7. IRIA
Estaba cabreadísima. Menudo imbécil, idiota, enano mandón. No se me ocurrían ni siquiera insultos creativos para mi nueva pesadilla. No me lo podía creer, A primera hora pensaba llamar a Agustín y cantarle las cuarenta. Carlos era un angelito al lado del Sergio ese. Me habían jorobado las tardes. Raúl no llegaría hasta las doce y no podríamos volver a compartir confidencias ni a bromear ni ver películas juntos. Vaya mierda.
Encendí mi nuevo móvil y espere pacientemente a que cogiera la wifi. Estaba que trinaba. Y eran ya las diez y cuarto de la noche. Hasta me había olvidado de escribirles a las chicas esa tarde como pretendía hacer nada más llegar. Pero en ese momento a quien necesitaba de verdad era a Toño y me puse a escribirle:
Te echo muchísimo de menos.
Que haces? Estudias o andas liado con uno de tus proyectos de friki?
Cuéntame algo.
Te necesito...
Toño era estudiante de ingeniería informática. Tenía veintidós años, pero iba un año adelantado. Estaba en su último año y era tan bueno en lo suyo que algunas empresas ya se disputaban su currículo. Estábamos planeando irnos a vivir juntos cuando terminara el curso. Él tendría trabajo, a mi no me faltaba el dinero y ahora teníamos un piso pagado y aunque yo debiera seguir estudiando no había razón para retrasarlo más. Además en los pocos días en que viví en mi nuevo piso pasaba más tiempo allí conmigo que en su casa. Si no hubiera ocurrido lo que ocurrió puede que ya estuviéramos viviendo en pareja.
Sonreí al recordar lo tímido que era a veces mi pequeño friki, como lo solía llamar. El me llamaba miña ruliña, una cursilada horrorosa que quería decir algo así como mi palomita en gallego. Como lo echaba de menos.
Cuando era pequeño una de sus maestras se empeñó en adelantarlo un año porque era muy inteligente y no había colegios especializados ni programas para superdotados en la Galicia profunda. Lejos de venirle bien se encerró en los libros y en sus cosas y se convirtió en un insociable. Los niños, un año mayores que él, lo llamaban empollón y se metían con él. No tenía buenos recuerdos de su infancia, creció en una zona rural de Lugo, sus padres estaban más preocupados por sus vacas que por la caterva de hijos que se criaron prácticamente solos. Toño era el mediano de siete hermanos, «justo el del centro», decía siempre.
Aprendió a ordeñar casi antes que a hablar, sabía tanto de campo que te descuadraba si tenías en cuenta lo friki que era. Estudiaba bastante y siempre estaba con proyectos de redes y cosas que para mi sonaban a chino, aunque él se empeñaba en explicármelas cargado de paciencia mientras yo lo pinchaba haciéndome la tonta.
Cuando empezó sus estudios de informática fue para él un revulsivo, había cientos de alumnos como él, inteligentes, maniáticos y muy pero que muy cuadriculados. No saberse el único me contó que lo liberó. Empezó a socializar y nos conocimos en una de las mil fiestas que se celebraban cerca del campus. Era mi primer año y para él el tercero.
Aún recuerdo cuando me sonrió y como al devolverle la sonrisa se acercó a mi dubitativo. En esa época todavía llevaba gafas, pero tenía los ojos azules más bonitos que había visto nunca, el pelo castaño largo y descuidado y era altísimo. Me enamoré de él y de su tierna torpeza a primera vista.
Según me contó tiempo después nunca antes se había atrevido a acercarse a chicas tan guapísimas como yo. Había tenido sus escarceos e incluso salió durante unos meses con una de sus compañeras de clase, pero según él, nunca antes con nadie como yo.
Cuando comenzamos a salir se convirtió en la envidia de sus amigos y a veces me paseaba como un trofeo, sacando pecho y todo. Habíamos tenido nuestras únicas broncas por eso. Pero siempre me ablandaba con su razonamiento: que un chico del montón tuviera la novia más preciosa de todo el campus lo hacía volverse gilipollas, luego me pedía perdón, me besaba y yo me derretía en sus brazos.
Y lo mejor era que yo no entendía como no era consciente de cómo lo miraban las demás chicas. La verdad era que en el año que llevábamos juntos había mejorado mucho su aspecto. Ya no vestía con pantalones oscuros ni llevaba aquellas camisetas con horrendos mensaje frikis que solo ellos entendían, cubiertas con las sempiternas camisas de cuadros de colores imposibles. Ahora llevaba lentillas, solo usaba las gafas para estudiar y ver la tele en casa y se había recortado bastante las greñas de metalero que llevaba cuando nos conocimos. Solía dejarse un poco de barba, usaba colonia y se vestía como un chico a la última con vaqueros de marca y camisas o camisetas ajustadas y chaquetas de lana.
Lúa siempre se metía conmigo diciendo que yo era la gurú de las cazatalentos de las agencias de modelos. Cuando me enrollé con él en aquella fiesta el día que nos conocimos casi me arrancó de sus brazos al grito de «¿estás borracha o qué?» Luego se tiraba de los pelos diciéndome que era una cabrona y echándome en cara como había sido capaz de verle el potencial.
Ahora le había dado por decir que Toño era un modelo de portada. Yo nunca aprecié el cambio como ella lo describía. Para mí siempre fue Toño. Me enamoré de sus ojos, de su belleza sencilla, incluso de su torpeza social, por supuesto de su amabilidad, pero sobre todo de su sonrisa y de su sinceridad. Lo echaba terriblemente de menos.
Toño
Hola, preciosa. Por ahí. Con los chicos.
¿De juerga? Qué envidia.
Como de nuevo no me contestó en seguida supuse que no podía hablar. Así que me despedí un poco decepcionada.
Te quiero, diviértete, mañana te escribo.
Su primer mensaje me había llegado casi media hora después de enviarle el mío. Al principio me extrañó la tardanza y su respuesta. No solía salir y menos entre semana y siempre estaba pendiente del móvil. Se tomaba los estudios demasiado en serio. Pero me dije que debía de sentirse solo y que al menos uno de los dos se divirtiese tampoco era tan malo. Después de esperar durante diez minutos a que tuviera la decencia de despedirse, me llegó un mensaje de voz de tres segundos de duración y me extrañó aún más. Al oírlo me di cuenta que me lo había enviado sin querer. Solo se oían voces de chicos de juerga un par de risas femeninas y un «quita, suéltalo, que me metes en un...» dicho por Toño. Y luego nada más. Al momento me llegó otro mensaje.
Toño
Yo también, un biquiño.
¿Yo también? ¿Un biquiño? ¿Un besito? ¿En serio? Desde luego por el mensaje de voz estaba en alguna fiesta, y lo de «yo también» era para matarlo, no solía beber más de una o dos cervezas, pero esa respuesta que no me sonaba a suya, puede que fuera porque estuviera borracho. Lo cierto es que no tenía derecho a prohibirle que saliera por ahí. Pero una sensación muy rara se instaló en mi pecho y decidí charlar un rato con las chicas, no iba a irme a la cama con una preocupación más.
Empecé a escribir un mensaje: ¿hay alguien por ahí a estas horas?
Álex me respondió al momento
Me quedé un poco bloqueada cuando me preguntó por él. Creo que tardé en reaccionar unos minutos. La verdad es que sí que lo estaba. Muy bueno, en realidad. Si no fuera tan gilipollas, chulo, viejo, bajito... podría encontrar mil calificativos horribles y aún me parecería que estaba bueno.
Estas dos siempre estaban igual yo sabía que con ellas en el término medio estaba la virtud, ni la una ni la otra. Que Lúa estaba más pillada por Alberto de lo que ella decía lo tenía claro, pero de que fuera a terminar saliendo en serio con él, tampoco me lo tragaba. El tiempo lo diría.
Después de charlar un rato con las chicas me quedé mucho más tranquila y casi cuando estaba cogiendo el sueño oí la puerta cerrarse y ni se me pasó por la cabeza que eso significara que Raúl estaba en casa, solo pensé en que el enano mandón por fin se habría largado.
Aquí van dos capítulos más. Espero que os guste. Y os olvidéis de seguirme y votar si os ha gustado !gracias! 😘
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