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Catelyn Tully Stark, Tyrion Lannister y Robert Baratheon
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298Dc
Tierra de los Ríos
Catelyn Tully Stark
—Deberíais cubriros la cabeza, mi señora—le dijo ser Rodrik mientras los caballos trotaban hacia el norte—. Os vais a resfriar.
—No es más que agua, ser Rodrik—replicó Catelyn. Tenía el pelo completamente empapado, con mechones pegados a la frente, y se imaginaba el aspecto descuidado que debía de presentar, pero por una vez no le importaba en absoluto. La lluvia del sur era suave y cálida.
A Catelyn le gustaba sentirla en la cara, dulce como el beso de una madre. La hacía volver a su infancia, a los largos días grises en Aguasdulces. Recordaba bien el bosque de dioses, las ramas dobladas por el peso de la humedad, las risas de su hermano, que la perseguía entre montones de hojas mojadas. Recordaba cómo preparaba con Lysa pasteles de barro. Qué jóvenes eran entonces.
Catelyn casi había olvidado aquello. En el norte, la lluvia caía fría y dura; a veces se helaba durante la noche. Mataba tantas cosechas como nutría, y hacía que los hombres corrieran en busca del refugio más cercano. No era una lluvia bajo la que jugaran las niñas.
—Estoy empapado—se quejó ser Rodrik—. Calado hasta los huesos—Los rodeaba un bosque cerrado, y el golpeteo constante de la lluvia en las hojas se acompasaba con el chapoteo de los cascos de los caballos en el lodo del camino—. Esta noche nos hará falta una buena hoguera, mi señora. Y tampoco nos sentaría mal una buena cena caliente.
—En la próxima encrucijada hay una posada—le dijo Catelyn.
En su juventud había dormido en ella más de una vez, cuando acompañaba a su padre en algún viaje. Lord Hoster Tully era un hombre inquieto; siempre estaba yendo de un lugar a otro. Catelyn recordaba bien a la posadera.
—Una posada—repitió ser Rodrik, melancólico—. Ojalá… Pero no podemos correr el riesgo. Si queremos conservar el anonimato, es mejor que busquemos algún refugio de pastores…—Se interrumpió bruscamente al oír unos sonidos más adelante en el camino: chapoteos en el agua, el tintineo de la malla, el relincho de un caballo—. Jinetes—avisó al tiempo que echaba mano a la espada.
Nunca estaba de más ser precavido, ni siquiera en el camino Real.
Siguieron los sonidos; doblaron un recodo del camino y los vieron: era una columna de hombres armados. Catelyn tiró de las riendas para cederles el paso. El estandarte que portaba el primero de los jinetes estaba empapado pero los guardias llevaban capas color añil y sobre sus hombros volaba el águila plateada de Varamar.
—Son hombres de Mallister —le susurró ser Rodrik, como si ella no se hubiera dado cuenta—. Será mejor que os echéis la capucha sobre la cara, mi señora.
Catelyn no se movió. Entre los hombres viajaba el propio lord Jason Mallister, rodeado por sus caballeros, junto a su hijo Patrek y seguido por los escuderos. Sabía que se dirigían a Desembarco del Rey, al torneo de la princesita Rhaenya. A lo largo de la semana se habían cruzado con incontables viajeros que iban en sentido contrario al suyo. Todos se dirigían hacia el sur.
Escudriñó a lord Jason sin la menor discreción. La última vez que lo había visto bromeaba con su tío, durante el banquete de su boda con Brandon. Los Mallister eran vasallos de los Tully, y los regalos habían sido muy generosos. Lord Jason tenía ya el pelo encanecido, y el tiempo le había cincelado arrugas en el rostro, pero los años no habían conseguido hacer mella en su orgullo. Cabalgaba como si no le tuviera miedo a nada. Catelyn lo envidió por ello. Ella tenía miedo de tantas cosas…
—No os ha reconocido—se asombró ser Rodrik cuando hubieron pasado de largo.
—Solo ha visto a un par de viajeros manchados de barro, empapados y cansados, a un lado del camino. Ni se le pasaría por la cabeza que uno de ellos fuera la hija de su señor. No pasará nada si entramos en la posada, ser Rodrik. Bárbara Baratheon sabe donde estamos, y Robert…—Dudó—. Está en Bastión de Tormentas.
Ya era casi de noche cuando llegaron al edificio, situado en la encrucijada, al norte de la gran confluencia del Tridente. La campana que anunciaba la cena resonó ensordecedora. Ser Rodrik entró a buscarla justo cuando cesaba el estrépito de la campana.
—Si queréis cenar algo, más vale que nos demos prisa, mi señora—dijo.
—Será mejor que dejemos de ser señora y caballero hasta que estemos más allá del Cuello—respondió ella—. Los viajeros sin rango llaman menos la atención. Podemos ser un padre y su hija que recorren el camino Real por
asuntos familiares.
—Tenéis razón, mi señora —asintió ser Rodrik. La carcajada de Catelyn lo hizo caer en la cuenta de lo que había dicho—. Es difícil olvidar las costumbres de toda una vida, mi… hija mía.—Fue a retorcerse los desaparecidos bigotes y
dejó escapar un suspiro de exasperación.
—Vamos, padre—dijo Catelyn cogiéndose de su brazo.
Ser Rodrik localizó un par de lugares vacíos en el banco más cercano a la cocina. Frente a ellos, un joven agraciado acariciaba distraídamente las cuerdas de una lira.
—Las siete bendiciones caigan sobre vosotros, buena gente—dijo cuando se sentaron. Tenía delante una copa de vino vacía.
—También sobre ti, juglar—saludó a su vez Catelyn.
Ser Rodrik pidió pan, carne y cerveza. El juglar, un muchacho de unos dieciocho años, los miró descaradamente y les preguntó adónde iban, de dónde venían y si tenían alguna noticia de interés que compartir.
—Salimos de Desembarco del Rey hace dos semanas—dijo Catelyn, en respuesta a la menos comprometedora de las preguntas.
«Lady Baratheon nos recomendó retirarnos antes de la llegada de Arianne Martell».
—Hacia allí voy yo—sonrió el joven. Como ella había supuesto, tenía más interés en contar su historia que en escuchar las ajenas.—. El torneo de la mano atraerá a grandes señores con las bolsas bien repletas. La última vez gané más plata de la que podía cargar… o de la que habría podido cargar, si no la hubiera perdido toda apostando por la victoria del Matarreyes.
—Los dioses no sonríen al que apuesta—dijo ser Rodrik con severidad. Era norteño, y compartía el punto de vista de los Stark acerca de los torneos.
—A mí no me sonrieron, desde luego—replicó el juglar—. Vuestros crueles dioses y el Halcón Blanco me jugaron una mala pasada.
—Sin duda, aprendiste una lección—señaló ser Rodrik.
—Desde luego. La próxima vez apostaré por él o por ser Loras Tyrell. ¿Cuál es el mejor juglar que habéis escuchado?
—Alia de Braavos—respondió ser Rodrikal instante.
—Bah, yo soy mil veces mejor que ese vejestorio—replicó Marillion—. Será un placer demostrároslo, si tenéis una moneda de plata con que pagar una canción.
—Tengo un par de monedas de cobre, pero antes las tiraría a un pozo que pagar por oír tus aullidos—gruñó ser Rodrik.
—Tu abuelo tiene el carácter agriado—dijo Marillion a Catelyn—. Solo pretendía entonar un cántico en honor a tu belleza. Lo cierto es que nací para cantar ante reyes y grandes señores.
—Es evidente—dijo Catelyn—. Tengo entendido que a lord Tully le gusta mucho la música. Supongo que habrás estado en Aguasdulces.
—Mil veces—asintió el juglar con ligereza—. Me tienen una habitación reservada, y el joven señor es como un hermano para mí.
Catelyn sonrió, imaginando qué diría Edmure de oír aquello.
—¿Y qué hay de Invernalia? —le preguntó—. ¿Has viajado al norte?
—¿Para qué?—Marillion se encogió de hombros—. Allí no hay más que ventisqueros y pieles de oso, y los Stark no entienden de otra música que no sea el aullido de los lobos.
Catelyn oyó que la puerta de la posada se abría y se cerraba al otro extremo de la sala.
—Posadera—gritó a su espalda la voz de un criado—. Necesitamos establo y comida para nuestros caballos, y mi señor de Lannister exige una habitación y un baño caliente.
—Oh, dioses—empezó ser Rodrik antes de que Catelyn tuviera tiempo de silenciarlo apretándole el brazo con fuerza.
—Lo siento mucho, mi señor —decía la posadera haciendo reverencias y exhibiendo su espantosa sonrisa roja—, pero no tenemos sitio, ni una habitación.
Catelyn vio que eran cuatro: un viejo con el uniforme de la Guardia de la Noche, dos criados… y él, diminuto y osado, su pesadilla. No, ellos, el bastardo Nieve… ¿acaso Jon no estaba en Desembarco del Rey con Rhaenya Targaryen?
—Mis hombres pueden dormir en el establo, y en cuanto a mí…, tú misma puedes ver que no me hace falta una habitación muy grande—Sonrió burlón—. Con que hay a fuego en la chimenea y las pulgas del colchón no sean multitud, me doy por satisfecho.
—Es que no hay nada, mi señor. —La posadera estaba desesperada—. Os digo la verdad. Es por el torneo, no tengo…
Tyrion Lannister se sacó una moneda del monedero, la lanzó al aire, la volvió a coger y la lanzó de nuevo. Hasta Catelyn, sentada al otro extremo de la sala, vio que era de oro.
—Podéis dormir en mi habitación, mi señor—dijo un mercenario de capa azul descolorida poniéndose en pie.
—He aquí un hombre inteligente—dijo mientras le lanzaba la moneda. El mercenario la atrapó en el aire—. Y hábil, para más señas—El enano se volvió de nuevo hacia la mujer—. Espero que no hay a problemas para darnos de comer.
—Os serviré lo que queráis, mi señor, lo que queráis—le aseguró la posadera.
«Y ojalá se te atragante», pensó Catelyn, pero la imagen que le acudió a la mente fue la de Bran atragantándose, ahogándose en su propia sangre.
—Mis hombres tomarán lo mismo que estés sirviendo a esta gente—dijo Lannister después de echar un vistazo a lo que había en las mesas más cercanas —. Ración doble; ha sido un viaje muy largo. Yo quiero un ave asada, pollo, pato, pichón, lo que sea. Y una jarra de tu mejor vino. ¿Quieren cenar conmigo, Nieve, Yoren?
—Será un placer, mi señor—respondió el hermano negro.
—Iré después de buscar a Fantasma—Prometió Jon Nieve mientras salía a buscar a su lobo huargo.
El enano ni siquiera había mirado hacia el otro extremo de la sala, y Catelyn empezaba a dar gracias por la multitud que abarrotaba los bancos, cuando Marillion se puso en pie de repente.
—¡Mi señor de Lannister! —gritó—. Sería un placer para mí animar vuestra cena. ¡Cantaré la gran victoria de vuestro padre en Desembarco del Rey!
—¿Qué quieres? ¿Que se me indigeste la comida?—bufó el enano. Sus ojos desiguales se clavaron un instante en el juglar, empezaron a apartarse de él… y se encontraron con los de Catelyn.
Ella giró el rostro, pero era demasiado tarde. El enano sonreía.
—Lady Stark, qué placer tan inesperado—dijo—. Sentí mucho no veros antes.
Marillion la miró boquiabierta, y la confusión dejó paso al rubor cuando vio que Catelyn se ponía en pie lentamente. La mujer oyó a ser Rodrik maldecir entre dientes. Si el enano se hubiera entretenido más en Desembarco del Rey, pensó, si se hubiera…
—¿Lady… Stark?—dijo la posadera sin apenas vocalizar las palabras.
—La última vez que me alojé aquí era todavía Catelyn Tully —le dijo. Oyó los murmullos que surgieron y sintió todos los ojos clavados en ella, en especial unos azules muy familiares. Miró a su alrededor, observó los rostros de los caballeros y las espadas juramentadas, y respiró profundamente para controlar los latidos frenéticos de su corazón. ¿Se atrevería a correr el riesgo? No tuvo tiempo para pensarlo; pasó un instante y su propia voz le resonó en los oídos—. Tú, el del rincón—le dijo a un hombre de edad avanzada en el que no se había fijado hasta entonces—. Ese emblema que llevas bordado, ¿es el murciélago negro de Harrenhal?
—Sí, mi señora—respondió el hombre poniéndose en pie.
—¿Y es lady Whent amiga fiel y sincera de mi padre, lord Hoster Tully de Aguasdulces?
—Sin duda—respondió el hombre con firmeza.
Ser Rodrik se levantó con calma y se aflojó la vaina de la espada. El enano los miraba, asombrado, con una expresión de desconcierto en los ojos desiguales.
—El corcel rojo siempre fue bienvenido en Aguasdulces —dijo Catelyn a los tres caballeros sentados junto a la chimenea—. Mi padre considera a Jonos Bracken uno de sus vasallos más antiguos y leales.
Los tres soldados cruzaron miradas indecisas.
—Su confianza honra a nuestro señor—dijo al final uno de ellos, aún titubeante.
—Envidio a vuestro padre por tener tantos y tan buenos amigos—intervino Lannister—, pero no entiendo adónde pretendéis llegar, lady Stark.
Catelyn no le hizo caso. Se volvió hacia el grupo numeroso que vestía de azul y gris. Eran más de veinte; constituían la clave de su plan. Sin embargo en el Tridente lord Frey y sus hombres habían llegado mucho después de que finalizara la batalla, con lo que había serias dudas sobre a qué bando pensaban apoyar.
—También reconozco vuestro emblema: las torres gemelas de Frey. ¿Cómo se encuentra vuestro señor?
—Lord Walder está muy bien, mi señora—contestó el capitán poniéndose en pie—. Tiene intención de contraer matrimonio de nuevo en su nonagésimo día del nombre, y ha pedido a vuestro señor padre que lo honre con su presencia en la ceremonia.
Tyrion Lannister disimuló una risita, y Catelyn supo que lo tenía en su poder.
—Este hombre entró en mi casa como invitado, y allí conspiró para asesinar a mi hijo, a un niño pequeño—proclamó en voz alta para que la oyera toda la sala, al tiempo que señalaba al enano. Ser Rodrik se situó junto a ella, espada en mano—. En nombre del futuro Rey Aegon Targaryen y de los buenos señores a los que servís, os ordeno que lo apreséis y me ayudéis a llevarlo a Invernalia, donde se someterá a la justicia del rey.
—Por el niño rey no lo haré, pero si por la amistad que tengo con Ned—Dijo el hombre de ojos azules que miraba a Cat—. Pensaba asustar a mi hermana al aparecer en Desembarco del Rey, Bárbara siempre ha querido prohibirme que participe en el combate cuerpo a cuerpo pero… no hay nada como acabar con un Lannister… en realidad, sí, acabar con un Targaryen.
Y Catelyn lo reconoció, era el mellizo de lady Ara, Robert Baratheon estaba ahí, ante ella. Seguía viéndose tan fuerte como siempre y dispuesto ir a la guerra.
—Os agradezco, mi señor.
No habría sabido decir qué le proporcionó mayor satisfacción: el sonido de más de una docena de espadas que se desenvainaban al unísono o la expresión del rostro de Tyrion Lannister.
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Nota, Robert Baratheon no se parecería físicamente al de la serie, sería más atlético.
La Guerra de los Cinco Reyes se acerca, el próximo capítulo podría ser de Jon.
En el próximo capítulo Rhaenya despertara a los dragones.
~Isabel~
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