Capítulo 26
La mañana llegó y yo seguía durmiendo como si fuera un sábado; era un día de clases y, según mi flojera, otra falta más que me ganaba en la universidad. Así estuve y llegó las diez de la mañana y no había indicios de que una chica como yo pudiera dejar una cama tan cómoda. Mi madre confiaba en mí y también en mi despertador; mi despertador se encontraba en modo flojera.
Finalmente, llegó las dos de la tarde y entonces abrí un ojo y, minutos después, el otro. Me estrujé la cara y me destapé de la sabana, con intenciones claras de levantarme. Sentí mi cuerpo tan pesado como una excavadora. De pronto, comencé a imaginar a Tristán en mi habitación, sentado en una de mis sillas. Me sonreía y me llamaba con deseo lascivo. Su mirada me atraía como un imán corroído.
Me estrujé mis ojos otra vez y puse mis dos pies en el suelo. Cogí el dibujo y vi nuevamente a Tristán junto a mí. Era bellísimo, a la distancia que se viera. Ni yo podía creer que hubiese dibujado algo tan magnánimo. El dibujo llevaba mi nombre, pero en realidad veía el nombre de Tristán y su figura esbelta, sonriéndome y diciéndome palabras halagüeñas.
La imagen de Tristán no se iba de mí. Él se levantó de la silla y abrió la puerta. No hacía falta que hablara, sus ojos lo decían todo. Yo lo seguí hasta llegar a la puerta. Afuera, solo había una calle atiborrada de baches y basura maloliente. Fue una bofetada de realidad. Aparte de gente caminando por la calle rociando desdén y emociones contrarias a las mías.
Cerré la puerta y volví a mi alcoba. Me estaba volviendo loca en mi propia casa. Me sacudí la cabeza y me lancé a la cama, tapándome con la almohada. Cerré mi ventana para no oír el sonido ambiente, que era para mí un cúmulo de sonidos desagradables y hórridos. Ya no me importaba nada. No me importaba si me quedaba así el resto de mi vida.
La habitación empezó a hacerse oscura y la hora seguía su curso. A este paso pronto iba a necesitar terapia con urgencia. Si mi madre me hubiera visto en este estado, seguro acabaría en un hospital psiquiátrico, incluso mi amiga se espantaría terriblemente. No podía caer tan bajo. Mi lúgubre habitación solo alimentaba mi tormento y me incitaba a entregarme a los recuerdos más crudos.
Así estuve toda la tarde hasta que llegó la noche e impuse un armisticio a mis tribulaciones. Me deshice de todo y miré mi deteriorado teléfono. Violeta había saturado mi móvil con mensajes misteriosos. Mi batería estaba próxima a pasar a mejor vida. Un poco más y me quedaba sin teléfono.
Aquel anciano misterioso había sacudido mis pensamientos. Si Tristán estaba vivo, estaba en mi habitación conmigo, abrazándome y quitándome la ropa para realizar un travesía hacia el placer extremo. Pude sentir su piel sobre la mía, regocijándose con tímidos jadeos que solo me provocaban un excitación naciente y difícil de apagar.
Con extrema suavidad me quitó la ropa y comenzó a besar mi cuerpo con júbilo. Cada beso en mi cuerpo era igual a tener un mini orgasmo. No hacía falta conversación: el placer era el vocero que hablaba por los dos. Sus dedos se volvieron muy inquietos y fueron más allá de lo permitido. Sus manos tenían todo el beneplácito para jugar un poco en mi zona íntima. Mi cuerpo ardía por dentro y yo...
—¡Karina, ya llegué! —dijo mi madre y todo mi momento por alcanzar el placer se malogró.
—Eh, aquí no está pasando nada, mamá —No sé porqué dije eso. Me arrepentí tan solo terminar la maldita frase.
Acomodé mi cuarto a la velocidad de la luz y me vestí de forma apropiada. Mi madre podía sospechar.
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