Capítulo 3
Después de otro día de clases, el estrés tenía intenciones serias de llegar con sus maletas a mudarse en mi cuerpo. Mi amiga había tenido una indigestión por la ingesta de empanadas de queso. Así que faltaba poco para que yo me pusiera histérica. La tardanza del autobús estaba haciendo méritos para que el volcán hiciera erupción.
Abrí y cerré los ojos: el autobús no llegó, pero sí Ezequiel con su ruidosa moto. Eso no impidió que yo frunciera el ceño en vez de saludarlo. Ayer lo dejé con la palabra de reconciliación a punto de salir, gracias al oportuno autobús sin pasajeros. Ahora los autobuses eran hojalatas danzantes a punto de escupir pasajeros. Mis defensas me traicionaron y mi corazón se le unió después.
—Karina, Karina, igual de bonita que ayer —dijo con una sonrisa provocadora.
No sabía si darle las gracias o encogerme de hombros. Al final tosí y resoplé.
—Kari, ayer te fuiste y me dejaste solito...
—Sí, es que... que... Tenía ganas de hacer pipí.
—Te comprendo. Yo una vez...
—¿Qué tenías que decirme? —dije con sosiego y ternura. Faltaba que unas aureolas orbitaran mi cabeza.
—Si, este... Quería...
—Al grano, nene.
—¿Quieres ser mi novia?
—Déjame pensarlo un mes...
—¿¡Cómo!?
«Bueno, ¿por qué no intentarlo? Ya me aburrí de estar soltera. Además, esto me alejará de los problemas de casa».
—Era broma... Sí, y solo lo diré una vez. Ese monosílabo me da terror, ya que me acostumbré al «no». Lo siento.
—Descuida, ahora ya estoy feliz. Soy novio de la chica más guapa.
—Y yo del jugador más arrogante, digo del más guapo. Aunque pienso que usaste muchas veces la palabra "guapa" en el colegio... Y no tanto conmigo.
—Solo a ti. Me pondré al día y te lo diré un millón de veces.
Sonreí.
—¿Vamos a comer? —dijo Ezequiel encendiendo la moto.
—Me leíste el pensamiento... Pero ¿a dónde?
—Ya sé.
Ezequiel parecía tener un hambre voraz por la velocidad de su moto, y no era porque era un amante del vértigo. La palabra "freno" era tan bonita en momentos como este. Solo esperaba que al llegar siguiéramos siendo novios en una pieza. Si el neumático se encontrara con una bendita piedrita estaríamos listos para salir en televisión.
Minutos después y gracias a Dios, llegamos al restaurante de comida rápida. Mis pies querían pisar nuevamente el pavimento. Ya me había hartado de imaginar que me caía y me moría violentamente. Pero desde hace algunos segundos, las ganas de orinar barrían toda pizca de mostrar buena cara por unos momentos, ni aunque me sacara la lotería.
El piso de cerámica era muy brilloso y, por ende, muy resbaloso. No hacía falta usar un monopatín para deslizarse con suavidad sin desechar la posibilidad de caer y descoyuntarse algún hueso. La comida y el parloteo de la gente mataba nuestra incipiente conversación. Nos sentamos en sillas giratorias y una mesa redonda, que cada vez sentía que se encogía más.
Si me seguía aguantando las ganas de orinar creo que haría una parada en una clínica por culpa de mi vejiga. Ezequiel miraba el menú sin darse cuenta que cruzaba fuerte las piernas tratando de no orinarme.
—Ezequiel, debo ir a... —dije tartamudeando y mordiéndome el labio.
—¿Estás en tus días? —dijo él a punto de sacar el móvil.
—¡No! Mira si seguimos hablando voy a quitarte el apetito...
—¡Corre al baño, Karina!
Casi encorvada llegué al baño público, dejando a mi paso muecas y jadeos de desesperación. Entré a un cubículo y vi mi pantalón: sentía temor de estar toda la mañana tratando de abrirlo sin que me traicionara con una rotura; si llegara a pasar eso creo que me quedaría a vivir aquí el resto de mi vida. Definitivamente, aguantar las ganas de orinar era como desafiar a la vergüenza o la muerte.
Con total alivio, volvía a ser la misma. Al asearme, sentí unos dedos imperativos caminando por la pendiente de mi trasero. Al instante, mis ojos se pusieron en alerta. Era mi flamante novio: no llevábamos ni veinticuatro horas de noviazgo y ya me sacaba un susto terrible.
—¡Ay, me asustaste, idiota!
—Eso no estaba en mis planes, Karina.
—Y... ¿Qué haces en el baño de mujeres?
—Vine a apurarte... —empezó a decir tapándose con una mano su erección naciente.
—Se te paró —dije mirando su pene—. Espero que tu pantalón sea de marca porque sino vas a tener que reclamar un reembolso...
—¡Qué vergüenza!
En ese momento comencé a imaginar cosas inapropiadas. En mi mente ya lo había desnudado. Lo imaginé acercándose a mí con un deseo carnal.
Nuestros labios se unieron imbuidos por un deseo inopinado de amor y placer, pero con los primeros rastros de excitación. El libido se abría paso, sin invitación, para hacer un trío. De inmediato, sus manos pervertidas comenzaron a trabajar a doble turno por los terrenos de mi piel, pero sin autorización.
—Un momento, Ezequiel. Le doy permiso a tus labios, pero no a tus manos del diablo. Para mí, esas manos ya disfrutaron mucho.
—Ya me excitaste. No hay marcha atrás. No desilusiones a mi amiguito.
—¿Apenas llevamos un par de horas de novios y ya quieres tener relaciones?
—Si mi pene pudiera hablar le cedería la palabra... Él me gobierna ahora.
—Ya veo. Creo que me gustó tu beso.
—Bueno, ¿cuántos orgasmos quieres?
—Con que me acerques al orgasmo me conformo. Quiero salir de acá con mi novio respirando.
—De acuerdo, nena.
Me subió a la superficie de cerámica mientras me comía a besos. Luego de saciarse con mi cuello, sus labios bajaron como esquiador por mis senos. Me sobó las dos tetas con lentitud, dando a entender que se dormiría ahí. Sus manos excitadas se adueñaron de mi torso.
Se bajó los pantalones y dejó al aire su paquete erecto. Con la excitación por poco se pone el condón al revés. Me puse lentamente el condón, poniendo en pausa su excitación. Su miembro se paseó por los labios externos de mis genitales. No sentí nada memorable hasta ahora y ni siquiera había pasado por mis labios menores. No perdía la esperanza de sentir algo placentero.
Finalmente, su miembro llegó a la entrada de mi vagina. Y sin besarme ya la tenía adentro de mí. Apenas sentí cosquillas mientras su miembro rozaba mis labios y mi vulva. Sus boca besaba mis pechos, mientras él se movía y mi pelvis recibía todo el peso. Descansó tres segundos y luego continuó intentando que llegara a algo parecido a un orgasmo. Yo tragaba saliva, pero no sentía nada para recordar.
El dolor mataba toda esperanza de que yo gimiera de placer. En cambio, él jadeaba sonoramente, dando a entender que llegaría pronto. Levantó mis piernas, de modo que mis talones llegaban a sus hombros. Luego, siguió moviéndose con más intensidad: su miembro llegaba a lo más profundo de mis paredes vaginales, pero él solo me regalaba dolor en vez de llevarme a ver las estrellas.
Luego de un tiempo, Ezequiel soltó un gemido fortísimo y luego uno prolongado. Finalmente, me abrazó fuerte, como si su orgasmo fuera incontrolable. Él resopló y yo le regalé un jadeo para no desanimarlo. No era una actriz porno para fingir, aunque me pagaran un dineral. Si mi vagina no sentía nada, mi boquita no soltaría nada, a excepción de un bostezo.
Para colmo, Ezequiel se había olvidado de cerrar bien la puerta. Solo un golpeteo y el hombre de la limpieza nos encontraba en pleno acto de amor.
—¿¡Qué pasa aquí!? Es mi primer día y ya me encuentro con esta escena...
—¡Karina, Karina! ¡Despierta!
—¿Qué dijiste?
—¿Estás bien? ¿Te quedaste pasmada varios segundos.
Una risa contenida se desbordó y aplacó mi vergüenza y mis mejillas enrojecidas. Ambos volvimos a la mesa a terminar la faena.
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