Capítulo 6 • Secretos de Estado (I)

Primera realidad · Año 2060 · 5 de Enero · Inglaterra ·

Y como el paso del tiempo es inevitable, la Navidad acabó llegando un año más.

Ese conjunto de días envuelto en dulces y regalos, en ilusión, magia y sorpresa, en recuerdos tristes y felices, y cuyo nombre "Nativitas", hace referencia al supuesto nacimiento de Cristo, por quien todavía regimos nuestro calendario festivo, pero a quien hace tiempo dejé de acudir.

La festividad navideña en la que se nos recuerda lo afortunados que somos por tener a personas a nuestro lado, y en la que se nos da la oportunidad de celebrar junto a ellos ese amor compartido que nos hace tan humanos, pero que yo hace tiempo dejé de poder disfrutar. Esa época también, en donde todo cobra brillo y una luminosidad especial, las noches son más largas y en cierto modo, la luz vence a la oscuridad.

De hecho, en Carisbrooke, desde hacía unas semanas, la nieve había ocultado gran parte del suelo y se encontraba cubriendo las techumbres de las casetas, el establo y el molino, reposando también sobre las copas de los pinos y las coníferas que bordeaban el castillo, aportándole así una calma y un silencio sepulcral que convertían la atmósfera del mismo en una belleza serena de gran quietud y tranquilidad.

Asimismo, el hielo había inhabilitado el pozo y parte del lago que se ceñía junto a la montaña próxima al castillo, dibujando un paisaje nevado por el que la naturaleza parecía querer competir con el más grande artista del impresionismo, en lo que aparentaba ser una imitación de su óleo conocido como el "Deshielo en Vetheuil".

De este modo, desde mi encierro, podía observar un magnífico óleo realizado sobre el terreno, envuelto en la misma fuerza que el pintor buscaba plasmar en sus cuadros, en una muestra física de la potencia atinente en el agua como símbolo de la fugacidad existente en el color y la luz de sus trazos tintineantes. Una fugacidad, en definitiva, inherente al paso del tiempo, que los impresionistas siempre trataron de captar.

Y así, tras varios meses de cuidados intensivos para asegurarse de que mantuviera una buena salud y el bebé creciera sano, llegó el día en el que podríamos saber la paternidad del niño.

Yo, por mi parte, al fin había recobrado la salud. Estaba en un peso normal y mi oscuro pelo caoba volvía a ser largo de nuevo, con su gran cantidad de mata, entrelazada con las pequeñas ramas que desde pequeña habían salido de mi cuero cabelludo.

Aaron, por su parte, había permanecido en el castillo todo este tiempo con la intención de cerciorarse de que todo marchaba según lo previsto. De hecho, hoy se encontraba especialmente enérgico y entusiasta.

Había estado toda la tarde decorando el exterior del castillo con guirnaldas y luces de colores junto a sus subordinados, inquieto como siempre, y deseoso de recibir a todos sus aliados, a quienes hacía tiempo había invitado a la "Cena del día de Reyes". Una cena que era un símbolo más de su poder y de su proximidad al "trono del mundo", con la que daría inicio al plan que desde hacía años mis compañeros y yo habíamos tratado de evitar.

Así pues, al poco de anochecer empezaron a llegar sus invitados.

Una vez estuvo la mayoría, Aaron envió a King a por mí y encomendó a los enfermeros que le acompañaran a preparar el laboratorio para hacer la prueba de paternidad.

- ¿Lista? -me preguntó Cormac con una cara de gran satisfacción y orgullo.

- Qué remedio, ¿no? -le contesté más amigable que nunca, mientras le miraba de reojo.

Al fin y al cabo, había sido Cormac quien se había encargado de que me recuperara, y durante todo el tiempo de embarazo no me había vuelto a poner la mano encima. Además, solía dejarme leer el periódico y algunas de sus novelas preferidas, de entre las cuales, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y Donde los árboles cantan de Laura Gallego eran de mis favoritas.

Quizá me cuidaba por cariño, o puede que fuera porque pensara que podría tratarse del padre de la criatura. Supongo que nunca lo sabré, pero parecía que al fin tenía algún aliado dentro de aquellos muros de piedra.

- Vas a estar preciosa, te lo aseguro -continuó hablando mientras me traía el vestido que Aaron quería que llevase en su gala de pantomima.

- No es mi intención convertirme en atracción decorativa de nadie, y mucho menos de Aaron -le contesté cortante, en un tono desafiante.

- No lo dudo, y desde luego, quien crea que debajo de este precioso vestido se encuentra una mujer débil e inocente, no sabe qué terrible error está cometiendo. Pero sabes que no tienes elección, y no por tener que contentarle debes sentirte menos hermosa, porque sencillamente lo eres -me respondió amable y calmadamente.

- Eres muy contradictorio -le dije, tratando de aceptar a aquél extraño individuo que parecía querer protegerme, pero disfrutaba sometiéndome, y que por suerte o por desgracia era mi único apoyo por el momento.

- Te dejo aquí un cubo con agua y jabón, tu ropa interior limpia y el vestido. En cuanto estés lista, avísame y paso a quitarte esas esposas, que nos esperan en el interior del castillo -concluyó seriamente mientras se recolocaba sus lentes.

El vestido seguía un estilo ball gown de princesa, formado por un tul blanco con flores de tonos beige, rosa y violeta, con un escote de hombros caídos, ceñido y provocativo, con el que más que querer vender mi genética, daba la impresión de que Aaron pretendía vender mi cuerpo a todos aquellos magnates y dirigentes del alto y el bajo mundo.

- Está bien Cormac, ya he terminado de vestirme -le alerté unos treinta minutos después de que hubiera dejado la habitación.

- Eres absurdamente hermosa. Ahora ya sólo queda que te haga un recogido con flores, tal como quería Aaron, y les dejarás a todos boquiabiertos -declaró mientras abría la puerta de mi prisión con varios instrumentos de peluquería.

- Te recuerdo que tengo treinta años, ya no soy una niña y no necesito que me digas estas tonterías para hacerme sentir mejor -le respondí ofendida.

- Perdóname si te ofendido. No pretendo infantilizarte en modo alguno, simplemente quería comunicarte lo feliz que estoy por ti y por lo bien que te queda esa ropa. Además de lo mucho que admiro tu belleza, como bien sabes -contestó bastante serio, y en cierta manera avergonzado.

- Está bien. Hazme ese peinado cuanto antes y vayamos a ese estúpido banquete. Al menos podré saber quién es el padre de Noah -le dije a mi celador mientras me esposaba las manos y soltaba las cadenas de mis tobillos para que pudiera sentarme en la silla frente al espejo que había traído expresamente para realizar el recogido.

- Con que Noah, ¿eh? -enunció con ternura, levantando una ceja, al tiempo en que se ponía a lavar mi largo cabello, dejándolo sedoso y listo para peinar, secar y decorar con esas tres o cuatro florecillas que traía e iban a juego con el vestido.

- Sí... Por ahora es lo único que se me ocurre. Como no sé si será una niña o un niño... quería que tuviera un nombre que pudiera utilizarse en cualquiera de los casos -le comenté un poco compungida.

Inmediatamente después salimos y en poco tiempo llegamos al Gran Salón.

En él, las luces de la chimenea que calentaba la estancia creaban un espectáculo de formas que se conjugaban en las rocosas paredes donde quedaban reflejadas, más allá de la propia magnificencia inherente en las llamas. Sobre ésta, se había dispuesto una decoración vegetal, realizada con ramas, piñas y hojas de las coníferas que bordeaban la fortaleza, acompañada por unas finas velas, guirnaldas y unos típicos lazos rojos, propios de la época.

Así pues, en el plano decorativo, situado a una esquina de la estancia y haciéndola más acogedora si cabe, un abeto de grandes dimensiones se elevaba majestuosamente hacia el techo. Frondoso, amplio y lleno de bolas de colores y luces doradas, el árbol de navidad se erigía como el principal protagonista. Asimismo, bajo el mismo, numerosos regalos dispersos conferían al espacio nuevas y variadas tonalidades cromáticas, integradas de manera extraordinaria en el conjunto tonal de la sala, en donde una elegante mesa, con sus variados entrantes y platos principales, sus lámparas victorianas y vidrieras decoradas, envolvían a cualquier espectador en un ambiente mágico, imbuido por el propio espíritu navideño en un hogar que emanaba aristocracia.

Por su parte, Cormac y yo estábamos de pie, en el portón que se encontraba frente a esa larga y pomposa mesa decorada con manteles, servilletas y cubertería de la mejor calidad que Aaron había dispuesto para sus diez invitados, los cuales, sentados junto a él, ya estaban preparados para comenzar la velada.

- ¡Ah! Rose, bienvenida, te estábamos esperando -afirmó Aaron con gran entusiasmo mientras se levantaba de su asiento, colocado estratégicamente en el centro de la mesa.

Acto seguido se me acercó para presentarme al resto de sus compañeros.

- Un placer -le respondí irónicamente.

- ¡Bien! Amigos míos, esta mujer es quién engendra en su vientre el último elemento que necesitamos para poder poner en marcha nuestro proyecto. Su hijo, el primer mimético logrado en su totalidad, quien nacerá de la sangre de dos miméticos, permitirá la extracción de una savia pura y con ello, la mezcla de sustancias químicas que tanto tiempo estábamos buscando para alcanzar la pureza genética ya no nos serán necesarias -advirtió Aaron lleno de satisfacción mientras elevaba una copa de champán en un intento de brindis.

- Pero si el niño nace siendo un mimético puro y nosotros todavía no hemos erradicado todo el oxígeno del planeta para sustituirlo por dióxido de carbono, ¿cómo podrá sobrevivir el niño nada más nacer? -interrumpió la mujer que se encontraba sentada junto al asiento de Aaron, en su lado izquierdo, mientras fruncía el ceño en un claro gesto de desconfianza.

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