Capítulo 4
Días después.
Layne Staley:
Ansioso y contento porque nos iríamos con mi preciosa Margarita a la cabaña, que sus padres tenían en la playa, ella me regaló su cándida y dulce sonrisa y yo me olvidé del mundo entero. Sujeté su mano con cariño y ella me vio con sus mejillas enrojecidas. Se veía tan linda y tierna cuando se avergonzaba.
Me gusta ese lado rebelde que ella tiene en ocasiones, además de sus ideas ocurrentes y los gestos graciosos que hace con la cara, muchas cosas que me recuerdan a mí. Toda ella me alegra y complementa, la amo y adoro y por fin la tengo a mi lado.
Margarita conduciendo por la autopista, tenía la radio a todo volumen en una estación en donde solo ponían rock, lo que más me agradaba y solo viéndola con su perdura sonrisa, llena de ilusiones, el corazón me palpitó fuera de control y a la vez pensé con inquietud en lo que podría pasar cuando estuviésemos solos en aquella cabaña.
No quiero aprovecharme de ella y que ella sienta y piense eso de mí, pero los deseos que tengo de tenerla entre mis brazos y hacerla mía son demasiados. Solo quiero amarla, cuidarla y protegerla; tratarla con todo el cariño y amor que ella se merece.
Al igual que ella conoce todo mi pasado, yo también sé todo lo suyo; que es una joven mujer, de su casa, tranquila, de pocos amigos, de buenos sentimientos y que no tiene vicios, lo que me hace más valorarla y amarla. Mientras más paso a su lado, más deseó cuidarla y protegerla.
—¡Cielos! Creo que seré muy sobreprotector cuando estemos en ese dulce momento, con el que ella a añorado y yo también...
Margarita se estacionó frente a la cabaña y yo me sentí otra vez ansioso y a la vez nervioso.
Nos bajamos del auto, ella me dio su cándida y dulce sonrisa, la que me estremecía de amor por ella y nos tomamos de la mano.
Entramos a la cabaña y se sintió de inmediato ese acogedor olor, el que hacía tanto que yo no sentía.
Después de que ella me sirviera un jugo, se sentó con mimo en mis piernas y me vio con esos profundos ojos cafés que tanto adoro. Soltó un suspiro y bajó la mirada con pudor; advertí que estaba nerviosa.
—¿Todo bien, cariño? — volvió a mirarme con esa cándida mirada de amor, que me hacía perder todo el control.
—Si... es que — sonrió con vergüenza — hay algo que no te he contado — la encontré tan tierna y preciosa.
Sabía lo que me contaría y me hizo apreciarla y adorarla con todo mi corazón.
Le sonreí.
—Lo sé, niña mía — sus ojos se suavizaron.
—...
—Sé que no has estado con otro hombre — sus mejillas se enrojecieron y yo pasé mis dedos con cariño por su rostro.
—Layne — solo pudo articular, aún se sentía con vergüenza y yo la miré perdidamente.
Es decir, además de tener un alma pura, ella lo estaba. Era la mujer más tierna, buena y pura que nunca, en mi antigua vida, conocí, nunca.
Margarita me miró con destellos, yo me le quedé viendo con el corazón pegado a la garganta de anhelos y ella se aproximó lentamente a mis labios y me besó; mi alma volvió a glorificarse con su dulce beso y la rodeé en mis brazos y profundicé su romántico beso.
Me encantaba que me besará, sentir sus tibios labios en los míos, y los dos besándonos, yo la cargué en mis brazos y la llevé hasta donde estaba su dormitorio.
La recosté suavemente en su cama, ella viéndome con sus ojos fijos y llenos de ilusiones y nervios, a la vez, yo me recosté sobre ella, con cuidado de no aplastarla, por ser mucho más alto, y pude sentir su tibio aliento. Sus labios temblaban y yo la observé con delirio y anhelos.
Margarita, por impulso pasó su mano por mi cabello, me lo acarició y luego acarició mi rostro, esbozando su imborrable y dulce sonrisa, que tanto amo.
—Mi Layne — le devolví la sonrisa.
—Te amo. Te amo tanto, niña mía — ella suspiró.
—Y yo a ti. Te he amado desde hace mucho — le sonreí todo derretido y tomé su mano en mi rostro y se la besé.
—¿Estás segura de esto, niña mía? No quiero presionarte a nada. Si no estás lista o segura, yo lo entenderé — Margarita me miró con una tranquilidad y seguridad, que nunca había visto en ella y su dulce sonrisa me atrapó.
—Solo quiero entregarme a ti, amor mío — el aliento se me entrecortó y me estremecí por completo.
Acaricié su mejilla y la vi con deseos.
—Te amo y ahora te lo voy a demostrar.
—... — sus ojos se perdieron en los míos.
—Seré muy cariñoso.
—Confió en ti.
—Oh, mi niña.
Le jadeé y comencé a besarla todo apasionado, y ella debajo de mí, me abrazó y sentí sus tiernas caricias en mi cabello y espalda.
Besándonos sin parar, su cuerpo era tan perfecto, cada curva lo era, y con fervor, lo llené de caricias. Acaricié sus pequeños pechos, que ahora eran solo para mí; Margarita, creaba la mejor vista de ellos, y yo deseoso de ellos, empecé a besárselos, uno por uno y ella soltó un dulce gemido. Ya la observé y le sonreí apasionado y más se los acaricié.
—¡Ay!
—Mi chica — le jadeé con deseos, y ella temblando debajo de mí, yo volví a sonreírle y acaricié su rostro. Margarita, se tranquilizó y me vio perdidamente.
Besándonos sin parar, metí mi lengua en su boca y a ella le gustó y me correspondió con la suya, lo que más me excitó y la abrasé fuerte y profundicé aún más nuestro beso.
Ella veía mi cuerpo desnudo con pudor y adoración a la vez, era tan hermosa y tierna; miró los vellos en mi torso y me los acarició. De verdad, me sentía como si estuviese soñando junto a ella. Ya no podía pedir nada más, estaba junto a la mujer que más amaba.
Entré suave y lento en ella, y Margarita gimiendo, tomó mis hombros y cerró los ojos con molestia. No quería lastimarla; aún no entraba del todo en ella y me acerqué a su rostro y se lo acaricié. Ella me sonrió y volvimos a besarnos.
Ambos gimiendo y gimiendo, nuestros largos besos tronaban con nuestros labios y solo amándonos, tumbé a mi hermosa sobre mí y ella se perdió en mi profunda mirada de amor para ella.
No fue necesario decirle nada, porque ella comenzó a cabalgarme, lento y suavemente. Dios, sus ricas y dulces embestidas me volvieron loco de placer y se me escaparon unos agitados gemidos; ella también gimió y colocó sus manos en mi torso y yo miré con deseos su vaivén y como se movían sus pechos.
De pronto, se me abalanzó, y los dos más que deseosos, yo le sonreí y volvimos a besarnos largamente, hasta que acabamos.
Todos sudados, mi Margarita seguía sobre mí, y los dos agitados, yo le besé su frente y ella me sonrió.
Se salió de mí y se recostó a mi lado. Yo la contemplé con todo mi amor y después besé sus labios, ella me abrazó.
—Te amo, más ahora por esto que acabamos de hacer — sus ojos se iluminaron.
—Mi Layne, yo también te amo. Te amo con toda la fuerza del mundo.
Yo la vi embelesado y me sentí que más la amé y quise por habérseme entregado.
Hicimos el amor.
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