Capítulo 1

De repente, me encontraba vagando con incertidumbre por un lugar que ni bienvenida me dio. Se supone que yo cree esto, pero me sentía como una visitante, esperando no acabar en una bolsa de plástico. A pesar de que era mi sueño, morir en un sueño era lo que me faltaba para sentirme viva. Todo era tan realista que pensé que la vida real era algo ilusorio.

Mis piernas me llevaban por cualquier lugar liso de pavimento, aunque mi mente discrepara en tal decisión. Solo veía oscuridad monótona por doquier. La luz claudicaba ante sus intentos de hacerle frente a la penumbras. El silencio tenebroso se adueñaba arbitrariamente del lugar.

Lo único que mis ojitos castaños podían ver era un puente tan largo como la explicación de un docente. La plataforma era ideal para una pareja recién flechada por cupido. Debajo del puente había más niebla que agua. La oscuridad bañaba más que cualquier líquido acromático. La lúgubre oscuridad moría al llegar al pie del puente. En un sueño todo podía pasar.

Mientras en mi mente se gestaba un plebiscito para definir el camino a seguir, unos pasos irregulares desbarataron todo el orden de mis pensamientos. Mi tranquilidad se vino abajo y todo indicio de soledad murió junto al calzado ajeno que ensuciaba el enlosetado del camino. Mirar atrás era inútil. La presencia desconocida tomaba forma fantasmagórica.

El corazón acelerado me decía algo importante: debía moverme y rápido antes de que la palabra muerte ingresara a mis tiernos pensamientos. Me moví con lentitud conforme el silencio se rendía ante el ruido de las pisadas. Mi respiración trabajaba por el azote del temor. El miedo se paseaba por mi boca y yo me lo comía sin masticar.

El horror me consumió por completo y corrí para salvar mi vida o alargarla un poco más. Mis piernas me llevaban a mi suerte y la oscuridad luctuosa me obstruía y se aliaba con la muerte, esperando con ansias que yo me cayera aparatosamente. Una voz quejumbrosa me perseguía con tenacidad. El miedo que sentía era suficiente para quitarle el hipo a cualquiera.

-¿Quién está ahí? -dije apenas con el poco aire que el miedo me permitía.

Mi corazón me obsequiaba una taquicardia. Podía sentir que salía al exterior y amenizaba el ambiente fúnebre. Empecé a jadear sucumbiendo a la desesperación que ya se había mudado a mi cuerpo. Para colmo, mis piernas me traicionaron vilmente y sin estar en mis planes caí abruptamente al suelo, lastimándome el codo. El dolor no era rival para el miedo que me comía.

-¡Ay, Dios mío, no me hagas daño! -grité a todo pulmón, prometiendo no abrir más mis ojos.

Mis lágrimas postergaron su aparición al escuchar un susurro apacible y reconfortante que traían mucho sosiego. Su voz cálida apagó la última pizca de miedo y alejó todo rastro de locura. Con solo unas palabras el desbarajuste mental cesó y el orden volvió a mis pensamientos.

-Tranquila, no temas, ¿te encuentras bien? -dijo alguien con suavidad y timidez. Al menos ya sabía que era hombre: un hombre no malvado.

Su sola voz llena de parsimonia hacía que declinara mis ansias de correr o gritar.

La oscuridad le dio permiso para que su figura brillara sin luz. Su rostro delicado, venía acompañado de una sonrisa natural y contagiosa, capaz de cambiar el aburrimiento por la alegría. Sus ojos castaños, igual que los míos, eran imanes poderosos. Ese ropaje sencillo e informal, de vaqueros y chaqueta marrón eran tan privilegiados de abrazarlo y tocarlo.

«¡Ay, justo ahora me tenía que dar ganas de hacer pipí!»

-¡Sí, por poco pensé que era alguien que me quería matar! -dije apagando mis jadeos temerosos.

-Te voy a matar.

-¿¡Qué!?

-Puede que de la risa o de la rabia, ya que no me conoces todavía -dijo él con una risa socarrona.

-¡Ay, acabo de zafar de un susto terrible y ahora me das otro susto! ¡Y apenas te conozco!

Sonrió.

-Lo siento. Era para romper ese hielo que nos separaba.

-Y yo sigo en el suelo o en las manos del diablo.

-Vaya, lo siento, bella dama. Tome mi mano. Su belleza sigue intacta a pesar de su caída.

-¡Qué amable, caballero!

«Este chico es guapo, amable, buena onda y hasta romántico. ¡Jamás lo había visto en la vida real!».

-¿Así que te parezco linda? -dije siendo abstraída por sus ojos despampanantes. Verlo era como hojear libros sin mover la cabeza a otro lado.

-Sí, porque eres la primera que he visto.

-¡Ay, Dios, no te conozco bien y ya te quiero matar!

«Sí, matar de abrazos...», dije para mis adentros.

-Esperaste a que yo viniera a ti... No puedes matarme.

-¿Yo te esperé? No lo recuerdo.

-Pues sí. Tú querías que yo esté acá. Y si me matas dejo de ser real.

Sonreí y bajé la cabeza.

-Me caíste tan bien que siento que no estoy durmiendo -dije y reí con ternura.

-Y todavía no sabes mi nombre. Mi nombre es fácil de recordar.

-¿Y cuál es tu nombre, chico misterioso? -lo interrumpí abruptamente.

-Tristán, en mi época no había internet y pues mis padres...

Sonreí cubriéndome la boca. Ahogué una carcajada antes de romper el momento.

-Me gusta tu nombre. Yo me llamo Karina... Oye, espera... Tristán, Tristán. ¡No, no te vayas!

En pocos segundos, el lindo sueño que había creado se esfumó. Como una implosión, mi alarma destruyó mi ensoñación y me trajo a la realidad. Era hora de levantarme y ponerme la máscara de la alegría. La universidad se adueñaba de mi cabeza, junto a mis tiernos y perversos pensamientos. El sol se abría paso para avivar la habitación de una chica como yo en sus dieciocho primaveras.

Mi pulgoso y primer amor entraba todo vivaracho por mi puerta, golpeteando la madera con su colita endemoniada. Broly, mi perro labrador retriever convertía un día aburrido de tareas en un día festivo con destrozos incluidos. Su pelo suave me quitaba el frío. Mis manos se quedaban pequeñas ante su hocico y sus lamidos me dejaban un saludo lleno de cariño.

-Ay, mi Broly. No sé qué haría si te perdiera. Te quiero tanto -Le di un abrazo y casi me pierdo en todo su tierno pelo.

Mi habitación se veía tan amplia que podía hacer un ritual o jugar fútbol con mi amiga. Era mejor porque así podía ver a las lagartijas tentando a la muerte. Lo más caro de mi habitación era una computadora que tal vez se fabricó el día que Alemania invadió Polonia. Las promesas de mi padre no valían ni un centavo falso. No podía pedir algo ni en mi cumpleaños. ¡Lo más barato era un abanico para paliar los azotes del calor!

Mis sueños no eran del todo verosímiles, pero el que había tenido era el mejor. Aunque poco a poco mi ensoñación se iba disolviendo como aspirina. El nombre del muchacho se mezclaba con otras letras que me confundían. Si no recordaba qué día era hoy, mucho menos el nombre de un chico misterioso.

«Mi vida continúa. Un sueño no me va a cambiar la vida. Tengo una universidad y una amiga con la cual lidiar. ¡Karina, deja de pensar en chicos guapos que no existen!».

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