El día de la humanidad
—¿Quién trae al invitado de hoy? —preguntó Daniel antes de que José se sentara —Pensé que eras vos.
—No, no, hoy le toca a Fernando.
—¿Con quién viene?
—No me dijo nada —aclaró encogiéndose de hombros.
Normalmente era Fernando quien llegaba primero, pero dado que hoy era su turno, parecía que había decidido llegar tarde.
Tampoco estaba fuera de lugar. El que llegaba con el invitado del día solía hacerlo en último lugar para hacer las presentaciones de una sola vez.
Pepe fue el siguiente en llegar y se sentó en su sitio mientras le hacía señas al mozo para que le trajeran su café.
—¿Sabemos algo ya? —preguntó al mismo tiempo que se lo veía entrar a Fernando.
Pasó primero por la puerta, apenas dejando entrever la cabeza del invitado detrás de él. Ni siquiera Daniel y José, que tenían la puerta de frente, pudieron verlo bien.
Al llegar a la mesa Fernando jugó su papel de anfitrión.
—Les presento a Javier.
Una rueda de «hola» y «¿qué tal?» y «encantado» recorrió la mesa.
Después de una charla informal sobre el tiempo, el tráfico y la familia. Todos miraron a Javier.
Daniel preguntó mirándolo.
—¿Te explicó Fernando?
Para Javier era extraña la convocatoria. Fernando le había contado que todos habían pasado de los 50 años y que se reunían periódicamente.
Aunque lo usual era de forma semanal, había épocas que lo hacían cada 15 días. Fines de semana, por supuesto.
Le había aclarado que después de mantener el ritual por más de 30 años, de haber pasado la vida juntos, con matrimonios, divorcios y muertes de por medio, se habían quedado casi sin temas de conversación.
«¿Y la actualidad?» recordó haber preguntado Javier. La respuesta fue rápida y entre carcajadas «¿Y porque te pensás que seguimos siendo amigos? Nada de política ni religión... y la actualidad fue quedando de lado por su propio peso, ya que es muy difícil abordarla sin tocar alguno de esos temas... la verdad es que con el fútbol como único tema y siendo siempre los mismos... te imaginarás, aburre un poco».
«¿Entonces? »
«El tema lo decidís vos. El que quieras. Lo exponés. Te preguntamos. Lo debatimos. Y se pasa el tiempo... así de simple. Pura charla»
Javier era Licenciado en Historia aunque se ganaba la vida como profesor en una escuela de enseñanza media. Acababa de cumplir los cuarenta y se encontró leyendo los diarios buscando una noticia sobre la que poder sostener una tertulia. Y la encontró.
—¿Te explicó Fernando? —volvió a preguntar Daniel, sacándolo de la evocación.
—Si, si, claro —dijo removiéndose en su silla.
Todas las miradas seguían clavadas en él.
—Hay un tema que me apasiona. ¿lo suelto así nomás?
—Si, claro, dale ¿o querés que hagamos sonar un coro de trompetas? ¡dale, contá!— Todos rieron la salida de Daniel, incluido el propio Javier.
—Bien, La humanidad debería tener un día. Como su cumpleaños. Algo que nos identifique mundialmente como una unidad de seres humanos ¿no?
Hubo un silencio. Javier no lo sabía, pero era normal. Cuando el invitado dejaba caer sobre la mesa el tema del día, siempre se producía un silencio natural hasta absorber la idea.
El primero en disparar fue Fernando.
—Bueno, tenemos el día de la raza o día de la hispanidad, como dicen ahora: el 12 de octubre,
—¡Dejate de joder! —se quejó José— ¿Y los japoneses que tiene que ver con eso? El 12 de octubre es para los que festejan a la colonización como si hubiera algo que festejar con la masacre que hicieron.
—Masacres hubo en todas las colonizaciones —dijo Fernando encogiéndose de hombros mientras revolvía su café.
—Por eso, ¿que mierda vas a festejar entonces? —reforzó José.
—Lo pregunto en serio —empezó Daniel con tono conciliador—¿no se nos ocurre un día que podamos festejar todos? Y digo todos pensando en el mundo entero, los chinos y japoneses también.
—Está el día de los derechos humanos. Ese podría ser —arriesgó Pepe.
—¡Ni en pedo! —saltó José— Los derechos humanos los usa cualquiera con cualquier fin. Todo es un negocio. ¿Te acordás cuando los milicos, durante la dictadura, acuñaron la frase "los argentinos somos derechos y humanos"?
—Me acuerdo. Una pelotudez. Cosa de milicos de esa época —convino Daniel— Fue para el mundial '78 ¿No?
—Me parece que nos fuimos de tema. Javier apuntaba a otra cosa, supongo... —intentó reconducir Fernando.
Javier reconoció el auxilio que le brindaba su anfitrión y tomó la palabra.
—Si. Da igual qué día festeje cada nación o cultura. Buscamos un día para toda la raza humana. Yo me refiero a algo así como cuando te salvás de un accidente y decís ¡hoy nací de nuevo! ¡desde hoy tengo 2 cumpleaños!
Todos rieron. Todos sabían de días así. Algunos por experiencia propia y otros por parientes o amigos cercanos.
—¡El día que llegamos a la luna! —dijo Pepe.
—¡No jodás! Si hasta hay algunos que dicen que ni siquiera llegamos... —se opuso José.
—¿Y vos pensás que los rusos aceptarían festejar un día en que los yanquis les mojaron la oreja? ¡andá! —agregó Fernando entre risas.
Javier decidió acercarlos a la definición.
—Existe ese día en que la humanidad podría decir ¡hoy nací de nuevo!
—¿Si? ¿Cual es?
—El 26 de septiembre.
Todos se miraron con cara de nada.
—¿Y qué mierda pasó el 26 de septiembre? —dijo José frunciendo la cara.
—La humanidad nació de nuevo. Y la parió un hombre —sentenció Javier.
—¡Ah! Lo que nos faltaba. ¡Un tipo embarazado! Es que la tecnología avanza y lo jode todo... —dijo Fernando sonriendo.
—¿De qué año dijiste? —preguntó Daniel.
—No lo dije. Del 83. El 26 de septiembre de 1983.
—Yo no me acuerdo de nada... —dijo Daniel mirando a Fernando mientras se encogía de hombros.
—Lo que pasa es que apenas había pasado un año de la Guerra de Malvinas, nos estábamos sacando a los milicos de encima, además en octubre del 83 se votó para la vuelta de la democracia... cuando ganó Alfonsín —dijo Javier en un intento por situarlos temporalmente.
—Ahhhh siii. Octubre del 83. ¿y qué carajo pasó en septiembre del 83? — preguntó Daniel directamente— Yo no me enteré de nada.
—No se preocupen. El mundo tampoco se enteró de nada. Fue todo alto secreto. Se los cuento si quieren...
—Dale, dale. Que manía con pedir permiso... si al final te invitamos para eso: para que cuentes. ¡Dale! —dijo Pepe desbordado por la impaciencia.
Javier sonrió e inspiró profundamente. Como buen profesor sabía cuando contaba con la atención de su audiencia. Los tenía donde quería.
—Primero, vamos a recordar septiembre del 83 de forma global.
»el mundo estaba en ebullición y a punto de volar por aires.
»El mal ambiente empezó formalmente el 1 de septiembre cuando el vuelo KAL-007, un Boeing 747 de la Korean Air, que por error sobrevolaba territorio soviético restringido, fue derribado por dos jets interceptores SU-15.
»Murieron 269 personas, incluido el congresista estadounidense por Georgia, un tal Larry McDonald.
—¡No jodas! ¿En serio? ¡Que cagada! —se le escapó a Daniel.
—Ronald Regan, en ese momento presidente de EE.UU., juró represalias y el 15 de septiembre ordenó revocar el permiso para volar en territorio estadounidense a la aerolínea de bandera soviética Aeroflot —completó Javier.
—Y si, todos sabemos que Regan estaba reloco —volvió a intervenir Daniel.
—Un presidente así necesitamos acá —arriesgó José.
—¡Callate facho! Dejalo que siga. Dale, no le des bola, seguí. ¿Qué pasó? —volvió a encauzar el relato Fernando.
—Parecía que la guerra fría volvía a caldearse y muchos auguraban que empeoraría. Como dije: el mundo a punto de volar por aires.
Javier hizo una pausa para que todos terminaran de situarse en la época. Continuó.
—Pero no voló. Tuvimos un salvador que se llamaba Stanislav Yevgrafovich Petrov. Y ni siquiera aparece en los libros de historia.
—¿Petrov? No me suena. Ni puta idea, che. —dijo Daniel.
—El día anterior a los hechos, Petrov estaba encerrado en un bunker secreto identificado como Serpukhov-15 a unos 100 km de Moscú, controlando los radares que le mostraban la telemetría enviada por los satélites OKO del sistema de defensa de alerta temprana de la Unión Soviética. —Javier bebió un sorbo de café.
Ninguno se atrevió a decir una palabra.
—Aunque todavía no se ha desclasificado toda la información y, posiblemente, nunca se haga, hoy sabemos que parte del protocolo soviético de alerta temprana consistía en detectar, mediante luz infrarroja, la columna de escape de gas del motor de los misiles balísticos intercontinentales.
—O sea lo que se dice ¡un trabajo de mierda! ¡Que estrés!—dijo entre risas Daniel— ¿Cómo dijiste que se llamaba el tipo?
—Petrov. Y si, no está libre de estrés y es sumamente aburrido ¿verdad? Es gente especialmente entrenada para la tarea. Pero septiembre del 83 es un mes especial y por mas entrenado que estés sos un ser humano. Es difícil de imaginar, pero hagamos del ejercicio de ponernos en el momento y lugar que vivía Petro.
»Soy un soviético y hace 25 días derribamos por error un avión con 269 personas a bordo. Además, uno de los muertos es un congresista de nuestro archienemigo declarado.
»El presidente norteamericano juró públicamente represalias. Y todos sabemos que Ronald Reagan es capaz de cualquier cosa —agregó con una sonrisa cómplice. Continuó.
—Nuestros aviones comerciales ya tienen prohibido volar sobre suelo estadounidense. ¿Que sigue? Más me vale concentrarme en el radar, porque el día menos pensado Mr. Reagan nos bombardea.
—¡Qué nervios, che! Yo me vuelvo loco mirando todo el dia la pantallita del radar —dijo José.
—Si no te volviste pelotudo mirando la pantallita del celular todo el dia, no te preocupes que con el radar no pasa nada —dijo Fernando mientras todos reían la ocurrencia.
Todos miraron a Javier animándolo a que continuara. José se adelantó.
—Y si. Con Reagan podía pasar cualquier cosa.
—Y pasó —disparó Javier— El 26 de septiembre de 1983, apenas pasados 14 minutos la medianoche: todos los aparatos comenzaron a chillar.
»El satélite OKO envía la telemetría confirmando que se ha producido el lanzamiento de un misil nuclear norteamericano hacia territorio soviético. Tiempo estimado de impacto: 20 minutos.
»Ya está. Es el fin del mundo, pensó Petrov.
»Stanislav Petrov es un oficial de inteligencia de 44 años, sabe que es la primera línea de defensa, sabe que él es el alerta temprana y sabe que en cuanto comunique la novedad, sus silos se abrirán y la URSS responderá con todos sus misiles. Es la estrategia conocida como "destrucción mutua asegurada".
»Entonces hace lo que no estaba previsto...
—¿Levantó el teléfono y llamó a Reagan? —interrumpió Pepe.
Todos rieron por la tensión.
—No. Solo se sienta a pensar. Incumple órdenes directas y contradice todo su entrenamiento: se toma unos minutos para pensar.
—¿En serio? —se le escapó a Daniel.
—Tal como se los cuento. En primer lugar, Petrov evalúa que si el fin del mundo ya empezó, daría igual que él lo retrase un par de minutos.
»Así que no actúa precipitadamente. Cierra el capuchón que tapaba su botón para respuesta inmediata y piensa.
»Es un oficial de inteligencia especialmente entrenado, pero piensa: «¿Un misil?»
»Justamente la doctrina de destrucción mutua asegurada supone un ataque masivo. «¿Qué sentido tiene que nos bombardeen con un solo misil?»
»Desoye todo el ruido de las alarmas y comienza a estudiar la información de su pantalla. Confirma que es un lanzamiento único. Solo es un misil. Los americanos quizás se equivocaron, tal vez lo autodestruyan en cualquier momento.
»Así que simplemente: espera. Porque sabe que en cuanto el misil se acerque, comenzarán a sonar otras alarmas y si hay nuevos lanzamientos su pantalla así se lo indicará.
—Me parece lógico —convino José— Un genio. Ese tipo se merecía un puesto de más jerarquía y no andar mirando pantallitas ¿Y que pasó?
—Sucedió lo inesperado.
—¿Sucedió que? ¡dale! —lo apuró Daniel.
—El radar le indica que hay cuatro lanzamientos más.
—¡Noooo! —dijo Fernando.
Javier pudo apreciar el interés en las caras de sus flamantes compañeros.
—Petrov sigue pensando. Con nervios de acero espera que el primer misil aparezca en los radares de tierra mientras empieza a monitorear a los nuevos 4 lanzamientos. Pero no pasa nada.
»Solo pasa el tiempo muy despacio. Espera un par de minutos más.
Vuelve a razonar que cinco misiles no es un ataque masivo. Además, la separación temporal entre el primer lanzamiento y los otros cuatro no responde a ninguna estrategia conocida. ¿Qué sentido tenía lanzar un misil y dos minutos después cuatro más? «Nada de lo que está pasando tiene sentido»
»Todo sigue tranquilo. Los radares de tierra todavía no suenan. Pero su radar de alerta temprana indica en su pantalla que cinco misiles balísticos intercontinentales han sido lanzados desde los EE.UU.
Javier hizo una pausa y preguntó a bocajarro.
—¿Ustedes que harían?
—¿Estás seguro que no tenía el teléfono de Reagan? —dijo Daniel intentando con la teoría de Pepe.
—¡Dejáte de joder! Si fuera por mi: yo le hubiera llenado de misiles el patio trasero a los yanquis—sentenció Pepe.
—¡Callate zurdo! —lo acusó José —¿Qué hizo Petrov?
—Toma la decisión que, a mi criterio, permite a la humanidad festejar el 26 de septiembre como un nuevo cumpleaños: abre la comunicación con el mando central y, en lugar de comunicar que su radar le indica que un ataque balístico intercontinental ha sido lanzado, reporta una falla del sistema que debe ser revisada cuanto antes.
—¡Con un par de huevos! —selló la oración Fernando.
—Exactamente —aceptó Javier— Un oficial de inteligencia de 44 años, entrenado para apretar un botón, hizo introspección, razonó, no lo apretó y salvó al mundo.
—¿De verdad sucedió todo esto? —se sintió obligado a preguntar Fernando ya que era un invitado elegido por él.
—Totalmente documentado —dijo Javier seriamente.
—Pero... —empezó Fernando.
—Algo más habrá pasado —dijo Daniel.
—Si, claro. Después de analizada la información y verificado el mal funcionamiento, el episodio fue bautizado secretamente como el «Equinoccio de Otoño».
—Pará, pará. Pero ¿qué había pasado realmente? —terció José.
—¡Excelente pregunta! —dijo Javier frotándose las manos y sin poder disimular la emoción que le causaba haber captado el total interés en su audiencia— Resulta que un error de calibración, en un suceso no previsto, hizo saltar la falsa alarma.
—¿Un suceso no previsto? —se le escapó a Daniel con una mueca en la cara.
—El sol, la Tierra y el satélite OKO se habían alineado de una manera singular, haciendo que el espectro infrarrojo de la luz solar que se reflejaba en las nubes altas, fuera confundido con el escape de gases del motor de un misil balístico.
—¡Andá a cagar! ¿La vida en la tierra depende de unos aparatos de mierda que no distinguen entre reflejos en las nubes y el lanzamiento de un misil? ¡Es todo verso! —explotó Pepe.
—Hoy lo hacen, pero en 1983, no. Lamentablemente para nuestro héroe anónimo, el mismo análisis que descubrió el fallo de calibración, también determinó que nuestro hombre había incumplido órdenes directas y específicas. Dejó de ser confiable como soldado. Fue relegado a un puesto inferior. Y apenas un año después, en 1984, se retiró del servicio activo.
Un denso silencio se apoderó de la mesa.
—Al tipo que salva a la Tierra de convertirse en una bola de fuego radiactivo le pegan un chirlo en el culo y lo mandan a la casa. ¡Que injusticia!—dijo Pepe totalmente serio.
—Exactamente así. Dado que todo se mantuvo en el mayor secreto posible, Petrov no le contó nada a nadie, ni siquiera a su mujer o a su familia. Se retiraron a vivir a una fría ciudad al norte de Moscú llamada Fryazino y murió el 19 de mayo de 2017.
»Durante 8 años Petrov guardó el secreto tal y como le ordenaron. Pero cuando la URSS desapareció, se desclasificaron algunos documentos e intentaron resarcir a Petrov de la deshonra y la vergüenza. Fue ascendido al grado de teniente coronel aunque el incidente «Equinoccio de Otoño» siguió bajo el más estricto secreto.
—¿Y como sabemos todo esto? —preguntó José.
—Después de la descalificación de los documentos y la apertura de Rusia, fue cuestión de tiempo que la información se filtrara a occidente.
»Aunque recién en el 2006 fue homenajeado en los EE.UU. por las Naciones Unidas, reconociéndole su valiente actuación y su servicio a la humanidad. Con naturalidad y una modestia increíbles, volvió a quitarse el mérito y a atribuir todo a su rígido entrenamiento. Repitió una frase que le encantaba por enésima vez:
«No se empieza una guerra nuclear con solo cinco misiles»
—¡Increible! —dijo Fernando.
—¿Y nadie lo recuerda? —preguntó Pepe.
—Muy poca gente —admitió Javier— Petrov y el incidente son cosas por las que la humanidad debe avergonzarse. Quizás ese sea el motivo por el cual no se lo recuerda y valora todo lo que se merece. Petrov evitó una catastrófica guerra nuclear de devastación mutua asegurada, que hubiera sumido al planeta en la mayor de las tragedias y, porque no, tal vez hubiera condenado a la humanidad a la extinción.
—¡Mozo un champagne! ¡O una sidra! Cualquier cosa que no sea un café ¡tenemos que brindar! — gritó Fernando señalando al camarero.
Cuando las copas estuvieron servidas, todos las pusieron en alto.
—Javier, te toca a vos otra vez —le indicó Daniel.
—Brindo por Stanislav Yevgrafovich Petrov, salvador de la humanidad y por el 26 de septiembre para que sea designado como el día de la raza: de la raza humana.
Todos brindaron y rieron.
Cuando bajaron las copas, Javier volvió a pedir la palabra.
—Me gustaría dejar una reflexión antes de irme. ¿Podemos asegurar que una inteligencia artificial, una computadora, reaccionaría hoy de la misma forma ante un evento no previsto de características similares?
Daniel se acercó al oído de José.
—Desde que lo vi entrar ya me di cuenta que este tipo solo podía traer mala onda...
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