4-Lucas
4-LUCAS
Lo ha dudado. Lo he visto en sus ojos grises. Un suspiro de alivio salé de mi boca cuando dice que sí. No me había dado cuenta de lo mucho que deseaba tenerla en mis brazos hasta que la vi en la barra bailando.
Espero fuera del local fumando un cigarro mientras Bianca se despide de sus amigos. No sé si es buena idea lo que voy a hacer. No, seguro que no es buena idea. Lo mejor sería olvidarme del polvo y conseguir la información. Observo a través del cristal cómo Matt da dos besos a Bianca y la hace bailar antes de dejarla marchar. Doy la última calada al cigarro que me ha dado Bianca y lo tiro. ¿Qué le voy a hacer? Soy ambicioso y si puedo conseguir ambas cosas esta noche no lo pienso dudar... Me río ante mi propio engaño. «Lucas, estás pensando con la polla» pienso sin apartar los ojos del trasero de Bianca mientras coge el abrigo.
Cuando Bianca sale por fin del bar se queda junto a mí parada más tímida de lo normal. Eso me hace fruncir el ceño.
—¿Estás segura? —pregunto preocupado. Alza la cabeza y me sonríe con su sonrisa coqueta estrella.
—Sí —dice, y sin esperármelo me agarra con una mano de la nuca para acercarme a su boca. El gesto me hace pensar que quiere demostrar algo pero en seguida el fuego que había surgido en la pista entre nosotros vuelve y me olvido de todo. Solo quiero esa boca y ese cuerpo.
Todo el recorrido del taxi lo pasamos besándonos. Bianca me vuelve loco, sus besos y su forma de tocarme hacen que despierte un deseo enloquecedor dentro de mí.
Abro la puerta de mi apartamento con una mano mientras con la otra intento sujetar a Bianca que está enganchada con sus piernas alrededor de mi cintura devorándome la oreja. Joder, no sé si voy a ser capaz de llegar a la cama. En el pasillo la apoyo contra la pared para dar un respiro a mis brazos mientras me quito la chaqueta y le ayudo a quitarse la suya. ¡Dios! ¡Es preciosa! Tiene el pelo rubio despeinado y los labios rojos irritados por los besos, pero nada de eso la desfavorece, todo lo contrario, hace que esté más bonita. Me he quitado la camiseta y mi mano está tocando su pecho bajo el top cuando me dice:
—No puedo.
—¿Qué? —murmuro sin entenderla muy bien. Envuelto por la pasión sigo besándole el cuello.
—Lucas, lo siento. Pero no puedo. Para, por favor.
Siento cómo el aire se escapa de mis pulmones y apoyo mi cabeza en su hombro.
—¿En serio? —murmuro simplemente para confirmarlo, aunque sé que me puedo ir olvidando del polvo.
—Sí, lo siento mucho. Me apetece, es sólo... —Levanto la vista y la observo. Una tormenta se está produciendo en su interior.
—Es lo del sábado pasado, ¿verdad? —digo de forma tranquila aunque por dentro mi cuerpo está ardiendo de deseo. Afirma con la cabeza a la par que siento cómo un temblor le recorre el cuerpo—. ¿Lo has hablado con alguien? —Sus ojos grises se vuelven a centrar en mí antes de negar con la cabeza—. Está bien —digo recolocándola sobre mis caderas para que no se caiga—, tenemos que arreglarlo. ¿Qué prefieres alcohol o bebida caliente?
Sus labios serios hasta ahora se curvan ligeramente hacia arriba.
—Bebida caliente —dice de forma suave.
—Creo que es la mejor opción en tu caso, en el mío... me voy a decantar por el alcohol —digo sonriéndola mientras la cojo del trasero mejor para llevarla al sofá donde la dejo con cuidado—. Ahora, si me permites cinco minutos, necesito una ducha.
Me vuelve a dedicar esa tímida sonrisa tan extraña en ella.
Una vez en la ducha suspiro frustrado apoyando la frente en los azulejos de la pared. Joder, me ha puesto a cien por hora. Pero tengo que olvidarme de este calentón y centrarme en el trabajo, necesito saber qué es lo que le dijo Carlos. Salgo de la ducha más relajado y con la mente totalmente centrada en mi objetivo. Me visto con el chandal de correr y me pongo una camiseta gastada.
Cuando entro en el salón me encuentro a Bianca recostada en el sofá mirando al infinito. Al verme me sonríe con guasa, parece que ha vuelto a ser la de siempre.
—¿Mejor? —me pregunta. Me río ante su descaro.
—Sí, ¿y tú?
—Sí. Aunque creo que yo también necesito una ducha.
—Pues tendrás que esperar hasta que llegues a casa porque no me hago responsable de mis actos si te metes desnuda en mi ducha —digo dirigiéndome a la cocina para no seguir con ese tema que sólo está consiguiendo que me vuelvan a entrar ganas de cogerla y tirarla en la cama. El salón y la cocina apenas están separados por un tabique, así que cuando estoy dentro de la cocina no me hace falta alzar mucho la voz para preguntarla—: ¿Entonces que prefieres?¿té o café?
—¿Tienes café descafeinado?
—No
—¿Tila?
—No
—¿Manzanilla?
Saco la cabeza por el hueco de la puerta y miro a Bianca que me observa con diversión desde el sofá.
—Tengo té, y da gracias que mi madre no toma café. —Cojo el paquete y leo—: Té verde. Así que es eso o café con cafeína.
—Me quedo con el té verde —dice regalándome una sonrisa enorme.
—Buena elección —digo mientras caliento agua y cojo una cerveza de la nevera.
—¿Tienes sacarina? —La fulmino con la mirada mientras doy un trago largo a mi cerveza—. Azúcar está bien —dice entre risas. Me gusta verla reír, parece que se le va pasando el mal trago.
Echo un vistazo a Bianca que se ha levantado para estudiar mi colección de películas. Aprovecho el momento y mientras le preparo su taza de té añado una pastilla de Dormidina. No es que tenga por costumbre drogar a las chicas que traigo a casa, pero me he dado cuenta que Bianca no duerme bien y probablemente después de nuestra charla esté más nerviosa.
Cuando dejo la taza de té en la mesita del salón Bianca se gira con dos DVDs en la mano.
—¿Superdetective en Hollywood? ¿Arma Letal? —pregunta apretando los labios para contener la risa. «Mierda» pienso mientras cambio el peso de pierna. Por este tipo de cosas no me gusta traer tías a casa, siempre curiosean todo.
—Son películas muy buenas —digo dando un trago a la cerveza para disimular lo incómodo que me siento.
Siempre me han gustado las películas de acción de los años ochenta, muchas de ellas han sido las causantes de que ahora me dedique a ser detective. Aun así es algo que prefiero reservarme para mí.
—¡Pero si no hay nada de este siglo! —dice sin aguantar más la risa.
—Infiltrados es de este siglo —digo acercándome a ella para quitarle los DVDs de la mano. No lo impide y tampoco se intimida cuando le lanzó una mirada de advertencia—. Ahora, vamos a sentarnos y hablar del motivo por el que me he quedado sin polvo.
Sin decir nada se aleja de mí para sentarse en el sofá. Coge la taza de té y da pequeños sorbos sin dejar de recorrer con la vista el salón. Me siento al otro lado del sofá dándola tiempo.
—Tienes una casa muy bonita —dice dejando la taza en la mesa—. No sé, me imaginaba que tendrías calzoncillos sucios tirados por el suelo y restos de pizza en el sofá. Me he llevado una grata sorpresa.
—Bianca... —le advierto con un gruñido cuando me doy cuenta que se está yendo por las ramas para evitar el tema. Ella lo entiende y se abraza las piernas encogiéndose en el sitio.
—Tengo miedo, Lucas —dice. No me pasa desapercibido de qué manera su mano acaricia el bolsillo del pantalón justo antes de que su mirada se dirija a su chaqueta tendida en el suelo—. Nunca he pasado tanto miedo —continúa fijando ahora sus ojos angustiados en mí—. No puedo dormir, ni comer, ni hacer nada porque no consigo quitarme de la cabeza lo que sucedió.
—¿Qué te dijo el chico?
—No te lo puedo decir —contesta comenzando un vaivén nervioso—. Sólo se lo puedo decir a Diego Delgado.
—¿Diego Delgado?
—¿Sabes quién es? Joder, joder, no te tendría que haber dicho nada —dice tapándose el rostro y sin dejar de hacer ese vaivén—. Tengo la sensación de que me han estado siguiendo esta semana. —De repente se le abren los ojos y se pone de pie asustada—. ¡A lo mejor te he puesto en peligro por venir aquí! ¡Lo mejor es que me vaya! Joder, Lucas, lo... lo siento —dice de forma atropellada mientras coge sus zapatos del suelo y se dirige a su chaqueta—. Soy una estúpida, una tonta. ¿Cómo no he podido pensar en eso? Seguro que también he puesto en peligro a Matt y al resto...
—¡Hey, hey, hey! —la corto mientras la freno sujetándola por el brazo—. Tranquila, ¿vale? No has puesto a nadie en peligro. Tomate el té y vamos a ver cómo resolvemos esto. —La guío hasta el sofá quitándole de las manos sus cosas y ofreciéndole la taza de té. Ella la coge y da un trago largo—. ¿Estás mejor? —Afirma con un ligero gesto de cabeza—. Bebe un poco más de té, te vendrá bien. —Bianca me hace caso y se termina el té. Parece más relajada aunque sigue con la cara descompuesta—. Ahora cuéntame qué te contó Carlos.
—¿Quién es Carlos? —me pregunta algo confundida. «Joder» pienso al darme cuenta de la cagada de principiante que acabo de hacer. Más vale que busque una buena excusa. Observo a Bianca que tiene pinta de estar derrotada y cansada. Creo que le está haciendo efecto el té porque los párpados se le caen.
—¿No has dicho que se llamaba Carlos Delgado? —Ella niega con la cabeza algo aturdida.
—Diego Delgado, se lo tengo que decir a Diego Delgado —dice bostezando—. Pero no sé quién es Diego Delgado y me da miedo decírselo porque después de que se lo diga ¿qué va a pasar conmigo? En las películas siempre matan al mensajero —dice apoyando la cabeza en mi hombro.
—¿Qué le tienes que decir a Diego Delgado? —«No, no, no, ahora no» pienso cuando me doy cuenta que se va a quedar dormida antes de que me lo cuente.
—Dónde lo encontrará... —murmura—. Estoy muy cansada.
—¿Dónde encontrará a quién? Venga, Bianca, no fastidies —digo, aunque sé que es inútil porque escucho su respiración pesada. Ella murmura un par de cosas sin sentido hasta que cae dormida sobre mis rodillas. Miro frustrado su rostro dormido. Otra vez que me quedo sin el polvo y sin la información.
Estoy un rato observándola mientras pienso en lo poco que ha dicho. ¿Por qué Carlos, un camello del tres al cuarto, tenía información para Diego Delgado, uno de los narcos más buscados de España? A pesar de que Diego es el jefe de Carlos —como el de media ciudad— Carlos está tan abajo en la escala del negocio que resulta absurdo que exista algún contacto entre ambos. Entre otras cosas porque a Diego no se le ha vuelto a ver en España desde hace dos años cuando hubo una gran redada que le obligó a huir a toda prisa. Según tenía entendido ahora vivía en Colombia. Por otro lado lo que le dijo Carlos tiene pinta de ser mucho más gordo que la información que me tenía que dar a mí sobre el nuevo grupo que estaba vendiendo drogas en su territorio, Carlos pertenecía a los Latin Kings de Vallecas. Bianca no está desencaminada cuando dice que siente que la siguen. Hoy he tenido cuidado de comprobar que no la habían seguido, pero está semana he visto a Miguel, el mejor amigo de Carlos, rondar por su casa. Frunzo el ceño preocupado antes de levantar su cabeza con cuidado para poder incorporarme. Cojo su abrigo y lo inspecciono hasta que doy con lo que estoy buscando. Puede que este trabajo al final no salga como yo esperaba, pero tengo algo que Diego Delgado quiere y eso... vale mucho.
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