Capítulo 3: En busca del diagnóstico.
Capítulo 3: En busca del diagnóstico.
Había ido a sacar turno con la terapista ocupacional de manera inmediata, no podía esperar más tiempo para saber qué le ocurría a mi hijo.
—La primera sesión es una entrevista sin el niño— dijo la secretaria de la clínica a la cual asistí.
—Claro, no hay problema…
Cuando llegó la fecha tan ansiada para mí, sentí unos retorcijones en mi estomago. Eran peores a los que siento cada vez que rindo un parcial en la facultad. Realmente creía que este día significaba mi vida o mi muerte. Y en algún punto, lo afirmé.
La sala de espera estaba prácticamente vacía. Solo había una madre que esperaba a su hijo, de hecho cuando salió el niño, observé que su edad rondaba los 7 años y que realizaba sonidos extraños con su boca. Esa situación terminó por dibujar el futuro frente a mis ojos.
Tristemente solo eso pude distinguir en el poco tiempo que pude quedarme en el lugar, pero me bastó para imaginarme todo lo que iba a ocurrir en nuestras vidas.
Luego, inmediatamente nombraron mi apellido para ingresar al consultorio.
—Adelante, soy Analía Melkin. Un placer conocerte. Siéntate, te preguntaré algunos datos de tu hijo primero— me dijo la especialista cuando ingresé a su oficina. Ni siquiera tenía un escritorio, más bien, tenía una mesa pequeña con sillas infantiles. Mi sorpresa fue extraña y también grata—. Te pido disculpas por las sillas chiquitas. El lugar está ambientado para los chicos— dijo y asentí al ver todos los juegos que había en ese lugar. Parecía una sala de jardín de infantes. Probablemente, Pupi no la pasaría tan mal aquí—. Dime quién te mandó a mi consultorio— al responderle y después de preguntarme datos personales, la doctora indaga más a fondo, preguntándome por las acciones que veía en Pupi. Al principio me sentí un poco incómoda, no quería catalogar a mi hijo de raro o discapacitado. Pero después pude relajarme, en realidad no tendría opción, probablemente esta sería la primera de miles de sesiones a las que debería ir y tenía que acostumbrarme.
—La pediatra me dijo que tiene “trastorno sensorial”, ¿tiene Autismo?— en un momento de la conversación fui directamente al punto. Necesitaba que alguien sea sincera conmigo.
—Tiene varios signos compatibles con TEA. Trastorno del espectro autista. Que camine en puntas de pie, no responda al nombre y no quiera tener un juego compartido puede significar que sí lo sea. Pero antes tengo que verlo. No puedo afirmarlo. Lo importante es que estás haciendo lo que se debe hacer. Vas en el camino correcto— dijo sin titubear pero sin decirme lo que yo quería saber. Pero tenía razón, tenía que observar a mi hijo y realizar un informe para la doctora. Tenía que seguir esperando, lamentablemente.
Cuando finalizaron la cantidad de sesiones pactadas la especialista realizó el tan ansiado informe… Y al asistir con ese papel en mano a la consulta pediátrica creí que obtendría respuestas, sin embargo comenzaba a entender que me había subido a una montaña rusa sin fin.
—Es muy pequeño para determinar que tiene TEA, recién tiene 18 meses. Seguiremos con las terapias una vez a la semana y comenzamos una dieta sin tacc ni proteínas, es decir, nada que tenga leche. Te voy a mandar a realizar unos análisis de sangre también. Cuando te den los resultados nos volvemos a ver— en resumidas cuentas, tenía que experimentar con algunas dietas para saber si la hiperactividad de Pupi podía llegar a disminuir. Pero varias semanas después, era evidente que ninguna dieta podría ser milagrosa. Solo significaba gastar energía, tiempo y dinero en un intento que era en vano. Porque Pupi seguía caminando sin sentido, no permanecía sentado, saltaba frente al televisor, aleteaba constantemente sus brazos y se chocaba con los muebles, entre otras acciones peligrosas, como por ejemplo: llevarse todo a la boca.
Semanas después regresé a la pediatra “especialista en neurodesarrollo”. Después de todo el discurso que dijo sobre la buena alimentación y sobre los resultados de los análisis de sangre, me recomendó realizarle a Pupi una desparasitación y darle aceite de cannabis.
Desde ya, meses después estas ideas sin fundamentos cayeron por su propio peso. En Pupi no había cambios y en el medio de toda esa odisea, seguíamos asistiendo a la terapia.
—Analía me gustaría saber tu opinión. ¿Tiene autismo?— pregunté cansada de dar vueltas.
—No puedo diagnosticar, pero para mí sí tiene— después de meses, alguien había sido sincera…
Determiné cambiar de pediatra en ese mismo instante. Y continuar con las sesiones de terapia ocupacional. Mi pequeño merecía sinceridad y no personas que jueguen con su tiempo, ni mucho menos con mi paciencia.
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