Encuentro

Makai Weaver era un treintañero amargado. Algo extraño a su edad, pero nadie lo podía negar.

El hombre de pelo azabache y ojos miel siempre mantenía una expresión seria. Bueno, más que seria, era una expresión agria, como si se hubiera comido un limón. Sí, por su cara, el mundo parecía ser un limón.

Makai salió del edificio de oficinas, rumbo a su apartamento. Echó una mirada por encima del hombro para ver como sus compañeros le agitaban la mano para despedirlo.

«Decepcionante», pensó.

Hasta ahora no sabía si eran o muy estúpidos o demasiado optimistas.

Desde que se mudó al pueblo y empezó a trabajar en la oficina de contabilidad de la villa, sus compañeros habían persistido en sus intentos por invitarlo a “unas copas”. Makai los había rechazado todas y cada una de las veces, alegando que no le interesaba pasar una noche fuera en un pueblo que aún no conocía.

Pero claro, ya habían pasado más de dos meses. Y, para ese entonces, creyó que ya habían entendido la indirecta. No iba a relacionarse con ellos, ni aunque le pagaran. El trabajo era trabajo, no mezclaría su vida privada con él.

Cuán equivocado estaba.

Lejos de desanimarlos y hacer que tiraran la toalla, el paso del tiempo pareció incitarlos más. Y sus exhortaciones fueron a peor.

No pasaba ni un día en el que no lo dejaran tranquilo.

Lo dicho; no sabía si eran muy estúpidos o muy optimistas. Optaba por lo primero.

Giró a la izquierda por la calle principal, deteniéndose en la puerta de su apartamento. Sacó las llaves sin inmutarse. Estaba por abrir la puerta, pero dos señoras entradas en años llamaron su atención. Más bien, su conversación lo hizo.

—Dicen que el chico del bar de poca monta hace los mejores cócteles. Yo no me lo creo, el chaval es demasiado joven. No creo que sepa distinguir el alcohol de un batido —comentó una.

—Las apariencias engañan, Rose Mary. Mi nieto ya sabe manejar un móvil él solo y tiene 7 años. Además, el padre de ese niño era un aficionado a la Coctelería. Quizás no sean los mejores, pero algo de maña tendrá —respondió la otra.

Makai dejó de escuchar y sacó su teléfono. Puso en el buscador el nombre de aquel bar y clicó en el mapa.

Perfecto, sólo estaba a 10 minutos.

Media hora antes

Neo Kelley suspiró por décima vez en lo que llevaba de noche. Miró el reloj victoriano colgado en la pared y frunció el ceño al ver que marcaba las 11:34 p.m.

Sólo hacía hora y media que había abierto y ya tenía a dos chavales con los 18 recién cumplidos ebrios en la barra.

Los muy estúpidos habían pedido varios Jack and Coke haciéndose lo héroes y diciendo que debían hacerse hombres. El bartender les explicó con toda la educación del mundo que, aunque se mezclaba con Coca Cola, eso no reducía los efectos de un Jack Daniel's en su estado más puro.

Estaba seguro de que el primer trago de la mezcla con whiskey les quemó la garganta. Podría jurarlo por las caras que pusieron. Creyó que eso les detendría, pero pidieron otro.

Y ahí estaban, perdiendo la poca dignidad que les quedaba. «Si es que alguna vez tuvieron», pensó.

Dejó el vaso que había estado secando en el mostrador y fue a por el teléfono del local para llamar a un taxi. Si dejaba a esos dos ahí, probablemente montarían un escándalo cuando les negara un tercer trago.

Y sí, aquello era un bar que se sustentaba gracias a que la gente seguía pidiendo tragos. Pero Neo tenía la moral y la ética que a sus clientes les faltaba. Sabía distinguir perfectamente cuando alguien ya había tenido suficiente, y la política implementada por él mismo en el local le prohibía seguir proporcionando alcohol a aquellos que no podían ni pronunciar bien una ese.

Cokie, el taxista de la villa, respondió al segundo tono.

—Hey, chaval —saludó—. ¿Tan pronto llamas? ¿Qué tenemos de momento?

—Dos niñatos que vinieron para celebrar su llegada al mundo adulto.

Escuchó una tos al otro lado de la línea, y percibió muy por encima el chasquido de un cigarro colisionando contra el cenicero.

—Déjame adivinar, Willy El Meón Kennedy y Jason Perrito Faldero Thomas. —Se produjo un breve silencio—. ¿Acerté?

Neo miró a los dos chicos. Uno tenía la compostura del viejo William Kennedy, el propietario del supermercado. El otro era clavado a la señora Thomas, la mujer del alcalde.

—Muy probablemente —murmuró.

Oyó una risa escochambrosa y luego toses.

—Estoy allí en 20 minutos —dijo, mientras arrancaba el taxi. Volvió a reír—. No puedo esperar a ver la reprimenda que les caerá. Hasta ahora, chaval.

A Neo no le dio tiempo de despedirse, Cokie ya había colgado. Típico de él.

Dejó el teléfono y volvió a la barra.

—Oooyee, tú —pronunció a duras penas “Willy El Meón”—. Ponme otro trago, y a mi amigo también.

Neo tuvo que azuzar el oído para entenderle. Le sonrió con cortesía y le entregó un vaso de agua.

—Invita la casa —les dijo, con modestia—. ¿Les traigo la cuenta?

—Haz lo que quieras —balbuceó.

—Bien entonces. —Neo echó a andar hasta la caja registradora para imprimir el recibo. Mientras lo colocaba en un platillo con una pinza, una mano lo cogió del brazo delicadamente.

—Hey, camarero. —Una chica bajita vestida no muy decentemente le susurró—: ¿A qué hora cierras?

Neo no reconoció a la chica, por lo que probablemente era una de las muchas turistas.

—Hoy cerramos a la una de la madrugada —dijo, cortésmente.

La chica arrugó la cara. Tiró de su brazo para acercarlo más, y persistió en sus intentos.

—¿Por qué no cierras pronto esta noche y vienes con nosotros... A dar un paseo? —Señaló a una mesa en la que varios jóvenes estaban charlando entre ellos y sus "novias".

Neo captó la indirecta.

—Lo lamento, pero no puedo cerrar el negocio. Además —se acercó al oído de la chica y bajó el tono de voz—, yo voy por el otro lado. Ya sabes, pecho plano y otra cosa entre las piernas.

Volvió a erguirse y tuvo que reprimir una risa por la cara que puso la chica. Arrugó la frente y se fue indignada por sus intentos de ligue frustrados.

Neo suspiró, y le entregó la cuenta a los chicos ebrios.

Los ligoteos poco disimulados habían aumentado los últimos años. No terminaba de comprender esa necesidad del ser humano que le dictaba encontrar pareja tan descaradamente.

Volvió por un vaso de agua, y luego tuvo que volver a la barra para atender a un nuevo cliente que había llegado.

Lo miró con curiosidad, era la primera vez que veía a ese hombre. Aun así, no tenía pinta de ser un turista.

—Bienvenido al Stereos, caballero. ¿Puedo ofrecerle algo?

El hombre le inspeccionó con la mirada. A Neo le intrigó que no le dedicara una mirada de menosprecio, la mayoría de los que frecuentaban el lugar lo hacían.

Quizás fuese por la poca iluminación, quizás por el retumbe de la música en sus oídos o por las pocas ganas que tenía de trabajar esa noche.

Pero podría jurar que vio una disimulada sonrisa en los labios de aquel hombre.


Buenas de nuevo.

Puede que haya parecido un poco monótono y aburrido, pero las cosas mejorarán a partir de ahora.

A quién le interese:

Jack and Coke

Es una mezcla bastante popular por la zona. Principalmente es whiskey marca Jack Daniel's y Coca Cola (I know, no fueron muy originales con el nombre xD)

Si quieren iré añadiendo este tipo de información en el caso de que no se aclare en la historia. Y, si quieren, la información será más extensa y detallada.

Sin más dilación, ¡hasta el próximo capítulo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top