su respiración se agita más. Me agarra de la cara para besarme con un pequeño gruñido.

—Qué belleza tenés ahí, putito —me dice, antes de levantar la mirada.

Otra vez, se me erizan los pelos de la nuca.

—Vos también.

Bajo las manos por su espalda y estiro los dedos hasta llegar al calzoncillo. Siento el elástico y juego con él. Trazo un camino con un dedo y lo acaricio con delicadeza, pasando del elástico a su piel, del elástico a su piel. Tiro un poco, y lo suelto, el elástico se contrae, y golpea contra su cintura con un chasquido. Se le escapa un jadeo. Meto los dedos y empiezo a sentir esas nalgas suaves y calientes... sigo su curva hasta el final. Ahí, exploto de placer al encontrar unos pelitos. Tironeo un poco de ellos, haciéndolo gemir.

—Date vuelta —le pido y él obedece.

Me quedo mirando sus nalgas grandes, todavía adentro del bóxer. Las acaricio con delicadeza. No puedo creer que por fin las tengo acá...

Me acomodo sobre él y empiezo a frotarme despacio, mientras lo beso en el cuello, en los hombros, disfrutando de sentir en mis labios los pequeños cabellos regados por su espalda. Gustavo respira de forma entrecortada y gira la cabeza para mirarme. Un ardor me invade, subiendo hasta mi pecho, y lo embisto con fuerza, mordiéndolo suavemente, con la boca llena de saliva.

Luego de unos minutos, me separo de él y me recuesto boca arriba. Veo la televisión que está sobre la cómoda blanca, frente a la cama. A un lado, cerca del balcón, hay un jarrón del que salen unas ramas secas.

Gustavo se acomoda sobre mí, con una sonrisa y los ojos húmedos. Me besa en la boca, después en el cuello; y me río, porque su barba me hace cosquillas. Coloca su pene erecto contra el mío. Lo siento caliente, húmedo, a pesar de que sigue con el calzoncillo puesto. Gustavo me embiste. Su glande se siente punzante cada vez que nuestros miembros chocan, se frotan. Me invade un temblor placentero y cierro los ojos, mientras sigo besándolo y paso los dedos por su espalda.

Durante un instante, se separa de mí y creo ver su piel de un color extraño... violeta. Parpadeo un par de veces. Su lengua llega hasta mi pecho y juega con mis cabellos, hasta que encuentra un pezón y empieza a succionarlo. El pene se me pone todavía más duro y un frío me recorre cuando se mueve sobre la tela mojada.

A medida que el día avanza, más luz se filtra por las cortinas. Gus deja de estar cubierto de sombras; veo su pelo y su barba castaña, también su espalda rosada, con algunos lunares, mientras se mueve, todavía pegado a mi pecho. Se aleja del pezón y avanza hacia el otro con besos y lamidas. Después, se ocupa de él. Cuando lo muerde, me estremezco. Sigue bajando, me besa el ombligo y la panza, para después llegar hasta el calzoncillo y tomarme del pene. Me mira a los ojos, besando la tela de la prenda y empieza a sacármela...

—Esperá... —le pido con voz suave. Se detiene. Me sonríe—. ¿Qué querés hacer?

—Lo que vos quieras...

—Deberíamos cuidarnos. ¿Tenés preservativos? —pregunto.

—Sí, en el cajón. Pero escuchame —me interrumpe, cuando estoy por girar hacia la mesa de luz—. Yo me hice análisis hace poco y no tengo nada. Te los puedo mostrar si querés. Y hace más de medio año que estoy solo.

—Yo me hice los estudios después de que me peleé con Hernán y siempre me cuidé con los demás.

—Está bien... —me dice y sonríe.

Lo tomo del rostro, acercándolo hacia mí.

—Vení...

Lo beso con suavidad. Juega de nuevo con su lengua en mi pecho y sigue bajando. Llega hasta el bóxer, me lo saca rápido y siento el calor intenso de su boca en la punta del pene. Desciende. Empiezo a temblar, un poco por la excitación y también porque su barba me hace cosquillas en las piernas, a medida que sube y baja. Me dejo caer, cierro los ojos y es como si me sumergiera en un mar de hormigueos, sacudiéndome cada tanto, por poco desvaneciéndome en un sueño.

—Pará, Gus, pará. Voy a acabar —le advierto, pero él sigue, aumentando la intensidad—. Mi amor, pará...

Me contraigo, gimiendo... Trato de resistirme, pero no puedo más. Comienzan los espasmos... y acabo. El corazón me late a toda velocidad. Me siento hecho de fuegos artificiales... Sonrío y a medida que mi respiración se tranquiliza, noto la transpiración que cae por mi rostro.

Gustavo sigue. Quiero decirle que se detenga, pero ya no tengo fuerzas. Cierro los ojos. Lo único que puedo sentir son unos escalofríos cada vez más intensos que me hacen temblar. Casi le pido que se detenga, pero lo veo disfrutar tanto, que decido resistir. Mis dedos resbalan por las sábanas de seda, ahora calientes. Huelo su transpiración, el perfume de su pelo, mientras sigue subiendo y bajando. Veo nuestros reflejos en la pantalla del televisor. Él, tan grandote como es, inclinado con amor sobre mí, chupando y lamiendo con la cara hundida entre los vellos de mi pubis, frotando su mano por mi pecho y mi abdomen. Lo tomo de los hombros y aprieto, sin fuerzas...

—Pará, por favor... —logro decirle, cuando recupero el aliento. Sube y me clava la mirada y, por un momento, creo ver que sus pupilas se vuelven como las de un reptil... —. ¿Qué... qué hiciste con...? —trato de articular y veo una media sonrisa en su rostro.

Lo beso, pasando mis dedos por su barba con ternura.

—Me encantó —me dice.

—Qué puto hermoso que sos —le contesto—. No puedo creer que seas tan lindo.

Se echa a mi lado, mientras jadeo tratando de recuperarme.

—Tocate —le digo—. Quiero que sigas disfrutando.

—Dale —me dice y empiezo a besarlo y a hacerle mimos, mientras su mano sube y baja con rapidez.

Me recupero pronto y bajo. Le separo las piernas y él se suelta el pene, invitándome. Estoy listo para apoderarme de él. Lo agarro con firmeza y me lo meto despacio en la boca. Me invade un sabor salado, intenso, mezclado con el aroma de la piel de Gustavo, que es más potente a medida que sigo descendiendo. Acelero, subiendo y bajando, desesperado por el placer que me recorre. En un momento, cuando llego hasta la base, lo aprieto apenas entre los dientes. Gustavo grita y me agarra de la cabeza.

—Suave, por favor... y despacio —me pide, mientras me mueve la cabeza, guiándome en el ritmo que lo hace disfrutar.

Me separo de él para recobrar el aliento y su pene se estremece. Entonces, con un pequeño gruñido, eyacula por fin. Al verlo con los ojos cerrados, disfrutando, a medida que el líquido sale de su pene... siento una ternura inmensa en la boca del estómago. Pienso en retroceder, pero es Gustavo. Disfruto al sentir las gotas de semen cálidas en el rostro y acaricio el líquido viscoso que quedó en mi barba.

Me dejo caer en la cama. Estamos agitados y la cadencia de nuestras respiraciones disminuye poco a poco. Luego de unos instantes, Gus se gira hacia mí.

—Perdoname, te ensucié —susurra.

—No pasa nada —le contesto sonriendo—. Me voy a lavar la cara.

—Dale.

Salgo de la cama y camino hasta el baño. Qué cheto, que esté dentro del cuarto. Los azulejos de la pared son de color tierra, separados en medio por una guarda marrón oscura.

Me paro frente a un espejo amplio y redondo, de marco blanco.

Me sorprendo al ver el brillo en mi mirada y la expresión de paz, en la que asoma una sonrisa. Se nota que la pasé bien. Me rio y abro la canilla, regulándola para que el agua salga tibia. Me inclino sobre la pileta grande de mármol y me mojo la cara. Busco el jabón y encuentro una botella de Jack Daniel's. Gustavo le puso un pico para convertirla en dispenser... Lo aprieto y sale un jabón con aroma a vainilla.

El agua me despabila. Me seco con la toalla que cuelga de un aro metálico en la pared. Salgo y encuentro a Gustavo acurrucado, esperándome. Se voltea, me da la espalda y gira la cabeza hacia mí, los con ojos entrecerrados. Entro a la cama y lo abrazo por detrás. Cerramos los ojos. Me duermo enseguida, envuelto en su tibieza.

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