Capítulo 11 • Reencuentros (I)
Primera realidad · Año 2060 · 6 de Enero · Inglaterra ·
Lo cierto es que hace trece años, en el 2047, ya era una reputada científica en mi país, con cierta influencia a nivel internacional debido a mi alta capacidad intelectual y mis innovadoras propuestas sobre genética molecular.
Sin embargo, por aquellas fechas, durante mi investigación descubrí una trágica noticia en un antiguo diario que encontré detrás de una de las viejas estanterías del laboratorio que mi padre dejó a mi cargo.
Aquel diario lo cambió todo.
En él, tras varios días de lectura, descubrí no sólo que me pertenecía, sino también, que lo había utilizado con tan solo nueve años, y que aquello por lo que había estado tantos años trabajando, nunca podría solucionarse ni revertirse porque había implicado una mutación genética. En este caso, concluida y estudiada por mi padre.
Todo ello implicaba una clara evidencia, yo no había nacido mimética, sino que me habían hecho serlo. Mi propia naturaleza era consecuencia de un experimento fallido con el que lograr un humano que fuera capaz de gestar a otros con las propiedades de los árboles, en un intento idealista por alargar la vida del ser humano. Lo que a priori podría parecer un motivo justificado, pero dejaba de serlo en el momento te dabas cuenta de que dicha mutación implicaba a su vez la pérdida de la humanidad de los sujetos.
¿Y porque digo que perdemos la humanidad? Porque, para empezar, dejamos de ser humanos. Nos convertimos en miméticos, personas medio planta. Y, por otro lado, sólo algunos logran sobrevivir a tales mutaciones, mientras que la mayoría muere poco después de empezar.
Es más, ahora sé que por mucho que Aaron introduzca savia en otros niños, nunca logrará convertirlos en miméticos de la misma manera en que pudo hacerlo conmigo, porque la clave para que las personas puedan transformarse no está en un tipo de genética concreta ni puede entenderse desde la ciencia, la física o la biología, sino que ésta trasciende la lógica y atiende a causas sobrenaturales.
Y es que, es cierto que sin haber estado en contacto con las sustancias radioactivas de Átomus los bosques temporales no hubieran despertado, pero realmente son los propios bosques los que nos eligen y permiten que tales experimentos nos hagan mutar y sobrevivir a ellos.
No obstante, también es cierto que el nacimiento natural de un mimético puro podría cambiar todo lo que conozco y muy posiblemente podría darle a Aaron lo que quiere. Esa capacidad semidivina de decisión sobre la naturaleza humana, de conversión controlada.
Es más, si mi bebé llegara a nacer, Aaron dejaría de dar palos de ciego y de realizar experimentos que no le van a llevar a ninguna parte.
Pues, ya no necesitaría seguir buscando la fórmula que hace tanto tiempo le dije que existía, cuando lo que verdaderamente descubrí fue que no existe una fórmula posible con la que convertir a alguien en mimético ni tampoco con la que revertir su mutación. Puesto que su conversión atiende a fenómenos sobrenaturales que los humanos no podemos comprender.
Ese es el verdadero secreto que guardo y la verdadera farsa con la que durante siete años he intentado retrasar los planes de Aaron y darles tiempo a mis amigos para que logren sacarnos de aquí a Sirhan y a mí.
Por otro lado, respecto a la pérdida de humanidad que comentaba... La verdad es que, aunque en mi caso no lo hiciera del todo y lograra sobrevivir, sí me marcó para siempre. Pues, siempre me he sentido diferente a los demás.
Primero empecé a notar que no tenía una apariencia "normal", en comparación con la de los otros niños. Pero más adelante la situación se agravó. Descubrí que no sólo había desarrollado habilidades físicas como la dureza y la regeneración de la corteza que cubría mis extremidades, sino también capacidades intelectuales fuera de lo común, que cada día me alejaron más de mis compañeros de clase, haciéndome subir más y más rápido en la escala académica, hasta el punto de terminar la universidad con tan sólo diecisiete años, sin haberme apenas relacionado.
Posteriormente, conforme más investigaba, más me daba cuenta de que mi rápida y precisa capacidad memorística eran una consecuencia más de la enfermedad que padecía. O al menos, "enfermedad" era el nombre que todos los médicos que había visitado desde los diez años pudieron darle a aquello que me ocurría.
No obstante, he de decir que me siento agradecida por haberme sentido así durante tanto tiempo y porque nadie fuera capaz de explicarme qué me pasaba. Pues, considero que fue esa misma incertidumbre acerca de mi enfermedad, así como la necesidad de ayudar a otras personas en una situación de discriminación, el motivo por el que finalmente decidí estudiar medicina y especializarme en genética.
A partir de ahí, sobre los dieciocho años empecé a estudiar botánica mientras realizaba numerosas investigaciones relacionadas con mi problema en los laboratorios de mi universidad, trabajando como becaria. Gracias a ello pude descubrir varias de las capacidades que había desarrollado, además de teorizar en varios artículos sobre la realentización de mi envejecimiento.
Probé también numerosos prototipos de cremas y pomadas que inventé junto a un amigo, mi profesor de bioquímica y biología molecular, Bruno Durand.
Poco tiempo después empecé a recibir preguntas y comentarios diversos en torno a mi "particularidad", procedentes tanto desde el punto de vista científico, de médicos o biólogos que desconocían la existencia de una enfermedad tan rara como la mía y querían estudiarla más, así como de algunos periodistas, que creían haber encontrado en mí una suculenta noticia.
De este modo, no tardé mucho en hacerme famosa. Y aunque solía evitar las entrevistas o las invitaciones que académicos de mi campo muchas veces me hacían, hubo dos de ellas que no pude rechazar.
Por un lado, recibí una carta procedente de Canadá junto a dos billetes de avión, remitida por un tal "Nathan Brown", quien tras haber visto una foto mía junto a mi nombre en un artículo de su instituto, vinculado a un estudio que estaba realizando su profesor de física y química sobre la influencia de los químicos en las mutaciones humanas, se convenció de que era aquella chica que conoció diez años atrás en el bosque de Quebec, a la que no había podido olvidar.
De hecho, en su carta decía que nos conocíamos y que no sabía cuánto le había alegrado saber que estaba sana y salva, puesto que aquel día en el que me conoció, tras volver a por mí junto a su hermano, había desaparecido de allí y ya nunca más llegó a saber nada de mí.
Asimismo, los dos billetes eran para mí y para mi padre. Decía que tenía la esperanza de que hubiera podido encontrarle.
Finalmente, su postdata fue lo que me convenció del todo.
Pdt: "Todavía está pendiente enseñarte lo mágico que es el bosque".
En ese entonces vivía únicamente con mi madre y mis hermanos en Francia, mi ciudad natal. Vivía con mi hermana pequeña Blanche, y el más pequeño de todos, mi hermano Léon, que nació poco después de que mi padre desapareciera y de que a mí me encontraran tirada en el bosque de Quebec en un estado próximo a la muerte, tal como se lo describió la policía a mi madre una vez pudo devolverme a la casa de la que no se había movido tras perderme cuatro años atrás.
Aunque yo era muy pequeña entonces y no recordaba prácticamente nada. No hasta que volví a encontrar mi diario, dieciséis años después de aquello.
Según los médicos, no podía recordar nada porque sufría estrés post-traumático y únicamente algún elemento que me activara el recuerdo de aquél lugar podría devolverme la memoria.
Sin embargo, para cuando quise volver y desenterrar mi pasado, ya no quedaba nada de aquél laboratorio ni rastro de mi padre. Era como si su existencia se hubiese borrado.
Curiosamente, de quien sí me acordaba era de aquel niño de cinco años que me había regalado su chaqueta tiempo atrás y que diez años después había escrito esa carta que no pude rechazar.
Así pues, ese mismo verano convencí a mi familia para volar a Canadá, donde pude conocer mejor a Nathan, su bosque y sus mágicas leyendas, hasta el punto en que su carisma, ternura y amabilidad acabaron convirtiéndole en mi primer y último gran amor.
Asimismo, durante esos meses que pude estar junto a él, Nathan me contó lo mucho que se acordaba de mí y que nunca pudo olvidarme, recordándomelo cada noche que nos veíamos. Y en una de aquellas en la que nos fuimos al bosque a ver las estrellas, fue cuando nos declaramos.
Recuerdo que me dijo que creía haberse enamorado de mí nada más verme, cuando llevaba la bata larga y rasgada, casi tan blanca como mi piel, la cual, según él, brillaba del mismo modo que los rayos de luz al romperse entre los árboles, creando bosques estrellados.
Fue entonces cuando nos besamos por primera vez. Un beso entre miles que nos daríamos, pero un beso como ningún otro.
Después continuó con la historia. Yo no la recordaba muy bien, pero me gustaba escuchar cómo nos conocimos en la forma tan dulce en la que él la contaba. Según él, yo iba corriendo alegre por el bosque, con mis mofletes sonrojados y los ojos llenos de vida, pese a lo sucia que estaba mi cara, mientras, perdida, esperaba encontrar a mi padre entre aquellos árboles.
Me dijo también que tras mis "buenas noches" se me quedó mirando ensimismado antes de irse, aunque yo ya estuviera totalmente dormida.
Mis labios encarnecidos le llamaron mucho la atención. Me dijo que sintió una intensa emoción interna al pensar en tocarlos, más cuando nunca antes había visto en su pueblo a una mujer tan hermosa.
Pero fue aquella noche estrellada del 2047 cuando los pudo besar por primera vez, justo después de quedarme ensimismada mirándole con mis ojos color azabache.
Después me acarició el brazo con la yema de uno de sus dedos, sintiendo su rugosidad hasta llegar a mi cuello y pasar a mi cara, de otra textura, más suave y delicada. Al momento, le besé de nuevo, y su cara se enrojeció. Recuerdo pensar que parecía un animalillo más del bosque, realmente adorable. Sus grandes ojos verdes y su melena de un color rubio anaranjado le hacían parecer un pequeño leoncito que se había colado en un hábitat que no le corresponde.
Y así, el resto del verano estuvimos juntos.
Hablamos todos los días durante tres meses y estuvimos juntos todas las horas en las que pudimos mantenernos despiertos. Le conté mis miedos más profundos y mis metas más idealistas. Le hablé de mis estudios y de mi trabajo, de lo sola que me había sentido y de lo mucho que echaba de menos a mi padre. Él también me contó algunos secretos que nunca antes había desvelado a nadie, ni siquiera a su hermano.
Me dijo también que sus planes de futuro eran poder estudiar química y viajar a Francia para poder ayudarme en mi investigación, dado que él no quería una vida si no era conmigo. Y al igual que la primera vez, aquellas conversaciones permanecieron en nuestro recuerdo bajo un gran afecto.
De tal modo que, años después, aunque Nathan trabajó en innumerables trabajos para mantener vivo a aquel pequeño pueblo que habitaba, realizando trabajos que iban desde la caza o la pesca, a la tala de árboles o la cocción del pan, acabó estudiando la carrera de química. Pues, lo cierto es que Nathan nunca incumplía una promesa.
No obstante, como mi familia no tenía demasiado dinero, después de marcharme ese verano ya no volvimos a vernos hasta siete años después. Pues, tal como me prometió, pese a haber estado tremendamente ocupado y no haber podido mantener el contacto, nada más terminar sus estudios Nathan vino a buscarme.
De ese modo, una vez terminó la carrera, Nathan vino al laboratorio que tres años antes había instalado junto a un pequeño equipo de científicos, financiados por el gobierno inglés a cambio de continuar una investigación sobre una rara enfermedad que quince años atrás había afectado a todo ser vivo que hubiera bebido del lago Eskdale en Reino Unido.
Así pues, fue la carta de financiación de la investigación del incidente de Eskdale demandada por el ministro de defensa y asuntos exteriores de Inglaterra la otra carta que no pude rechazar, puesto que él se me presentó como "Aaron Dubois".
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top