Capítulo único.


Pareja: Claude x Chloé Bourgeois.
Multimedia: Historia de Taxi/ Ricardo Arjona.

Recuerdo ese día como si fuera ayer, y es que es de esas cosas que jamás se podrán olvidar en la vida, ni aunque te atasques la garganta con los más fuertes tragos de un bar, se borrarán. Seguirán allí. Incrustados en tu memoria, como si fueran tatuajes permanentes.

El reloj marcó las ocho y yo debía salir al trabajo. Acomode mi cabello como de costumbre, me puse la chaqueta y me acerqué a mi prometida, la cual me esperaba con un gesto de frustración. Sabía que ella esperaba que esa noche me quedara a su lado, pero tenia claras sus intenciones, y sinceramente, no creía que estuviéramos listos.

—Ya me voy bonita, llegaré en la madrugada, así que no me esperes—. Besé su mejilla y ella bufo, cruzándose de brazos en forma de desagrado.

— ¿Por qué siempre tienes que trabajar?. Claude, nos casaremos en apenas unas semanas y tú ni siquiera me prestas atención. Incluso debo rogarte para que me beses, esto ya me está agotando la paciencia—. Suspire, a veces esa azabache me colapsaba, debía repetirme varias veces el hecho de que era una dama, que estábamos comprometidos, que ya había dado mi palabra, y que ella sería lo primero que vería cada día por el resto de mi vida.

— Bridgitte, ya sabes que si queremos una mejor vida, debemos trabajar para eso. No sirve de nada quedarnos entre cariños y besos, porque eso no nos dará que comer—. Ella rodó los ojos e hizo un puchero infantil. Se veía bastante tierna, lo cual me parecía lindo de ella, de hecho eso fue lo que me hizo creer que la amaba.

Pero no era así. La quería, no la amaba.

Se que es cobarde de mi parte decir eso, cuando se supone que ella seria pronto mi esposa, pero es que el amor es algo diferente. Cuando se ama, quieres pasar cada minuto del día junto a esa persona, quieres ver sus sonrisas al amanecer, sientes tu estómago revolotear cuando ella sonríe, y te dan ganas de que sus besos duren una eternidad. Pero ese no era mi caso. Yo quería a Brid como quien valora a un amigo cercano. Intentando siempre protegerla y cuidarla, pero las noches a su lado me parecían extrañas, y siendo totalmente franco, bastante incómodas.

Por eso me casaba. Porque creía firmemente que si teníamos la bendición de Dios, quizá, sólo quizá, yo podría amarla con el tiempo; Después de todo, jamás había tenido un interés amoroso.

<<A excepción de ella>>. Me recordó mi subconsciente y mordi ligeramente mi labio inferior. Si cerraba los ojos aún podía ver su piel ligeramente bronceada, cubierta por una ligera capa de sudor, descansar sobre mi pecho.

Agite mi cabeza para alejar esos pensamientos, era el colmo estar pensando en otra mujer, con mi pareja delante.

— Está bien, como digas. Me quedaré dormida como siempre, aburrida y sola, mientras mi pareja toca más a un volante que a mi—. Reí ante sus gestos dramáticos y salí de mi hogar, subiendome a mi antiguo, pero querido vehículo. Tome aire, y el aroma a cuero invadió mis fosas nasales, causandome una inconsciente sonrisa. No había cosa que me relajara más que conducir mi taxi.

Comencé mi recorrido por las bellas calles de París, maravillándome ante cada monumento que nuestra cultural cuidad nos ofrecía, deleitandome con la vista de las parejas que parecían ignorar el mundo, encerrados en su amor, y otros... Otros que parecían comerse el alma en cada beso.

Suspire, cuanto solía soñar con una relación así, llena de pasión, amor y lazos fuertes. Pero no, yo me casaría en unos días, entregándole mi vida y todo de mi a la hija mayor de los Dupain-cheng.

Mire la hora en mi celular, ya eran las 10 de la noche y yo aún seguía dando vueltas sin sentido ni clientes por todo Paris. Suspire, quizá era mejor volver a mi hogar, preparar un sándwich y ver que había en la televisión. Pero el destino me tenía preparado algo muy diferente para mi.

— ¡Taxi!.

Bajo una pequeña farola que apenas e iluminaba la oscura calle de aquel barrio lujoso, se asomaba el cuerpo de una mujer, su vestido ajustado de lentejuelas en tono negro le llegaba justo a la rodilla y contrastaba perfectamente con su rubio y largo cabello, los tacones en el mismo tono eran de al menos unos 8 centímetros y su figura era lo más cercano a una hija de la diosa afrodita que había visto.

Detuve el automóvil frente a ella, sintiéndome ligeramente cautivado ante mis extraños pensamientos, pues nunca me he detenido tanto a mirar a una dama, menos examinarla de esa manera. Estaba confundido, pero apenas baje la ventanilla del taxi y mi mirada chocó contra la de la mujer frente a mi, todo cobró sentido. Era ella.

Habían pasado tantos años, al menos 6 para ser específico, desde la última vez que había visto aquellos penetrantes ojos azules tan profundos como el océano y tan misteriosos como el triángulo de las Bermudas. Aquellos que ahora me miraban anonadados, lo cual me dejaba claro que no era el único sorprendido de volver a vernos.

— Vaya... ¿Así que eres taxista Faure-Dumont?, Ni siquiera me lo habría imaginado—. No tibuteo ni un solo segundo al entrar al asiento trasero del automóvil, conservando aquella altiva mirada que me cautivó cuando apenas entraba a los 19, apoyando las manos en sus rodillas, acomodando su cabello en uno de sus hombros.

Tome mucho aire, buscando las palabras correctas para no verme ridículo o mostrar lo perturbado que estaba en ese instante. Aclarando la garganta, tomando nuevamente aquella sonrisa de lado que me caracterizaba

— Ni yo esperaba que la princesa de París fuera de las que toma un taxi para movilizarse... ¿Dónde están tus autos de lujo o tu  limusina, bombón?—.

Mi sonrisa triunfante creció aún más al verla rodar los ojos, cruzándose de brazos y mirando a la ventana. Seguía siendo la misma niñita de 17 años que de molestaba cuando las cosas no le salían a su gusto.

— Quise dar una vuelta sin nadie conocido, ni mirando mis acciones, sabes que detesto eso—. Su mirada se perdió en la ventana, mientras encendía un cigarrillo, aunque el aroma no me parecía para nada a eso.

— Chloé, ¿Eso es hierba?, ¿Desde cuándo tú le haces a esas cosas?—. Hice una mueca de asco, tosiendo ligeramente, el aroma me parecía desagradable y aún más conduciendo. Noté por el retrovisor como rodaba los ojos y lo apagaba, tirandolo por la ventana.

— Desde que tengo que buscar algún pasatiempo en las noches... El imbécil de mi novio sale todas y cada una, excusándose con que va a trabajar con su tío o con Adrien, Félix jura que me hace idiota... A veces se le olvida con quién está metido— Gruñó ligeramente, suspirando cruzada de brazos, apoyando su espalda en el asiento. — He hablado con Adrien y se perfectamente que él no va a trabajar a esa hora desde hace un mes, que se excusa con que quiere pasar tiempo conmigo o que ya se siente enfermo y necesita un descanso. ¿Sabes?, ayer lo seguí en la noche y noté que estaba con una tipa, se estaban liando ahí mismo—.

Soltó una risa claramente irónica y se cruzó de piernas, haciéndome pasar saliva al notar como su vestido se subía un poco, dejándome ver parte de su muslo por el retrovisor, suspirando nervioso, concentrándome lo que más podía en su historia, maldiciendo al imbécil que estaba desperdiciando la oportunidad de estar con aquella mujer, que yo mismo podía dar fe, era la más preciosa del mundo entero, aquella que había perdido  por idiota. Mi primera novia, aquella a la que le había obsequiado todo de mi, mientras ella hacía lo mismo conmigo, mi primer y único amor, la que perdí por inseguro e idiota.

— Que imbécil... Yo jamás habría hecho algo asi—. Susurré, pero al parecer no tan despacio, porque fue perfectamente audible para mí exuberante pasajera, la cual soltó una pequeña risa.

— Se que no lo harías... Claro, si no te hubieses dejado influenciar por el resto, si me hubieras amado tanto como para confiar en que no le importaba lo que el resto dijera... Qué era la mujer más feliz montada en una bicicleta contigo, en vez de un auto lujoso con Félix... Si solo me hubieras amado la mitad de lo que yo te amé. — Pronunció con una sonrisa de dolor, a lo que de inmediato frené el automóvil, frente a una pequeña cafeteria, bajando, abriendo la puerta trasera y tomando su brazo, sacándola junto conmigo. 

— ¡Tú sabes que las cosas no son así! ¡Yo te amaba con toda mi alma Bourgeois! ¡Cada momento a tu lado eran los mejores que viví en mi vida! ¡Agradecía a Dios cada día por haberte puesto en mi camino, porque bajarás de tu torre de oro y hayas sido capaz de enamorarte del pobre repartidor de sushi a domicilio que estaba juntando dinero para poder llegar a la universidad! ¡Él momento en él que aceptaste mi salida al cine, aún cuando apenas y me alcanzaba para el común y corriente!—. Respiraba de manera agitada, tratando de expresar todas aquellas palabras que llevaban años acumuladas en lo profundo de mi ser. — ¡Aún así aceptaste que te besara, aún así te hiciste mi novia afuera de tu prestigioso colegio de niños ricos! ¡Mientras yo olía a frituras, tú me abrazaste y me dijiste que eras la mujer más feliz por estar conmigo!...—.

Detuve mis palabras unos momentos al ver las lágrimas recorrer las delicadas mejillas de mi preciosa ex novia, tomandolas entre mis manos.

— Chloé... Fuiste capaz de entregarte a mí en el cuarto de una casa que casi se caía a pedazos, en mi cuarto... Fuiste capaz de aceptar que nuestra primera vez fuera allí, y no solo la primera... Gran porcentaje de las que le siguieron, o si no, aceptar que me trepara por unos árboles para llegar a tu cuarto, y salir corriendo en la mañana antes de tu padre nos descubriera...—. Sonreí al ver como el rojo se acumulaba en sus mejillas, desviando la mirada, seguramente recordando lo mismo que yo. —Amarte es poco, eras mi vida entera... Pero por todas esas razones sabía que no era suficiente para ti, que tus amigos se burlaban al verte salir de la escuela en una bicicleta de reparto, que yo no podía darte ni la mitad de las cosas que merecías, que te estaba cortando las alas... Yo era un estorbo en tu vida, tu eras una princesa y yo plebeyo, merecías mucho más que eso—.

Bajé la cabeza, ya no hablaba con la boca como llevaba 6 años haciendo, hoy hablaba con el corazón ante la mujer que ahora me daba cuenta, jamás dejaría de amar. A pesar de todo, a pesar de que sabía no era lo suficiente para ella, la amaba con toda mi alma, para eso jamás amaría a Bridgitte.

Ella no olía a miel con nuez, ella no sonreía altiva, ella no estornudaba como un gatito delicado, sacándome risas, ella no tenía una piel bronceada que me encantaba besar y acariciar, ella no me sacaba el aire y el alma en cada vez que nuestros labios hacían contacto.

Bridgitte no era Chloé Bourgeois, y yo solo tenía ojos para esa rubia caprichosa.

— Entiende que nada de eso me importaba si podía estar contigo... De nada me sirve dormir en sábanas de seda fina si no es a tu lado, de nada me sirve recorrer París en los autos más lujosos si no puedo reírme de tus comentarios sobre lo que hacen los adolescentes en la calle, de nada me sirve todo el dinero del mundo si con el no puedo comprar un beso cargado de amor como los que solo tú sabes darle, de nada me sirve que mi novio pueda comprarme todo el sushi del mundo, si tú no irás a dejarlo a mi puerta—. Sus calidas manos envolvieron las mías y me sentí desfallecer. — Todos estos años... Me has hecho tanta falta... Después de que me dejaste, decidí manteneme tan firme como siempre, hice mi carrera, me hice novia de Félix Agreste porque era lo que el mundo esperaba de mi... Pero mi corazón me pedía a gritos que te buscara... Lo hice Claude... Y descubrí que te vas a casar— Sus ojos se llenaron de lágrimas y no aguante más, la capture entre mis brazos, abrazándola con fuerza, sin que se me pudiera soltar.

— Me iba a casar porque creí que así podía olvidar que te había amado, pero las cosas no funcionan así... Te amo Chloé, y ésta vez no dejaré que te me escapes abejita—. Susurré en su oído, secando sus lágrimas con mis pulgares, acorrolandola en mi vehículo. — Te necesito en mi vida nuevamente.

Acaricié su cabello, mientras una de mis manos se guiaba involuntariamente hasta su estrecha cintura, acercando mi rostro al suyo, disfrutando como su respiración se irregularizaba ligeramente, sus mejillas tomaban un ligero carmín y sus ojos se concentraban en mis labios, haciéndome saber que sentía lo mismo que yo.

— Yo también te necesito... Eres el amor de mi vida... No puedo más, joder—.

Y de golpe pegó los labios a los míos, haciendo que ambos nos fundieramos en un apasionado beso, tratando de transmitir toda aquella carga de sentimientos acumulados desde hace tantos años, arrastrando nuestros cuerpos hasta donde el destino los llevara, uniendolos con aquel amor y pasión que jamás se había si quiera apagado.

— Da la vuelta... Vamos a mi casa...—.

No nos dimos ni cuenta cuando ya habían pasado horas, nuestras ropas habían volado a cualquier parte. Su cuerpo, sudoroso, jadeante y tan perfecto como siempre, reposaba desnudo sobre mi pecho, que subía y bajaba por el cansancio.

— Eres el taxista con mejor servicio que he conocido en mi vida... ¿Me das tu tarjeta?—. Sonrió de lado, alzando una ceja, haciéndome soltar una pequeña risa, apegandola aún más a mi cuerpo, con miedo de que se me volviera a soltar.

Ella era mía y yo era suyo, nuestros corazones lo gritaban a toda máquina, latiendo desesperados en nuestros lechos casa vez que nuestras miradas se cruzaban.

— ¿A ti preciosa?, Si quieres te doy mi vida entera—. Le guiñe el ojo de manera coqueta y ambos reímos, levantandonos, vistiendonos lentamente, para tratar de analizar la figura del otro mientras lo hacíamos.

— Hablaré con Bridgitte... Rompere mi compromiso... Yo quiero estar contigo, de la buena manera...— Juntamos nuestras frentes y pude ver ese pequeño destello de miedo en tus ojos, esos que en ese minuto me estaban devolviendo la vida.

— Yo no quiero ser una rompe hogares... De verdad no quería lastimarla, Claude... Pero te amo... Y no soportaría verte con otra... Lo siento por ella... Pero no me siento capaz de entregarte a otra mujer... Sin hacer nada— Bajó la cabeza y lo inmediatamente le alce el mentón con la mano, besando sus labios cortamente.

— Preciosa... Esto no es tu culpa... El amor es así... Y algún día Bridgitte me entenderá... Y espero que Félix también—.

La vi rodar los ojos ante el nombre de su novio y reí, era tan expresiva.

— Ese imbécil me pone los cuernos de hace un buen... De hecho... Deberíamos reírnos en su cara... Vamos a ese bar y que nos vean juntos... Que sepa que no estoy sola... Que lo "nuestro", se terminó, que yo ya tengo a mi chico de vuelta—. Susurró en mi oído y reí.

— Vámonos—.

Nos subimos al taxi, recorriendo las calles de la hermosa Paris en su madrugada, hasta llegar al famoso bar más caro de la ciudad, donde solían frecuentan los ejecutivos de más gorda billetera, o las prostitutas más finas de la ciudad. Varias veces me había tocado trasladar a algunos de ellos que no usaban sus vehículos para no ser vistos por la prensa.

¿De verdad Félix había cambiado a Chloé por una de esas tipas?.

Admito que eran mujeres bastante hermosas y bien cuidadas, pero por favor, hablamos de Chloé Bourgeois, esa mujer era la encarnación del deseo en una figura femenina, era estúpido que le fuera infiel.

Entramos al famoso bar, tomando de la mano, y lo que vi dentro me sorprendió en la misma cantidad que me hizo reír.

Mi prometida, la mujer que alegaba yo no le prestaba nada de atención, que decía esperarme cada día angustiada, estaba con la espalda pegada en una pared, besuqueandose ferozmente con un tipo que le tenía las manos metidas debajo del vestido ajustado que usaba para tratar de seducirme.

Y lo más irónico, ese tipo no era nada más y nada menos que Félix Agreste, el novio de mi amada rubia.

Ambos salimos riendo de ese bar, no les arruinarimos la noche, preferiamos mil veces continuar con la nuestra.

Al otro día ambos rompimos nuestras relaciones caso al instante, mostrando pruebas de su infidelidad, conservando nuestra dignidad en algo.

Hoy en día estoy aquí, mirándote domir a mi lado, con ese camisón que apenas y logra cerrarte, con una expresión de paz que me llena el corazón, y el más hermoso de los accesorios, tu abultada pancita de 8 meses donde crece nuestra pequeña hija, fruto de nuestro amor de toda una vida y este matrimonio de 3 años.

Por eso, recuerdo aquel día en el que todo cambio, todo recuperó su rumbo. El día en que tomaste éste taxi.




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