Capítulo 10
La ama de llaves
La luz que entraba por la ventana estaba molestando su hermoso sueño - Ya no me parece tan agradable esa ventana- murmuró colocándose la almohada en su cara, y después de unos minutos insultando al sol, se paró de la cama encaminándose hacia el baño, donde comenzó a llenar la bañera con esencias de fresas y arándonos.
Después de veinte minutos disfrutando de la sensación del agua salió envuelta en la toalla buscando su ropa interior, para después colocarse una falta tuvo tres dedos arriba de la rodilla y una blusa a juego para ir a la oficina. Saliendo de la habitación se encontró con una mujer morena que podía rondar los cuarentas que la miraba con seriedad mientras hacía mala cara. -Señora D'Monte el desayuno está servido y el señor la está esperando - dijo la mujer y luego se retiró desapareciendo por el pasillo.
Al llegar al comedor Pablo D'Monte estaba sentado en la silla dando la espalda a la puerta leyendo un periódico, así que se acercó sentándose en la otra orilla lo más lejos posible de ese imbécil iniciando con su rutina mañanera y su café. -Unos buenos días no estaría mal para iniciar- dijo ese insoportable hombre bajando el periódico y mirándola con reproche. - ¿Acaso no te enseñaron modales? - preguntó el pelinegro y ella alzo una ceja mirándolo retadoramente, no estaba dispuesta a ceder.
-¿A dónde crees que vas? - preguntó Pablo al percatarse que estaba vestida para la oficina. - A trabajar- contestó ella mordiendo la tostada que estaba en su plato, pero una risa la hizo levantar la mirada hacia su acompañante. -De ninguna manera- dijo con burla ese maldito pelinegro. -No necesitas ir a trabajar - comentó tomando de su café negro amargo, y la rubia lo miraba enojada, deseando que se ahogara con el café. -No puedes hacerme eso- dijo la rubia entre dientes levantándose abruptamente mientras sus manos se colocaron en la mesa. -Regla número cuatro: No saldrás sin mi autorización - dijo Pablo mirándola severamente por su berrinche. -Puedes meterte tus reglas, por donde más te duela infeliz - explotó la rubia mirándolo con odio caminando hacia la salida del comedor, había arruinado su apetito. -Vuelve inmediatamente ¿A dónde crees que vas? - dijo molesto el pelinegro mirando a la caprichosa rubia que hizo caso omiso a su mandato y desaparecía de su vista.
Estaba furiosa, demasiado furiosa, entro a la biblioteca sintiendo su sangre hervir, así que necesitaba amortiguar esa rabia que sentía con algo que le gustaba hacer y eso sería la lectura, después de todo no iba a ningún lado. Dejándose llevar por la lectura el tiempo pasó volando y el reloj de la pared marcaban las diez de la mañana, se encaminó por el pent-house y una puerta negra llamó su atención. -¿Qué ocultas imbécil? - exclamó en voz baja acercándose a la puerta del despacho, la cueva donde había notado que Pablo pasaba por horas. Sus manos viajaron hasta el picaporte abriendo la puerta, pero una voz la hizo pegar un respingo, se sentía como una adolescente descubierta por su maestra tratando de escapar. -Señora D'Monte ¿Necesita algo? - dándose la vuelta se encontró con la misma mujer del pasillo que la miraba con neutralidad. -Sí, puedes llamarme solamente Sarah- pidió amablemente a la mujer, mientras sus manos cerraban la puerta del despacho. -El señor D'Monte no me ha dado esa orden- dijo la mujer y ella rio sin gracia. -Bueno, yo le estoy dando permiso de tutearme, si quiere puede ser una orden- comentó Sarah encaminándose lejos de la puerta del despacho seguida por la ama de llaves. -Yo no recibo ordenes de usted Señora D'Monte- dijo la altanera mujer y Sarah apretó la mandíbula. -Cuando el señor D'Monte me permita dirigirme a usted por su nombre, en ese momento lo haré- añadió la maldita lame botas para retirarse hacia la cocina, definitivamente no podía confiar en esa mujer, estaba segura que Pablo la había contratado para vigilarla mientras no estuviera.
Bueno creo que Pablo ha tomado medidas contra Sarah, al parecer ha empezado a conocerla y no confía en ella.
Les quiere Yarlin💜
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