Capítulo 5: Confesiones

Espero que les guste este cap ❤️

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PALOMA

No paro de llorar, hecha bolita en el sofá, de lo avergonzada que me siento, no puedo creer que Lorenzo haya visto mis cicatrices, y peor, que se le ocurrió tocarlas.

Andrea me abraza para tratar de consolarme, sin saber aún por qué lloro, mientras yo intento que mi llanto no sea escuchado por mi madre ni tampoco por mi hijo, ya es de noche y ellos duermen tranquilamente, no quiero perturbarlos, pero no puedo evitar sentirme horrible y expuesta. Andrea acaba de llegar y me encontró así.

—Miró mis marcas, Andi. Lorenzo miró mis marcas, ¡y las tocó! —Me toco el estómago y el hombro, intentando demostrarle a Andrea cómo fue y dónde tocó—. Estaba aterrado por lo que veía, ¡le temblaban las manos!

Lorenzo tenía esa cara que mamá hizo cuando le confesé lo que había pasado, a ella también le temblaron las manos cuando intentó tocarme las heridas que apenas comenzaban a cicatrizar. Mamá lloró conmigo esa noche, Lorenzo parecía apuntar a ese efecto pero no quise verlo, me aterré yo también. Fue tan diferente a lo que imaginé cuando alguien, que no fueran mi madre o Andrea, miraran las marcas. Pensé que haría una mueca de asco y hablaría de lo fea que me hacen ver.

En cambio, parecía querer poner curitas de ositos de felpa en cada cicatriz que encontrara. Pensé en esa tarugada cuando salí corriendo y recordaba su cara de horror, que revelaba lo mucho que tenía ganas de preguntar qué me había pasado para tenerlas.

Le cuento todo a Andrea, exactamente cómo pasó. Cómo me dieron escalofríos al sentir su mano en mi estómago y hasta cuando me abrazó y su perfume se quedó en mi nariz.

—Y le robaste su saco. —Intenta no reírse mientras lo señala, lo traigo en mis manos, apretándolo como si quisiera romperlo—. Tranquila, Paloma, todo está bien, ¿sí? Por lo que me dices, él de verdad estaba preocupado por ti, le aterró ver a alguien que conoció por muchos años, lastimada.

—Pero no lo entiendo, Andi, él me odiaba. ¡Qué va! Si me contrató para burlarse de mí, para presumirme que él es exitoso y yo no. —Sigo llorando, finalmente desatando la frustración que llevo toda la semana—. Me contrató para humillarme, no para saber de mi vida.

Andrea suspira y me apretuja más fuerte.

—¿Estás segura de que te odiaba? Me contaste que se la pasaban mucho tiempo juntos, para mí suena más a que eran mejores amigos, que simplemente tenían su juego de competir por calificaciones, algo tonto que siempre fue inofensivo, ¿no lo veías así tú? —No deja que le responda porque me pide escucharla bien—. A lo mejor él tampoco lo veía así, pero lo sentía, ¿no crees? Lorenzo está preocupado por las heridas que tiene su mejor amiga y está desesperado por saber de dónde viene cada una y quién fue el que hizo el daño. Hasta me dijiste que se preocupó por Mariano sin siquiera conocerlo solo porque es tu hijo.

Mi corazón se acelera solo de pensarlo. Es extraño que lo diga, porque tiene algo de razón, en algún punto de mi vida llegué a pensar que Lorenzo me caía bien, sí, me gustaba mucho restregarle en la cara cuando sacaba una mejor nota que él, incluso una vez salimos a comer cuando empatamos... caray, me había olvidado de todas esas cosas, Lorenzo era el único al que le hablaba más en prepa.

—Creo que puede ser —digo, realmente confundida—. Pero, de todos modos, me da mucho miedo decirle, Andi, ¿qué pensará de mí?

—Que eres una mujer que ha sufrido mucho y que ahora merece todo el amor, cariño y respeto del mundo, como yo lo he pensado desde que te conozco, cielo. —Se pone a llorar conmigo—. Pensará que necesita a su mejor amigo de vuelta para que él consuele a esa chica que lastimaron tanto y ya no reconoce ahora. Si él quiere saberlo porque está preocupado por ti, creo que merece saberlo, Paloma, quizá él no lo sabe, pero te tiene un buen aprecio y demuestra que sus intenciones son buenas. Aunque, no lo sé, yo estoy basándome en las cosas que me cuentas, ¿es un buen tipo?

—Es un buen tipo. —La percepción que tengo de él desde preparatoria, no ha cambiado, lo confirmé esta semana. Sigue siendo aplicado, perfeccionista y carismático, lo último lo supe cuando algunos clientes llegaron de visita.

—Entonces solo me queda decir que lo hagas cuando te sientas lista. —Besa mi frente y se levanta del sofá—. Te quiero, ¿sí? Me iré a dormir, ya sabes que mañana doblo turno.

Se va a su habitación y yo me quedo más tranquila, pensando. Quizá, si al menos, le digo que es un tema que no me hace sentir segura de contarle aún, entienda que es algo difícil...

¿De verdad estoy considerando contarle a Lorenzo absolutamente todo lo que pasó?

Niego con la cabeza, espabilándome. ¡Claro que no! Eso solo sería un desastre que no quiero agregar a mi vida, ya tuve suficientes problemas por confiar en un hombre que fingió comprender mis problemas.

Ni hablar.

***

El sábado lo tomo para limpiar un poco y pasármela con mi hijo y mamá. Mariano se la lleva dormido, por supuesto, pero con mamá, como de costumbre, intento hacerla hablar mientas le cuento cualquier cosa. Aunque sé perfectamente que no me va a responder nada, me sirve para olvidarme un poco de lo que pasó con Lorenzo. Mamá me escucha atenta, como siempre lo hace, me hace señas, mostrándome que le gusta escucharme. De vez en cuando, Mariano se despierta y me dedico a atenderlo. Así hasta que llega la tarde, a mamá le gusta dormir un poco antes de la cena por lo que, mientras yo cocino, ella se va a dormir. Mariano, que ya está en su momento de la tarde despierto un buen rato, se queda conmigo. Lo tengo en su moisés en la mesa del comedor.
Está en su momento de quietud del día así que estoy haciendo de cenar tranquila, de vez en cuando le hago mimos que él goza, sonriente.

Cuando finalmente termino de preparar la cena, estoy por ir a llamar a mamá cuando mi teléfono suena. Es un mensaje de Lorenzo, mal escrito y apenas entendible, parece que dice que se siente mal, pero no comprendo lo demás. ¿Será una disculpa?

Lo llamo para confirmar y, al responderme, escucho un estornudo.

Está enfermo.

—¿Estás bien, Lorenzo?

—Sí —responde y sorbe por la nariz, suena como si estuviera llorando y no constipado como se supone que debe estar—. Aunque me duele el cuerpo y estoy resfriado, ¿me traes un café?

Se me sale una risita porque su voz suena barrida. Sí, suena a que está muy enfermo, tanto que ni siquiera sabe lo que dice.

—No es mi horario de trabajo, Lorenzo, anda a tomarte algún analgésico y un antigripal, ¿sí?

—Te pagaré extra, ven. —Parece muy seguro de sus palabras—. Es que me gusta tu café.

De nuevo me río, yo no le hago café, solo le llevo el que está ya hecho en la cafetera.

—¿Seguro que te sientes bien? —pregunto y me acerco a Mariano, que comienza a quejarse un poco.

—Estoy bien, solo quiero tu café.
¿De verdad está tan mal? Siento que está actuando muy raro, como si estuviera delirando.

—¿Quieres que llame a un médico o a Tania? —Trato de darle soluciones—. ¿Cuál es tu dirección? ¿O tienes algún médico conocido?

—No, Paloma, quiero que vengas tú, quiero hablar contigo —parece comenzar a llorar, pero luego se queja de, lo que a mi parecer, es dolor físico—. Creo que me voy a morir, siento escalofríos.

Debe ser un resfriado fuerte.

—Vale, dame tu dirección. —Cuando lo suelto, me arrepiento totalmente, ¿qué hago, caray? Claro que no iré, Lorenzo está pasando más esa línea que tracé el lunes, ¿qué le pasa?

Pese a mis propios reclamos internos, releo la dirección y me la grabo mentalmente cuando me la manda por mensaje luego de colgarme, mientras pienso que debería dejarle una tarjeta a mamá, avisándole dónde estaré.

Ni siquiera analizo las cosas cuando me monto en el taxi junto a mi hijo súper arropado y con sus biberones en mi mochila, y menos cuando me bajo justo frente a la grande y lujosa casa de Lorenzo Castro. Todo me llega cuando toco el timbre, entonces me doy cuenta que acabo de hacer una de las tantas estupideces que he hecho en toda mi vida.

¿No me prometí a mí misma no confiar en Lorenzo? ¿No me prometí a mí misma no volver a hacer cosas por impulso? ¡Incluso involucré a mi hijo en mis babosadas! Caray, qué irresponsable me acabo de ver.

—¡Paloma, viniste! —Lorenzo abre la puerta y me toma desprevenida cuando se le ocurre tomarme de los hombros y llevarme dentro, ¿qué mierdas?

Me hace acomodarme en un sofá, despacio, y se queda hincado frente a mí. Yo no sé qué está pasando.

—Oh, trajiste a tu bebé. —Lo descubre de la cara con cuidado—. ¡Míralo, es tan bello! Se parece a ti, tiene tu nariz y tus ojos. ¡Es tan adorable!

Ya no se me hace que esté enfermo, más bien parece ebrio o drogado. Le toco la frente para confirmar.

—¡Estás ardiendo!

Ya veo por qué la actitud.

—Estoy bien, estoy bien. —Une sus manos y baja la cabeza—. La que no lo está eres tú. Te hicieron daño, te lastimaron, no debían lastimarte, Piraña, no lo mereces, eres buena, inteligente, amable, bonita y talentosa.

Está hiperventilando. Yo intento ignorar sus palabras para no ponerme a llorar.

—¿Tienes algún médico de cabecera? ¿Alguno que podamos llamar ahora? ¿A tu mamá? —Lorenzo niega con la cabeza e insiste en que está bien.

—¿Te duelen? —Intenta buscar el modo de volver a ver alguna de mis heridas y a mí se me hace un nudo en la garganta por el tono de su voz.

—No, ya no duelen —respondo y acomodo a Mariano a mi lado en el sofá con cuidado. Parece que está dormitando—. Lorenzo, mira, primero hay que hacer que estés bien tú, luego hablamos de eso, ¿sí? ¿A quién podemos llamar?

—¿Prometes que me vas a contar todo si dejo que me curen? —Levanta la cabeza y sin aviso me toma las manos—. ¿Lo prometes, Paloma?

Tomo una gran bocanada de aire.

—Lo prometo, cuando mejores te lo contaré todo.

Por supuesto que no lo haré, pero él no tiene por qué saberlo aún. De todas formas, quizá y ni se acuerde mañana de esto.
Me da su teléfono justo cuando marca a un “Dr. Pendejo”, así que solo lo pongo en mi oído cuando alguien contesta, adormilado. Es temprano, pero supongo que ya estaba durmiendo.

—Hola, buenas noches, ¿es médico personal del señor Lorenzo Castro? —Cuando me responde que sí, continúo—. Soy su asistente, y quería saber si puede venir ahora a su casa, él está muy enfermo, está ardiendo en temperatura y parece resfriado.

Me dice que viene en un momento, que es su vecino, y me cuelga. Yo, por mero instinto, hago sentarse a Lorenzo en otro sofá para ir por alguna compresa. Solo encuentro una camisa suya y, sin preguntar, la mojo en su lavatrastes antes de volver.

Lorenzo no está donde lo dejé, está sentado en el suelo al lado de mi hijo, viéndolo con ternura y shusheando para calmarlo porque ha empezado a quejarse.
Me acerco para poner mi intento de compresa en su cabeza. Cuando lo hago, él suelta un suspiro.

—Ayer me caí en un charco —me cuenta, tranquilo—. Traté de buscar por dónde te habías ido, pero solo obtuve un resfriado y a una señora diciendo “ve a este pendejo, no vio el charco”.

Me aguanto las ganas de reírme porque justo la puerta se abre, mostrándonos a un hombre en pijama con un botiquín.

—Espero que no sea una tontería de nuevo, Lorenzo, estuve en guardia y estoy cansado. —Cuando se acerca a nosotros, se talla los ojos antes de vernos—. Bueno, no es una tontería, te ves de la mierda.

Su comentario hace reír a Lorenzo y yo solo puedo pensar que, para ser un doctor, se comporta como todo un imbécil. Confirmo que lo es cuando comienza a tomarle la temperatura a Lorenzo y me ve. Es uno de nuestros compañeros de prepa, Misael. Era de los del grupo desastroso del salón. Qué curioso.

Me dedica una sonrisa adormilada lo que me hace notar que no se dio cuenta de quién soy, para mi fortuna, de saberlo probablemente se soltaría a reír. Él es uno de los que sabía cuánto peleábamos Lorenzo y yo por las calificaciones y cómo aseguraba que yo sería su empleada algún día.

—Anda a darte un baño de unos veinte minutos, Lorenzo. —Se levanta y me entrega un grupo de pastillas que saca de su botiquín—. Tenga, señorita, haga que se las tome después de su baño y, si puede, hágale un té de abango, los tiene en la alacena, solo es un resfriado fuerte, mejorará con esto.

Bosteza y solo se va, ¿tan estúpido es para atender gente? O al menos a Lorenzo.

Niego con la cabeza y hago todo lo posible por ayudar a Lorenzo a llegar al baño, una vez que lo dejo, regreso por mi hijo, está completamente dormido. Creo que solo esperaré a que Lorenzo salga y tome sus pastillas para regresarme a casa.

No obstante, no me doy cuenta de que me quedo dormida, sino hasta que siento la comodidad de una cama. Lorenzo shushea y golpea despacio la espalda de mi hijo, que ha puesto cerca de mi pecho, para que este siga durmiendo.

—Duerme, te llevaré a tu casa mañana —dice. Suena más tranquilo—. Es muy tarde para que subas al taxi de un desconocido con un bebé, y no estoy tan bien para manejar, prometo que será a primera hora, ya me tomé las pastillas.

Quiero renegar pero la verdad me siento tan cansada, así que solo asiento. Sin embargo, me pongo alerta cuando siento cómo, muy quitado de la pena, Lorenzo se acomoda atrás de mí luego de cubrirnos con una sábana. De igual modo, no me atrevo a hablar al sentir su peso a mi espalda.

—Paloma, quiero pedirte una disculpa. —Lo escucho suspirar, como si estuviera por dormirse—. Sé que no me incumbe nada de tu vida, me lo recalcaste, y me gustaría prometerte que no me importa y que no voy a hacerte muchas preguntas, pero la verdad es que sí me importa lo que te haya pasado, demasiado.

Se queja de dolor cuando se acomoda mejor.

—¿Sabes? —sigue hablando—. Cuando no volviste, las cosas fueron muy extrañas para mí, ya no quería pelear contigo ni intentar ganarte en nada, solo quería que volvieras.

Mi corazón se acelera una milésima. Está hablando de la prepa.

Él bosteza. Yo no sé ni cómo me siento con lo que acaba de decir, sin embargo, también tengo ganas de confesar algo. Sin embargo, nada sale.

“Todo fue culpa de mi papá, no las hizo él, pero todo fue su culpa” se atora en mi garganta porque las ganas de llorar compiten por salir antes que la confesión. Así que mejor prefiero quedarme dormida. Ya tendré tiempo de lidiar con mis problemas mañana.

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