~•Especial 4k•~

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Este capítulo no pasa después del anterior hasta la última parte donde Jon se va del Muro.

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Jon Nieve se va del Muro

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298Dc
El Muro
Jon Nieve

NO HABÍA NOTICIAS DE BENJEN STARK Y JON NO PODÍA HACER NADA.

Buscó a Fantasma en la soledad de su celda, y enterró la cara en el espeso pelaje blanco.

En el Castillo Negro no había bosque de dioses; solo un pequeño septo y un septón borracho, pero Jon no sentía nada que lo motivara a rezar a ningún dios, nuevo ni viejo.
Pensó que los dioses, si existían, eran tan crueles e implacables como el invierno.

Echaba de menos a sus verdaderos hermanos: al pequeño Rickon, con los ojos
brillantes al pedirle una golosina; a Robb, su rival y su mejor amigo, su eterno compañero; a Bran, testarudo y curioso, que siempre quería seguirlos y participar en cualquier cosa que hicieran Robb y Jon. También echaba de menos a las chicas, incluso a Sansa, que jamás lo había llamado de otra manera que no fuera «mi medio hermano» desde que tuvo edad y uso de razón para comprender el significado de la palabra «bastardo». Y Arya… A ella la extrañaba aún más que a Robb.

Añoraba a aquella chiquilla flaca, siempre con las rodillas llenas de arañazos, el pelo revuelto y desgarrones en la ropa, tan valiente y voluntariosa… Arya nunca había parecido encajar del todo en Invernalia, igual que él, pero siempre conseguía arrancarle una sonrisa. Jon hubiera dado cualquier cosa por estar junto a ella en aquel momento, revolverle el pelo una vez más, ver cómo hacía muecas, terminar una frase al unísono.

Y Rhaenya, su Targaryen Baratheon Nymeros Martell, siempre defendiendolo y de no ser por Robb…

«Estaríamos al otro lado del mar, casados y tendríamos hijos».

—Me has roto la muñeca, bastardo.

Jon alzó los ojos al oír la voz hosca. Grenn estaba de pie ante él, cuello grueso, rostro enrojecido, acompañado por tres de sus amigos. Conocía a Todder, un chico bajito y feo con voz muy desagradable. Todos los reclutas lo llamaban Sapo. Los otros dos eran los que habían llegado al norte con Yoren; Jon los recordaba, eran los criminales detenidos en los Dedos. Lo que no recordaba era cómo se llamaban. Si podía evitarlo, nunca hablaba con ellos. Eran unos salvajes y unos matones, sin un ápice de honor.

—Si me lo pides por favor—dijo mientras se levantaba—, te rompo la otra.

Grenn tenía dieciséis años y le sacaba una cabeza a Jon. Los cuatro eran más corpulentos que él, pero no le daban miedo. A todos los había derrotado en el patio.

—A lo mejor te rompemos nosotros a ti—dijo uno de los criminales.

—Inténtalo.—Jon fue a coger su espada, pero uno de ellos le agarró el brazo y se lo retorció a la espalda.

—Siempre nos dejas mal—se quejó Sapo.

—Ya estabais mal antes de que os conociera—se burló Jon. El chico que le tenía cogido el brazo tiró de él hacia arriba, con fuerza. El dolor lo recorrió pero Jon no gritó.

—Menuda boca tiene el señorito—dijo Sapo acercándose un poco más—. ¿La boquita la sacaste de tu mamá, bastardo? ¿De qué trabajaba? ¿De ramera?

Jon se retorció como una anguila. Se oyó un grito de dolor, y quedó libre. Se lanzó contra Sapo, lo derribó de espaldas contra un banco y cayó sobre su pecho, con las dos manos en su cuello, y le golpeó la cabeza contra el suelo de tierra. Los dos chicos de los Dedos se lo quitaron de encima y lo tiraron al suelo sin contemplaciones. Grenn empezó a darle patadas. Jon intentaba esquivar los golpes cuando, en la penumbra de la armería, retumbó una voz.

—¡Basta! ¡Parad ahora mismo!

Jon consiguió ponerse en pie. Donal Noye los miraba con el ceño fruncido.

—Las peleas, en el patio. Si metéis vuestras rencillas en mi armería, serán mis rencillas, y eso no os va a gustar.

Sapo se sentó en el suelo y se palpó la nuca con cuidado. Cuando apartó los dedos, los tenía ensangrentados.

—Ha intentado matarme—se quejó.

—Es verdad, yo lo he visto—asintió uno de los criminales.

—Me ha roto la muñeca—insistió Grenn, y se la mostró a Noye.

—Una magulladura—El armero apenas la había examinado un instante—. Un esguince como mucho. Dile al maestre Aemon que te prepare un ungüento.
Ve con él, Todder, es mejor que te eche un vistazo a eso de la cabeza. Los demás, a vuestras celdas. Tú no, Nieve. Quiero hablar contigo.

Jon se dejó caer sentado en el banco largo de madera mientras los otros se alejaban. Le dolía el brazo.

—La Guardia necesita hasta al último de los hombres—empezó Donal Noye en cuanto estuvieron a solas—. Incluso a hombres como Sapo. No es ningún honor matarlo.

—Ha dicho que mi madre era una… —Jon había enrojecido de ira.

—Una ramera. Lo he oído. ¿Y qué?

—Lord Brandon Stark no es hombre que se acueste con rameras—dijo Jon con tono gélido—. Su honor…

—No le impidió engendrar a un bastardo. ¿Verdad? Dicen incluso que eres hijo de Bárbara Baratheon por tu parecido con sus hijo; Orys, y su hermano lord Renly.

—¿Puedo marcharme?—Jon apenas lograba contener la ira. Si era así era un bastardo y hermano de Rhaenya.

—Te marcharás cuando yo diga.

Jon lo miró. El pecho del armero era como un barril de cerveza. Tenía la nariz ancha y plana, y siempre parecía mal afeitado. Llevaba la manga izquierda de la túnica de lana negra prendida al hombro con un broche de plata en forma de espada.

—Las palabras no convierten a tu madre en una ramera. Es lo que es, y nada de lo que diga Sapo lo puede cambiar. Y por cierto, las madres de algunos de nuestros hombres sí eran rameras.

«La mía, no», pensó Jon, obstinado. No sabía nada de su madre; Brandon Stark se negaba a hablar del asunto. Pero soñaba con ella con frecuencia, tan a menudo, que casi podía ver su rostro. En los sueños era hermosa y de alta cuna, y sus ojos rebosaban bondad.

«Bárbara Baratheon». Eso lo hacía hermana de Rhaenya... Si había amado a su hermana y la había besado sería…

—¿Te parece que lo has tenido difícil porque eres el hijo bastardo de un noble enamorado de una princesa?—prosiguió el armero—. Pues Jeren es el retoño de un septón, y Cotter Pyke es el hijo bastardo de una criada de taberna. Ahora está al mando de Guardiaoriente del Mar.

—No me importa —replicó Jon—. No me importan ellos, ni tú, ni Thorne, ni Benjen Stark, ni nadie. Detesto este lugar…, es muy frío.

—Sí. Frío, duro y cruel. Así es el Muro, y así son los hombres que lo patrullan. Nada que ver con los cuentos que te contaba tu niñera. Las cosas son como son, y estarás aquí el resto de tu vida, igual que nosotros.

—Vida—repitió Jon con amargura. El armero podía hablar de la vida, porque
había vivido.

No vistió el negro hasta después de perder un brazo en el asedio de Bastión de Tormentas. Antes había sido herrero de Bárbara Baratheon, la madre de Rhaenya que también podría ser su madre. Había recorrido los Siete Reinos de punta a punta. Había disfrutado de los banquetes, había combatido en cien batallas. Se decía que Donal Noye había forjado el martillo de guerra de lord Robert Baratheon, el que acabó con Rhaegar Targaryen en el Tridente. Había hecho todo lo que Jon jamás podría hacer y, de mayor, más cerca ya de los cuarenta que de los treinta, había recibido un hachazo, y la herida se infectó hasta tal punto que hubo que amputarle el brazo.

Solo entonces, tullido, cuando poco le quedaba ya de vida, Donal Noye llegó al Muro.

—Sí, vida—asintió Noye—. Que sea corta o larga depende de ti, Nieve. Por el camino que vas, tus hermanos te cortarán la garganta cualquier noche de estas.

—No son mis hermanos—saltó Jon—. Me detestan porque soy mejor que ellos.

—No. Te detestan porque te comportas como si fueras mejor que ellos. Te miran y ven a un bastardo criado en un castillo que se comporta como un señor—El armero se inclinó hacia él—. No eres ningún señor. Recuérdalo siempre. Tu apellido es Nieve, no Stark. Eres un bastardo y un matón.

—¿Yo? ¿Matón, yo?—Jon estuvo a punto de atragantarse con la palabra.—. Han sido ellos los que me han atacado. Los cuatro.

—Cuatro muchachos a los que habías humillado en el patio. Cuatro muchachos que seguramente te tienen miedo. Te he visto pelear. Contigo no es un entrenamiento. Si tu espada tuviera filo, estarían muertos. Eso lo sabes bien, y ellos también lo saben. Los dejas en nada. Los avergüenzas. ¿Te sientes orgulloso de eso?

Jon titubeó. Se sentía orgulloso cuando ganaba. ¿Por qué no? Pero el armero le estaba quitando también aquello, hacía que pareciera algo malo.

—Todos son mayores que yo —dijo a la defensiva.

—Mayores, más altos y más fuertes, cierto. Pero me apuesto lo que sea a que tu maestro de armas te enseñó a pelear con hombres más corpulentos en Invernalia. ¿Era algún anciano caballero?

—Ser Rodrik Cassel—asintió Jon con cautela.

—Piénsalo bien, chico—Donal Noye se inclinó hacia delante, hasta que su rostro casi rozó el de Jon—. Antes de conocer a ser Alliser, ninguno de los otros había tenido un maestro de armas. Sus padres eran granjeros, carreteros, cazadores furtivos, herreros, mineros, remeros en galeras mercantes… Lo poco que saben de lucha lo aprendieron en los malecones, en los callejones de Antigua y de Lannisport, en burdeles de las afueras y tabernas a lo largo del camino Real. Quizá esgrimieran palos alguna vez antes de llegar aquí, pero te puedo asegurar que, en veinte años, no he visto ni a uno que tuviera suficiente dinero para comprar una espada de verdad.  Bueno, ¿qué tal te saben ahora las victorias, lord Nieve?

—¡No me llames así!—le espetó Jon. De pronto se sentía avergonzado y culpable—. No sabía… no pensé…

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Jon advirtió la presencia de Grenn a pocos pasos. Tenía una mano envuelta en gruesos vendajes de lana. Parecía receloso e incómodo, en absoluto amenazador. Jon se dirigió hacia él. Grenn retrocedió y levantó las manos.

—No te acerques a mí, bastardo.

—Siento lo de tu muñeca—dijo Jon con una sonrisa—. Robb me hizo la misma maniobra una vez, solo que con una espada de madera. Me dolió como los siete infiernos, así que lo tuy o debe de ser peor. Oye, si quieres te puedo enseñar a defenderte de ese ataque.

—Vaya, lord Nieve quiere ocupar mi puesto—se burló Alliser Thorne, que lo había oído todo—. A mí me costaría menos enseñar a un lobo a hacer malabarismos que a ti entrenar a este uro.

—Acepto la apuesta, ser Alliser —dijo Jon—. Me gustaría mucho que Fantasma aprendiera a hacer malabarismos.

Oyó como Grenn se atragantaba. Se hizo el silencio. En aquel momento, alguien estalló en carcajadas. Tres hermanos negros se rieron también en una mesa cercana. Las risas se generalizaron, y al final, hasta los cocineros se unieron a ellas. Los pájaros alzaron el vuelo en las vigas, y por último, hasta Grenn se echó a reír. Ser Alliser no apartó los ojos de Jon ni un momento. A medida que las carcajadas lo rodeaban, una sombra le cubrió el rostro. Tenía el puño apretado.

—Has cometido un grave error, lord Nieve—dijo al final con el tono acre de un enemigo.

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—Como tengo que hacerles sitio, he decidido pasaros a ocho al lord comandante, para que haga con vosotros lo que le venga en gana—Fue anunciando los nombres uno a uno—. Sapo. Cabeza de Piedra. Uro. Amoroso. Espinilla. Mono. Ser Patán.—Por último miró a Jon—. Y el Bastardo.

Pyp gritó de alegría y lanzó la espada al aire. Ser Alliser clavó en él sus ojos de reptil.

—A partir de ahora dirán que sois hombres de la Guardia de la Noche, pero si os lo creéis, es que sois más estúpidos que este mono de titiritero. No sois más que unos críos; estáis verdes, apestáis a verano y, cuando llegue el invierno, caeréis como moscas—Sin decir más, ser Alliser Thorne dio media vuelta y se marchó.

El resto de los chicos se reunió en torno a los ocho elegidos entre risas, maldiciones y felicitaciones.

Pyp anunció a gritos que un hermano negro debía ir a caballo, y se subió a los hombros de Grenn. Ambos rodaron por el suelo entre puñetazos y gritos de júbilo. Dareon corrió a la armería y regresó con un pellejo de tinto agrio. Se pasaron el vino de mano en mano, sonriendo como idiotas, y entonces advirtió Jon que Samwell Tarly estaba a solas, bajo un árbol muerto y sin hojas, en un rincón del patio. Le ofreció el pellejo.

—¿Un trago de vino?

—No—dijo Sam sacudiendo la cabeza—, gracias, Jon.

—¿Estás bien?

—Muy bien, de verdad —mintió el muchacho gordo—. Me alegro mucho por todos vosotros—Se estremeció mientras intentaba fingir una sonrisa—. Algún día serás capitán de los exploradores, como lo fue tu tío.

—Como lo es mi tío—lo corrigió Jon. Se negaba a aceptar que Benjen Stark hubiera muerto. Antes de que pudiera añadir nada, Halder lo llamó a gritos.

—¡Eh! ¿Qué pasa? ¿Solo vas a beber tú?

Pyp le arrebató el pellejo de las manos y se alejó, bailoteando entre risas. Grenn lo agarró por el brazo, y Pyp retorció el pellejo, con lo que un chorro de tinto dio a Jon en la cara. Halder aulló en tono de protesta por el desperdicio de aquel buen vino. Jon farfulló y se sacudió. Matthar y Jeren se subieron al muro y empezaron a lanzarles bolas de nieve.

Cuando Jon consiguió liberarse, con el pelo lleno de nieve y el chaleco manchado de vino, Samwell Tarly había desaparecido.

Aquella noche, Hobb Tresdedos preparó a los chicos una cena especial para celebrarlo. Jon entró en la sala común, y el propio lord mayordomo lo acompañó a un banco cerca del fuego. Los hombres mayores le palmearon los brazos al pasar. Los ocho futuros hermanos devoraron un festín de costillar de cordero asado con ajo y hierbas, adornado con ramitas de menta y con guarnición de
puré de nabos amarillos que nadaba en mantequilla.

—Viene de la mesa del mismísimo lord comandante —les dijo Bowen Marsh.

Había ensaladas de espinacas, garbanzos y nabiza, y de postre, cuencos de arándanos helados con nata.

—¿Qué te pasa, Jon?

—Es Sam—dijo el muchacho—. Hoy no se ha sentado a la mesa.

—No es propio de él perderse una comida—asintió Pyp, pensativo—. ¿Crees que estará enfermo?

—Lo que está es asustado. Lo vamos a dejar solo—Recordó el día en que había partido de Desembarco del Rey; rememoró las despedidas agridulces: Robb, con una sonrisa amistosa, los besos de Arya cuando le regaló a Aguja y la mirada furiosa de Rhaenya por abandonarla, incluso—. Una vez pronunciemos los juramentos, tendremos obligaciones. Puede que a algunos nos envíen fuera, a Guardiaoriente o a la Torre Sombría. Sam tendrá que seguir entrenándose, con tipos de la calaña de Rast o Cuger, y con los nuevos que vienen por el camino Real. Los dioses saben cómo serán, pero seguro que ser Alliser hace que se enfrenten a él en cuanto tenga ocasión.

—Has hecho todo lo que has podido—le dijo Pyp con una mueca.

—Todo lo que he podido hacer no ha bastado—replicó Jon.

Inquieto, se dirigió hacia la Torre Hardin para buscar a Fantasma. El lobo huargo lo siguió hasta los establos. Cuando entraron, los caballos más asustadizos empezaron a cocear en los compartimientos y agacharon las orejas. Jon ensilló su yegua, montó y salió del Castillo Negro en dirección sur, bajo la luna que iluminaba la noche. Fantasma corría por delante de él, casi parecía volar, y desapareció en un instante. Los lobos necesitaban cazar. Jon cabalgaba sin rumbo fijo. Solo quería montar.

Una vez hiciese los juramentos, el Muro sería su hogar hasta que fuera tan viejo como el maestre Aemon.

—Pero aún no he jurado nada—susurró.

No era ningún forajido,obligado a elegir entre pagar por sus crímenes y vestir el negro. Había ido allí por su voluntad y de la misma manera podía
marcharse… siempre que no hiciera el juramento. Solo tenía que seguir cabalgando y todo quedaría atrás. Antes de que brillara la luna llena estaría en
Invernalia, con sus hermanos.

«Con tus medios hermanos—
le recordó una vocecita interior—. Y con lady Stark, que no te dará precisamente la bienvenida». En Invernalia no había lugar para él; tampoco en Desembarco del Rey. Ni siquiera su madre lo aceptaba.

Cada vez que pensaba en ella se ponía triste. ¿Quién había sido su madre? ¿Qué aspecto tuvo? ¿Por qué la abandonó su padre? «Porque era una prostituta o una adúltera, idiota. Fue algo turbio, una deshonra; si no, ¿por qué lord Brandon se avergonzaba de hablar de ella?».

—¿Será Bárbara Baratheon?—Se preguntó, era una mujer temible pero muy importante.

Jon Nieve dio la espalda al camino Real para contemplar el Castillo Negro. Las hogueras quedaban ocultas tras una colina, pero el Muro estaba a la vista, blanco bajo la luz de la luna, vasto y frío, de horizonte a horizonte.

Espoleó al caballo y regresó a casa. Haría lo posible para ayudar a Sam.

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Samwell Tarly se dejó caer pesadamente en el banco.

—Me han llamado al septo —dijo Sam con un susurro emocionado—. Me van a sacar del entrenamiento. Me harán hermano al mismo tiempo que a vosotros. ¿Te lo imaginas?

—¡No! ¿De verdad?

—De verdad. Mi deber será ayudar al maestre Aemon con la biblioteca y con los pájaros. Necesita a alguien que sepa leer y escribir cartas.

—Lo harás muy bien—sonrió Jon.

—¿No tendríamos que ir ya?—Sam miró a su alrededor con ansiedad—. No quiero llegar tarde; puede que cambien de opinión.

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Una vez en el bosque se encontraron en un mundo completamente diferente. Jon había ido a menudo de caza con su padre, con Jory y con Robb. Conocía tan bien como cualquiera el bosque de los Lobos, en torno a Invernalia. El bosque Encantado era igual, y al mismo tiempo parecía muy diferente.

Quizá era solo una sensación porque sabía que habían traspasado el fin del mundo, y aquello lo cambiaba todo. Tras ellos quedaba el Muro, y solo los dioses sabían qué había ante ellos.

El sol desaparecía ya entre los árboles cuando llegaron a su destino, un pequeño claro en lo más profundo del bosque donde crecían en círculo nueve arcianos. Jon se quedó boquiabierto, y vio que a Sam Tarly le pasaba lo mismo. Ni siquiera en el bosque de los Lobos se podían ver más de dos o tres de aquellos árboles blancos juntos. Jamás habría imaginado que existiera un grupo de nueve.

Bowen Marsh les ordenó que dejaran los caballos fuera del
círculo.

—Es un lugar sagrado; no debemos profanarlo.

Al entrar en el claro, Samwell Tarly giró muy despacio, para examinar una a una todas las caras. No había dos iguales.

—Nos están mirando—susurró—. Los antiguos dioses nos miran.

—Sí—Jon se arrodilló, y Sam hizo lo mismo a su lado.

Pronunciaron juntos el juramento mientras las últimas luces desaparecían por el oeste y el día gris se transformaba en noche negra.

—Escuchad mis palabras, sed testigos de mi juramento —recitaron; sus voces llenaron el bosquecillo en el ocaso—. La noche se avecina, ahora empieza mi guardia. No terminará hasta el día de mi muerte. No tomaré esposa, no poseeré tierras, no engendraré hijos. No llevaré corona, no alcanzaré la gloria. Viviré y moriré en mi puesto. Soy la espada en la oscuridad. Soy el vigilante del muro. Soy el fuego que arde contra el frío, la luz que trae el amanecer, el cuerno que despierta a los durmientes, el escudo que defiende los reinos de los hombres. Entrego mi vida y mi honor a la Guardia de la Noche, durante esta noche y todas las que estén por venir.

Se hizo el silencio en el bosque.

—Os arrodillasteis como niños —entonó solemne Bowen Marsh—. Levantaos ahora como hombres de la Guardia de la Noche.

Jon tendió una mano a Sam para ayudarlo a ponerse en pie. Los exploradores se congregaron a su alrededor, sonrientes, para felicitarlos. Todos excepto Dywen, el viejo guardabosques.

—Será mejor que volvamos, mi señor—le dijo a Bowen Marsh—. Está oscureciendo, y esta noche hay un olor que no me gusta.

De pronto, Fantasma volvió con ellos; apareció caminando con pasos silenciosos entre dos arcianos.

«Pelaje blanco y ojos rojos —advirtió Jon, inquieto—. Igual que los árboles».

El lobo llevaba algo entre los dientes. Algo negro.

—¿Qué es eso?—preguntó Bowen Marsh con el ceño fruncido.

—Ven conmigo, Fantasma—Jon se arrodilló—. Trae eso.

El lobo huargo trotó hacia él. Jon oyó cómo a Samwell Tarly se le escapaba una exclamación.

—Por los dioses—murmuró Dywen—. Es una mano.

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Era quien era: Jon Nieve, bastardo y fugitivo, sin madre, sin amigos, perseguido. Durante el resto de su vida, durase lo que durase, sería un forajido, un hombre silencioso que se ampararía en las sombras sin atreverse a pronunciar su verdadero nombre. En los Siete Reinos, fuera adonde fuera, tendría que vivir en la mentira, o cada hombre sería un enemigo. Pero aquello no importaba; nada importaba, siempre que viviera lo suficiente para ocupar el lugar que le correspondía al lado de su hermano, y ayudara a vengar a su padre.

Recordó a Robb tal como lo había visto por última vez, de pie en el patio... al lado de Rhaenya. Jon tendría que acercarse a él en secreto, disfrazado. Trató de imaginar la cara que pondría Robb cuando le descubriera su personalidad. Su hermano sacudiría la cabeza, sonreiría y le diría… le diría…

No conseguía visualizar la sonrisa. Por mucho que lo intentaba, no la veía. En cambio, recordaba al desertor que su padre había decapitado el día que encontraron los lobos huargo.

«Pronunciaste un juramento—le había dicho lord Eddard—. Hiciste votos ante tus hermanos, ante los antiguos dioses y ante los nuevos».

Se preguntó qué habría hecho lord Eddard si el desertor hubiera sido su hermano Benjen, en vez de aquel desconocido harapiento ¿Habrían cambiado las cosas?Seguro que sí, sin duda, sin duda… Y Robb le daría la bienvenida, desde luego. Era necesario. Si no…

No quería ni siquiera pensarlo. El dolor le palpitó en lo más profundo de los dedos cuando agarró las riendas. Picó espuelas y salió al galope camino Real abajo.

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¿Jon va con Robb o vuelve al Muro? Podrán ver que pasa en el epílogo según que comenten aquí.

~Isabel~

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