Capítulo 9

Un ruido insignificante me sacó del sueño y desperté contrariada. Ya nada podía hacer ante las responsabilidades. Lo único maravilloso ahora era dormir y soñar. Pero soñar dos veces con una persona era algo que no podía entender. Mi semblante lleno de inquietud y confusión hablaba por sí mismo. Cualquiera podía darse cuenta que algo no andaba bien en mi cabeza. 

Me levanté de la cama con cierta incertidumbre. Mi sueño había succionado mi tristeza para ponerme de nuevo en el ring de la vida. Los sentimientos empezaban a volver a mí. Ya no era un maniquí andante. En mi interior se gestaba una alegría que germinaba de a poco. En contraste a mi rostro, donde podía leerse la pesadumbre. 

Caminé por la casa con parsimonia. No ver a mi padre ya se había vuelto costumbre; una tradición familiar. Aunque su ausencia lo celebraba con bufidos, sus dieciocho años en esta casa no habían sido en vano. Había dejado huella, pero de la mala. Hizo y deshizo nuestra paz. Luego del desastre provocado se lavó las manos y se largó dejando discordia y ceños fruncidos. 

Mi madre aún no recuperaba ese semblante que hace poco lucía abarrotado de esperanza y era capaz de levantar muertos. Solo mis buenas notas podían espantar la negatividad y colmar de vida la casa que se iba tornando lúgubre y luctuosa. 

Con mucho tiempo de sobra, salí de casa rumbo a la universidad, pero con la mente enfocada en sacar buenas notas. Como también el nombre de Tristán se abría paso en mis pensamientos. Me sentía como si fuera el primer día de clases. Era una chiquilla timorata sintiendo miedo hasta de la brisa. Recuperar a mi mejor amiga iba a ser trabajoso si no traía una empanada en ambas manos. 

Luego de varios minutos, llegué y tomé mi asiento, atesorándolo como si fuera el arca de la alianza. Porque quedarse sin asiento en un aula de la universidad te arruinaba la mañana sin haber comenzado las clases. Suspiré con intención de ocultar mi apatía e indiferencia. Muchos chicos volteaban a verme y no era para admirar mi físico, porque las alumnas me regalaban una sonrisa socarrona y yo les regalaba un poco de desdén. 

A los pocos minutos, llegó Violeta y, junto a ella, una chica misteriosa que yo nunca había visto; adolescente no era. Dicha nueva alumna, desfiló por un estrecho pasillo ataviada con un polo gris y una falda tipo escocés: bastante arriba de sus rodillas. Ambas se acomodaron en sus asientos y comenzaron a parlotear. Había un trecho bastante largo entre mi silla y la de ellas. 

Violeta hacía lo imposible para evitar mirarme y yo no apartaba la vista de ella ni una fracción de segundo. Se veía tan risueña con su nueva amiga que yo sentí una envidia traicionera. En ese momento lloraba sin lágrimas. Años de amistad que, de la noche a la mañana, se habían ido a la basura. Y mis ojos veían el entierro de esa amistad. 

Con las clases concluidas, los alumnos desalojaron rápidamente el aula y debido a esa circunstancia yo, Violeta y su amiga fuimos las últimas. De alguna manera, el destino fue tan cruel y certero. Pero el nombre de Tristán hacía que sacara fuerzas donde no había. Violeta se adelantó a su amiga y cruzó el pasillo, dejando su desdén hacia a mí, y yo hice un gesto de resignación. 

Poco después, su amiga se acomodó su cabello, asió su mochila y caminó lentamente con rumbo fijo a la puerta. Yo la miré con extrañeza y ella adormeció sus pasos para clavarme la mirada. Su rostro no precisamente era de alguien con ganas de confraternizar. Literalmente, me estaba retando con la mirada. Yo abrí mis ojos como hace mucho no lo hacía. Me puse nerviosa porque esa mirada me amedrentaba. 

Sus ojos hacían endeble y  quebradiza mi muralla de la valentía. Pero apenas esto comenzaba y ella no sabía las armas que yo tenía para hacerle frente. Tristán me empujaba a ir a la batalla. 

—¿¡Qué me miras!? —dijo ella con una pizca de animadversión.

«¿¡Qué le pasa a esta chica!?», me dije con estupor.

Había mucha fricción entre ambas tan solo hablarnos un poco. 

—Nada... Nada relevante. Mis ojos me hicieron perder mi tiempo —dije y sentí arrepentimiento. 

—¿¡Cómo!? Creo que ese tonito no te conviene, niñita, boba. 

—Perdón no te oí. ¿Me puedes repetir lo último? 

La chica con gesto de desprecio movió los labios y antes de que salieran más palabras de esa boca de alcantarilla, Violeta gritó su nombre. Justo cuando yo era un volcán en ese instante. 

Ella abandonó la conversación y caminó hacia la puerta con un contoneo que fluctuaba su falda al punto de dejar a la vista una vulgar e inapropiada tanga rosa. Yo me tragué la rabia y me fui. 

Llegué a casa y me encerré en mi habitación, con el nombre de Tristán sobrevolando por mi cabeza. Por varias horas, olvidé qué era comer y beber. El amor era el alimento que me sustentaba. Por otro lado, sentía rabia y desazón por no haber hablado con mi ex amiga Violeta, pero Tristán barría con todo rastro de tristeza. Contaba las horas para poder reencontrarme con él. 

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