Inicio -2
Inicio -2
Los inicios pueden ser confusos.
Y cuando él decidía relajarse y mostrar todas sus facetas, simplemente enloquecía mi brújula interior.
Llueve. Tranquilo y constante. Un día gris, oscuro y algo fresco, no voy a negarlo. Ideal para sentarse al lado de la ventana, adentro, calentito, tomando un café y contando una historia, ¿no?
No me he olvidado de lo que les prometí. Por eso, así que aquí estamos.
¿Empezamos? Sí...empecemos...
....
Este inicio se dio en una noche como el día de hoy, lluviosa. Que cliché, ¿no? Pero no era la lluvia, ni la hora, ni que estábamos juntos y solos. Era normal que eso sucediera. Bueno, la lluvia no, no llueve todo el tiempo. Pero las noches trabajando juntos, sí.
Excepto cuando había un akuma, claro.
No fue todo ese ambiente...fue otra cosa la que nos llevó a un límite que jamás experimenté con él. Ni el conmigo, claro, por obvias razones.
Fue algo que dije y lo que él hizo después de que lo dije. Pero yo lo dije por algo que él hizo antes, y una cosa llevó a la otra y nadie quiso dar el brazo a torcer.
En fin, fue una suma de pequeñas cosas, pequeños detalles.
Y el diablo está en los detalles, ¿no? Así dicen.
Bueno, malditos y benditos detalles.
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—No, esto no está bien. Definitivamente no.—
No podía ocultar el disgusto que me causaba no encontrarle la vuelta de rosca exacta a ese bendito saco en el que había estado trabajando por más de una semana.
Se veía grandiosa en los bocetos, espectacular en la pantalla, prometedor en los moldes y, ahora, sobre el cuerpo del modelo, lucía espantoso. Bueno, espantoso así como un terrible adefesio de la creación no, estaba lejos de eso.
Pero los detalles, malditos detalles, no me terminaban de cerrar y si no lograba dar con el punto exacto en que corrigiera esas imperfecciones, entraría en esa categoría, definitivamente.
Era todo o nada, una existencia totalmente binaria.
—¿Ya puedo moverme?—
Dejó escapar entre dientes, intentando utilizar la menor cantidad de músculos posibles para articular esa simple frase.
—¡Chito!— Levanté un dedo acusadoramente, silenciándolo y abatiendo cualquier posible intención de cambiar de posición.
¡Ni respirar podía! No iba a permitírselo por nada. Hasta que lo viera ponerse azul, claro, ahí le daría licencia para hacerlo.
Adrien rodó los ojos y se llamó al silencio, no quería iniciar una nueva pelea en ese momento y si tan solo intentara hacer una acotación, sabía que iba a desatarse un verdadero holocausto. Mi rostro y todas sus micros y macros expresiones se lo advertían, tonto aquel que no entendía.
Ya era entrada la noche y estábamos cansados. Él estaba cansado no sé de qué, si simplemente tenía que vestir lo que le indicaba y pararse de la forma que ya sabía y solo quedarse ahí quieto para que hiciera mi magia.
Por qué esa noche, él era mi modelo. Tenía que terminar ese traje para la colección otoño-invierno de la nueva línea de Agreste ese mismo día, costara lo que costara. Era un pedido directo de Gabriel y contaba como mi debut en la gran pasarela. ¡Yey!
Y debía utilizar como modelo a su hijo, quien fuera su inspiración, su musa original. Otro pedido directo, expreso y claro.
No había problema en la combinación, él era un modelo profesional acostumbrado a esta clase de trabajos, sabía todo lo que debía hacerse y lo que no. Tendría que lograr que mi labor fuera más sencilla, ¿no?
Pero no.
Me estaba fastidiando con sus constantes interrupciones y acotaciones. Y esa mirada con la que me observaba todo el tiempo. ¿Qué me veía tanto? ¿A caso nunca tuvo al frente un artista en pleno proceso de creación? Me ponía nerviosa. Más de lo que ya estaba con esta colección y con todo lo que me estaba sucediendo con Chat.
¡Chat y la reputisima...! Respira mujer. Vamos, inhala, exhala...
Ese maldito, y sexi, y estúpido gato tonto, que insistía en que no pasaba nada después de que lo besara, pero me volvía loca todo el tiempo, y me daba señales contradictorias, y yo no me animaba a confesarme y... ¡dios!
Sí, estaba sensible, y enojada, y su beso todavía presente en mí. ¿Alguien puede creer que todavía lo sentía? Y esa era la peor parte.
Exhalé ruidosamente para expulsar junto al aire todos esos pensamientos. Estaba ante algo mucho más importante: el retoque de la colección masculina de otoño-invierno de Gabriel Agreste. Y mi debut como diseñadora para la firma.
¡MI debut!
Métetelo en la cabeza, nena.
Eso era mucho y definitiva y determinantemente más transcendental en mi vida que un gato idiota y sus besos. Sí, así era.
Y Adrien que no paraba de examinarme con esa mirada tan de...de...¡no sé!, pero me sentía vulnerable ante sus ojos, ante la forma que me recorría, ante él.
—¿Qué tanto me miras?— Instigué sin disimular mi fastidio ni levantar la vista de la pinza que estaba retocando. Necesitaba que cortara de inmediato todo lo que estaba haciendo.
—Um...Nada. ¿Qué, ahora ni mirar puedo?—
—¡Quédate quieto! Y no, no puedes. — Corté el hilo que quedaba colgando — Ahora gira. Bien... gira de nuevo.—
Y ahí estaba, otra vez, ¡otro maldito detalle del demoño! Bufé y tomé un par de alfileres para corregir el borde del bolsillo frontal a la altura del pecho. Le abotoné el saco sobre el estómago y me alejé.
— A ver, baja los brazos.— Escruté cada detalle — Haz medio giro. A ver...sip, listo ...Ahora miráme. — Obedecía al pie de la letra cada pedido mío. — ¡Pero no me mires así!—
—¡¿Pero si me pediste que te mirara?! — Y me sonrió conteniendo una carcajada.
Evidentemente le desconcertaba mis modos esa noche. Normalmente no era de comportarme así, tan irritable, y menos frente a él. Sinceramente, frente a nadie, siempre fui bastante reservada con mis frustraciones.
Y, si bien no le afectaba en absoluto mi mal humor, hacía lo posible para mantener su postura profesional, obedeciendo a mis pedidos como si le temiera a la reprimenda.
¡Sí, claro!
Se estaba divirtiendo, a costa mía obviamente. Todas las risotadas que contenía tras esas sonrisas, lo delataban. Y lo peor, lo motivaban a ir por más, como si el sólo hecho de fastidiarme le provocara alguna clase de placer retorcido. No se esforzaba en absoluto en ocultarlo.
Tú también, idiota.
—Ya. Quieres molestarme...—
—No...— Reía lo más suave que podía para mantenerse quieto, apretando los labios al hundirlos en su boca, pero le era imposible contenerlo ya — Dime, en serio, quiero saber.— Otra risita burlona por lo bajo. Carraspeó para acomodar su semblante y dejarlo serio.— ¿Qué te hago?—
—Me pones nerviosa. ¡Eso haces!— Y me acerqué para desabrocharle el botón que instantes antes había ceñido.
—Ahora mete las manos en los bolsillos...Y...¡perfecto! Está listo.— Colgué el centímetro pasándomelo sobre el cuello.
Adrien se relajó dejando escapar abiertamente una carcajada e intentó bajar de la tarima de medición.
-¡No! No, no, no, no... ¿¡Qué haces!? ¡No hemos terminado! —
Rodó los ojos y volvió a su lugar obedeciendo de mala gana la nueva orden.
—Quítate el saco, hay que ver la camisa ahora.— Estiré mi mano esperando recibir la prenda — Pero...¡Despacio! ¡Que está hilvanado! Hombre ¡Actúas como si no supieras de esto!— Reproché alzando la voz, sin disimular el fastidio que me daba.
—¡Mierda! Te pones odiosa cuando no cenas, ¿eh?— Me extendió la prenda con suavidad.
— Y cuando te miro.— Y me sonrió de una forma sensual, tan provocativa, guiñándome el ojos en el momento que mi mano rosó la suya.
El maldito sabía cómo utilizar todo lo que la naturaleza le había dado.
—Cortala.—
Y para complicarme aún más la noche, había un pequeñísimo detalle en el que en ese instante, mientras Adrien me molestaba, me instigaba y me hacía sentir esas cosas que no quería explicar, se me había pasado por alto. Y que cuando cayera en la cuenta (en aproximadamente tres segundos) ya sería demasiado tarde.
En el momento en que giré y lo aprecié sacudiendo los brazos para acomodar la tela y permitir mi evaluación, tuve que contener la respiración para que no se me notara la sorpresa que me había causado. ¿Sorpresa? Eso no era sorpresa...eso era... calentura.
Oh, criaturita de dios...
¿En serio? ¿De verdad me estaba pasando eso? Y lo peor era que había sido por demás evidente mi reacción tirando al traste mi estúpido esfuerzo. Así de transparente era y, sumado a un Adrien que estaba particularmente atento a todos mis movimientos y reacciones esa noche, era un combo peligroso para mí. El maldito aprovecharía eso, sabía que lo haría.
¿Qué, qué pasó? El color.
Sí, el color de la tela que había elegido para la camisa. El saco estaba en los mismos tonos, pero era el saco. En cambio la camisa... esa prenda del demonio iba sobre la piel, y había elegido el negro, y una fibra elastizada que se adhería al cuerpo, y las ropas negras sobre Adrien eran el disparador que mi mente encontraba para llamarlo a Chat.
Toda mi imaginación los unía cuando vestía ese color y se convertían inmediatamente en un incentivo a mis hormonas que me resultaba casi imposible controlar.
Comenzó a sonreírme cuando apreció la expresión de mi rostro, pasándose las manos por el abdomen en un bien intencionado y casual movimiento de "acomodar" la camisa metiéndola bien dentro del pantalón para que su anatomía quedara en evidencia, aún más de lo que ya estaba. Luego, deslizando un brazo detrás de la espalda para inclinarse levemente hacia mí, contrajo toda la musculatura del pecho, que ahora se resaltaba muy, demasiado bien, para mi conveniencia y mis hormonas.
—¿Qué pasa Marinette? ¿Te gusta lo que ves? —
Y se pasó un pulgar sobre los labios sellando esa frase, tan bien articulada con sus tonos más graves, mientras comenzaba a sonreír con una malicia tan sabrosa que me hacía babear.
Tenía todos sus movimientos calculados. Definitivamente. Sabía lo que hacía, nada, absolutamente nada, había sido casual. Ni siquiera la forma en la que posó sus ojos en mí tras su despliegue de seducción.
Mierda.
Me atravesó. Me congeló. ¿Me congeló? Estaba que me derretía por dentro. Y ni hablar por fuera... Inhala, exhala. Y otra vez. ¿Acaso...? ¿Acababa de hablar como... Chat?
Estaba loca. Demente. ¡Me volvía loca! Idiota. Él y ese gato estúpido.
Momento. ¿Acaso...? ¿Me estaba coqueteando?
Inhalé una gran bocanada de aire para acomodar mis pensamientos y todos esos musculitos faciales que se negaban a cooperar con la razón.
—Obvio. — Carraspeé pestañeando rápido. Me esforcé para responder de inmediato y casual. —La camisa tiene una excelente confección. Es MI diseño. —
Dedicándole una sonrisa airosa pero no sin disgusto, tomé una aguja hilvanada con hilo blanco para hacer los ajustes.
Con un ademán de mano y una actitud totalmente superada, le indiqué que volteara para corregir un pequeño defecto que noté en la espalda alta, logrando distenderme apenas cuando su rostro salió de mi campo visual.
¡Pero que espaldas que tienes hombre! ¿De qué te alimentas...? ¡Ahg! ¡Marinette! Piensa en otra cosa. ¡Ya!
—Listo. Ya puedes desvestirte. —
Y giré para tomar anotaciones de todo lo que había detectado, y un par de ideas que se me acababan de ocurrir.
Obligándome a concentrarme de inmediato en mi libreta y mis notas, lo oía moverse tras de mí mientras se quitaba las prendas, complicándome la tarea de alejar de mi cuerpo, de mi piel, todas esas sensaciones que prometían con arruinar mi compostura.
Lo lograría, eventualmente. Si tan sólo me enfocara en disfrutar de una labor terminada e impecablemente llevada a cabo. Sí, eso, el traje, mis ideas, el desfile. Podía cumplir con el señor Agreste y eso debía ser todo lo que esa noche necesitara.
Suspiré relajándome. Ahora sí que me sentía cansada. Hasta que lo oí reír por lo bajo, una risita grave, burlona y que se escondía sin esconderse. Todo mi cuerpo reaccionó tensándose.
—Ya son las once. Te invito a una cena improvisada... si quieres.— Depositó la camisa a mi derecha, sobre la mesa de trabajo.
—Dale. — Atiné a responder sin moverme, simulando que seguía absorta en mis notas. —Aunque después...—
—Te alcanzo a tu casa. Despreocúpate. — Interrumpió, tomándose una pequeña pausa antes de volver a hablar. Claro, hablar para molestarme. — A menos que quieras pasar aquí esta noche. Podemos compartir la cama de la habitación de huéspedes, si quieres. Yo encantado.—
Levanté de inmediato la vista tras esa frase. Él se perdía detrás de la puerta del estudio en rumbo a la cocina. Alcancé a apreciar que aún no vestía la remera y que se alejaba riendo.
Definitivamente esa noche estaba decidido a fastidiarme, pero no entendía la razón. Y tampoco entendía porque ese comportamiento se me hacía tan ajeno en él y a la vez tan familiar, quedándole odiosamente bien.
Y me enojaba, me incomodaba, y me encantaba y me... ¿calentaba?
Estás loca mujer.
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—Tenías razón, es hermoso aquí.—
Nos habíamos acomodado al lado del amplio ventanal de su ex dormitorio devenido en estudio. La ventana llegaba hasta el suelo, lo que ofrecía una vista prácticamente panorámica de la ciudad. Y era completamente hermosa.
Adrien había extendido una manta gruesa en el suelo y una serie de almohadones sobre los que nos habíamos acomodado. En medio estaba la bandeja con trozos de fruta, frutos secos, aceitunas, rebanadas de queso y pan, acompañado de dos buenas copas de vino tinto y servilletas de tela, para limpiarnos los dedos.
Lo que encontrara en la cocina, tal como había definido la improvisada cena, no estaba mal, parecía una típica mesa de un banquete árabe. Nos faltaba vestir túnicas y estábamos en ambiente.
Me gustaba lo que había generado en ese espontáneo despliegue.
Afuera llovía, tranquilo pero parejo, y las gotas de lluvia golpeaban el vidrio generando una serie de sonidos que en mí obraban de maravilla.
—Siempre que llovía hacía esto. — Me sonrió.— Es una de las pocas cosas que extraño de la mansión.—
—Te entiendo. Ahora yo también voy a extrañarlo cuando mudemos la oficina de aquí. — Y cerré mis ojos disfrutando del momento y de los sonidos.
— ¿Estás más tranquila?—
—Sí, definitivamente. — Una sonrisa de relajación se dibujó en mis labios. — Discúlpame por toda esa escena recién. Esta colección me tiene un tanto presionada y tú no me ayudabas para nada con eso que hacías. —
— ¿Qué te hacía?— Comenzó a reír por lo bajo nuevamente, elevando levemente los hombros, mientras cubría parte de su boca con el puño.
—Vamos. Sabes lo que hacías. No eres más ese niñito ingenuo — Y lo miré acusadoramente, frunciendo el ceño y señalándole todo el rostro.
—¿Por qué te miraba? ¿Era eso? — Ahora ya reía sin disimulo —¿A eso te refieres?—
Asentí, simulando ofensa.
— Ay...Marinette...— Ahora su risa se había convertido en una carcajada, una que le quedaba incómodamente bien. — Eres...— Intentaba hablar, sin lograrlo.
Me limitaba a mirarlo sonriendo, intentando reírme también, pero no lo lograba. No me causaba tanta gracia como a él. Sinceramente, acababa de ponerme nerviosa otra bendita vez.
—Es que, no sé... cómo explicarlo...— Carraspeó aclarando su garganta y tranquilizando su semblante. —Yo...es algo...espera...— Inhaló una gran bocanada de aire para terminar de calmarse.
— Cuando te concentras mientras trabajas, sucede algo que... tu rostro se transforma... tus ojos tienen otro brillo que no sé...— Suspiró.— Es algo en ti que... que me fascina. —
Giró hacia mí tras esas palabras, y comenzó a contemplarme con dulzura y admiración, brindándose una pausa antes de seguir. Porque sí, había más de dónde venían esas primeras palabras.
—Tu boca se hace pequeñita al frente y... — Posó sus ojos en mis labios y se sintió como si los hubiera tocado, un escalofrío me recorrió la espalda. — No sé cómo decirlo para que no se malinterprete, pero... luces tan...—
Sonrió. Y yo me estremecí. Se detuvo todo en mí. ¿Qué demonios estaba haciendo? Y parecía no querer detenerse.
— Tan linda...se nota que lo disfrutas mucho. A mí me... me gusta verte trabajar. — Pasó saliva sin disimularlo ¿Estaba nervioso? — ¿Qué hay de malo en eso?—
No había nada de malo. Y si algo podía considerarse imprudente, era lo que causaba en mí por toda la historia que yo, solamente yo, tenía con él.
En ese momento caí en la cuenta de lo que Alya intentara advertirme cuando se enteró de que trabajaríamos juntos. A esto se refería. A que Adrien no era simplemente un tipo lindo que estaba para comérselo una y otra vez hasta empacharse. No, era más. Detrás de eso había una persona profunda, inteligente, resilente, con la sabiduría que te brindaba el dolor. Y eso, sumado a lo que alguna vez sentí por él, eso era un combo explosivo.
Claro, sólo para mí.
Por suerte, estaba enamorada de Chat. No tenía de qué preocuparme, ¿no? Pero aun así debí desviar mi mirada de él, me estaba matando.
—Nada. No haces nada malo. — Y le sonreí dejando escapar un suspiro disimulado, a ver si ahí también me despabilaba — Pero te pido que no lo hagas más.—
—Pero ¿por qué? ¿Qué...?—
—Adrien... en serio, entérate. — Lo interrumpí — No eres cualquier chico que anda por ahí. Eres de los que ponen nerviosas a las chicas.—
La verdad, creo que entendía lo que decía pero no me estaba comprendiendo completamente. Aunque en ese instante, como si fuera un reflejo de una doble personalidad, adoptó una postura relajando su cuerpo inclinándolo hacia mí, y esbozó una sonrisa de lado que, si no pestañeaba, podía jurar que a mí izquierda, entre medio de esos almohadones, estaba Chat.
Y eso, para mí completa desgracia, conseguía encender ese bendito combo en el que me había metido.
—En mi defensa, no tengo la culpa de ser tan irresistiblemente apuesto.— Y terminó de acercarse intentando apoyar sus labios en mi hombro, mirándome con las cejas elevadas desde esa posición.
Y me congelé. Juro que estaba esperando que tratara de besarme.
—¿En serio?— Rodé lo ojos sonriendo y lo empujé por la frente con un dedo, alejándolo de mí. — Y seguro que no lo aprovechas, seguro que no utilizas ninguno de tus recursos... Claaaaro, sigues siendo el quinceañero ingenuo que no entiende un comino a las chicas. —
Se echó a reír por lo bajo, una carcajada suave, grave. Mierda.
—¿Y de qué te preocupas? Nunca tuve ese efecto en ti. —Completó pasándose el pulgar por los labios.
Hijo de puta.
Sabía muy bien lo que hacía. Me lo estaba haciendo a propósito. ¿Qué quería lograr? ¿Molestarme otra vez?
Lo observé una vez más por un segundo. Él tenía su mirada posada en mí, en mis ojos, con esa sonrisa seductora que en toda la puñetera noche decidiera llevarla en sus labios. Sus ojos tenían un brillo, una oscuridad que si fuera una niñata virgen no entendía por qué carajos me provocaban más que todas sus artimañas.
¿Estaba tan excitado como yo? A caso todo esto era porque ¿me estaba seduciendo?
¡Nha! Eran mis ideas, mis ideas totalmente influenciadas por Chat y mis hormonas.
Idiota.
—No sabes nada, Adrien— Y giré mi rostro poniendo los ojos en blanco, restándole importancia a toda su nueva estocada de seducción.
—Acaso ¿me perdí de algo? —
—Sí, te perdiste de "algo". — Respondí con burla. Acababa de enojarme. —Para ser todo un Don Juan seduciendo a quien se te cruce, se te escapa bastante, nenote.—
Me miró entrecerrando los ojos, desconcertado, buscando en mí alguna señal que le diera acceso a aquello que le reclamaba. Por fin había asestado un golpe que derrumbara todo su acting de casanovas. Y allí, me permití sonreír disfrutando de esa pequeña victoria, mientras bebía un sorbo de vino que, de por cierto, estaba espectacular, sabía a esos vinos bien añejados.
Por primera vez en la noche acababa de ser yo quien lo desconcertara.
¡Si! ¡Bien por mí!
Inclinó su cabeza de lado y su mirada se perdió en mí, aunque no me estuviera viendo. Fue más allá, estaba hurgando en sus recuerdos buscando una pista, un detalle, algo que lo iluminara.
Abrió grandes los ojos de repente.
Lo había encontrado.
— ¿Acaso tu...? No me digas que... – Me sonreía sin cambiar su expresión de sorpresa. Lucía adorable.
—No te digo ¿que...?—
—No, ¡no puede ser! No se me puede haber escapado...— Sacudía su cabeza negando y sonriendo.
—Por lo que veo sí. — Una risita burlona comenzó a brotar de entre mis labios. Tuve que dejar la copa en la bandeja sino quería mancharme.
Pero no estaba divertida, reía de nervios. Bueno sí, un poco lo disfrutaba.
— ¿Tú de mí? – Me señalaba y se señalaba repetidas veces.
Eché a reír sin disimulo en ese momento, asintiendo cada vez que su dedo índice me señalaba.
— ¡No te lo puedo creer! — Carraspeó — ¿En serio? ¿Me lo dices de verdad? — Asentí sin dejar de reír. — Nha...no te lo creo. Me estás jodiendo...— Y me miró de lado sonriendo con incredulidad.
—¡En serio, estúpido! — Le empujé nuevamente por el hombro mientras una carcajada sincera brotaba por mis labios.
Estaba tan lindo con esa expresión, que me entraban ganas de tomarlo por los cachetes apretándoselos hasta dejarlos colorados y después... ¡Basta!
— ¿Cuando? ¿Ahora? ¿Ahora mismo?— Señaló la alfombra mientras elevaba las cejas.
Negué y suspiré tranquilizándome. Respiré profundo unas cuantas veces hasta que las risas se calmaron.
— No — Exhalé nuevamente — Quédate tranquilo. Fue en toda la enteeeeraaaaa preparatoria. — Relajé mis hombros — ¿Recuerdas el día en que me diste tu paraguas a la salida de la escuela? ¿El día del chicle... te acuerdas?—
Él asintió.
— Bueno, ahí me flechaste. — Me tomé el rostro con ambas manos. — Me tenías loca.—
Sentía mis mejillas arder. Al fin y al cabo, unos cuantos años tarde y después de que cada uno hiciera su vida por diferentes caminos, me le había confesado.
—No te lo puedo creer ¿de verdad? — Entrecerró los ojos escrutando mi rostro, aún dudaba — ¿Pero si siempre actuabas raro conmigo? Hablabas como si no quisieras hablarme y yo pensé que... oh... – Lo había entendido.
—Sí, "oh". —
Y reímos los dos.
—Recuerdo ese día. — Me miró con dulzura — Estabas tan hermosa, toda ruborizada cuando el paraguas cerrado sobre ti — Su mirada se profundizó en mis ojos tras esas palabras, encadenándose a la mía, deteniendo el tiempo. — Como lo estás ahora.—
¡No podía decirme eso! Suspiré haciéndome la otra, la que no lo había oído, y me hice viento sobre la cara con ambas manos.
—¡Dios! Mierda... Estoy toda roja ¿no? — Asintió sonriéndome — Ay, dios...no es fácil confesarle a mi jefe que fue mi primer amor.— Y mi rostro se encendió hasta las raíces de los cabellos en ese momento.
¿Por qué lo dije? No lo sé ni lo sabré.
Creo que quería soltar todo de una vez así después tenía argumentos para recriminarle cada vez que quisiera jugar sus jueguitos conmigo y me desconcentrara de mis labores. Eso de no tener secretos entre ambos, esa noche, parecía que era la mejor idea.
—¿De verdad? — Su voz se suavizó. Bajó la mirada por unos segundos, mientras jugaba con sus dedos. —No me di cuenta. Que mal... Perdona...—
—No pasa nada. Éramos unos críos en ese entonces. — Suspiré — Sólo que, bueno, estamos compartiendo muchas cosas juntos ahora. Te siento cerca de mí más que... ¡más que nunca! — Levanté las manos para luego golpearme los muslos — Y... y bueno, me parecía que debías saberlo. Sería mejor para los dos ¿no? Cada vez que me vieras comportarme...raro, digo, o nerviosa, sabrás que... Sabrás la razón. Así no arruinamos esta nueva...relación. —
—Sí... ahora entiendo muchas cosas.—
Clavó sus ojos en los míos, sus increíbles, profundos y dulces ojos verdes. Con una mirada de absoluta compresión, como si cada pieza que siempre quedara boyando encajara perfectamente en su lugar, recorría mi rostro. Se sentía como una caricia, como un bálsamo.
Y en ese momento sentí como si se generara entre nosotros una nueva conexión, de esas que se enlazan para toda la vida y que sobreviven a cualquier tempestad. Se sintió íntimo, se sintió abrazador. Se sintió propio.
— ¿Por qué nunca me lo dijiste? Digo, en la secundaria...¿Por qué no?—
Encogí los hombros.
—No lo sé. ¿Miedo? — Bajé la mirada por unos segundos. — Tú no te enterabas, yo estaba aterrada. Éramos muy diferentes, de mundos totalmente opuestos. ¿Y si no te gustaba? Hubiera quedado tan avergon...—
—Es que me gustabas. — Interrumpió.
Alcé la vista clavándome en él.
Ahora la atónita era yo.
Y el silencio nos envolvió. Nadie aportó nada más. Fueron unos segundos en los que nos abstuvimos de palabras, de sonidos. Sólo sus ojos en los mío, y mi mirada titubeante en los suyos. Unos simples segundos que parecieron inmensos, cargados de la tensión que precedía a las acciones impulsivas.
Respira chica. ¡Y espabila!
—Creo...creo que fue mejor así. —Deshice el contacto. — Digo, no hubiéramos compatibilizado.—
—Compatibilizamos ahora. —
¡Mierda! ¿Es que no iba a rendirse?
—Bueno, sí. Pero...—
—Llego tarde, ¿no?— Completó mi frase, aunque eso no era lo que iba a decirle.
Me sonrió. Pero no era una sonrisa divertida como las de instantes atrás, más se me antojaba que era de aceptación, con algo de decepción.
Inhalé una gran bocanada de aire.
—Creo que ambos llegamos tarde, Adrien. Las cosas se dan de la forma que deben darse y en el momento que debe ser. Quizás estábamos destinados a esto...— Nos señalé — A querernos así.—
Una ruidosa sonrisa se escapó de entre sus labios.
—Sí, tal vez sí... Quizás sea como dices. Tal vez podamos sólo "querernos" así.— Alzó la vista posándola en mí de forma provocadora, pesada.
Quemaba.
—Así que... no debería molestarte que te mire mientras trabajas, ¿no? Total nos "queremos así". — Hizo conejitos con los dedos, enmarcando su última frase.
Y ahí estaba el Adrien-Chat Noir otra vez, provocando de nuevo. Unos instantes de dulzura y ya venía detrás la picardía refrescante del helado de menta que siempre André le atribuyera como tan característico de él, cortando la tensión del momento pero siempre elevando las apuestas.
Esta vez, no caigo gatito. Pero ¡qué digo! Estos rubios van a volverme loca.
Tomé el almohadón más cercano a mi derecha y se lo estampé en la cara. Necesitaba sacarlo de mi vista y cortar esa atmósfera tensa, ¿sexualmente? tensa e insoportable para mí. Debía detener todo antes de que...¡nada! Sólo...detenerlo.
—¡Idiota!— Y eché a reír al oírlo bufar por el golpe.
Cuando logró retirárselo, arremetí con las nueces y las uvas, una tras otra. Él gritó y saltó sobre mí tomándome de las manos para detenerme.
Y así quedamos jugando, arrojándonos cosas y riendo por un rato. Un inocente juego que derivó de una inocente confesión.
Sí, seguro.
Definitivamente no pude anticipar las consecuencias que esas puras palabras traerían, ni en lo que habían originado en Adrien.
En mí se sintieron cálidas, dulces, liberadoras, en él... sólo puedo hablar por lo que vi en sus ojos cuando quedó sobre mí ya cansados de forcejear y de reír y de arrojarnos cosas, y fue una mezcla de ternura, esperanza y deseo.
Sí, vi deseo, uno profundo.
Pero me hice la tonta y lo dejé pasar, atribuyéndoselo a la noche, al vino, la lluvia y a su constante necesidad de seducir, porque sí, el chico había dejado de ser el inocente adolescente del que me había enamorado alguna vez. Se había vuelto algo más... como decirlo, peligroso.
Corté su mirada al chantarle la mano en la cara. Otra vez necesitaba desesperadamente cortar lo que fuera que estaba comenzando a crearse entre nosotros. Porque no temía de él o de lo que fuera a hacer. No, en absoluto. Temía de lo que pudiera suceder en mí si aceptaba eso.
Y no quería olvidarme de que, ahora, estaba enamorada de Chat Noir.
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Aún me siento toda emocionada cuando recuerdo esa noche. Pero todavía no termina, el inicio recién está comenzando. Sólo deben tener paciencia, porque hay más.
¡Oh sí!
Mucho más.
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