XXIII
Las luz lo ciega, el sonido hace un completo eco en su cerebro y este en riesgo de que esté explote. Lo que su mente llega a recordar es el estará siendo cargado en el hombro de alguien y siendo movido de un lado a otro, con las constante incómodidad es su vientre por la operación, al igual que recordaba el azulejo del hospital manchada en sangre que escurría de una parte de su frente, después de ahí parecía haberse quedado desmayado.
Siente calor, mucho calor, pues al despertarse se da cuenta de que está cubierto por una sábana y un cobertor azul, mientras que de la ventana entra un sol de medio día dando todo su esplendor. Trata de remover las cobijas con su mano derecha, pero está es retenida por unas esposas que están puesta con su mano y la cabecera de metal de la cama, la jala unas cuantas veces en un patético intento de soltarse de ella. Se levanta, arrojando las cobijas con la mano libre a un lado y levantarse alcanzando a estirarse, observa por la ventana y lo único que le llega es el olor a mar y una apenas visibles muestra del océano, dando a entender que estaban en las costas, muy pero muy lejos de su hogar.
Ver la luz le hace doler la cabeza, así que solo regresa a la cama, ocultando su rostro entre la almohada. No tenía la menor idea en dónde estaba y su vientre aún le dolía, sintiendose vacío al no tener la presencia de su bebé. Despega su cara de la almohada, observando que el lugar estaba muy limpio, con varios muebles como una mesita de noche, un closet y un escritorio, siendo el piso adornado por una alfombra blanca y las paredes con varios cuadros de paisajes.
Quien sea que lo tenga retenido le tiene mucha preferencia, pero tenía pésimo gusto para los adornos. Gruñe a lo bajo y trata de buscar algo con que liberarse de las esposas, pero parece que su raptor no es estúpido, ya que la cama no tiene ni un alambre suelto para que pueda utilizarlo y soltarse, dejando todo objeto filoso fuera de su alcancé.
El maldito era muy listo.
Se queda quieto al escuchar pasos lentos que se acercan a la puerta, escuchando atentamente como la llave es ingresada a la cerradura hasta que está se gira, para después el pomo comenzar a ser girado. Pero tiene un plan, no había ido a clases de defensa un año entero a lo tonto. Lo espera hasta notar que la puerta estaba siendo abierta dejando a ver a su captor, pero antes de poder si quiera arrematar una patada contra lo que lo hace a un hombre a su raptor y después golpearlo en la nuca dejándolo inconsciente —Como en las películas—, se queda observando al adulto que a entrado con una bandeja de comida y sonriendo tan pacífico. Al contrario de hacer una escena y que la magia del cine haga lo suyo, solo retrocede hasta quedar sentado en la cama, observando atónito al albino de destellantes iris rojos que lo miran con atención.
—¿O-Oliver?
—Hola, Ray.—Hace una sonrisa a ojos cerrados.
El azabache se quiere dar un tiro. No, Oliver no puede ser su raptor, él es una persona amable que estaba enamorado de él hacía ya cinco años pero que lo había rechazado ya que el decía que eran hombres y todos esos pretextos que ponía, además de que era mucho menor que el albino, con una no tan gran diferencia de cinco años pero en aquel entonces solo era un niño de trece así que era completamente ilegal.
—Me alegra saber que no me has olvidado.
Su cerebro aún no procesa y tiene un millón de preguntas, iniciando sobre lo motivos de su partida y en dónde había estado.
Oliver parece notar su debate mental así que suelta una risa, sacando a Ray de su trance y mirar al albino.
—Es una historia larga.
—Tengo tiempo.
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Hace 6 años.
Ray conocía a Norman desde que tenían 4 años, ya que sus madres eran muy buenas amigas desde secundaria al igual que la mamá de Emma, siendo está que se les unió a la edad de 7 años. A pesar de compartir tantos años de amistad con Norman nunca se atrevio a preguntarle de su vida privada o más íntima, ya que consideraba que Norman le hablaría de esta a su debido tiempo. Todo transcurrió de manera casi normal hasta los 10 años, que fue cuando conoció al hermano mayor del albino.
Oliver había conocido a Ray de mera casualidad.
Ese día Norman había enfermado, por lo cual el azabache había decidido visitarlo— o más bien fue obligado por su madre y Emma— a su casa. Cuando llegó a la casa del albino, Elizabeth le advirtió que alguien más estaba ahí, Ray no le dió importancia y subió a la habitación de su mejor amigo escuchando voces del mismo Norman y de alguien más. Abrió la puerta despacio, encontrándose a Norman cubierto con cobijas y platicando con alguien mayor que ellos.
—Oh, Ray. Pasa.—Dijo amable, Norman.
—Compermiso.—Decia cerrando la puerta detrás de sí, caminando por la habitación y sentarse a un lado de su amigo.
—Ray, te presento a mi hermano, Oliver.
—Es un gustó. Norman habla mucho de ti.—Menciono el mayor.
—¡Oliver!—Grito el menor, con la cara toda roja y con riesgo de un ataque cardíaco.
Oliver solo se hecho a reír, para después calmarse y ver cómo el azabache se le quedaba viendo minuciosamente.
—No se parecen.—Confeso el azabache.
Norman detuvo su escándalo y Oliver dejo de reir, mirando a su hermanito para recibir una afirmación de este.
—Es una larga historia.
—Tengo tiempo.
—Entonces te contaré.
En aquella plática Ray descubrió dos cosas, la primera es que Norman no era hijo único, y la segunda era que Oliver era hijo del señor Ratri y de una mujer fallecida un año atras.
Oliver había ido en buscá de su padre para recibir ayuda ya que no tenía a nadie más que a James, persona que los había abandonado dos años después de su nacimiento. Obvio que Elizabeth cuando se enteró estaba hecha una furia con James, por lo irresponsable que había sido al abandonar un hijo suyo, pero Elizabeth al contrario de tratar mal a Oliver lo había tratado de maravilla, mostrando una vez más era la mujer más pura y comprensiva de todas, creando una relación con Norman en muy poco tiempo, que en lugar de dar comentarios negativo recibió a Oliver más que feliz.
Oliver fue presentado a Emma, que igual lo recibió de maravilla y crearon un íntima relación a la hora de hacer travesuras, demostrando que ya no se sabía quién era el más maduro de todos.
Todo fue risas y gozos desde la llegada de Oliver, Elizabeth se había encargado de convencer a James para que el albino se quedará, no recibiría el apellido Ratri como condición para quedarse pero eso a él no le importaba, estaba feliz de pasar el tiempo con su hermano menor y sus amigos, en especial con Ray, con quién siempre se la pasaba platicando de libros y de artes, le encantaba pasar tiempo con ese niño, se le hacía tan especial y único que no le importaba que este a veces fuera frío y cortante, le bastaba con pasar largos ratos con él.
Fueron tres perfectos años de convivencia, hasta que cierto día Oliver tuvo una fuerte discusión con su padre, dejando un resultado en el que él tendría que marcharse de la casa, esa vez Elizabeth no puedo hacer nada para intervenir, pero ayudaría en darle dinero para que se fuera a un buen lugar con los que sobreviviría por lo mucho dos años o quizás tres —claro si lo sabía administrar bien—. A duras penas Oliver acepto tal cantidad de dinero, agradecido eternamente con esa mujer que había sido como su madre.
Las despedidas llegaron, pero la de Ray fue ¿Diferente?
—¿He?...—Su cerebro no procesa de manera correcta las palabras dichas por el albino.
Su cara estaba tan roja que podía morir de nerviosismo en ese mismo lugar. Estaba preparado para todo cuando Oliver le dijo "Tengo que decirte algo importante" pero nunca creyó que se tártara de eso.
—Que me gustas.—Confeso con decisión el chico de 18 años.
¿De verdad estaba tomando en cuenta su edad?
—¡E-estas loco! ¡¿Si sabes que edad tengo?! Además somos hombres eso no...—Se traga sus palabras, no va a decir eso. Mira sus manos que aún son sujetas por Oliver, así que de manera lenta las aparta y se las lleva a la espalda con total nerviosismo.
—Lo se, lo sé. Tal vez no me creas por eso de la edad y de ser hombres. Sabía que me rechazarias pero no podía irme sin decírtelo.—Sonrie avergonzado.
Ray desea que la tierra se habrá y se lo trague.
—Pero gracias por darme una respuesta, pero tampoco significa que me rendiré.—Le guiña un ojo, besando la frente del azabache que sigue en shock.—Aun que tampoco me lo creas, volveré por tí.
De ahí solo recuerda haberlo visto tomar maleta y desaparecer por la puerta.
Todo era tan confuso.
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