Capítulo 11
Luego del exabrupto por el sueño, me volví a acostar por diez minutos; el cielo presagiaba chubascos. Sin embargo, esos diez minutos se convirtieron en treinta minutos. Era imposible recuperar el sueño. Mis ojos no se volverían a cerrar ni a varapalos. La tempestad ya había anidado en mi casa.
Me levanté para alistarme, pero la hora y la desquiciada tormenta derrumbó mis planes de ir a la universidad. Era una mañana gris y bulliciosa. No podía dejar de pensar en Tristán. Mi cabeza solo tenía cabida para ese chico que hacía que sienta mariposas en el estómago. A este paso reprobaría todas las materias por un chico inexistente.
Me mantuve en mi habitación, con los oídos ocupados con la copiosa lluvia que subía y bajaba de intensidad. Había una mínima filtración de agua que, por suerte, no me alcanzaba. Había una remota posibilidad de que se abriera un boquete en el techo y el agua hiciera estragos conmigo.
Me cubrí con las cobijas y confié en mi teléfono para que aplacara mi ansiedad por la inoportuna tormenta. Era poco probable que Violeta se conectara tan temprano.
Minutos después, la lluvia fue menguando, pero no la intriga que Tristán me había obsequiado. El teléfono no fue un rival para mis pensamientos. Debía encontrar otra cosa para alejar las conjeturas negativas con respecto a Tristán. Debía hacer algo productivo.
Abandoné mi cómoda cama y fui trastabillando hasta mi computadora. Con solo dos pasos llegué como un misil y casi pongo en juego mi integridad física. Tomé de inmediato mi asiento y busqué el significado de Tristán en Internet, pero sin éxito alguno. Este día ya superaba a cualquier otro y ni siquiera eran las diez de la mañana.
Borré la ventana y busqué en el navegador el origen etimológico de una palabra. En ese momento, mis manos temblaban y era cuestión de tiempo para que terminara cerrando el navegador por error. Lo volví a abrir, pero de inmediato saltó una publicidad y terminé en una página erótica. Moví el mouse para cerrar la ventana y terminé abriendo un video pornográfico.
Salí del estupor y traté de mover el maldito mouse, pero mis esfuerzos fueron infructuosos. Era inevitable desviar la mirada. Las imágenes ya comenzaban a despertar mi lado libidinoso. Bajé el volumen y cerré los ojos.
Me levanté para alejar la tentación de ver algo que no veía hace mucho. Apreté las piernas para olvidar cualquier intento de autosatisfacción. Crucé las piernas, pero todo era inútil. En la pantalla de mi computadora, había un vendaval de sexo desenfrenado acechándome.
Fui de inmediato a la ventana y cerré la cortina. Luego, me despojé mis vestiduras con total frenesí y busqué placer mientras veía el video en cuestión. Abrí las piernas y mi parte íntima quedó de frente a la pantalla. Me acaricié con parsimonia tratando de encontrar un poco de placer voluptuoso.
Al no sentir más que dolor continué jugando con mi cuerpo y rogando que el placer llegara a mi antes que algo sucediera.
Minutos después, sentí un leve cosquilleo que se apoderó de mi pelvis. Solo era la antesala a algo maravilloso. Mis jadeos incesantes recibieron un orgasmo que me provocó un descontrol de mi cuerpo. El placer había llegado a su apogeo y era complicado de subordinarse. El final fue apoteósico y me quedé con el libido pidiendo más.
Corrí con celeridad hasta el baño a asearme. Luego, comí algo frugal en el desayuno y me puse a hacer mis deberes, aguantando una excitación que pronto se desbordaría.
La noche llegó y antes de las nueve me acosté a dormir. Tenía que controlar mis ganas a como dé lugar.
Me costó bastante conciliar el sueño. Por mi mente se cruzaban deseos impuros. Por otra parte, imaginaba a Tristán desnudo y junto a mí. Estaba yendo demasiado lejos; jugando al filo de la cornisa. La excitación gobernaba de forma implacable mis pensamientos. Esto debía acabar, pero ya.
Entré en mi ensoñación y abrí los ojos, y me situé en el puente del amor. Busqué a Tristán en medio de la neblina incipiente que colmaba el ambiente.
La excitación había pasado a mis sueños. No podía controlarlo. Me senté en una rústica banca hasta que llegara. Crucé las piernas a más no poder.
A los pocos segundos, sentí una mano en mi hombro. Me volteé, pero no había nadie. Me volví y Tristán me regaló una salutación bastante adorable. Su sonrisa se borró cuando me vio que estaba a poco de venirme.
—Karina, ¿qué tienes?
—Nada, nada, solo es un dolor de barriga... No te preocupes.
—¿Segura? Estás temblando —Tristán se deshizo de su chaqueta con premura.
«¡No te quites eso! ¡No me muestres tu hermosa piel!», me dije a mí misma.
—No hace falta, por favor —dije y comencé a gemir.
—¿¡Karina!? ¿Qué tienes?
—Necesito un abrazo.
—Claro.
Lo abracé fuerte y poco después sentí una naciente erección de su parte. Eso ya fue demasiado para mí.
—Ay, nooo —dije y lo apreté con mucha rigurosidad.
—Karina...
Abrí mis piernas y me dejé llevar. Nuestros muslos chocaron y no hubo necesidad de penetración. Yo estaba a poco de un orgasmo inconmensurable.
—Tristán... Ay...
Tristán me cobijó con sus denudos brazos e hizo que el placer fuera más llevadero y rico.
Minutos después, ambos nos despojamos de nuestros atavíos y nuestros cuerpos se entregaron al acto del amor. Literalmente me lo cogí e hice que cantara para mí con sus gemidos desenfrenados.
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