Capítulo 8: Mariposas

Espero que les guste el cap 🥰
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LORENZO

Tania me grita para llamar mi atención, dando de saltos frente al espejo de la tienda de novias. Finalmente es su última prueba de vestido, ya faltan un día para su boda. Andaba ansiosa porque se lo prometieron entregar justo hoy y pensaba que no se lograría.

—¿Les gusta cómo quedó? —pregunta a sus padres, hermanas y a mí.

Todas aceptan, emocionadas, y yo me uno, comentando que los arreglos finales lograron que quedara como ella más lo deseaba. Da vueltas para verse de varios ángulos y, al terminar, trata de no ponerse a llorar.

Yo sonrío, realmente emocionado por ella. Sé lo por todas las cosas que ha pasado en sus relaciones y, que haya encontrado a un hombre que realmente la valora como merece, me hace sentir muy contento. Eduardo ha sido un buen padre para Elizabeth y ha hecho a mi mejor amiga feliz, así que no podría estar más desesperado porque sea sábado.

Salimos todos juntos de la tienda de novias pero nos vamos por separado, Tania y yo volvemos a la oficina mientras que su familia se va a casa. Nos tomamos la hora de almuerzo para liberarnos del pendiente. Tania camina tan feliz que, una vez dentro del edificio, cargando su vestido de novia, grita a todos que no se les olvide que el sábado es su boda y que todos debemos ir vestidos de blanco.

Nos subimos al ascensor para ir a mi oficina a comer lo que compramos.

—¿Ya habrá vuelto Paloma? —pregunta Tania, mirando la hora, nos quedan veinte minutos de comida. Paloma tomó su horario de comida para ir al médico, ya que le tocaban vacunas a Mariano.

—No creo, me dijo que me avisaría cuando saliera y no me ha mandado mensaje —le cuento—. Además iba a comer en su casa.

Tania suelta una risita y asiente.

—Te juro que pensé que la llevarías tú al médico y no Jorge, cuando nos despedimos de ella, casi parecías querer decirle a Jorge que mejor se bajara del auto porque la llevarías tú.

Pongo los ojos en blanco. Estas semanas ella se ha encargado de hacerme burla por mi amistad con Paloma e insinúa cosas que no son.

Como que quiero ser el papá de su hijo.

Y es que hemos pasado tiempo amable los dos, recordando viejos tiempos y creándonos nuevos, salimos a comer, a cenar, hace dos noches vimos películas en mi casa, ¿qué de raro hay? Ella es graciosa y muy carismática. Ambos bromeamos con tonterías y eso hace mis días menos pesados. Además de que es una buena asistente que resuelve todo con una sonrisa. Me gusta ser su amigo.

—Yo no me creo tu cuento. Lo amigos no se abrazan así para despedirse, Lorenzo, al separarse la miras como si tu objetivo fuera su boca. Casi les coreo el "beso, beso" y les aviento con arroz —comenta sin que yo diga nada. Ella ya sabe que tengo ganas de reprocharle lo que me dice porque son tonterías nada más—. Llevan semanas mensajeándose, tienes el teléfono lleno de fotos de su bebé y de ella, hasta le hiciste un regalo al niño por sus diez meses cumplidos. Siempre traes una sonrisa de imbécil cuando ella está contigo, hasta le facilitaste el trabajo, ¿estás seguro que no han tenido, en todo este tiempo, alguna clase de flirteo?

—Por supuesto que no, ¿qué te pasa? Me manda fotos porque se las pido, no tiene nada de malo —me defiendo. Porque sí, no tiene nada de malo, ¿verdad?—. Y lo de ponerle su intento de oficina en la mía fue para que no tenga que estar subiendo y bajando el ascensor tantas veces en el día.

Hice que pasaran su escritorio a mi oficina para no tener que estar llamándola a cada rato, eso tampoco es raro, ¿no es así?

—Qué considerado jefe.

—Por supuesto que lo soy. —Me acomodo el saco. Ni al caso con su comentario, sin embargo, me causa un efecto que decido asociar con incomodidad. Aunque, honestamente, no lo es, más bien creo que me siento expuesto y avergonzado.

—¿No te causa mariposas en el estómago toda su existencia? He tenido esa impresión estos días, haces la del punta y pie en el mismo lugar, como ansioso cuando la tienes enfrente.

—¿Qué es eso del "punta y pie"? —Le hago una mueca. Ella achica los ojos, sabiendo que sé qué es eso.

Eso yo se lo dije cuando conocimos a Eduardo en un evento, ella hizo mucho punta y pie en el mismo lugar mientras hablaba con él, como si tuviera ganas inaguantables de orinarse.

Aclaro mi garganta y me acomodo el saco de vuelta.

—Estás sacando conclusiones equivocadas. —Me rasco la nuca—. Mira, Paloma fue mi compañera de prepa por tres largos años y nunca nos tratamos tan mal. Seguí tu consejo de comportarme en el tema del pasado, ¿por qué ahora me sales con esto? Ella y yo ahora somos amigos, limamos asperezas, nos llevamos bien, ¿sí? No sé por dónde te dio pensar en...

—¿Algún deseo sexual repentino? ¿Se te alborota el pene con sus mensajes o con su presencia? —Su pregunta hace que me atragante con mi propia saliva y tosa sin parar.

—¡Tania! —Pongo una mano en mi pecho—. ¿Puedes parar con eso?

—Perdón. —Se encoje de hombros, ya no parece burlarse—. Pero la verdad no es pecado aunque te incomode escucharla, no te lo digo por joderte o burlarme de ti, en realidad me agrada mucho la idea de que tengas novia, y, sin querer, Paloma parece ir por buen lado, te miras feliz, incluso más que cuando estabas con Louisa.

La miro mal.

—Se que prometimos no hablar de ella, pero estoy diciéndote todo esto con toda la honestidad que te debo porque somos mejores amigos desde que nos conocemos, Lorenzo, deberías de pagarme igual.

—Estoy siendo honesto, claro que no se me alborota el... el estómago, solo me agrada y ya. —Me vuelvo a acomodar el saco cuando el ascensor se detiene y entramos a mi oficina. Paloma se encuentra ahí, comiendo.

—¡Ay, perdonen! —Guarda las cosas en la bolsa en la que, asumo, venía todo. Justo noto que sí se me alborota el estómago al verla. Sí, solo el estómago—. Se me hizo tarde, Mariano se puso muy sensible después de las vacunas y me quedé más tiempo contentándolo, no alcancé a comer.

—¿Él está bien?

Tania se burla de mi preocupación. Yo la ignoro, siguiendo mi camino hacia el escritorio.

—Sí, solo lloró un rato y se puso chipilón —nos cuenta Paloma—. Pero, bueno, yo quiero saber: ¿cómo te fue, Tania? ¿Ese es el vestido?

Tania finalmente me suelta con el tema y se pone a hablar con Paloma, emocionada. Le cuenta sobre los últimos detalles de su vestido y lo feliz que está porque ya mañana será el gran día. Comemos los tres juntos mientras hablamos de mañana. Paloma cuenta que invitó a su amiga y a su mamá pero ninguna quiso, así que irán ella y Mariano. A mí ya me había dicho que su mamá prefirió declinar porque eso implicaba que la hicieran hablar pero ella no podría, por lo que la verían raro. Paloma se lamentó y finalmente me contó cómo es que ella había decidido dejar de hablar. Aquellos hombres también la golpearon e incluso la estaban estrangulando cuando ella llegó. Su madre ya estaba algo mal por el abandono de su esposo días antes y la situación influyó más en el sentimiento de traición que ya llevaba encima. Los siguientes días, sin comprender todo a su alrededor, se mantuvo en casa, sola y desamparada, como una niña pequeña, y, cuando ella regresó toda lastimada, la encontró sentada cerca de la ventana, como ida. El médico le dijo que tenía estrés postraumático.

—Caray, ya pasamos media hora de más —comenta Paloma, recogiendo su basura mientras ve su teléfono—. Debo organizar el siguiente mes.

—Oh, y yo con llamadas qué hacer. —Tania se dirige al ascensor—. Los veo en un rato.

Me pongo a checar unos documentos mientras Paloma escribe en su agenda las reuniones que tendremos el siguiente mes, además del itinerario de las dos semanas que Tania no estará por su luna de miel y nos tendremos que adaptar a él.

En algún punto, la veo morder como piraña su bolígrafo y me distraigo un poco. Parece confundirse con algunas cosas pero no parece escandalizarse y analiza lo que va a poner en la agenda. Al final escribe algo y después sonríe.
A mí de nuevo se me alborota el estómago. Su mandíbula apretada y su ceño fruncido me hace recordar a esa Paloma adolescente, a esa que me encantaba molestar, que me encantaba ganarle de manera sana e inocente cada calificación. Esa a la que nadie le había hecho ningún daño...

Suspiro, sintiéndolo muy dentro y poderoso de mi pecho. Esta vez se me alborota más que el estómago, es en el pecho, no sé qué es, es como una necesidad, o no sé a qué asociarlo porque solo siento que debo proteger esa sonrisa que, sin darme cuenta, ahora me dedica.

—¿Estás bien? —pregunta, frunciendo el ceño—. ¿Quieres agua? ¿Más café?

No sé qué cara tengo porque se levanta y se me acerca a tocarme la frente. Yo no sé qué hacer por un momento.

—Estás caliente, pero no es fiebre, ¿tienes calor? ¿Te duele algo?

Sé que niego. Reacciono solo para descubrir que acaba de poner sus manos en mis mejillas.

Niego con la cabeza y aclaro mi garganta.

—Perdón, me distraje. —Paso una de mis manos por mi cabello—. ¿Ya acabaste? Ya casi son las tres.

Soy el primero en recoger mis cosas. Paloma se toma un momento para creerme y asentir.

—Sí, terminé. —Levanta la agenda y su mano libre en celebración—. ¿Son exactamente las tres o aun falta?

—Faltan como quince minutos, ¿por qué? —En automático, le ayudo a recoger sus cosas.

—¿Le puedes pedir a Jorge que me lleve al centro y después a mi casa? Es seguro que aun no se haya ido. —Apenada, se acomoda el cabello en la oreja—. Aun no compré el regalo para Tania, ¿crees que quiera llevarme?

El alboroto en el estómago, que todavía tengo, de repente se transforma en un nudo incómodo y amenazante.

—Te llevaré yo —digo rápido–. Yo tampoco le he comprado nada.

No sé de qué estoy hablando, se lo compré hace semanas. Aún así, no lo me retracto cuando ella sonríe y asiente, haciendo que el nudo en mi estómago regrese a ser un simple alboroto, como si trajera hambre pero sin sentirse doloroso.

—Bien, entonces hay que irnos. Prometo que será rápido, aunque no sé bien qué se regala en las bodas.

—Yo puedo guiarte. —Le ofrezco mi brazo y ella lo toma, riéndose. Bajamos el ascensor, nos vamos al estacionamiento y yo me pongo a conducir mientras le platico las probabilidades de regalos que he visto en bodas.

Entramos al edificio, donde justo compré la cafetera para Tania y Eduardo. La insto a caminar al área de electrodomésticos, pero hay demasiadas cosas que ella mismas elige ir a los adornos del hogar. La sigo y juntos nos ponemos a opinar sobre cuál de esos adornos le gustaría a Tania para que tenga con gusto en su casa. Ella no es muy de tener adornos por todas partes pero sí tiene un gusto por mantener estéticamente elegante su hogar.

—Bienvenidos. —Una de las dependientas se nos acerca—. Mucho gusto, soy Leila, será un placer para mí atenderles, si gustan acompañarme para darles los escáners, así ustedes mismos marquen los regalos para la lista y presupuestos.

Paloma le agradece y la sigue. Creo que no captó lo que la dependienta dijo. Hasta va emocionada, contándole que le encantan los adornos de cerámica y de cristal transparente. Yo voy tras ellas con la única misión de decirle a la dependienta que nos ha confundido, no obstante, cuando llegamos al aparador de escáners, la chica nos pide nuestros nombres. Paloma de nuevo no parece captar y yo me olvido de retractarme porque me causa gracia que aún no entienda que esta dinámica es de los novios, y los invitados son los que decidirán entre la lista. Esta tienda tiene esa opción.

—Bien, aquí tienen. —Nos entrega los escáners, uno a cada uno, y se distrae, viendo a otra pareja llegar al local—. Me retiro, los dejo, felicitaciones por su pronta boda.

Se va y solo entonces Paloma parece finalmente entender qué es lo que pasa. Yo me río cuando se queda viendo a la pantalla, donde la inscripción en cursiva de "Paloma & Lorenzo wedding" está encerrada en gráficos de encajes blancos y corazones.

—Estos escáners son para que hagamos como una lista de los regalos que queremos que nos den en nuestra boda, Paloma. —Intento dejar de reí pero me resulta difícil.

Ella se pone roja.

—Te juro que pensé que era para saber el precio de las cosas. Qué pena. —Se ríe aún así—. Bueno, ya andamos airados y me da vergüenza sacarla de su error, así que, ¿por qué no escaneamos babosadas? Vi un muñeco de cerámica aterrador ahorita.

El estómago ahora me da cosquillas por dentro y sonrío.

—Pido los adornos de jardín. —Hago como que recargo el escáner y camino. La sonrisa juguetona que me dedica Paloma, hace que me olvide por un momento a qué venía.

Escaneamos algunos artículos al tiempo en el que ella misma va analizando qué puede llevarle a Tania. Al final, opta por tomar un grabado de madera de "Hogar, dulce hogar" del que se apaña para ir a pagarlo. Yo agarro un candelabro solo para no llevar las manos vacías a la caja.

Pagamos las cosas y después le entregamos los escáners a la chica, esta teclea en su computadora y yo decido tomar las bolsas para huir de nuestra travesura en la primera oportunidad.

—¿Paloma? —El respingo de Paloma ante esa voz, hace que entre en alerta y coloque mi mano libre en su hombro cuando me giro a ver de quién se trata—. Caray, cuánto tiempo, mi niña.

—Aquí tienen. —La dependienta nos entrega la lista y Paloma decide no ver al hombre y tomarla ella—. Nos alegra que nuestra tienda forme parte de sus deseos, ¡felicitaciones por su pronta boda!

—Gracias, un gusto. —Se despide y, sorprendiéndome, toma la mano que puse en su hombro, entrelazándola con la suya, y me hala para irnos rápido.

El sujeto nos sigue y yo entiendo menos.

—Espera, Paloma, ¿te casarás pronto? ¡Vaya, qué gusto! Me encantará formar parte de todo ahora que te he encontrado de nuevo. —La alegría en su voz y en su mirada me confunden mucho más todavía—. Mucho gusto, hombre, soy...

—Nadie —reniega Paloma, alterada, asustada y enojada—. Tú no eres nadie, no formarás parte de nuestra boda, ni siquiera te quiero cerca de nosotros. Vamos, Lorenzo, este tipo no merece nuestro tiempo.

—Pero, princesa, yo...

—No me llames así, Hernan.

Cuando su nombre llena mis oídos, mi reacción es colocar a Paloma a mi espalda y enfrentar al tipo. A su mal parido, infame y horrible padre.

—Lorenzo Castro —me presento, desafiante—. Perdóneme no compartir el gusto de conocerlo, pero si ella no quiere que esté cerca, estoy dispuesto a que se cumplan sus deseos, y, lo que sé de usted, señor, me hace sentir muy seguro de no permitirle que se acerque.

—Es mi hija, muchacho, no puedes...

—Dejé de ser tu hija hace ocho años, el día que los hombres a los que les debías dinero me arrancaron mis sueños y lastimaron a mi madre. —Me hala desde su posición para animarme a subir al auto—. Vámonos, Lorenzo, por favor.

—Paloma...

—Por favor, señor Lagos. —No permito que se le acerque mientras la hago subirse a su asiento y rápido la protejo dentro—. Mi Paloma ya ha sufrido mucho, y me he prohibido a mí mismo permitir que lo vuelva a hacer.

Me subo al auto y arranco bajo la mirada lúgubre y arrepentida de ese hombre. Que se la crea quien no sabe de su pasado el maldito desgraciado.

Paloma llora y tiembla. Decido detenerme en el Parque Madero para intentar calmarla.

—Ya todo está bien, Piraña.

—No quiero que se acerque a mi Mariano, Lorenzo, no merece conocerlo. —Solloza bajo, tratando de contenerse—. Tampoco lo quiero cerca de mi madre.

—Y no lo estará —prometo y me inclino, ofreciéndole mis brazos. No para de llorar cuando acepta mi abrazo.

La levanto del mentón para que me vea, está acunada en mi pecho. Sus ojos llorosos me contraen el pecho. Le toco la cara, limpiándole algunas lágrimas.

—Voy a cuidarlos con mi vida si hace falta. —Recargo mi frente en la suya, logrando que ella detenga lentamente su llanto y yo cierre fuerte mis ojos al mismo tiempo que mi corazón parece tener como misión salirse se mi pecho—. No permitiré que vuelvan a lastimarte por su culpa, Piraña.

Su respiración se calma pero solo así noto que su corazón y el mío laten en sincronía tan fuerte que nuestra cercanía hace que se escuchen como si fueran a reventar en cualquier instante. Paloma pone una de sus manos en mi cuello.

Y yo, bueno, ya no sé quién soy después de los escalofríos que me causan su tacto.

Sin pensar absolutamente en lo mal que está esto, froto despacio mi nariz con la suya, haciendo que ella suspire y yo también, poco antes de reclamar su boca con la mía y permitirnos conectarnos en un beso tan dulce y acogedor que, aunque solo dure unos poco segundos, logra que la paz se apodere de los dos.

—Oh, Lorenzo... —Mi nombre en su boca en ese nuevo suspiro me provoca muchas cosas.

Vuelvo a atrapar su boca, esta vez los dos parecemos tan urgentes que ni nos medimos al momento de mover los labios. Paloma pone ambas manos al rededor de mi cuello y me ayuda a intensificar el beso, incluso llega a morderme el labio inferior, provocando que suelte un desesperado gemido.

No obstante, la burbuja se nos rompe cuando ella me empuja y parece asustada, tocándose la boca con sus dedos. No parece horrorizada ni asqueada, solo sorprendida.

Entonces, comparto su asombro.

¿Qué caramba acabo de hacer?

—Oh, Dios. —Ella se toca la frente—. Perdóname, Lorenzo, qué inapropiado ha sido eso, no debí hacer eso.

Confundido, la miro, con el ceño fruncido.

—¿Estás segura de que lo hiciste tú? —se me sale preguntar y ella se comienza a poner roja.

—Pues sí, lo hice yo, ambas veces —apenada, se muerde los labios e intenta no verme a los ojos, es más, mira hacia mi pecho—. Fue un momento de debilidad de mi parte y no debí aprovechar la situación.

—¿Debilidad?

Se pone más roja con mi pregunta.

—No me avergüences más, Lorenzo, ¿puedes? No volverá a ocurrir, lo prometo, solo llévame a mi casa y finge que no te he besado... así.

Un momento... Ella cree que fue la única que se acercó.

—Paloma, yo...

—Estoy abochornada, solo llévame a casa, Lorenzo.

Se acomoda en el asiento, se limpia rápido las lágrimas y decide mirar por la ventana.

Una sonrisa de imbécil aparece en mi cara y, aun sin comprender muy bien por qué me causa esa reacción, comienzo a conducir otra vez, sintiendo esas mentadas mariposas de las que Tania me habló.

Dios mío, sí me gusta Paloma.

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